
Este ensayo de 2008 trata un fenómeno que debería empezar a preocupar en Occidente:
cada vez hay menos estudiantes de ciencias (ciencias naturales, no tecnológicas). Quizás alguien pueda dudar de que esto
sea un problema, pero Carlos Elías se esforzará en convencernos de la
importancia del mismo, porque "si todos los sociólogos del mundo
desaparecieran, apenas se notaría. [...] Pero, por ejemplo, si desaparecieran
los químicos, no habría energía, ni medicamentos, ni materiales, ni
alimentos."
Suave en las formas, duro en el contenido, y algunas veces alarmante en
exceso, no dudará en ser políticamente incorrecto al señalar con el dedo a la
cultura mediática actual, de ritmo frenético y superficial, como la principal
responsable del declive de las vocaciones científicas. Una cultura de la que él
mismo viene, pero que al ser químico y periodista se encuentra en una posición
privilegiada para ponderar y mediar entre esas relaciones de tensión que existen entre el periodismo y la ciencia.
La lectura de este libro pareciera que solo fuera recomendable para
diseñadores de políticas educativas. Pero en su argumentación echa mano de
clásicos que han sido olvidados, revisa las películas que
más nos gustan, nos muestra un pasado donde ciencia y letras se retroalimentaban, y nos hace conscientes de lo cercenados que estamos
como personas, no solo como alumnos, al segregar una parte del conocimiento del
otro. El reto intelectual que supone este ensayo va más allá de señalar el
estado de las aulas, y eso, pretendidamente o no, lo enriquece.
ARISTÓTELES Y GALILEO, PROMOTORES DE LA CIENCIA
La actual separación que hay entre letras y ciencias no fue siempre así. En su origen ciencias y letras estaban mucho más unidas. Hoy
en día parece que ambos campos se encuentran confortablemente separados, pero
dicha separación va en detrimento tanto de las letras como de las ciencias. El
autor, con doble titulación, una en ciencias y otra en letras, se queja de que
ha "experimentado la impresión de no pertenecer al campo de nadie", en
vez de estar en el campo de todos.
Aristóteles tuvo muchas ideas que resultaron ser erróneas, pero fue el
primero en aplicar los sentidos y, sobre todo, en utilizar todo el potencial de
la lógica y el pensamiento racional para obtener resultados desde observaciones
empíricas." Era necesario comprender cuestiones como la física o la
botánica para después estar preparado para abordar cuestiones como la
metafísica, la lógica, la ética o la política. Pero también defendía, a
diferencia de Platón que pensaba que la verdad saldría a flote por sí misma,
que la retórica y la oratoria eran necesarias en un mundo donde la mentira o la
injusticia competía por imponerse. Ambos pensaban que existía una verdad
cognoscible, pero mientras Platón creía que se debía encontrar en el mundo de
las ideas, Aristóteles pensaba que era necesario recurrir a la observación.
Frente a ellos dos estaban los escépticos, como Carnéades, que defendía que
no era posible conocer la verdad, y que solo podíamos esforzarnos por
argumentar lo mejor posible tanto lo uno como lo contrario. Cuando argumentó
tanto a favor de la justicia como de la injusticia ante los senadores romanos,
estos terminaron echándolo de Roma. No se quedaron con las virtudes de la
oratoria y la persuasión, y se escandalizaron con el cinismo de una posición
tan polivalente. Carnéades era un escéptico, mientras que Platón y Aristóteles
eran dogmáticos. Hoy en día, según defiende el autor, los términos se han
cambiado en parte porque la Iglesia defendió que la verdad divina existía sin
estar sujeta a demostración empírica. Desde ese momento el dogmatismo quedó
ligado al argumento de autoridad, y por contraposición, el escepticismo quedó
situado en el ámbito de la racionalidad y el pensamiento científico. Pero en su
origen, la duda, la duda sobre la posibilidad de conocer la Verdad, era
sintomática de un relativismo gnoseológico. En cambio "la fe" en que
existía algo que podíamos determinar con un alto grado de certeza era lo que
sembraba el campo de la futura ciencia.
Esto contrasta con un moderno movimiento al que se le llama
"escepticismo científico" (escepticismo racional o pensamiento
crítico según algunos) que combate las afirmaciones paranormales y no basadas
en el método científico. Este movimiento, al que pertenezco, de lo que duda es
de la superchería, la pseudociencia y el pensamiento mágico, no de que exista
una realidad objetiva o de que la ciencia no pueda hacer avanzar a la sociedad.
