viernes, 10 de abril de 2020

"WALDEN" de Henry David Thoreau (1854)


Termino este libro cuya acción se desarrolla en un confinamiento en la naturaleza, mientras estoy confinado en mi casa por culpa del Coronavirus. Leer Walden siempre fue oportuno. La crítica de la sociedad todavía tiene vigencia y el poder inspirador de la naturaleza es atemporal.

En 1845 Henry Thoreau se apartó de la sociedad para realizar un experimento. Se construyó una cabaña en mitad del bosque, y permaneció allí dos años, lejos del mundanal ruido pero cerca de un mundo que tenía mucho que decirle. Pretendía vivir con lo mínimo, y sin embargo, aspirar a lo máximo. Su libro Walden es un clásico americano, que muy al contrario de lo que suele pensarse, no es un cúmulo de ñoñerías sensibleras para nostálgicos y bucólicos, sino una crítica radical a los cimientos de la civilización que nos sostiene y nos esclaviza a partes iguales.


Vivir de una manera tan intensa la soledad y la naturaleza no es sinónimo de ser un alma cándida sin juicio crítico. Thoreau tenía mala leche y una ironía muy fina, a veces casi imperceptible. Era muy consciente de que su experimento no sería fácilmente imitable por sus conciudadanos. Pero no por ello iba a dejar de intentarlo. Y si con ello molestaba al sistema establecido entonces, disfrutaría incordiando con su ejemplo, como el gallo mañanero que despierta al perezoso.

ECONOMÍA

No es casualidad que el primer capítulo de Walden trate de la economía. Un predicador de la austeridad necesita explicar sus cuentas y siendo una persona que sueña con un mundo al margen de lo establecido, la economía mayoritaria debía suponerle un gran obstáculo. Y es que la sociedad organizada, trabajando de forma sinérgica ha logrado un grado de civilización difícil de negar. Pero también es cierto que ese logro trae consigo cierta deshumanización. No es ninguna contradicción. Como tampoco lo es que Adam Smith, que veía las bondades de la división del trabajo, advirtiese del peligro de hacer a los trabajadores cada vez más estúpidos.

Thoreau decide escribir en parte porque percibía el interés que provocó su experiencia en los bosques. Una vez regresado a la civilización muchos le preguntaban por sus ingresos. Su respuesta es que un escritor, y cualquier persona, que quiera transmitir una experiencia auténtica, debe vivirla. Ese es el mejor consejo, y eso no se puede contar. Tampoco debe hablar de la China, sino de sus paisanos y sus alrededores. Lo que él vio es que los trabajadores de talleres, oficinas y campos estaban encadenados a sus trabajos. Vivían para trabajar en vez de trabajar para vivir. Las herencias de granjas, casas y corrales echaban sobre sus espaldas unas tareas que los hipotecaban hasta la tumba. En cierto sentido, sus trabajos eran peor que los doce trabajos de Hércules, que al menos tenían un final.

"El jornalero carece día tras día de respiro que dedicar a su integridad; no puede permitirse el lujo de trabar relación con los demás porque su trabajo se depreciaría en el mercado. No le cabe otra cosa que convertirse en máquina."
"Si pudiéramos estudiar los viejos dietarios mercantiles, para saber cuáles eran las verdaderas necesidades básicas, quizás podríamos escapar a esa inquietud y ansiedad. De ahí la ventaja de "vivir una vida primitiva".
Esas necesidades básicas en torno a las cuales sería justificable que nos esclavizásemos son: alimento, habitación, vestimenta y calor.

Los lujos que van más allá "no sólo no son indispensables, sino obstáculo cierto para la elevación de la humanidad". Toda filosofía que no se apegue a estos mínimos será una traición al espíritu vital que debe ser nuestro norte. De nada sirve crear una escuela de filosofía si no eres capaz de vivir una vida más esencial que la de tus contemporáneos; ¿qué les podrías enseñar?

En Walden podemos encontrar los dos tipos de pensamiento que han inspirado a generaciones enteras. Por una parte, bellos paisajes que han sembrado los cimientos de los movimientos ecologistas y conservacionistas. Por otra, las diatribas contra la sociedad consumista y enajenada que inspiró a los anti-militaristas y objetores de conciencia. En ambos casos el poder de convicción de sus escritos radica en su forma y autenticidad, y no tanto en su coherencia. A veces los párrafos de Walden son cristalinos y expresan inequívocamente lo que pensaba sobre economía, política, incluso ciencia, porque sus observaciones eran las propias de un naturalista. No en vano, leyó y defendió en público "El origen de las especies" de Charles Darwin. Pero en una ocasión le ofrecieron ser parte de una sociedad científica y lo rechazó argumentando que él era más místico que científico. Así mismo, es bien conocida su postura en contra de la esclavitud y a favor de la desobediencia civil. Sin embargo, su rechazo de la violencia no era incondicional: cuando vio que la Guerra de Secesión se estaba gestando abrió la puerta a otro tipo de acciones. Le gustaban los inventos modernos, valoraba el progreso, pero cree que el mundo necesita una catarsis espiritual antes que nuevos inventos.

Como podemos ver, su punto fuerte no era un sistema coherente de ideas, sino vivir cada día como si fuera el primero, con la misma curiosidad que un niño, y todo lo que te apartara de ello condenarlo como artificioso. Conformarse con vivir en un mundo dentro de otro, ese parece ser un consejo algo conformista, como quien se limita a rezar sin hacer nada más. Sin embargo, se sabe por sus diarios que ayudaba a que los esclavos se escapasen. Tenía tanta fe en el potencial del individuo, o al menos en el suyo propio, que se resistía a la impotencia que desvelaba la realidad.


A estas incoherencias y extravagancias se les añade las múltiples "oscuridades" y metáforas que dejan su mensaje enterrado bajo un lenguaje excesivamente críptico. Y sin embargo, por su entereza y honestidad, su resplandor nos sigue deslumbrando. La metáfora que más me llamó la atención decía así:

"Hace tiempo perdí un perro, un bayo y una tórtola, y aún sigo su rastro. He hablado de ellos con muchos viajeros, les he descrito sus rasgos y la llamada a la que responden. He encontrado a uno o dos que han oído al perro y el trote del caballo, e incluso han visto desaparecer a la paloma tras una nube, y que parecían tan ansiosos por recobrarlos como si los hubieran perdido ellos mismos."

¿Qué quiso decir con eso? ¿Era la paloma la capacidad de imaginar, o de creer en dios? Mucho se ha escrito sobre ese párrafo entre los estudiosos de Henry Thoreau, y nadie parece haber llegado a una conclusión clara.

