martes, 3 de noviembre de 2020

"NEUROLOGÍA DE LA MALDAD" de Adolf Tobeña (2017)

¿Quiénes son los malvados? ¿Por qué son así? ¿Qué se les pasa por la mente? Desde la crueldad letal del asesino hasta la argucia parasitaria del estafador, pasando por todas esas pequeñas iniquidades del común de los mortales, la maldad capta más la atención de los medios que la bondad, a pesar de ser ésta última mucho más frecuente. Los científicos que estudian el cerebro intentan dar respuesta a estas incognitas: parece que la neurología tiene mucho que decir en la antipación y la reincidencia de determinados perfiles.

La tesis de Adolf Tobeña, con múltiples libros previos sobre temas parecidos, es que hay un fuerte componente biológico que explica estas conductas. A través de infinidad de estudios, y a veces con excesivos tecnicismos, Tobeña nos adentra en una miríada de experimentos que arrojan resultados interesantes.

En 2008 se realizó en Groninga, una ciudad de Holanda, un estudio que ponía a prueba la conducta cívica de sus viandantes. Junto a la puerta de un supermercado, donde se aparcaban las bicicletas y bajo una ostentosa señal de prohibido pintar en las paredes, decidieron probar dos escenarios diferentes. Unos días la pared estaba limpia, y otros días la pintaron con grafitis. En ambos casos pusieron publicidad en las bicicletas aparcadas y comprobaron si sus dueños tiraban o no esos papeles al suelo. Como puede imaginarse el resultado fue la conducta incívica dependía del entorno: cuanto más respeto a las normas existía, más % de gente seguía cumpliéndolas, y viceversa. Siempre había una minoría de incondicionales cívicos que sin importar el contexto nunca tiraban basura al suelo, aproximadamente un 30%. Y lo mismo se podía decir de aquellos incondicionales incívicos que siempre tiraban papeles al suelo, otro 30%. ¿Qué pasaba con el restante 40%? Que hacía lo que veían que hacían los demás. 

El perfil psicopático merece un tratamiento específico pues los reclusos psicópatas son responsables del 50% de los delitos violentos (aunque solo constituyan un 15% o 25% de la población penitenciaria y un 1% entre la población general). Además, es el mejor predictor de reincidencia. Tiene sentido que no tenga éxito la rehabilitación con estos sujetos pues se ha descubierto que la psicopatía es altamente heredable. Durante mucho tiempo no se quiso aceptar esta base biológica, pero con el advenimiento de las técnicas de neuroimagen las evidencias parecen concluyentes. Quizás no se pueda hablar de lesiones como tales, pero sí de singularidades en los cerebros psicopáticos que los distinguen del resto de la población:

"Dos décadas de estudios de neuroimagen han establecido, en personas normales, que las regiones orbitofrontales y ventromediales de la corteza prefrontal desempeñan un papel clave en las decisiones y elecciones que llevan carga moral."

Partiendo sobre todo de población carcelaria que se presta a estudios científicos, se idean experimentos en los que se somete a los sujetos a diferentes pruebas al tiempo que se estudia el funcionamiento de sus cerebros y las respuestas que dan a problemas morales. Las conclusiones son que los psicópatas tienen dificultades para sentir el dolor ajeno, aunque sí tienen empatía para detectar las debilidades de los demás, y saben distinguir el bien del mal. También que son, según nuestro psiquiatra catalán, "utilitaristas fríos e insensibles", aunque esta valoración además de confundir utilitarismo con egoísmo, presenta una variante retorcida  del dilema del tranvía (ya retorcido de por sí) como si fuera el credo de todos los utilitaristas.

¿El psicópata nace o se hace?

 También existen factores genéticos y hormonales que se conocen desde hace tiempo.

"Los resultados del grueso de estudios de genética comportamental en muchos países y mediante distintos procedimientos –comparaciones de amplias series de gemelos y mellizos, criados juntos o por separado, o estudios de adopción a gran escala para contrastar la influencia de los padres biológicos respecto de los adoptivos– han permitido llegar a la conclusión de que la propensión a la criminalidad tiene una notoria carga genética."

