martes, 26 de mayo de 2009

"LA FALSA MEDIDA DEL HOMBRE" de STEPHEN JAY GOULD



Desde la medición de los cráneos hasta el uso y abuso de los test de inteligencia, el libro es un alegato a favor del igualitarismo y en contra del determinismo biológico que pretende mantener y justificar el estatus dominante del mundo por ciertos sectores (razas, sexo, naciones, clases sociales…). En algunas ocasiones suele adentrarse en detalles que hoy en día nadie cuestiona (incluso disecciona los cálculos que en su momento pudieron hacer los craneometristas, lo cual resulta casi tan pesado como la explicación del análisis factorial), pero que el autor justifica no solo por interés histórico, sino porque tarde o temprano el mismo tipo de argumentación se repite cuando hay un retroceso en las libertades políticas. Por culpa de las constantes intentonas pseudocientíficas el libro permanece actualizado, y se lee a la luz de un marcado activismo y compromiso moral que compensa sus momentos más técnicos.



La introducción revisada del libro a los quince años de su primera publicación es una advertencia triple. Por una parte avisa reiteradamente al lector de que no se trata de un libro que aspira a refutar todas las falsedades que “defienden la base genética de las desigualdades sociales” sino que se centra en tan solo una de ellas; la de una teoría de la inteligencia innata, unitaria y linealmente clasificable (algo así como que el que es tonto siempre lo será, y que se puede determinar su tontura incluso en una escala numérica que cuantifica de manera milagrosa la inteligencia humana).


De otra parte avisa del contexto político-conservador en el que se publicó el libro, cuando el trabajo de La Curva de Bell ofrecía al público conclusiones científicas que justificaran recortar gastos sociales en perjuicio de los más necesitados que no tenían solución en nuestra sociedad.

Por último se defiende la idea de que el científico sin ningún interés socio-político en su objeto de estudio no existe, y que de existir no sería bueno para la ciencia porque ese interés es el motor que a menudo salva muchos obstáculos en la carrera de la investigación científica.


CAPÍTULO PRIMERO. INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN REVISADA Y AMPLIADA: REFLEXIONES A LOS QUINCE AÑOS.

Introduce el determinismo biológico moderno que consiste en la idea de inteligencias innatas en razas, sexos o clases. Pero la mejor introducción es un valioso y orientativo resumen por capítulos. También contiene una presentación particularmente brillante de la ciencia, como una hija de su tiempo, llena de influencias culturales, como cualquier actividad humana.

CAPÍTULO SEGUNDO. LA POLIGENIA Y CRANEOMATRÍAS NORTEMARICANAS ANTES DE DARWIN

Tras algunas oportunas citas de ilustres intelectuales de los siglos XVIII y XIX, se contextualiza la opinión generalizada a favor de las jerarquías sociales y raciales en una época en donde la igualdad no estaba en el horizonte intelectual ni mucho menos en el político. Pero Gould sí que diferencia entre núcleos duros y blandos. Por ejemplo, los que defendían la esclavitud y los que no; aunque todos partieran del común punto de vista de que los negros eran inferiores, la diferencia era que algunos pensaban que podían elevarse de su condición de primitivos o que el nivel de inteligencia no determinaba el derecho a la libertad de las personas, y otros que no pensaban lo mismo.

Las jerarquías raciales se justificaban con el monogenismo y el poligenismo, que venían a coincidir con esos núcleos blandos y duros respectivamente. El monogenismo sería la unidad de todos los pueblos porque venimos de Adán y Eva, lo que sucede es que habríamos ido degenerando y alejándonos de esa unidad e igualdad generación tras generación. El poligenismo sería más impopular en la época, porque no recurría a la Biblia y establecía una mayor diferencia entre las razas ya que no habrían estado hermanadas en ningún momento anterior, por tanto, cualquier discriminación estaría justificada al pertenecer a naturalezas completamente distintas. Aunque los esclavistas no necesitaban de argumentos innovadores ni de nuevos datos empíricos sobre las diferencias entre las razas para justificar la imposición de los unos sobre los otros: la religión siempre había sido suficiente. Pero una vez que Darwin hizo acto de aparición, las justificaciones de las jerarquías necesitaron más que nunca presentar sus justificaciones como científicas.