Después de Aristóteles, fue Galileo el que inició realmente la ciencia
moderna, ya que impuso la superioridad de los resultados a los de la lógica
pura o la mera observación con los sentidos. La observación nos dice que el sol
se mueve alrededor de la Tierra, y sin embargo es al revés ("y sin
embargo se mueve" como dijo entre dientes Galileo cuando la Iglesia le
forzó a retractarse de sus ideas).
¿HAY UN DECLIVE DE LA CIENCIA?
Como buen científico, y por qué no, como buen periodista, Carlos Elías asume
como obligación demostrar su hipótesis de partida, el declive de la
ciencia, antes de desvelar la causa de dicho declive.
Las encuestas vuelan de un sitio a otro del libro, no solo en este punto, sino
en muchos otros, y me limitaré a usar para mi reseña las que me parezcan más
ilustrativas. Pero solo la explicación de todas y cada una de ellas, así como
sus contextos, haría posible entender en toda su extensión la solidez
argumentativa del autor, aunque a mi juicio no está exenta de contradicciones.
El 20% de los europeos confiesa no tener interés alguno en saber algo sobre
los avances científicos. El porcentaje de estudiantes que aclara que su
desinterés no es por ignorancia o incapacidad, sino porque simplemente no le
importa, es mayor que todos los demás sectores (por encima de amas/os de casa,
empleados por cuenta propia,... etc.). Si lo comparamos con que un 7,7% de los
estudiantes universitarios tienen interés por los horóscopos, mientras que a
esos mismos estudiantes universitarios les interesan menos las noticias sobre
medio ambiente (3,8%) o sanidad (2,1%), "comprendemos que el futuro de la
ciencia no es halagüeño".
Pero quizás lo más prudente no sea concluir a golpe de encuesta, sino ir
directamente al número de matriculados en unas carreras u otras. Cuando en 2004
la Facultad de Químicas de la Universidad de La Laguna tuvo invitar a alumnos
de secundaria para que visitaran su campus para reclutar futuros
universitarios, la sangre ya había llegado al río. Las matriculas de ciencias
descendían dramáticamente mientras el periodismo, por ejemplo, subía.
Según datos comparativos entre el curso 2000-2001 y el 2005-2006, químicas pasó de 34.344 a 20.679; es decir, perdió 13.665 alumnos (un 39 por ciento). Físicas pasó de 14.614 a 9.155; es decir, perdió 5459 (un 37 por ciento). Biológicas perdió 5.764 alumnos (un 18 por ciento) y matemáticas 5.630 (un 43 por ciento). Estos descensos son superiores a lo que cabría esperar por la disminución de la natalidad. Si esos datos no demuestran una crisis de vocaciones, no sé que puede ser más evidente.
LOS DE CIENCIAS SON MÁS POLIVALENTES
El declive de las vocaciones científicas va a parejo a un aumento de las
matriculaciones en comunicación audiovisual o periodismo. Esto sucede tanto en
España como en Gran Bretaña (país que el autor como punto de comparación en su
trabajo inicial que dio lugar al presente libro). Una buena razón que podría
explicar esto es que un mundo altamente mediatizado demande más puestos de
trabajo en los medios de comunicación. Pero el autor defiende que la razón no es esa, sino
que "el alumnado va a lo fácil" y que ha sido un error hacer darle el
grado universitario a profesiones que nunca necesitaron titulación
(antiguamente estaban las escuelas de periodismo, pero Emilio Romero quería una
titulación pomposa a la que llamó "Ciencias de la Información", y se
regaló el titulo a muchos profesionales de su generación que tenían acreditado
haber ejercido el periodismo, como si la universidad fuera una FP que
reconociese competencias profesionales).
Pedro Almodovar, supuestamente el mejor director por número de Oscars,
"nunca necesitó ir a una universidad para aprender cine". Y Javier
Moreno, licenciado en Químicas, fue designado como director de El País en 2006.
No es una anécdota que alguien formado en ciencias termine trabajando en un
puesto típicamente de letras.