El gen MAO-A está muy presente en los historiales criminales de familias con generaciones de reincidentes. Por eso, "tener un progenitor biológico violento incrementa la probabilidad de violencia delictiva de los hijos" según la cita extraída de Glenn y Raine. Incluso donde se dan otros factores como el abuso o maltrato infantil, considerado otro factor de propensión criminal, se concluye la importancia del gen MAO-A, pues aquellos individuos que tenían la versión defectuosa del gen terminaron desarrollando conductas violentas, mientras que aquellos que tenían una versión más benigna de dicho gen, tuvieron vidas normales a pesar de haber sido igualmente víctimas de abusos infantiles.


También es conocida la influencia de la serotonina, la testosterona y otros andrógenos. Quizás por eso la psicopatía es más frecuente en los varones, o incluso llegando más lejos, la delincuencia más violenta afecta más a hombres que a mujeres.

Pero hay muchos tipos de violencia, y hasta ahora todos estos resortes se refieren a esa violencia "desabrida, impulsiva o en caliente". Hay otro tipo de violencia que se puede explicar con otros marcadores neuronales diferentes: la premeditada, la de los asesinos en serie que buscan placer sexual, o la que ejecutan los tiburones financieros ávidos de dinero cuyo resorte neuronal es parecido al clima sexual, la de los presidentes de gobierno con sed de poder, la de los clanes mafiosos que pretenden un reconocimiento social, etc...

Todos ellos son también objeto de análisis bajo la lupa del autor, con ejemplos y estudios que nos extenderían demasiado en esta reseña. Quizás la reflexión más polémica, y por ello no quiero dejarla pasar, es la que hace en torno al poder seductor masculino. Aquel tópico de que las mujeres se dejan engatusar por los hombres más sinvergüenzas encuentra eco en el siguiente párrafo:

"Pero más allá de esos factores, en el juego de los emparejamientos sexuales hay preferencias femeninas que tienden a primar una señalización muy primaria: las mujeres jóvenes prefieren a los individuos que, en los atributos distintivos de su físico, en el porte e incluso en el habla, pregonan una intensa carga androgénica. Es decir, dominancia, afición al riesgo y ambición. Esa tendencia se acentúa en los días fértiles de su ciclo menstrual, hasta el punto de llegar a seleccionar, para las aventuras breves e intempestivas, a individuos que por su talante y rasgos físicos anuncian una propensión a la infidelidad y a la desvergüenza, sin disimulos ni paliativos. Los datos a favor de esa tendencia femenina espontánea son legión, en muchos estudios y en diferentes culturas. Por supuesto, para los emparejamientos a largo plazo rigen otros criterios."


Pero la mujer psicópata también existe, y sufre la misma reducción de actividad límbica que tienen sus homólogos varones, aunque el funcionamiento de la zona temporoparietal arroja ciertas peculiaridades. Aun así, lo cierto es que hay una desproporción abismal de 9 a 1 entre hombres y mujeres. Además, la violencia que se da en la mujer suele ser de "baja intensidad" en comparación con la de los hombres.

"Las mujeres tienen un cerebro algo mejor equipado que el de los hombres para captar e interpretar los sentimientos ajenos y aprovechan esa superioridad cognoscitiva para lastimar, cuando conviene, recurriendo a dardos verbales o gestuales que impactan de lleno en la línea de flotación de la autoestima de los rivales."

El párrafo anterior, sacado fuera de contexto y debidamente manipulado, podría sonar a la típica excusa machista que acusa a las mujeres de ser más sibilinas que los hombres, y que los incitan (o excitan) con malas artes que terminan desatando la inevitable bomba de relojería que los hombres llevan dentro. Esa interpretación no es la que se extrae del libro, no hay indulgencia con el machismo en sus páginas. Pero lo cierto es que se evita usar la expresión violencia de género y se prefiere la de violencia doméstica, y eso sí indica cierto sesgo político (mucho más disimulado que el que emplea cuando critica el nacionalismo catalán).