CAPÍTULO TERCERO. LA MEDICIÓN DE LAS CABEZAS: PAUL BROCA Y EL APOGEO DE LA CRANEOLOGÍA.


Comienza con otra amplía muestra de citas “inolvidables” de los grandes de la época, para reiterar el contexto en el que se desarrollaban esas teorías. Eran tiempos en los que se idolatraban los números y muchos científicos se dejaban llevar por cuantificaciones compulsivas pero sin apenas método científico que las respaldase, más bien con una carencia absoluta de autocrítica, cuando no dejándose arrastrar hasta el fraude científico.

Por eso cuando se encontraban casos que contradecían la corriente mayoritaria de la craneometría, o bien se eludían directamente o bien se falseaban (por ejemplo el cerebro grande de los alemanes, los hombres eminentes con cerebro pequeño, los criminales con cerebros grandes, los cerebros femeninos “incómodos”….).

CAPÍTULO CUARTO: LA MEDICIÓN DE LOS CUERPOS (DOS ESTUDIOS SOBRE EL CARÁCTER SIMIESCO DE LOS INDESEABLES)

El primero de ellos es la recapitulación: el cuerpo, conforme se va formando, adopta diferentes formas y fases que representan una recapitulación del pasado evolutivo del ser humano. Si antes de humano el hombre fue pez y reptil, esos estadios se reflejarían en los fetos humanos ese mismo orden.

El segundo es la antropología criminal: los criminales tienen rasgos atávicos y criminales que resultan identificables, y por tanto predecibles, y que brotan con más fuerza que en otros individuos normales (que también los tienen) y que producen las conductas criminales. El máximo exponente de esta teoría fue Lombroso, a quien Gould acusa de plegarse en una retirada engañosa cuando la gran controversia que causó su teoría fue paulatinamente refutada. No obstante Gould no duda en manifestar el origen progresista de Lombroso y de sus seguidores:


“Los antropólogos criminalistas lombrosianos no eran abyectos sádicos, ni protofascistas, y ni siquiera simpatizaban con ideologías políticas conservadoras. Eran más bien partidarios de una política liberal e incluso socialista, y se consideraban personas modernas, ilustradas por la ciencia.”


CAPÍTULO QUINTO. LA TEORÍA HEREDITARISTA DEL COEFICIENTE DE INTELIGENCIA: UN INVENTO NORTEAMERICANO.


Un Stephen Jay Gould indignado nos cuenta la tergiversación de que ha sido objeto Alfred Binet, inventor del coeficiente de inteligencia. Cuando Alfred Binet recibió el encargo del Ministerio de Educación para tratar a niños con problemas de aprendizaje, ya intentó poner freno a las malinterpretaciones que se pudieran sacar de sus teorías, pero dichas cautelas no fueron suficientes. Para desarrollar este encargo ideó el coeficiente de inteligencia como una herramienta para detectar a tales niños y que pudieran recibir una educación especial. Sin embargo los test que se desarrollaron posteriormente tergiversaron esta intención original y sirvieron para estigmatizar y limitar a determinados niños, no para brindarles ayuda.

Binet advirtió, desde el principio, del peligro de creer que la inteligencia es medible de manera lineal, como la altura, y de que su escala se sacara fuera de contexto. Para ello estableció tres principios, que paso a enumerar de manera literal tal y como los describe Gould, junto con un resumen de los tres autores que tergiversaron a Binet:


“1º) Las puntuaciones constituyen un recurso práctico; no apuntalan ninguna teoría del intelecto. No definen nada innato o permanente. No podemos decir que midan la ‘inteligencia’ ni ninguna otra entidad cosificada.
2º) La escala es una guía aproximada y empírica para la identificación de niños ligeramente retrasados y con problemas de aprendizaje, que necesitan una asistencia especial. No es un recurso para el establecimiento de jerarquía alguna entre niños normales.
3º) Cualquiera que sea la causa de las dificultades que padecen los niños, el énfasis debe recaer en la posibilidad de lograr mejorar sus resultados a través de una educación especial. Los bajos resultados no deben usarse para colgarles el rótulo de la incapacidad innata.
[…]
En el presente capítulo se analizan las principales obras de tres precursores del hereditarismo en Norteamérica: H. H. Goddard, que introdujo en Norteamérica la escala de Binet, y cosificó los resultados que ésta permite obtener asignándoles el valor de una inteligencia innata; L. M. Terman, que elaboró la escala de Stanford-Binet, y soñó con una sociedad racional donde la profesión de cada persona se decidiera sobre la base de su CI; y R. M. Yerkes, que convenció al ejército para que sometiera a 1.750.000 hombres a un test de inteligencia en la primera guerra mundial, justificando así la supuesta objetividad de unos datos que confirmaban las tesis hereditaristas, base de la Inmigration Restriction Act promulgada en 1924, por la que se restringía el acceso de aquellas personas procedentes de regiones genéticamente desfavorecidas.
La teoría hereditarista del CI es un producto puramente Norteamericano. Si esto parece paradójico tratándose de un país de tradiciones igualitaristas, recordemos también el nacionalismo jingoísta de la primera guerra mundial, el miedo de los norteamericanos afincados desde hacía mucho tiempo frente a la marea de mano de obra barata (y a veces políticamente radicalizada) que inmigraba de la Europa del sur y del este, y, sobre todo, nuestro persistente, y autóctono, racismo.”
[EDITO: 19/10/2015]
"La cara oculta de los test de inteligencia" es un libro de Anastasio Ovejero Bernal. Este psicólogo español hizo en 2003 un ensayo completísimo del tema de los test de inteligencia y sus conclusiones principales están en sintonía con las de Gould, a saber: 1) Denuncia la mala fe de quienes aplican los test de inteligencia para discriminar a minorías que les resultan indeseables. 2) No existe un consenso sobre el significado de "inteligencia", ni siquiera en aquellos que se dedican a estudiar y medir la inteligencia, que a pesar de los años no han podido superar la definición circular de que "la inteligencia es aquello que miden los test de inteligencia".

En una de sus conclusiones finales, Ovejero escribe:

"Por tanto, lo más prudente y justo sería abandonar la utilización de estos test o al menos no utilizarlos para funciones de selección. Y es que, tras cien años de estudios y más estudios, discusiones y más discusiones, no parece que en este terreno hayamos avanzado mucho con respecto a Binet. Tras décadas de haber hecho auténticas barbaridades con los test de CI, como hemos visto, lo único que sabemos es que sobre la inteligencia sabemos muy poco. Debería producirnos a los psicólogos un fuerte sonrojo lo que se ha hecho con los test de inteligencia y el uso que se les ha dado, y , lo que es peor, lo que aún se sigue haciendo con ellos. Lo único que podemos hacer es ser humildes y volver a los orígenes de los test, a Binet, utilizando, por tanto, el CI tan solo con propósitos de orientación y ayuda. Nada más."

CAPITULO 6. EL VERDADERO ERROR DE CYRIL BURT. EL ANÁLISIS FACTORIAL Y LA COSIFICACIÓN DE LA INTELIGENCIA.

Este capítulo no me lo leí por su aparente complejidad, pero me parecía llamativo que en su título se hable de error y no de fraude al referirse a Cyril Burt. En realidad Gould conoce los fraudes de Burt, pero no le interesan demasiado. Se concentra en el error de usar el análisis factorial para cosificar la inteligencia.

Para una visión en contra de Gould puede verse este erudito artículo. De todos modos, en mi opinión, el artículo de Roberto Colom despacha la segunda edición del libro de Gould (la que contiene una respuesta a Jensen y a todos sus detractores) con demasiada ligereza en una pequeña nota a pie de página.

CAPÍTULO 7. UNA CONCLUSIÓN POSITIVA

Las sociedades humanas cambian por evolución cultural, y no como resultado de alteraciones biológicas. Desde hace unos 50.000 años el cerebro del Homo Sapiens no ha sufrido ninguna transformación, todos los logros tecnológicos que el hombre ha desarrollado desde entonces se deben a la evolución cultural.