Dependemos demasiado de la moda y de la opinión de los demás. En cambio no damos importancia a nuestro interior. Si lo hiciéramos, únicamente cambiaríamos de ropa como algunos animales cambian de piel, tan solo tras una profunda metamorfosis.

"Con el tiempo, nuestras prendas se parecen cada vez más a nosotros y revelan el carácter de su usuario, hasta el punto de que vacilamos en deshacernos de ellas, lo que al fin hacemos no sin resistencia y con la misma solemnidad y aparato que acompañaría el renunciar a nuestro propio cuerpo. Ningún hombre ha merecido merma alguna en mi estimación por llevar un remiendo; y, sin embargo, estoy seguro de que por lo común es mayor la ansiedad que causa el deseo de disponer de vestidos a la moda, o por lo menos limpios y sin parches, que de tener una conciencia cabal."
La superficialidad de las modas textiles es tan potente, está tan arraigada en nuestras mentes, que incluso aunque pasáramos por una trituradora la cabeza del mono de París que hace que los monos americanos se pongan el mismo gorro, todavía quedaría algún huevo que haría germinar la misma tendencia en algún otro sitio. No es que sea intrínsecamente malvado cuidarse la vestimenta, es que resulta desmesurado lo que invertimos en ello y la ligereza que dedicamos a amueblarnos bien la cabeza.
 
"Vestid un espantapájaros con vuestro último traje y deteneos desnudos a su lado, ¿quién no saludará antes al espantapájaros?"

El objetivo detrás de todo esto, y quizás esta sea la apreciación más marxista que podamos encontrar en Thoreau, "no consiste en que la humanidad vaya honesta y adecuadamente vestida sino, evidentemente, en procurar el enriquecimiento de las empresas."

En cambio, en términos generales, con el hogar sí parece ser más generoso y le concede categoría de "verdadera necesidad". Aunque no sin matices.

Nos cuenta que durante mucho tiempo, y durante determinadas épocas del año, la casa no era más que un lugar donde pasar la noche, no se hacía vida dentro de los hogares porque se prefería el exterior. Por ejemplo, las tiendas donde se guarecían los indios podían ser tan acogedoras como cualquier casa inglesa y su ventaja era que tardaban muy poco en montarse y desmontarse. Además, el mero hecho de que sus hogares los hicieran con sus manos, y no ningún arquitecto con exclusividad de conocimiento, era mucho mejor. Si dejamos que otros nos construyan las casas, nos cocinen y nos limpien, ¿no terminaremos también dejando que otros piensen por nosotros? En nuestras ciudades construidas por contratistas y donde nos inducen a consumir ciegamente, las casas tardan décadas en pagarse, y a veces se llega a la tumba sin haberlas terminado de pagar. O incluso se heredan con ansiedad por no saber cómo mantenerlas o terminar de pagarlas.

"En las ciudades y pueblos grandes, donde predomina la civilización, el número de quienes poseen habitación propia apenas si asciende a una pequeñísima fracción de la comunidad. El resto paga una cantidad anual por esta prenda, la más externa, que se ha hecho indispensable tanto en invierno como en verano, y cuyo coste bien podría bastar para adquirir un poblado entero de chozas indias, aunque ahora no hace sino mantenerlos en estado de indigencia durante toda la vida. No deseo insistir en la desventaja que lleva el alquilar frente al poseer, pero es evidente que el indio es dueño de su habitación porque ésta cuesta poco, mientras que el hombre civilizado generalmente alquila la suya porque carece de medios con qué adquirirla; y si me apuran, diré que, a la larga, esos tampoco le bastan para sufragar la renta con desahogo."

Malinterpretaríamos a Thoreau si resumiéramos que su propuesta habitacional es que cada uno se haga su tienda de campaña, y todos tan felices. Lo que él resaltaba es que el callejón sin salida con el que los bancos amenazan es un arma que hemos entregado acríticamente al poder financiero. Porque existían otras posibilidades, no solo más asequibles, sino también más auténticas.

"Pero ¿cómo se explica que aquel de quien se dice que disfruta de estas cosas sea, en general, un hombre civilizado pobre, mientras que el salvaje, que carece de ellas, sea rico en su condición de tal? Si se afirma que la civilización representa un adelanto real en la situación humana—y creo que, en efecto, lo es; aunque sólo el sabio sabe aprovecharse de ello—debe demostrarse que ha producido mejores viviendas sin hacerlas más costosas; porque el costo de una casa es la cantidad de lo que llamaré vida que hay que dar a cambio, en seguida o a la larga. [...] habrá pasado más de la mitad de su vida adulta antes de que haya ganado su albergue. Si, en cambio, suponemos que paga una renta, su elección entre dos males resulta más bien dudosa. ¿Sería cuerdo que en estas condiciones el salvaje cambiara su jacal por un palacio?"
Es cierto que gracias a la civilización la mayoría pueden comprar o alquilar una casa, pero resulta paradójico que esa civilización no haya podido enriquecer primero a los albañiles antes que a sus creaciones. No hemos sido capaces de crear hombres y mujeres mejores, solo hemos invertido en sus casas. No hemos sido capaces de darle una vivienda mejor al salvaje que se preocupa y ocupa de cuestiones de vitales, y hemos agasajado a los que se entretienen en asuntos contingentes. 

Los adornos con que la gente amuebla sus casas, son también los que ocupan espacio en sus mentes y que impiden pensar más radicalmente, haciéndonos un poquito más pobres cada vez que enriquecemos nuestro hogar con cualquier fruslería.

"Yo tenía tres pedazos de piedra caliza sobre el escritorio y con gusto me libre de ellos al ver, espantado, que era necesario quitarle el polvo cada mañana, cuando el mobiliario de mi mente no se había desprovisto aún del suyo. [...] Cuando pienso en cómo se construyen y pagan -o no se pagan- nuestras casas, me maravillo de que el piso no ceda bajo los pies del visitante mientras este admira las chucherías que adornan la mesa del comedor, y dé con él en el sótano, donde, por lo menos, irá a parar a una base de tierra tan sólida como honesta." 
Al hablar de la educación y de cómo se construyen los colegios, nos dice que no sería mala idea que los niños colaborasen a poner los cimientos para entender el valor del lugar en el que estudian. El estudiante que se fabrica su propia navaja la cuidará más y se cortará menos que el que se presente con un cortaplumas regalado por su padre. No se puede pretender enseñar economía política solo estudiando a Adam Smith o Ricardo, mientras se aleja a los estudiantes de vivir la economía de primera mano.