En España, el movimiento feminista y la izquierda prefieren el término "violencia de género" cuando se trata de hablar de la violencia contra las mujeres, mientras que la derecha prefiere el término "violencia doméstica" básicamente por llevarle la contraria a las feministas que durante décadas han usado el género en muchos estudios académicos. La guerra terminológica se agravó porque se hizo una ley para abordar un problema específico y urgente de las mujeres, pero se la bautizó como ley "contra la violencia de género". Semánticamente eso incluye a los hombres. Así lo entienden algunos importantes organismos internacionales que usan el término, desde la ONU hasta Comisión Europea. Pero la ley estaba configurada para un problema abrumadoramente mayoritario entre las mujeres, y con apenas incidencia en los hombres, y se restringió su redacción para que la víctima solo pudiera ser una mujer. La derecha lo interpretó como una deliberada desprotección del hombre organizada por feministas rabiosas, y desde entonces los recelosos del feminismo prefieren el término "violencia doméstica" que en realidad es más amplio porque contiene más sujetos pasivos. 

Al margen de esta diatriba semántica bastante testadura y poco fructífera, el autor no esconde que hay un 70% de hombres homicidas frente al 30% de mujeres, y parece sugerir que podríamos explicar la conducta violenta de algunas mujeres precisamente porque son demasiado masculinas.

"Ya se tienen datos sólidos que confirman que las mujeres dadas a la combatividad física, la dominancia y las actividades deportivas arriesgadas presentan unas cifras androgénicas destacadas."

Si bajamos unos peldaños en los grados de la maldad nos encontraremos con desafecciones más o menos acusadas de lo que se conoce como "virtudes básicas" o "intuiciones morales básicas", como la ayuda al prójimo, la aprensión ante el dolor ajeno, la generosidad, sesgos equitativos, etc...

Pero se ha descubierto que para que estas virtudes florezcan adecuadamente el efecto disuasorio de la vigilancia y el castigo también es útil en los que no son psicópatas. Parece que todos nos desviamos del buen camino si no existe ese temor. Mientras en la violencia el efecto disuasor puede ser la cárcel en la conducta en libertad hay un Pepito Grillo que hace nos dice por dónde no debemos ir, y esa es nuestra moral. Y es oportuno preguntarse si hay alguna diferencia entre las personas religiosas y no-religiosas. 

No parece que exista ningún vínculo entre religiosidad y ayuda al prójimo. Eso se concluyó tras un estudio de donantes de sangre. Pero en los laboratorios de psicología social sí se ha constatado que la religiosidad favorece la conducta cooperadora. También que la tendencia a decir mentiras depende del dios en el que se crea: si es un dios punitivo y vigilante los creyentes mienten menos, mientras que si su dios es bondadoso y confiado las mentiras son más frecuentes.

Antiguamente no era necesario un "ojo que todo lo ve" porque las poblaciones de las tribus ejercían esa vigilancia de manera natural, unos con otros. Conforme las poblaciones fueron creciendo, eso se hizo imposible, y los dioses fueron asumiendo esa función disuasoria con características de omnipotencia, omnisciencia, etc... Eso es precisamente lo que se contrastó en un estudio con datos etnográficos de 186 sociedades de todos los continentes.

Hoy en día eso lo hacen los radares y las cámaras, cuya mera presencia, aunque estén desconectados, nos incitan a cumplir las normas. "El castigo o la amenaza creíble de recibirlo promueve orden, cooperación y civilidad", y lo hace en mayor medida que el refuerzo positivo. Hay mucha resistencia a aceptar un papel tan oscuro y desesperanzador de la condición humana, especialmente entre los que creen en la redención y el espíritu humanista, pero esto se sabe, según múltiples estudios citados por Tobeña, con una evidencia experimental "demoledora" y "con datos sólidos".