“La evolución biológica (darwiniana) continua en nuestra especie; pero su ritmo, comparado con el de la evolución cultural, es tan desmesuradamente lento que su influencia sobre la historia del Homo Sapiens ha sido muy pequeña. En el tiempo en el que el gen de la anemia falciforme ha disminuido de frecuencia entre los negros norteamericanos, hemos inventado el ferrocarril, el automóvil, la radio, la televisión, la bomba atómica, el ordenador, el avión y la nave espacial.”


En este capítulo Gould también aborda una famosa dicotomía bizantina entre biología o cultura. ¿Quién es la responsable de que el ser humano sea tan especial de entre todos los animales, la que explica la existencia de algo así como una “cultura general humana” construida por conductas adaptativas específicas? Gould opta por limitar el papel preponderante que la biología se ha venido atribuyendo en dicha tarea, sobre todo de la sociobiología. Su crítica de la sociobiología coincide con las dudas que me han surgido al leer libros como “¿Por qué amamos?” de Sarah Fischer, psicóloga evolucionista. Los sociobiologos, y por lo visto los psicólogos evolucionistas, tienden a coger una ventaja adaptativa que explica que un animal haya llegado hasta el presente como una suerte de opción que sus antepasados eligieron para perpetuar sus genes, seguramente de manera inconsciente. Por ejemplo, las mujeres tienen mayores habilidades linguísticas porque se quedaban con sus niños mientras los hombres salían de caza, y les contaban historias a sus niños. Cuando esos niños crecían se hacían líderes porque podían comunicar mejor, y elegían como compañeras a mujeres comunicativas y afectivas para que cuidasen de sus hijos, de esa manera los genes de aquellas mujeres se han ido perpetuando hasta nuestros días, donde la mayoría de las mujeres comparte esas habilidades como así lo demuestran los estudios que se han hecho. Esto es un argumento circular, sin base probatoria ninguna. Cualquiera podría imaginar otro parecido o incluso contradictorio con el único límite de la imaginación y cierta coherencia interna. Gould lo explica mejor:

“La sociobiología comienza con una moderna lectura de la selección natural: el éxito reproductivo diferencial de los individuos. Según el imperativo darwiniano, los individuos son seleccionados para maximizar la contribución de sus propios genes a las futuras generaciones; esto es todo. […] Los sociobiologos examinan luego nuestra conducta aplicando ese criterio. Cuando identifican una conducta que parece adaptativa porque favorece la transmisión de los genes de un individuo, explican su origen por la selección natural que habría actuado sobre la variación genética influyendo sobre el acto específico mismo. (Estas reconstrucciones rara vez tienen el respaldo de otra prueba que no sea la mera inferencia basada en la adaptación)”.


No obstante Gould no opta por la tabla rasa de los empiristas del s. XVIII, sino por una posición intermedia y honesta en una dicotomía tan compleja, aunque como biólogo evolutivo sitúe formalmente la pugna dentro del terreno de la biología… al menos dentro de una definición de biología amplia que engloba las capacidades humanas para modificar conductas y construir culturas, en contraposición a una biología determinista y genética que quiere encontrar un gen para cada conducta humana.


“ ’Nada más que’ un animal es una afirmación tan falaz ‘como creado a imagen y semejanza de Dios’. […] En cierto sentido la polémica entre los sociobiólogos y sus críticos es una polémica acerca de la amplitud de la gama de variación posible”.


Citando a E. O. Wilson que cree que la agresividad de los seres humanos es innata, como se deduce de las guerras de la historia, y del hecho de que “las tribus más pacíficas de hoy han sido a menudo las más destructoras de ayer, y probablemente volverán a producir soldados y asesinos en el futuro”, Gould contra argumenta lo siguiente:


“Pero si algunos pueblos son ahora pacíficos, entonces la agresividad misma no puede estar codificada en sus genes: solo puede estarlo su potencialidad. Si innato solo significa posible, o incluso probable en determinadas circunstancias, entonces todo lo que hacemos es innato y la palabra carece de sentido”.


EPÍLOGO. CRÍTICA DE “THE BELL CURVE” Y PERSPECTIVAS DE TRES SIGLOS SOBRE LA RAZA Y EL RACISMO.