Hay algo de anti-ilustrado en su discurso, no solo porque a veces piense que "el comercio maldice todas las cosas que toca", sino porque niega las bondades evidentes del progreso:

"Como con nuestros colleges, igual ocurre con un centenar de «mejoras modernas»; hay mucho de ilusión y no siempre se trata de progreso auténtico. El diablo sigue exigiendo hasta el final interés compuesto sobre su primera acción y sobre las innumerables inversiones posteriores. Nuestros inventos suelen ser juguetes bonitos que distraen nuestra atención de cosas más serias. No son sino medios mejores para llegar a un fin que no ha mejorado y que nunca ha dejado de ser de logro demasiado fácil, como asequibles resultan hoy Boston o Nueva York por vía férrea. Tenemos prisa en construir un telégrafo magnético entre Maine y Texas; pero puede que Maine y Texas no tengan nada importante que comunicarse"

En este capítulo presenta muchas y detalladas cuentas, centavo a centavo, de lo que le cuesta una cosa y de lo que gasta en otra, para demostrar lo poco con lo que se podía vivir, y lo mucho que se podía disfrutar con el tiempo libre que le dejaba su falta de ataduras:
"[...] descubrí que podía atender a todos los gastos de mi subsistencia trabajando unas seis semanas al año. Todo el invierno y la mayor parte del verano me quedaban libres y desocupados para dedicarlos a mis estudios. [...] mi mayor virtud es conformarme con poco [...] encontré que la ocupación de jornalero era la más independiente de todas, en especial porque se requerían sólo de treinta a cuarenta días al año para poder subsistir."
Cuando Thoreau dejó los bosques, algunos se interesaron por si había practicado la caridad con sus vecinos acogiendo a una familia pobre. Pero contrariamente a lo que se podría esperar de un tipo tan sensible y concienciado, la caridad no entraba en sus planes. Aquellos pobres, nos cuenta, vivían mejor que él (con la salvedad de que su pobreza era voluntaria y la de sus vecinos no). Para practicar la caridad, hay que tener cierto carácter que no iba con él, pero tampoco se atrevería a interponerse ante alguien que la practicase de corazón. Simplemente no creía que pudiera salvar al mundo de esa manera, más bien al contrario, argumentaba, si se les da dinero a los pobres es muy probable que lo gasten en nuevos harapos. Este es un argumento bastante extendido, especialmente en el individualismo reinante de la sociedad estadounidense. Pero también es verdad que la limosna lava la conciencia de un problema mayor que a menudo se evita tratar. La caridad es un arma de doble filo.
"Hay mil podando las ramas del mal por cada uno que se dedica a erradicarlo; y aún es posible que quien más tiempo y dinero vuelca en los necesitados sea quien por su modo de vida contribuye a la miseria que trata en vano de socorrer. Es el pío tratante de esclavos que dedica los réditos de cada décimo a comprar un domingo libre para los restantes. Algunos manifiestan su bondad con los pobres empleándolos en sus cocinas. ¿No serían más buenos si trabajaran ellos mismos en ésas? Presumís de dedicar la décima parte de vuestros ingresos a la caridad; quizás fuera mejor gastar nueve veces más y acabar de una vez con ella."
Desconfiaba de la caridad por la misma razón que otros muchos lo hicieron antes y después que él:  por la hipocresía que algunas veces conlleva. Téngase en cuenta que muchos dueños de plantaciones eran esclavistas a la vez que participaban en obras benéficas, y eso era algo que el activista por la abolición no perdía de vista.

Pero también porque su forma de hacer el bien era muy diferente, mucho más radical que la típicamente filantrópica. Aseveraba, con la ironía que le caracterizaba, que si supiera que un hombre se dirigía a su casa para hacerle el bien saldría como alma que lleva el demonio. De poco sirve que vayan a tu casa para regalarte unas habichuelas, si tú sigues padeciendo la falta de ánimo que te impide gozar de la experiencia de plantarlas tú mismo. La filantropía debería ser algo más útil y duradero que la mera intención de hacer el bien o amar al prójimo. Con este planteamiento Thoreau, al igual que hizo con la desobediencia civil o con la ecología, se podría considerar como un visionario del altruismo eficaz.

No obstante, se sabe que cuando su amigo Amos Bronson Alcott, padre de la autora de "mujercitas", cayó en desgracia, acordó con sus amigos crear una renta anual para ayudarlo. Esto parece indicar que por muy gruñón e inflexible que le gustase pintarse así mismo en sus escritos, era capaz de saltárselos cuando la ocasión lo requería. Algunos han querido ver en el gesto que Emerson tuvo con Thoreau el motivo por el que reflexionó sobre la filantropía en su libro Walden. En esa lógica, el rechazo de Thoreau se predicaría de las donaciones de dinero, pero no de los actos filantrópicos que se comparten con el prójimo.

DÓNDE VIVÍ Y PARA QUÉ

Antes de encontrar el lugar en el que construyó su cabaña, Thoreau estuvo inspeccionando granjas y parcelas varias. Su búsqueda no era para comparar precios, sino para experimentar la tierra. Para él, tocar la tierra, olerla, incluso sembrarla o limpiarla, aunque fuese gratuitamente no era una pérdida de tiempo. No solo conocía mejor la tierra que tenía intención de comprar, sino que en el caso de no comprarla, había disfrutado del trato y del conocimiento que la tierra le había regalado.

En unas declaraciones de intenciones asevera que fue al bosque para desnudarse de superficialidad y enfrentar a la vida en su estado más esencial, para "ver si era capaz de aprender lo que aquélla tuviera por enseñar". Su manía por las ropas en realidad solo era reflejo de la animadversión que sentía por las diferentes pieles con las que escondemos nuestra verdadera personalidad y humanidad.
"Quería vivir profundamente y extraer de ello toda la médula; de modo tan duro y espartano que eliminara todo lo espurio, haciendo limpieza drástica de lo marginal y reduciendo la vida a su mínima expresión. [...] ¡Sencillez, sencillez, sencillez! [...] ¡Simplificad, simplificad! En lugar de tres comidas al día, si es preciso tomad sólo una"
La artificiosa complejidad que nos hemos construido hace que los niños vivan más auténticamente que los adultos, que "se creen más sabios por su experiencia, es decir, por sus fracasos. [...] "Siempre he lamentado no ser tan sabio como el día en que nací". Puede que fuera verdad, pero los niños viven ajenos a la realidad. Esa objeción tampoco le importaba, en su obstinación se preguntaba ¿qué beneficio sacamos de leer una y otra vez los muertos por accidente, asesinatos o robos? Con tal que sepamos una sola vez de lo que somos capaces es suficiente. Por eso no creía que ni los periódicos ni el correo le hubiese traído casi nunca nada mejor que el valor del papel o de los sellos.