"hay una minoría selecta y altamente cumplidora de personas que no necesita ojos vigilantes para cooperar y comportarse con civismo, pero la mayoría sí los requiere. [...] Hay muchos datos que demuestran que la sensación de anonimato favorece la propensión a mentir, engatusar o actuar de manera egoísta. Incluso la sensación ilusoria de anonimato, como por ejemplo, llevar gafas oscuras,[...]"

En este punto echo de menos una mención al experimento de la prisión de Stanford, reseñado minuciosamente con anterioridad en este blog. Y seguramente no sea un descuido del autor, sino una ausencia consciente debido a diferentes planteamientos. Mientras Zimbardo apuesta a que son los factores externos los que sacan lo peor de nosotros, la tesis de Tobeña apuesta por factores internos. Ninguno de ellos niega la existencia de la tesis contraria, pero Tobeña ni siquiera menciona en las anotaciones a este gigante de la psicología social.

El neurólogo español termina su libro con interesantes reflexiones sobre la culpa altruista (esa que  parte de sentirse privilegiado), la maldad por aburrimiento y la maldad deliberada. Y cómo no, "la banalidad del mal"; expresión acuñada por Hannah Arendt en su famoso ensayo sobre el Holocausto y que considera desacertada porque lo normal es que abunden más ejemplos de "tolerancia, cooperación y confraternización que de deserción, engaño y agresión". No me parece convincente la crítica a la filósofa, pues su archiconocida obra "la banalidad del mal" se sitúa en un contexto donde el Holocausto se aplicaba con pasmosa trivialidad, y ahí encaja perfectamente el adjetivo banal.


A nadie se le escapa que las implicaciones jurídicas de todas estas aproximaciones al fenómeno de la maldad en general, y al de la psicotatía en particular, son el siguiente interrogante todavía por resolver. Si alguien tiene mermada su capacidad para contener su ira, ¿se le juzgará de la misma manera que alguien que goce de ella con normalidad? ¿Cómo valorarán los jueces esa circunstancia como una agravante o como una atenuante? La neurología es reclamada en los tribunales en contadas ocasiones, pero los datos están ahí, es cuestión de tiempo que se cuele en las salas de los togados. Y según Tobeña servirá para graduar y afinar las sentencias condenatorias, aunque está por ver si de manera acertada o no.

Cuando se hizo un estudio entre 181 jueces norteamericanos que tuvieron que juzgar a un psicópata que había dejado con lesiones cerebrales a un empleado de una famosa hamburguesería, hubo una atenuación de la pena cuando se les informó de la condición psicopática del procesado.

"La psicopatía fue considerada un factor agravante de modo muy general (un 86,7 % del total de jueces), pero el hecho de que la procedencia de la prueba sobre el biomecanismo fuera a petición de la acusación o de la defensa también influyó, en el sentido de mitigar agravamientos cuando esa información provenía de la defensa. De hecho, el porcentaje de jueces que mencionaron atenuantes (anomalía mental, incapacidad para el discernimiento moral) cuando la información venía de la defensa se duplicó, llegando al 65 % de los 64 jueces que juzgaron en esas circunstancias. Los comentarios de los jueces sobre argumentos de doble sentido (agravante/atenuante) en relación con la psicopatía y sus anomalías biológicas se multiplicaron por 2,5 si las pruebas analíticas venían de la defensa. No hubo diferencias de ningún tipo, sin embargo, en las medidas de responsabilidad legal o moral ni en el grado de libre albedrío, que, según la apreciación de todos los jueces, se acercaron a máximos."

Recomiendo el programa de TVE Millennium dedicado a la maldad humana en el que Adolf Tobeña tuvo intervenciones que pueden resultar aclaratorias y muy brillantes, a la par de sus contertulios, lo cual redundó en un magnífico debate que cubrió aspectos más amplios e interesantes que los cubiertos por este libro.



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