"Esto no es ni malo ni bueno, pero es obvio que nunca se pondría como jefe de equipo de síntesis química de una multinacional farmacéutica a un licenciado en periodismo.[...] Así las dos personas que en 2006 tenían responsabilidades para solucionar el mayor problema político de España, el terrorismo vasco, no eran licenciados en sociología, en derecho o en ciencias políticas. Eran químicos: Alfredo Pérez Rubalcaba, ministro del Interior, y Josu Jon Imaz, en ese momento presidente del Partido Nacionalista Vasco. [...] El español que más alto ha llegado en la política mundial, Javier Solana, es físico. Estudiar ciencias naturales dota de una capacidad de análisis que no se da en las carreras de letras o ciencias sociales."
CONOCIMIENTOS ETERNOS FRENTE A PODERES LOCALES.
La
conocimientos científicos perduran en el tiempo mucho más que el arte o
la política, en todas las culturas la ciencia es universal. Es posible
que cuando pasen los siglos nadie se acuerde de los políticos que
tenemos ahora, pero nadie olvidará las ecuaciones de Newton. Lo mismo
sucede con Pitágoras, del que todavía se sigue estudiando su teorema en
los colegios, mientras que ignoramos el nombre del deportista o músico
más relevante de su era. En los colegios chinos no se estudia a Napoleón
o a los Reyes Católicos, pero si a Newton o Mendel.
Dentro de trescientos años se seguirá estudiando la hipótesis de De Broglie y ya casi nadie se acordará del general De Gaulle. Nadie recordará la Segunda Guerra Mundial, pero se seguirá estudiando a De Broglie, igual que ahora todos los escolares del mundo aprenden los planos inclinados de Galileo o las leyes de Newton y pocos saben qué ministros reyes, papas o príncipes vivieron en sus épocas.
La
polivalencia anteriormente comentada no significa que sea necesario
saber de ciencias para ser un dirigente político. Puede que seas un buen
químico y seas un político brillante, pero lo normal es que sepas
principalmente de derecho economía, historia, publicidad. Y no importa
si ignoras la mecánica cuántica, la química orgánica o la mecánica más
elemental. Son los de letras los que gobiernan el mundo. Y para un
periodista o un abogado, saber ciencia es, salvando las distancias, como
"la albañilería, la fontanería o la electricidad". Es muy necesario
saber electricidad en nuestra sociedad, sin los electricistas todos nos
hundiríamos, pero a nadie se le ocurre que por tener esos conocimientos
deban asumir puestos de poder. Ese es un error, que a entendimiento del
autor, debería ser corregido. Es decir, deberíamos hacer que los
científicos estuvieran más próximos al poder de lo que actualmente
están.
Alrededor de ese tenso binomio, temporalidad
o universalidad, inmediatez o universalidad, periodistas y científicos
se adaptan para sobrevivir. Los científicos no están preocupados por
cuestiones subjetivas o locales, por discusiones bizantinas en las que influye más el
modo de presentar una idea que su contenido, ni les interesan las
noticias que caducan al día siguiente. La ciencia persigue verdades
absolutas, universales e imperecederas, mientras que el periodismo cubre
hechos que no siempre son útiles, ni duran, ni son los mismos según el
prisma cultural o la nacionalidad de la que nacen.
POCO DINERO, POCA EDAD
Un estudio comparativo del aumento salarial en diferentes profesiones revela
que los que estudiaron ciencias de la naturaleza están peor pagados que los
demás, aunque sus estudios sean más duros. Hacer un MBA (Master in Business
Administration) suele traer muchas ventajas económicas (unos 100.000 dólares
anuales de promedio) y terminan a los 27 años. Mientras que un doctorado en
ciencias tarda de media unos 8 años y está asociado a precariedad laboral.
El sistema de publicaciones tampoco ayuda, pues solo premia a los
primerísimos. Es lo que se conoce como teoría del torneo, en la que solo existe
un premio para el ganador, todos los demás pierden y se van con las manos
vacías. Todos recuerdan a los ganadores del Roland Garrós, pero nadie recuerda
a los segundos. Todos recordarán al que descubra una patente, pero nadie
recordará a los que se quedaron en el camino. Esa desincentivación es incluso escondida por muchos profesores y jefes de
equipo que temen desalentar a sus futuros becarios y quedarse así sin los que
harán el trabajo más tedioso por poco dinero.