Las constantes alusiones a dios, puede hacernos pensar que la intención del filósofo era encontrarse con alguna divinidad... y no era exactamente así. No nos confundamos, a pesar de haber sido criado en el unitarismo, sus creencias religiosas no estaban más cercanas de Jesucristo que de Zoroastro. Para él cualquier profundidad espiritual de origen hindú, persa o judía, o meramente poética, tenían la misma validez si sabían encontrar a dios en cualquier parte. En ese sentido era un panteísta más que un creyente.

Cualquiera que, sobrecogido por la belleza de un cielo estrellado, se haya sentido privilegiado por tanta dicha, y haya sentido la necesidad de agradecer esa superioridad que nos trasciende, podría formar parte de la misma tribu religiosa de Thoreau. Una tribu tan abierta, que en ella caben desde los indios norteamericanos hasta los calvinistas más estrictos, incluso los ateos más científicos.

"Cada mañana me traía una nueva invitación a conferir a mi vida igual sencillez, y me atrevo a decir inocencia, que la de la Naturaleza misma; he sido un adorador de Aurora tan sincero como lo fueron los mismos griegos. Me levantaba temprano e iba a darme un baño en la laguna; era un verdadero ejercicio religioso [...] La mañana, el más memorable estadio del día."
Tampoco se puede decir que todo esto fuese una sorpresa para él. Cuando Thoreau decide irse a los bosques, ya había desarrollado todas esas sensibilidades trascendentales. De alguna manera, tenía una motivación política, en el amplio sentido de la palabra, por la cual pretendía demostrar que era posible vivir de un modo diferente. Y que aunque fuese más duro, era una forma más humana. O dicho con otras palabras, que el mundo se estaba alejando de su humanidad, y que todavía estábamos en condiciones de recordarlo tal y como era. Su "experimento", como él lo llamó, quería ser un reto, o como mínimo una mosca cojonera:
"Como he dicho, no me propongo componer una oda a la melancolía, sino alardear con igual alegría que el gallo mañanero en su palo, aunque solo sea para despertar a mis vecinos."
LEER

Del cómic "Thoreau, una vida sublime"
Se nota que Henry Thoreau fue un tipo culto y formado por sus constantes alusiones a los autores clásicos. Pero su inflexible purismo hace que desprecie las traducciones que de ellos se hacen en las imprentas, y apuesta por una lectura de la lengua original que estaba, en mi opinión, y está ahora más que nunca, destinada al fracaso. Incluso cuando recomienda aventuras clásicas, como las de Homero o Esquilo, lo hace "sin riesgo de disipación ni lujo".
"Será rica sin duda alguna la época en que las reliquias que llamamos clásicos [...] cuando los Vaticanos  estén repletos de Vedas y Zandavestas y Biblias, de Homeros y Dantes y Shakespeares, y los siglos por venir hayan ido depositando sucesivamente sus trofeos en el foro del mundo. Con esta pila, podemos esperar, al fin, escalar el cielo."
Las "Lecturas Fáciles" nos llevan a un conocimiento mínimo y primario, y no llegamos nunca a ser más que "pigmeos y marionetas", lo cual no significa que los lectores sean tan estúpidos como algunos de sus libros. Lo que plantea para solventar este problema es darle oportunidades al ciudadano y crear bibliotecas y escuelas que estén a la altura de los clásicos, y si es posible, evitar intermediarios y editores que nos tutelan lo que debemos leer.

SONIDOS

Hay una diferencia abismal entre conformarse con poco y tener una riquísima vida interior, como la de Henry David Thoreau. Él percibía como una aventura cualquier tarea que le tuviese preparado el día. Desde barrer hasta filosofar, deleitarse con los sonidos de los animales (búhos, vacas, ranas, chotacabras...) o el ferrocarril cuya regularidad le recordaba la salida del sol. 
"Tenía una ventaja al menos en mi modo de vida sobre los que estaban obligados a mirar al exterior en busca de diversión, a la sociedad y al teatro: que mi propia vida se convertía en una diversión y no dejaba de ser una novela."
SOLEDAD Y VISITAS

"Considero saludable estar solo la mayor parte del tiempo. Estar acompañado, incluso por los mejores, pronto resulta fatigoso y disipador. Me encanta estar solo. Nunca he encontrado un compañero tan sociable como la soledad."
Del cómic "Thoreau, una vida sublime"

Un párrafo como el anterior es lo que se podría esperar de un tipo que se aísla en una cabaña en mitad de bosque. Contrariamente a lo que suele pensarse, Thoreau recibía a muchos visitantes. Algunos de los cuales atendía con sumo gusto. ¿Está eso reñido con el placer por recibir visitas? Juzgue el lector por sí mismo si el siguiente párrafo es una contradicción con el anterior, o si simplemente sacaba lo mejor de cada circunstancia.
"Creo que me gusta la compañía como al que más y estoy dispuesto a aferrarme como una sanguijuela a cualquier hombre sanguíneo que se cruce en mi camino. No soy por naturaleza un ermitaño y podría sentarme con el más rudo parroquiano de un bar si mis asuntos me llevaran allí."
Le visitaron filósofos, comerciantes, parejas en busca de un paseo, curiosos, niños, leñadores...etc. ¿Fue su experimento de vivir en los bosques publicitado? No sé porque era lo suficientemente conocido su experimento de aislamiento como para generar tantas visitas, pero en cualquier caso según nos cuenta él mismo, atendió a muchas visitas.

En la cabaña de Thoreau la hospitalidad era interpretada según los valores de su anfitrión. Se ofrecía la experiencia, pero no se ofrecía pan, aunque hubiese. La austeridad propiciaba un intercambio fructífero de opiniones. Con los sentidos alerta es cuando se saca lo mejor de cada uno, y no cuando los tenemos adormecidos tras una comilona. Esos anfitriones que te agasajan con manjares y comidas copiosas no te quieren realmente en sus casas, y él no volvería a un sitio donde le recibieran de esa manera: "No necesitáis fundar vuestra reputación en la comida que dais".
 
Portada de la primera edición de 1854
En torno a la charla también crea un halo de misticismo, según el cual las cuatro paredes de una habitación no dejan que las palabras circulen libremente, es mucho mejor hacerlo al aire libre como solía hacer con un visitante muy parecido a él mismo. Se trata de Alek Therien, un leñador canadiense también adepto a la escasez, "sencillo y natural" al que le gustaba Homero porque le habían enseñado algo de los clásicos de pequeño, aunque no había conseguido completar ninguna lectura de esas realmente. Considerada a su amigo como la inocencia personificada y le encantaba su felicidad, su fortaleza física y la falta de aspiraciones que lo hacían asemejarse al espíritu de los animales. Toda esa falta de sofisticación lo hacía "tan sabio como Shakespeare o tan ignorante como un niño".

