miércoles, 6 de abril de 2016

"¿ESTAMOS DE ACUERDO?" G.K. Chesterton y Bernard Shaw (1928)

Este libro es una pequeña e incunable joya. Pequeña por sus reducidas dimensiones, apenas ochenta y nueve páginas en un miniformato de bolsillo. Incunable, porque fue rescatada a través de notas de varias personas que asistieron al encuentro del que no quedó ningún otro registro más fiable, y cuya reciente traducción  al español nos ha servido la editorial Renacimiento en 2010. Y joya por la  extraña y profunda belleza intelectual que exhibe en su brevedad.

Cuando leí "Manual de socialismo y capitalismo para mujeres inteligentes" encontré la dialéctica shaviana muy estimulante. A pesar de los años, los poderes fácticos y los procesos que analiza Bernard Shaw mantienen cierta vigencia, mientras que otras reivindicaciones shavianas han perecido con el tiempo. Pero su forma de argumentar sigue siendo inmortal. Cuando reseñé por primera vez a George Bernard Shaw ya hice alusión a este libro tan sugerente y de título tan conciliador, "¿Estamos de acuerdo?".

George Bernard Shaw y G. K. Chesterton eran dos sagaces escritores e intelectuales de principios de siglo XX. Antagónicos en muchos asuntos pero cuya mutua admiración les hacía buscarse el uno al otro, para disentir con estilo y gracia. Puede parecer que la galantería de la época impusiera ciertas pautas de cortesía en el debate, pero cualquiera podría detectar que había algo más ahí que un mero protocolo. Y es una cosa admirable, a la par que misteriosa, en estos tiempos que corren. Estamos acostumbrados a enconados e irreconciliables enfrentamientos entre políticos e intelectuales. Esta tensión competitiva produce, tanto en los líderes como en sus seguidores, atrincheramientos que impiden ver la virtud del contrario. Al estar permanentemente obcecados por ganar el debate o exagerar los defectos del contrario, se deshonran intelectualmente a sí mismos. Y es difícil darse cuenta de ello cuando los tuyos te aplauden o los contrarios te abuchean. Sin embargo, las personalidades de Shaw y Chesterton supieron superar esas limitaciones y entablar una comunicación fluida, llena de profundidad y artística en sumo grado, en sus giros agudos y sus metáforas creativas. Y todo ello sin necesidad de buscar un consenso, como pudiera deducirse del título. En todo caso buscando el deleite de llevar hasta el precipicio argumental a un formidable contrincante que sabe hacer lo mismo contigo. De esta manera, cada turno del debate es un regalo que se sabe que superará al anterior, en elegancia y convicción. Como dice Enrique Baltanás en el prólogo, ellos podían tener una discusión "encarnizada y amistosa, implacable y cortés. Algo así como una amistad personal y una enemistad intelectual."

Baltanás cita un párrafo de la biografía de Chesterton que resume esto más sucinta y brillantemente. Refiriéndose a su relación Shaw, Chesterton escribió:

Mi experiencia, desde el principio hasta el final, ha sido discutir con él. Y merece la pena observar que he llegado a sentir por él una admiración y un afecto mucho mayores merced a estas discusiones que el que la gente suele obtener por medio del acuerdo.
Shaw y Chesterton, con Hilaire Belloc, quien moderó el famoso debate publicado bajo el título "¿Estamos de acuerdo?"

Con este libro he redescubierto a Chesterton. En mi adolescencia leí "El candor del padre Brown" porque era un clásico del género policiaco que debía abordar para completar otras lecturas similares (Sherlock Holmes, Dupin, Lupin...). Pero el Chesterton que ahora he descubierto es brillante y perspicaz como el detective que él inventara. Debido a que ya había leído lo que quizás sea el libro más político de Shaw, "Manual de socialismo y capitalismo para mujeres inteligentes", debo decir que soy capaz de detectar su forma de razonar y de presentar sus polémicas.