Pero el verdadero error del sistema de publicaciones es que su supuesta
meritocracia deja fuera a futuras promesas. Los más brillantes son
todavía demasiado jóvenes para tener un buen número de publicaciones. Según
demuestra la historia de la ciencia, y para ello Carlos Elías nos deja un
párrafo de Pío Baroja que defiende la idea de que entre los 25 y los 30 años es
cuando han surgido la mayoría de ideas y teorías revolucionarias:
"En todos los grandes hombres, filósofos, escritores, científicos, la linterna para la observación está formada en plena juventud. La edad no les añade ni más claridad ni más resplandor. [...] Lo que parece evidente es que se puede ser un gran estratega y un gran político como Alejandro Magno, Aníbal o Napoleón; músico extraordinario como Mozart; matemático como Pascal; pintor como Rafael, en plena juventud. La filosofía misma, que parece labor de viejo, es producto también de jóvenes y desde Platón a Schopenhauer las obras más importantes de los filósofos se escribieron más bien en la juventud que en la vejez. Ahora que el hombre de talento o de genio sea reconocido por el medio ambiente, pronto o tarde, no quiere decir nada para sus condiciones, que ya están desarrolladas, no en germen, sino maduras y formadas en esa edad de los veinticinco a los treinta años. [...] La mayor parte de la obra de Newton la formuló de joven, como le sucedió a Einstein y a muchos otros grandes científicos. De hecho, la célebre medalla Fields (el máximo galardón mundial en matemáticas) solo se concede a científicos menores de cuarenta años. Se supone que después de esa edad pocas ideas pueden tenerse radicalmente innovadoras."
¿Pero es cierto esto? Simon
Schaffer, reconocido historiador de la ciencia afirma que Albert Einstein
estaba totalmente equivocado cuando dijo aquello de que cualquier científico que
no hubiese hecho una aportación importancia a la ciencia antes de los 30 años,
ya no la haría. Rubén Ardila, psicólogo colombiano que ha estudiado el mundo de
la ciencia, también echa por tierra la hipótesis de Einstein y Elías, al menos
parcialmente. Según Ardila defiende en "La ciencia y los científicos: una
perspectiva psicológica", la edad más productiva en promedio se encuentra
entre los 30 y los 40 años (aunque hay notables diferencias según la
disciplina). Y la afirmación de que los jóvenes producen obras más importantes
parte de un error de apreciación, pues la realidad estadística es que cada año
hay "más científicos jóvenes que viejos debido al aumento en el número de
personas que obtienen un Ph. D. (doctor)".
Aún salvando el límite de la edad, está el límite de lo que se puede
descubrir... muchos dicen que ya está todo descubierto. Aunque vivimos en mundo
de renovación tecnológica, realmente desde 1953 que se descubrió la estructura
del ADN no hay apenas nuevos descubrimientos. Entonces ¿con qué pueden soñar
los jóvenes estudiantes a la hora de elegir una carrera de ciencias?... sin
prestigio, sin dinero, y con imágenes negativas de lo que pueden llegar a ser,
el declive amenaza con quedarse.
LA IMAGEN NEGATIVA DEL CIENTÍFICO EN LOS MEDIOS
Pero no es en lo económico donde el autor pone el énfasis. De ser así, no se
explicaría que teniendo los estudiantes de periodismo o ciencias audiovisuales
peores estímulos económicos (ellos incluso pagan por trabajar) el declive sea
de vocaciones científicas, no periodísticas.
El verdadero problema es que en una edad en la que se sueña a lo grande, la
imagen del científico es muy negativa, ya sea como el científico loco y malvado
que es capaz de poner en peligro a la humanidad para satisfacer su curiosidad,
ya sea como el friki inocente y asexuado que solo vive para su laboratorio. El
autor hace una acertada recopilación de películas y series de televisión que
refuerzan su teoría, y si bien debo conceder que comparto su visión general, en
algunas ocasiones pienso que lleva su defensa de la ciencia con un rigor
demasiado ortodoxo. Pero las fechas demuestran que con el nacimiento de la TV empieza el declive de la ciencia, cuando se masifica el vilipendio que el cine ya había iniciado con éxito. También hay una coincidencia de fechas entre el declive y el hecho de que las noticias de ciencia empezaron a ser cubiertas por periodistas, que vinieron a sustituir a los científicos.