Otro caso que estima digno de mención es el de un retrasado mental que fue a decirle que deseaba vivir como él, lo dejó estupefacto al confesar que se sabía diferente y carente de inteligencia. Si aplicase realmente sus propios criterios de prioridades, ese tonto parecía ser muy listo:
"Era un puzzle metafísico para mí. Rara vez he conocido a un semejante tan prometedor, pues cuanto decía era sencillo, sincero y verdadero: y lo cierto es que, en la medida en que parecía humillarse, se enaltecía. Al principio no advertí que no era sino el resultado de una sabia conducta. Parecía que sobre la base de verdad y franqueza que el pobre débil mental había dispuesto nuestro trato pudiera superar al de los sabios."
No siempre coincidió con sus visitantes, en muchas ocasiones le ponían pegas a su forma de vivir. Decían que no era productivo, o que corría peligros innecesarios al situar su domicilio lejos de un médico. Pero el peligro de no vivir conforme a sus propios designios era todavía peor:
"El viejo y el débil y el tímido, de cualquier edad y sexo, pensaban en la enfermedad, en un accidente súbito y en la muerte [...] Esto equivale a decir: si un hombre está vivo, siempre hay peligro de que muera, aunque debe admitirse que el peligro es menor cuando empieza a estar vivo-y-muerto."
A pesar de la mala leche que Thoreau destilaba contra la falsedad y superficialidad de la sociedad, y por mucho empecinamiento que tuviera en demostrar que otro mundo era posible, su solemnidad no era ilimitada, y no se consideraba un ejemplo a seguir. Frases como la siguiente dan cuenta de un fino sentido del humor que usaba para desmitificarse a sí mismo:
"Tuve más visitantes mientras viví en los bosques que en cualquier otro periodo de mi vida: quiero decir que tuve algunos."
EL CAMPO DE JUDÍAS

La mística en torno a la naturaleza se hace más expresa cuando habla de la agricultura, y más concretamente las judías que cultivaba, a las que quería e interpelaba como si fueran compañeras de vida.
"Me unían a la tierra y así adquiría fuerza, como Anteo. Pero ¿por qué debía cultivarlas? Solo el cielo lo sabe".
Escuchaba estoicamente los comentarios de quienes le veían cultivarlas fuera de temporada o sin seguir las pautas aceptadas para esos cultivos. Eso solo le servía para encariñarse cada vez más con sus judías. No le daba una utilidad práctica. Le dolía venderlas o cambiarlas a pesar de que tampoco le gustase mucho su sabor.
"A diario las judías me veían llegar en su rescate armado con una azada y diezmar las filas de sus enemigos, con los que llenaba las trincheras."
Todo lo que enturbiase esa intimidad bucólica, casi pastoral, debía ser ninguneado o parodiado:
"En los días gala, la ciudad dispara sus grandes cañones, que resuenan en los bosques con pistolas de aire comprimido, y ocasionalmente llegan hasta allí ciertos extravíos de música marcial [...] me sentía como si pudiera escupir de gozo a un mejicano"
Y termina filosofando, en el sentido más popular de la expresión, sobre si podríamos dedicarnos todos a cultivar "semillas como la sinceridad, la verdad, la sencillez, la fe y la inocencia". La agricultura era considerada entre los clásicos como un arte sagrado, la única actividad que te hermana con el suelo pero que hemos violentado al usarla como medio para poseer "grandes granjas y grandes cosechas".

 LA CIUDAD
La aversión del anacoreta por una sociedad que emponzoña todo lo bello y valioso del mundo no evitaba ciertas excursiones a las ciudades. Las visitaba con la misma curiosidad que observaba "pájaros y ardillas" por el bosque, pues podía encontrase con toda una sala de noticias y chismes que los hombres se afanaban en producir y repasar una y otra vez.

Pero el mero hecho de visitar la ciudad más cercana, Concord, llevaba pareja la posibilidad de perderse por el camino, cosa que lejos de resultar un problema era una oportunidad para reflexionar sobre lo que supone perderse y volver a encontrarse. Cuando la nieve o la oscuridad dificultaban encontrar el camino de vuelta a su cabaña, era como despertarse de un letargo y tener que avivar los sentidos para volver a encontrar los puntos cardinales. Thoreau sublimaba cualquier experiencia sensorial alrededor de su laguna como si con ello buscara una brújula moral que diera sentido a su existencia.
"Hasta que no nos perdamos o, en otras palabras, hasta que no perdamos el mundo, no empezaremos a encontrarnos a nosotros mismos y a advertir donde estamos y la infinita extensión de nuestras relaciones."
Cuando volvía a su hogar no veía que nadie le hubiese robado nada. Se daba cuenta de que los cerrojos en las puertas solo eran necesarios en las ciudades donde había tantas fruslerías y joyas almacenadas en las casas. En su ausencia había gente que había entrado a ver qué ropa tenía, o con qué reservas de comida contaba, o simplemente a descansar y echar un vistazo, cosa que al dueño no le importaba. Solamente una vez le faltó un libro, al que espera que alguien le diese un mejor uso.
"Estoy convencido de que si todos los hombres vivieran con tanta sencillez como yo hice, el hurto y el robo serían desconocidos"
LAS LAGUNAS
Cuando Thoreau describe la belleza de las lagunas que rodean su morada, nos damos cuenta de que era una persona con una sensibilidad superlativa. Su capacidad para sentirse dichoso caminando entre abedules lo diferencia de la mayoría que simplemente ve un vulgar paseo mientras él percibía una fusión con el entorno. En su mundo no existía la monotonía que tanto le molestaba de la ciudad. En sus lagunas cada momento era único y vibrante. En este capítulo su pluma se esmera más en la parte estética que en la filosófica: una noche pescando en un bote a la luz de la luna, los cardúmenes de percas que se vislumbran en la profundidad de las aguas cristalinas, el color de las aguas entre azulado y verdoso dependiendo del lugar desde donde se las observe, todas ellas son "experiencias memorables".
"Tal vez en aquella mañana de primavera cuando Adán y Eva fueron expulsados del Edén, la laguna de Walden ya existía [...] Un lago es el rasgo más hermoso y expresivo del paisaje. [...] Walden es un perfecto espejo del bosque, rodeado de piedras tan preciosas para mis ojos como si fueran escasas o raras. No hay nada tan hermoso, tan puro y, al mismo tiempo, tan grande como un lago en la superficie de la tierra. Agua del cielo.[...] Al remar suavemente hacia uno de esos lugares, me sorprendió encontrarme rodeado por una miríada de pequeñas percas [...] En aguas tan transparentes y en apariencia insondables, con el reflejo de las nubes, me parecía estar flotando en el aire, como en un globo, y su natación me hizo imaginar una clase de vuelo y revoloteo, como si una bandada de aves pasara por debajo de mí a derecha e izquierda, moviendo sus aletas como si fueran alas."
Ese respeto reverencial hacia el paisaje, y las lagunas son la máxima expresión de los paisajes, le lleva a cuestionarse si las lagunas no se merecen nombres más dignos que los de un simple granjero. No queda claro si el origen del nombre de Walden proviene de una leyenda india o de un negocio de azafrán que se sembraba por la comarca, mucho tiempo atrás antes de que él la habitara. Esta segunda posibilidad, el mero hecho de que el dinero pudiera haber ensuciado tan sacrosanto lugar, debió parecerle una afrenta semejante como la que tuvo que soportar Jesucristo cuando se levantó contra los mercaderes en el templo.
"¡La laguna de Flint! Nuestra nomenclatura es pobre. ¿Qué derecho tenía el sucio y estúpido granjero, cuya granja lindaba con esta agua celestial, a darle su nombre tras haber desnudado sin piedad sus riberas? No es para mí el nombre de un avaro que prefería la resplandeciente superficie de un dólar o de un centavo nuevo, en la que podía ver su propia cara dura; que consideraba intrusos a los mismos patos salvajes que anidaban allí y cuyos dedos habían crecido hasta convertirse en garras curvas y callosas por el hábito de agarrar las cosas como una arpía. No voy allí a ver ni a oír hablar de alguien que nunca ha visto la laguna, ni se ha bañado en ella, ni la ha amado, ni protegido, ni pronunciado una palabra a su favor, ni agradecido a Dios que la creara. Démosle más bien el nombre de los peces que nadan en ella, de las aves salvajes o los cuadrúpedos que la frecuentan, de las flores silvestres que crecen en sus orillas [...] No respeto su trabajo ni su granja, donde todo está tasado. Ese hombre sería capaz de llevar el paisaje y a su Dios al mercado si pudiera obtener algo a cambio; su Dios es el mercado, por eso va allí; nada crece libremente en su granja: sus campos no dan cosechas, sus prados no dan flores, sus árboles no dan fruto, sino dólares. No ama la belleza de sus frutos; sus frutos no están maduros para él hasta que se convierten en dólares. Dadme la pobreza que disfruta de la verdadera riqueza. Los granjeros se vuelven respetables e interesantes para mí en la medida en que son pobres, pobres granjeros."
 LEYES SUPERIORES