George Bernard Shaw
El estilo de Shaw era provocativo, e invitaba a llevarse las manos a la cabeza con alguna que otra barbaridad acompañada de alguna que otra lógica aplastante. Para resaltar la importancia de algo, Shaw no dudaba en abusar del principio de que los fines justifican los medios. Y lo hacía con un característico convencimiento natural, al tiempo que buscaba la espectacularidad, como buen hombre del teatro que era. Pero había cierta impostura en su puesta en escena que Chesterton siempre sabía destapar. Shaw sabía que el escándalo captaría la atención del público, así que su naturalidad estaba algo falseada. Sin duda lo compensaba con grandes dosis de convicción sobre el fondo del asunto, pues lograba que pareciese descabellado opinar lo contrario. En esa pugna entre el fondo y la forma, era frecuente que su mensaje se perdiese en un mar de ironías, derivando en polémicas secundarias, o disparates artificiales, o sencillamente innecesarios. Chesterton le puso nombre a esa manera de expresarse: "la capacidad inmortal de Mr. Shaw para decir disparates"... disparates con los que, todo sea dicho, se sentía bastante cómodo. Pero Chesterton no picaba el anzuelo nunca, y mira con una profundidad que le permite ir más allá, superando las anécdotas y las excentricidades de su travieso amigo irlandés. A menudo se considera que Chesterton era su fiel oponente, pero yo me atrevería a decir que era también su fiel intérprete.

Explicaré esto citando un párrafo del libro. El contexto es 1928, cuando Shaw ya publicó, (o estaba a punto de publicar, porque no he podido determinar la fecha exacta del encuentro Shaw/Chesterton) su "Manual de socialismo y capitalismo para mujeres inteligentes". En él se defendía la igualdad de la renta para todo el mundo. Esa era la solución a todos los males: la igualdad de la renta como panacea a un capitalismo deshumanizado e incluso contra un socialismo pusilánime. En ese contexto, Shaw presenta su propuesta con la naturalidad y seguridad de quien habla de algo tan obvio que cualquier exageración estaría justificada. Pero Chesterton, con su habilidad para separar el grano de la paja, le para los pies con elegancia y genuina naturalidad. La cita comienza con una intervención de Shaw:


Revisé todas las propuestas que se han hecho y todos los argumentos empleados en la justificación de la distribución existente, y encontré que eran completamente absurdos y grotescos. Finalmente me convencí de que deberíamos ser tolerantes ante cualquier crimen a excepción de de la distribución desigual de las rentas.

En la sociedad organizada surge siempre la cuestión de hasta qué punto matar está justificado en aras del bien de la comunidad. Yo respondería de esta manera. Si en el reparto nos corresponden dos chelines y seis peniques, matadlo. Y, del mismo modo, si alguien acepta dos chelines cuando nosotros tenemos dos chelines y seis peniques, matadlo también. Al dar la hora, le pregunto a Mr. Chesterton: "Está de acuerdo  con eso".

MR. CHESTERTON: Damas y caballeros, la respuesta es negativa.. No estoy de acuerdo. Y tampoco Mr. Shaw. Él no está más de acuerdo que yo con que ninguno de los presentes en esta sala, algunos de los cuales ya han originado alguna confusión, la aumenten matándose unos a otros y buscando en los bolsillos ajenos para comprobar si contiene media corona o dos chelines.

G. K. Chesterton
De esta manera, Chesterton no solo corta de raíz la provocación sin tergiversaciones innecesarias, que Shaw le servía en bandeja de plata, sino que permite que la tesis subyacente del verdadero debate prosiga sin mayores problemas. Y es que el debate continúa sobre la idoneidad de que los medios de producción sean del estado (posición socialista de Shaw, aunque Chesterton confiesa haberla compartido en el pasado) o del pueblo (posición distributista de la Iglesia Católica, que a modo de tercera vía entre el socialismo y el capitalismo, Chesterton defendió hasta el final de sus días). Según Chesterton, si el estado fuese dueño de los medios de producción, el control de dichos medios seguiría estando en manos de unos pocos: los funcionarios. Así pues, los funcionarios, el gobierno, el estado... todos ellos repartirían la riqueza en un sistema socialista, no diferenciándose sustancialmente del capitalismo donde los medios de producción son propiedad de unos pocos capitalistas. En cambio, en un sistema distributista el reparto sería más auténtico, maximizando el mayor número de propietarios posibles, que serían los verdaderos dueños de los medios de producción.