The Bell Curve fue un libro que tuvo mucha atención en el mundo académico e incluso entre el público general. Muy resumidamente venía a certificar la idea de que las clases inferiores y algunas razas tenían menor inteligencia y que por ello resultaba inútil gastar en programas que pretendieran equipar a esos sectores de la población con el resto. El autor dedica la primera parte del epilogo a la crítica concienzuda y concienciada de esta obra que considera “una obra maestra de retórica cientificista y de esa especial ansiedad y ofuscación que imponen los números a los comentaristas no profesionales.”

El libro objeto de la ira de Stephen Jay Gould lanza ideas peligrosas disfrazadas de verdad sesuda y científica bajo el manto de innumerables cifras. Sus autores, Herrnstein y Murray, no se cansan de advertir de que el hecho de que un grupo tenga una media de inteligencia menor que otro, no significa que no pueda haber individuos que destaquen de esas medias, y que el derecho a la individualidad y a no ser juzgados por la mera pertenencia al grupo está por encima de cualquier teoría.

Pero Gould acierta al subrayar que esto solo es una excusa del tipo “algunos de mis mejores amigos son del grupo x”. La curva de Bell es un manifiesto de ideología conservadora, sin apoyo científico ni novedad argumental que justifique su éxito. Lanza la piedra y esconde la mano, pues el esfuerzo intelectual del libro tiene como objetivo segregar y abrir la puerta a políticas que marginen a los que supuestamente no pueden ser de otra forma (inteligencia hereditaria e inmutable), no a unir y ayudar a los más necesitados. Convierten “un caso complejo, que solo puede dar pie a agnosticismo, en un compendio tendencioso a favor de las diferencias permanentes y hereditarias”.

Con esa intencionalidad Gould demuestra que los autores tergiversan los datos y las cifras para poder presentar el grueso de sus tesis conservadoras y racistas, como un grito académico que proclama la verdad a contra corriente de una corrección política dominante que va a empujar al país a una situación insostenible, donde las ciudades de EEUU necesitarán de instituciones especiales para separar a los ineptos de los inteligentes, porque todos estarán mezclados creyéndose todos aptos por igual, y colapsando el progreso por haber confiado en la ingenua igualdad de todos.

Este apocalipsis resultaría humorístico si no fuera por la repercusión de La Curva de Bell, y por la preocupante similitud que encuentra el autor entre los razonamientos de Murray y Herrnstein, y los de Gobineau, prominente racista académico del siglo XIX que tuvo una influencia considerable en las teorías de la pureza de la raza que terminaron en manos de los nazis. Los escritos de Gobineau tenían un gran potencial político, al igual que La Curva de Bell, y aunque no se aborda directamente la responsabilidad (o irresponsabilidad, o incluso el fraude científico) del intelectual por avivar el fuego en determinado contexto histórico-político, algunas afirmaciones se parecen tanto que Gould cree que se trata de la teoría del péndulo histórico; de cuando en cuando, sobre todo en épocas de crisis, salen teorías que toman como chivos expiatorios a sectores de la sociedad, y con el tiempo, según se van cayendo, estas teorías van siendo sustituidas por otras similares o bajo formatos diferentes. De esta manera Gould cree que las máximas que se suelen escuchar todavía, como por ejemplo, que los judíos o los negros huelen mal, que los negros están más capacitados para el deporte, que los irlandeses beben, que las mujeres adoran el visón, que los africanos no piensan etc… deben ser desterradas, entre otras razones porque no es posible conforme un grupo uniforme dentro de esas categorías, y mucho menos en la raza africana, pues si hay una raza “original” esa es la negra, ya que el hombre ha estado durante mucho más tiempo en África que en ningún otro lugar del planeta:


“En otra palabras, puede que toda la diversidad racial no africana –blancos, amarillos, cobrizos, todo el mundo desde los hopi hasta los noruegos y los fijianos- no tenga más antigüedad que un centenar de miles de años. Por el contrario, Homo Sapiens ha vivido en África más tiempo. En consecuencia, puesto que la diversidad genética viene a estar correlacionada aproximadamente con el tiempo de que se ha dispuesto para los cambios evolutivos, la variedad genética exclusiva de los africanos ¡supera la suma total de diversidad genética que existe en todo el resto del mundo junto! Por lo tanto, ¿cómo podemos englobar a todos los ‘negros africanos’ en un único grupo?”