Hay algunas leyes que están por encima de las humanas y que nos convendría seguir. Estas leyes tratan básicamente de qué comer y qué beber, aunque también se refieren a la pureza, el trabajo y de la subsistencia.... de vez en cuando su desprecio de los placeres y su ansia de sencillez nos recuerda a la mojigatería de los Amish.

Sin embargo, confiesa que no le gusta llevar la religión a la mesa, no la bendice. Parece que esas leyes emanan de una sinergia, mitad religiosa y mitad terrenal. Mas allá de las constantes referencias religiosas, cuando se lee Walden se capta la sacralización de su mundo natural, entendible desde la supervivencia y austeridad, desde el trabajo y el deber, desde lo salvaje y lo bestial, desde la reflexión y la espiritualidad. Existe en su mundo una omnipresencia de la moral.
"Toda nuestra vida es sorprendentemente moral. No hay un instante de tregua entre la virtud y el vicio".
Sus ensoñaciones de fusionarse con el hábitat de los animales salvajes a veces llega a un clímax enfermizo. En una ocasión vio una marmota que corría y sintió la necesidad de correr tras ella para comérsela incluso cruda, como si dentro de sí despertara un lobo interior. Esa faceta suya más salvaje es compatible con otra más espiritual. De hecho, según su visión, la primera era una fase preparatoria para la segunda.

Es verdad que "la liebre llora como un niño en su agonía" y que "ningún ser humano, pasada la irreflexible época de la juventud, dará muerte gratuitamente a una criatura que tiene el mismo derecho a la vida que él". Pero, de algún modo, en aras de una elevación del ser humano justificaba la caza. A los niños no se les debería impedir coger una escopeta y cazar de vez en cuando, porque eso los acercará a la naturaleza y cada vez estarán más maduros para abandonar esa fase y terminar incluso rechazando comer carne.

Todo indica que Thoreau no le importaba tanto el bienestar animal como la superación personal del ser humano. Esa superación requería pasar por fases embrionarias previas. No contiene su filosofía una lógica animalista como la de las sociedades protectoras de animales (aunque las menciona como amigos de los animales, a la misma altura que los verdaderos cazadores que respetan a sus presas). Para Henry Thoreau, como en el caso de muchos vegetarianos, evitar la carne no supone ningún sacrificio pues han desarrollado cierta repulsión ante su ingesta. No tiene mérito evitar lo que se percibe como "sucio". En el caso de Thoreau, además, se añade la identificación de la dieta carnívora con alguna forma de despilfarro.
"En mi caso, la objeción práctica al alimento animal era su suciedad y, además, cuando había cogido, limpiado, cocinado y comido mi pescado, no me parecía que me hubiera alimentado esencialmente. Era insignificante e innecesario y costaba más de lo que era. [...] Creo que cualquier hombre que se proponga seriamente conservar sus facultades superiores o poéticas en las mejores condiciones se inclinará por abstenerse de tomar alimento animal o demasiado alimento de ninguna clase. [...] Cualquiera que fuera mi práctica, no dudo que sea una parte del destino de la raza humana, en su mejora gradual, dejar de comer animales, tan seguro como que las tribus salvajes han dejado de comerse entre sí al entrar en contacto con las más civilizadas."
El consumo de alcohol, café, té, incluso la música es analizada bajo el mismo prisma de que la escasez es honrosa. Los postulados de Thoreau a veces nos recuerdan a los Amish.
"No es el alimento que entra en la boca del hombre lo que lo mancha, sino el apetito con que lo toma. No es la calidad ni la cantidad, sino la devoción a los sabores sensuales; cuando lo que comemos no es una vianda para sostener nuestra parte animal o inspirar nuestra vida espiritual, sino alimento para los gusanos, nos posee."
Prefiere beber agua por la misma razón que prefiere "el cielo natural al cielo de un comedor de opio". Esas bajas tentaciones han hecho caer civilizaciones, y cree que lo volverán a hacer. El apetito desmedido de cualquier tipo, ya sea la glotonería o el sexo, pero también la pereza, son peligros contra los que tenemos que luchar para ser más puros. Citando a los Vedas avisa de que "el dominio de las pasiones y de los sentidos exteriores y las buenas acciones son indispensables para acercarse a Dios". El perezoso que se tumba en el sofá sin estar cansado, o come más de lo estrictamente necesario, o se deja llevar por cualesquiera distracciones que lo alejan de la supervivencia más básica y lo acercan a las comodidades modernas, es una persona impura que se aleja de estas leyes superiores.