Por poner un ejemplo, en un estado socialista el estado es el dueño de la granja y reparte el beneficio entre los granjeros; en uno capitalista, el dueño de la granja es el inversor que puso el capital, y éste reparte el beneficio (en realidad, un salario) entre los granjeros. La propuesta distributista de Chesterton, es que la propiedad de la granja y su maquinaria sea repartida entre los granjeros, para que sean estos los que ostenten el poder, y no el estado o las grandes empresas. La clave, así, no está en una redistribución de la riqueza, sino en una redistribución del poder. Se reparte la propiedad, y no el beneficio de ésta. Maximizando el número de propietarios y compartiendo la maquinaria se garantiza que todos mirarán por el bien común que a todos afecta, todos se sentirán hermanados al poseer una riqueza similar que les permite tener sus necesidades básicas cubiertas. Y al ser cada uno dueño de su granja, se esforzarán también por interés propio. Todos se sentirán hermanados, todos al fin y al cabo, son hijos del mismo dios, según su inspiración religiosa. Además, con la ventaja añadida de que el sistema distributista permite florecer "el irrefrenable deseo de propiedad del hombre". Ese anhelo por la posesión, que el socialismo pretende castrar infructuosamente, está respaldado por los Diez Mandamientos según Chesterton, pues al afirmar que no se deben robar los bienes ajenos está presuponiendo que existe un derecho a los bienes propios. Se trata, en definitiva, de evitar que la propiedad, y por extensión el poder, caiga en manos de unos pocos, ya sean funcionarios (un gran estado) o capitalistas (una gran empresa, o unas cuantas). Ya lo dijo Chesterton: "Mucho capitalismo no quiere decir muchos capitalistas, sino muy pocos capitalistas."

Fue el Papa León XIII el que impulsó el distributismo (o distribucionismo) por medio de su variante primigenia, el corporativismo. Él quiso frenar la incipiente masa obrera que comenzaba a organizarse, criticando el ataque a la propiedad privada y la lucha de clases del socialismo, pero distanciándose también de un capitalismo que trataba a los trabajadores como esclavos. Bajo su pontificado se publicó la encíclica Rerum Novarum ("sobre las cosas nuevas", refiriéndose a las nuevas exigencias del creciente mundo obrero). La intención era reconducir a los trabajadores por la senda controlada de una doctrina social de la Iglesia, antes de que se melearan y llegaran a ser peligrosos para el status quo. Pero el distributismo era también la respuesta que, a modo de tercera vía, la doctrina oficial de la Iglesia Católica dio a los excesos del capitalismo.  Dicha solución, lógicamente, no tiene nada que ver con la respuesta del socialismo, pues al beber de fuentes bíblicas y eclesiásticas, cualquier opción revolucionaria, materialista, marxista o atea quedaba fuera de su horizonte. Tradicionalmente se ha visto dicha encíclica como el pilar del movimiento demócrata-cristiano, pero aunque contenga valiosos elementos redistributivos, lo cierto es que al Papa León XIII no le gustaba la democracia ni la libertad. De hecho, León XIII no estaba dispuesto a perder los privilegios del binomio Estado-Iglesia, y por eso se mostraba tan indignado con la idea de democracia y libertad. Para él, el Estado solo podía ser justo si estaba inspirado en Dios, y la mera voluntad del pueblo que se creía con poder para constituirse al margen de la autoridad divina, sin estar supeditado a la voluntad de ningún líder, y con derecho de pensamiento y de expresión para pensar lo que quiera y expresar lo que quiera, era sencillamente una "innovación dañina y deplorable" [Inmortale Dei, (1895)]. 