Las dos últimas partes del epílogo son valoraciones, desde la óptica del presente, de dos asuntos que se suelen admitir sin cuestionarse y que el autor desea puntualizar.

El primero ya se ha mencionado anteriormente. Se trata de la común asunción de que las ideas viven en una torre de marfil, y que no se les debe prestar atención a menos que formen parte de un plan concreto de acción. Gould toma como ejemplo el origen de la clasificación racial de Blumenbach que actualmente se sigue usando a nivel popular (caucásico, indio americano, malayo, oriental, africano, siendo el criterio original de clasificación la belleza física que tiene como máximo exponente a los caucásicos) y que nos ha traído tantos problemas y crueldades a la humanidad, porque hemos pensado que tan solo era una metáfora que no traería mayores consecuencias (probablemente en contra del sentir del propio Blumenbach):


“Los estudiosos suponen a menudo que las ideas académicas deben perdurar, en el peor de los casos, por ser inofensivas y, en el mejor, por ser más bien divertidas e incluso instructivas. Pero las ideas no habitan en la torre de marfil de nuestras consabidas metáforas sobre la irrelevancia académica. Las personas como dijo Pascal, son cañas que piensan, y las ideas motivan la historia humana. ¿Qué habría sido de Hitler sin el racismo, de Jefferson sin la libertad? Blumenbach vivió toda su vida como profesor enclaustrado, pero sus ideas reverberan a lo largo de nuestras guerras, nuestras conquistas, nuestros sufrimientos y nuestras esperanzas.”


Gould se declara partidario la libertad de expresión de manera casi absoluta, así que más que una censura, lo que se deduce de su preocupación por ese mundo de ideas peligrosas que luego son usadas para discriminar, matar o hacer sufrir al prójimo, es la falsa ingenuidad de sus autores, y en todo caso la conveniencia de sacarlas a la luz pública para que puedan ser debatidas y derrotadas, para que no se perpetúen en la historia de la misma manera que se ha perpetuado la clasificación racial de Blumenbach.

El segundo consiste en desmentir la creencia popular de que Darwin era un ejemplo de igualitarista, creencia basada en algunas citas que demuestran su simpatía con algunos pueblos que eran despreciados normalmente por los europeos. Sin embargo, se suele olvidar a menudo que hay otras tantas citas que desvelan a un Darwin al que le dan asco otras razas, y muy seguro de la superioridad racial europea frente a otros pueblos. Pero el juicio al que Gould somete a Darwin es más global y justo, y pese a criticar esa costumbre de citar selectivamente para buscar la conclusión prefabricada, reconoce y elogia a Darwin al ubicar su crítica en el contexto de la época, donde el igualitarismo no estaba dentro del horizonte político ni filosófico. En aquella época donde todos partían de la inferioridad de algunas razas, estaban los que aprovechaban para esclavizar y someter, y los que pensaban que de tal inferioridad no se podía inferir una ausencia de derechos. Darwin se situaba entre los segundos, dando muestras en numerosas textos del fuerte compromiso moral que tenía para la época en la que vivió:


“Aquellos que sienten simpatía por el amo y frialdad de corazón por el esclavo no parecen ponerse nunca en el lugar de este último: ¡qué sombrías perspectivas, sin la menor esperanza de cambio! Imagínese a usted mismo ante la posibilidad, siempre planeando sobre su cabeza, de que su mujer y sus hijos (aquellos objetos que la naturaleza empuja a llamar propios incluso a un esclavo) sean arrancados de su lado y vendidos al mejor postor como si fueran ganado. ¡Y tales actos son perpetrados y justificados por hombres que profesan amor al prójimo tanto como a sí mismos, hombres que creen en Dios y que rezan para que se haga su Voluntad sobre la Tierra! Le enciende a uno la sangre, pero también le encoge el corazón, pensar que los ingleses y nuestros descendientes americanos, con su orgulloso grito de libertad, hemos sido y somos tan culpables.”

Pepe Crespo.
Enero de 2009
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