VECINOS ANIMALES

Los ratones que se metían en su cabaña, y que terminaban comiendo de su palma de mano, o los patos que amenizaban en Walden llegaron a ser considerados como vecinos. Thoreau describe con afán de naturista muchos encuentros con animales: perros, gatos, somormujo... quizás el más entusiasta sea el que tuvo lugar cuando vio que dos ejércitos de hormigas se enfrentaban hasta la muerte. La escena es narrada como si de una batalla épica se tratase, o como un documental de David Attenborough.
"No llegué a saber qué bando resultó victorioso ni la causa de la guerra, pero pasé el resto del día con mis sentimientos excitados y atormentados por haber presenciado la lucha, la ferocidad y la carnicería de una batalla humana ante mi puerta."
CALENTAR LA CASA


En este capítulo se describe la llegada del otoño y cómo su morada puede considerarse un lugar de merecido descanso para guarecerse del inclemente viento. Thoreau nos dice que se puso a estudiar albañilería para poder construir una chimenea y lo consiguió. Nos cuenta con minuciosidad todo el proceso y cómo le gustaría tener una casa más grande, pero en consonancia con su filosofía, "sin adornos superfluos" y "que consista en una sola habitación" en la que pudieran refugiarse los viajeros de la intemperie.

PRIMEROS HABITANTES Y VISITAS DE INVIERNO

Thoreau siente la necesidad de investigar un poco y conocer quiénes eran y qué vida llevaron los que ocuparon los bosques antes que él. Había un viejo soldado que había estado en las guerras napoleónicas, un alfarero y varias familias de esclavos con vidas muy tristes, aunque no llegó a saber de nadie que construyese una casa sobre el terreno que él construyó la suya.

Las visitas de inviernos, parece que merecen un capítulo aparte (ya hay un capítulo anterior dedicado también a las visitas) porque en el invierno era necesario superar el frío y andar por la nieve para llegar a su cabaña. Así, había un granjero tozudo que quería mantener cierto trato social, y un poeta que llegó desde más lejos todavía. Solo un poeta, según Thoreau, estaba capacitado para superar con mayor facilidad los obstáculos porque actúa por amor. Sin embargo, también valora muy positivamente las visitas de dos filósofos, uno con el que guardaba una gran amistad (Amos Bronson Alcott) y otro que, aparte de ser su mentor, fue quien le regaló la parcela sobre la que construiría su cabaña (Ralph Waldo Emerson). Ambos fueron precursores del transcendentalismo.

ANIMALES DE INVIERNO

La blancura de la nieve, que servía de mayor aislamiento de Concord, estaba adornada de sonidos de animales: graznidos de gansos, ladridos de zorros, pisadas de ardillas, dientes de conejo, gritos de rajos, zumdos de alas de perdices, y hasta el crujido del hielo rompiéndose.

A menudo se encontraba con cazadores que iban detrás de estos animales. Una vez uno llegó preguntando por su sabueso que había perdido. Thoreau intentaba responder a sus preguntas para ayudarle a encontrar a su perro, pero la sorpresa del cazador al saber que Thoreau vivía solo en mitad de bosque era tal que no atendía a las respuestas de Thoreau, y no dejaba de preguntar: "¿Qué hace usted aquí?" Thoreau reflexiona con el humor y la profundidad que nos tiene acostumbrados: "Había perdido un perro y encontrado un hombre".

LA LAGUNA EN INVIERNO

Thoreau era uno de esos hombres a los que les gustaba conocer todo de primera mano, y especialmente habilidoso y multidisciplinar. Aquí nos cuenta lo que ideó para constatar de manera fiable la profundidad de la laguna Walden. No era cartógrafo, ni topógrafo, ni tampoco albañil. Pero su forma de entender el mundo implicaba practicar alguna vez en la vida todas esas disciplinas. Al fin y al cabo, si cazaba ¿por qué no podría llamársele cazador? Y si fracasa en el intento, ¿no le uniría mucho más esa experiencia a esa disciplina que si la hubiese contratado a un tercero?

Narra con estoicismo cómo más de cien irlandeses "con capataces yanquis" iban a su laguna para llevársela en bloques congelados. Esos témpanos se perdían en muchas ocasiones, al caerse del transporte y tardaban mucho en descongelarse, como si estuvieran hechos de un agua especial. El 25 por ciento de ese hielo nunca llegaría a su destino. Otro tanto por ciento, abandonado en la orilla como sobrante del mercado, se terminaba derritiendo, y así, para consuelo de Thoreau, volvía a ser parte de la laguna.

PRIMAVERA

Esos hombres, obsesionados con llevarse pedazos sólidos de la laguna, no podían jugar y gozar de la laguna como lo hacía el escritor estadounidense. Él iba a golpear el hielo con la cabeza de su hacha para oír sonar la piel de un tambor hecho de agua, y que reverbera como como un gigantesco gong. Horas más tarde los rayos de sol surtían su efecto y hacían desperezarse a la laguna del invernal letargo con crujidos que duraban hasta el anochecer.

Solo una persona que haya palpado el hielo y la tierra, y que haya cazado sobre ella para sobrevivir, que haya practicado la agricultura mimando unas simples judías, podrá tener una conexión espiritual más profunda con la tierra. Lejos de considerarlo el suelo que pisa, la tierra se convierta en una extensión de sus pies que lo sustenta.
"Un motivo para venir a vivir en los bosques fue tener tiempo y oportunidad para ver llegar la primavera. [...] me siento desconcertado, como si, en cierto modo, estuviera en el laboratorio del artista que creó el mundo [...]. Cuando el sol se retira la arena cesa de fluir, pero, por la mañana, las corrientes reaparecen y se ramifican en una miríada. Tal vez veáis aquí cómo se forman los vasos sanguíneos. [...] La tierra no es un mero fragmento de historia muerta, estrato sobre estrato como las hojas de un libro para ser estudiada sólo por geólogos y anticuarios, sino poesía viva como las hojas de un árbol, que preceden a las flores y al fruto; no una tierra fósil, sino una tierra viviente,"
Aunque toda está experiencia es una búsqueda de la verdad, uno de los valores superiores, la fascinación que siente por la naturaleza parece todavía mayor. Aunque tengamos un ansia de explorar y aprender de la naturaleza, esta debe seguir siendo misteriosa para que podamos seguir estremeciéndonos con sus secretos que deberían seguir siendo insondables.