Con un lastre intelectual como el anterior, Chesterton tuvo que filtrar esa morralla teocrática para obtener un producto más meritorio, presentable y tolerante. Pero en algo coincidía con León XIII, pues la opción revolucionaria no entraba dentro de sus parámetros. Chesterton habló de "revolución", pero se refería más bien a una revolución del espíritu, una lucha interna, algo así como una yihad pacífica (muchos musulmanes defienden que ese es el verdadero significado de la palabra yihad en el Corán). 

Solo conozco el distributismo someramente, así que no me siento capacitado para hacer un análisis más profundo, pero algunas objeciones me parecen de primer orden.

Al estar fundamentado en preceptos religiosos, ¿estaría el distributismo limitando su aplicabilidad a los ciudadanos católicos? ¿Podría un ateo, o un musulmán, desprendiéndose de innecesarias vinculaciones cristianas, abrazar el distributismo? Si la respuesta fuese negativa, cómo podría nadie defender un sistema económico solo para una religión, sin caer en la tentación de ser una teocracia? Y si fuera positiva, ¿qué sentido tendría insistir en vinculaciones religiosas que no aportan ninguna efectividad añadida? Las cooperativas podrían ser una plasmación de la teoría distributista, pero incluso los pocos distributistas que existen hoy en día, lo ponen en duda

Por otra parte, ¿cómo se lleva a cabo un sistema distributista en la sociedad contemporánea? Repartir tierras y granjas en un entorno familiar o vecinal era sencillo, pero el tejido empresarial y tecnológico actual es mucho más complejo, especializado y globalizado. Shaw tenía parte de razón cuando señalaba la renuencia de los trabajadores a hacerse cargo de negocios para los que ni se sienten cualificados, ni quieren arriesgarse invirtiendo en ellos. Chesterton tenía buenas objecciones a esto que invito a leer a lector en el libro.

Y por último, algunos han objetado que un estado lo suficientemente fuerte como para distribuir la propiedad, es un estado excesivamente poderoso, y por tanto tiene tantos defectos como la concentración del poder en un estado socialista o capitalista. Pretender que un estado como ese, se limite a distribuir la propiedad entre la comunidad, y que no interfiera con la misma es algo ingenuo. 
Sea como fuere, tanto Chesterton como Shaw estaban de acuerdo en que el capitalismo era un problema, pero diferían en la solución. En palabras de Chesterton:

"Pero hasta cierto punto sí estuve de acuerdo con Mr. Shaw en ser socialista, y estuve de acuerdo con él sobre las mismas bases que acaba de exponer con lucidez y justicia crítica, pues no soy capaz de imaginar a nadie tan estúpido como para rechazarlas. La distribución de la propiedad en el mundo moderno es una monstruosidad y una blasfemia".

Que más tarde Chesterton abandonase el socialismo, o que recorriese un largo camino desde el agnosticismo al catolicismo, pasando por el anglicanismo, o que buena parte de la derecha católica todavía lo reivindique como una de sus fuentes intelectuales, no le resta interés ni credibilidad, al menos para mí. Negarse a evolucionar es tanto como jurar fidelidad al error, o incluso peor, pretender no haberse equivocado nunca. Es obvio que existen unos mínimos principios morales, que deberían acompañarnos siempre. Pero no es tan obvio que siempre suceda así, o que siempre hayamos tenido la suerte de llevarlos incorporados de serie, desde un principio y sin ningún esfuerzo. No es tan obvio que desde nuestra más tierna infancia hayamos recogido siempre las influencias más adecuadas. No siempre hemos tenido los mejores profesores, ni siempre hemos leído los mejores libros u optado por la mejor opción política. Si en ese proceso continuo de mejora que es la reflexión intelectual, viciado probablemente desde el principio, no dejamos que nuestro escepticismo y crítica filtren los errores que hayamos podido heredar, estaríamos siendo esclavos de nosotros mismos.


ENLACES RELACIONADOS

Blog sobre Chesterton en español

Algunos resistentes distributista se siguen organizando.

FAQ sobre Chesterton

Sobre el distributismo.




1 comentario:

  1. Muy buen artículo. Tengo más ganas de leer a Chesterton del que sólo leí sus relatos sobre el padre Brown.

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