CONCLUSIÓN

Consecuentemente, la verdadera exploración no es la del bosque, sino la de la mente: "seamos un Colón para enteros continentes nuevos y mundos dentro de nosotros; abramos canales nuevos, no para el comercio, sino para el pensamiento.

La vida en los bosques tampoco es una forma de vivir para siempre. Declara que dejó los bosques por la misma razón que fue hacia ellos: "tenía más vidas que vivir". Se esforzó en demostrar que si perseguimos nuestros sueños encontraremos más dicha que si los desterramos como inalcanzables. El camino que se transita en esa persecución debilita al gigante de la soledad y la escasez. El temor a ser visto como un extravagante y a explorar el mundo, y con ello a nosotros mismos, solo depende de los acorralados que nos tengan.

Y quizás una actitud omnipresente es esta obra, como es la simplicidad, vuelve a ser resaltada dentro de las conclusiones.

"Cultivad la pobreza como un jardín de hierbas aromáticas, [...] No debe preocuparos lograr más cosas, sean vestidos o amigos. Dad la vuelta a los viejos; volved a ellos. Las cosas no cambian; cambiamos nosotros. [...] La humildad, como la oscuridad, revela las luces celestiales. [...] Aunque la pobreza restrinja vuestra esfera de acción y no podáis comprar libros ni periódicos, por ejemplo, quedaréis limitados a las experiencias más significativas y vitales; os veréis obligados a tratar con la materia prima que proporciona más azúcar y vigor. Cuando la vida está en los huesos es más dulce. Entonces ya no podéis ser frívolos. Nadie pierde en un nivel inferior por la magnanimidad en uno superior. La riqueza superflua sólo puede comprar cosas superfluas. No hace falta dinero para comprar lo que el alma necesita."

Ver a un viejo amigo es un buen consejo, pero ¿por qué iba a ser mejor que otro nuevo? Podemos reciclar la ropa, pero ¿debemos aspirar a la pobreza como medio para enriquecernos interiormente? La principal pega que se le puede poner a relato de Thoreau es que sus propuestas transcendentalistas son poco prácticas. Requieren un estado de ánimo y una abstracción que no todo el mundo tiene. Parece una propuesta destinada al fracaso, o como mucho, dirigidas a personas con un nivel superior de espiritualidad y coraje. El mundo de Thoreau se nos antoja demasiado inalcanzable. Puede que lo admiremos, pero lo vemos como algo extravagante y lejano a nuestras vidas. El reto vivencial y la moral que propone está a un nivel demasiado alto.

Sucede como con Gandhi: nos quitamos el sombrero por su fe y perseverancia, y por las cosas que consiguió con sus métodos pacifistas, pero a la hora de la verdad, poca gente acepta que le den una paliza para despertar el corazón de su agresor. No es casualidad que Gandhi y Martin Luther King leyesen la obra sobre la desobediencia civil de Henry Thoreau. Thoreau, y Gandhi especialmente, tienen ese halo de maestros que predican con el ejemplo, pero que están en su mundo de anacoretas de las montañas, con una ejemplaridad muy difícil de imitar.

Pero también ambos eran conscientes de que sus sermones no eran aptos para todos los públicos. Gandhi solo pretendía convencer al que tuviese dentro una valentía encomiable. Thoreau solo al que se siente desdichado o perdido en este mundo. En el primer capítulo advertía lo siguiente:

"No pretendo prescribir reglas a las naturalezas fuertes y valientes, que cuidan de sus asuntos en el cielo o el infierno y quizá levantan construcciones más magníficas y gastan con mayor prodigalidad que los ricos sin empobrecerse ni saber cómo viven, si, en efecto, tales naturalezas existen, como se ha soñado; ni a quienes hallan su coraje e inspiración precisamente en el actual estado de cosas y lo aprecian con el afecto y entusiasmo de los amantes, entre los que me cuento hasta cierto punto. No hablo a quienes están bien ocupados, en cualesquiera circunstancias, y saben si están o no bien ocupados, sino a la masa de hombres que están descontentos y se quejan ociosamente de la dureza de su suerte o de su tiempo cuando podrían mejorarlos. Algunos se quejan más enérgica e inconsolablemente que otros porque están, según dicen, cumpliendo con su deber. También pienso en aquella clase, aparentemente enriquecida, pero suma y terriblemente empobrecida, de los que han acumulado escoria, pero no saben cómo usarla o librarse de ella y han forjado así sus propios grilletes dorados o plateados."

A pesar de la desafección que pueda provocar Walden en el común de los mortales, no podemos negar su poder deslumbrador. Puede que el mensaje interior de austeridad no llegue a todas las mentes, pero su paroxismo por la naturaleza contagia a cualquier corazón. Solo hace falta molestarse un mínimo en contemplar sin prisas los procesos naturales que nos rodean para despertar una curiosidad que casi todos podemos compartir. Thoreau tiene la virtud de elevar eso a entusiasmo, y a conectar intrincadas inquietudes personales con el simple mundo natural. No está claro si fue antes el huevo o la gallina: ¿Es la belleza de la naturaleza la que nos hace valorar nuestro interior? ¿O es una profunda introspección personal la que nos permite apreciar la grandeza de lo que nos rodea? Quizás esa incógnita, que se deja sin contestar adrede y que mantiene su vigencia, sea otra de las muchas virtudes de este clásico estadounidense.
"Todo el mundo ha oído contar la historia que circula por Nueva Inglaterra del fornido y hermoso insecto que salió de la tabla seca de una vieja mesa de madera de manzano y que había estado en la cocina de un granjero durante sesenta años, primero en Connecticut y luego en Massachusetts, de un huevo depositado en el árbol vivo muchos años antes, como se vio al contar las capas anulares a su alrededor. Lo oyeron roer durante semanas, tal vez empollado por el calor de una cafetera. ¿Quién no siente fortalecida su fe en la resurrección y la inmortalidad al oír esto?"

ENLACES EN INGLÉS

Análisis y notas en inglés del texto completo, por Ken Kifer, un tipo curioso que recuerda a Thoreau: era autodidacta y disfrutaba de la naturaleza en solitario, allá donde lo llevara su bicicleta (murió atropellado por un conductor borracho).

Una reseña que subraya las incoherencias y los puritanismos que se pueden encontrar en Walden


Otra reseña que destripa a Thoreau: "Todo el mundo odia a Henry"

Edición de 2014 a cargo de la Universidad de Yale con anotaciones.

Cómic "Thoreau, una vida sublime", con una entrevista muy interesante a Michel Grange. (muestra promocional)

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