Cuando se analiza el peso de una representación mediática con efectos
adversos en un colectivo, (ya sea la imagen de la mujer en los medios o en el
lenguaje, o los negros en el cine, o los gays en la música, o los musulmanes en
las noticias, los indios en las películas del Oeste, etc...) hay una tendencia
a generalizar más de lo debido, y a tomarse demasiado en serio lo que otros
consideran una mera anécdota. Personalmente entiendo que un análisis del
conjunto deba tomarse en serio una sucesión de sospechosas anécdotas que no
pueden ser inocentes del todo. Cualquier crítico que se precie debe prestar
atención a los detalles, y analizarlos dentro de un contexto teórico coherente.
Pero por otro lado, ¿dónde queda la libertad de disfrutar del mundo tal como lo
conocemos sin hacer ningún dramatismo? ¿Debemos escandalizarnos si regalan a
nuestra hija una muñeca en vez de un camión? ¿Y si mencionan la nacionalidad
extranjera del delincuente en las noticias y silencian cuando estos son
españoles? Y si el asesino de la película es homosexual, ¿existirá una taimada
asociación de ideas?
Estos análisis que abundan en la teoría feminista o teoría queer adolecen a
menudo de un rigor incomprensible si no se tiene una visión de conjunto. Lo
mismo sucede con los ejemplos que nos ofrece Carlos Elías para defender lo
perniciosa que resulta la representación de la ciencia en los medios. Así por
ejemplo, Harry Potter incita a los niños a venerar el pensamiento mágico frente
al pensamiento científico que antaño se enseñaba a los adolescentes con las
novelas de Agatha Christie o el personaje de Sherlock Holmes. El éxito de la
serie Expediente X es inversamente proporcional a la estimación que se tiene de
la ciencia, incluso mi admirado Richard Dawkins (también conocido por su poco
sentido del humor) ha dicho sobre esta serie:
El último ejemplo de programa televisivo en el que continua el escarnio a la ciencia al propagar la idea de que ésta es incapaz de ofrecer explicaciones satisfactorias a fenómenos extraordinarios, así como otro ejemplo del continuo esfuerzo de las televisiones por subordinar el pensamiento científico y racional a las especulaciones místicas.
Otra exageración, esta vez en palabras de Carlos Elías, viene a cuenta de un
comentario que hace sobre la serie Aída, en la que el personaje Fidel le aplica
descargas a un ratón para modificar su conducta, y luego intenta aplicarlo en
humanos:
Por si fuera poco esta visión negativa, los guionistas españoles anticientíficos de esta serie han caracterizado al personaje al que le gusta la ciencia con una clara tendencia (al menos en gestos y formas de comportarse) homosexual. De hecho, la propia página web oficial de la serie define a Fidel como: "Afeminado y pequeño cerebrito. [...] El gran misterio del barrio es confirmar si es gay". En la adolescencia, una edad de incertidumbre sexual, cierto grado de homofobia y crueldad entre compañeros de clase, equiparar el gusto por las ciencias con tendencias homosexuales representa, desde mi punto de visto, uno de los ataques más sofisticados contra el pensamiento racional. Es muy posible que este personaje haya desviado muchas vocaciones científicas en secundaria. Cientos de horas de documentales y programas científicos no pueden paliar el daño que esta serie está haciendo en las futuras vocaciones científicas españolas.
¿En serio? ¿Tanto daño hacen esos guionistas anticientíficos? Y si aplicamos
el mismo rasero de intencionalidad, ¿no es el ejemplo de Carlos Elías un pelín
homófobo al entender que la ciencia queda contaminada si es abordada por un
gay? ¿No podría leerse en sentido inverso y deducir que el personaje de Fidel
ha provocado que algún joven gay se interese por la ciencia en vez de dedicarse
a la moda viendo "cámbiame". ¿De verdad hay un "continuo
esfuerzo" para premiar el misticismo frente a la ciencia? ¿O todo esto
solo es entretenimiento?
Es más, cuantas vocaciones científicas no habrán salido de Expediente X. En
mi opinión creo que hay un nexo de unión entre defensores de la ciencia y de lo
místico. Cuando veo programas de JJ Benitez o de Iker Jiménez, veo un afán de
encontrar la verdad ("la verdad está ahí fuera"), de arrojar luz
sobre la oscuridad (como el libro de Carl Sagan), de investigar en el pasado
(como la paleontología). Por supuesto que los métodos son radicalmente
diferentes, pues mientras que unos escogen atajos llamativos para vender humo,
otros se restringen al método científico que ha probado ser válido en tantas
ocasiones. Pero si pensamos sin demasiada malicia hallaremos un "apetito
por lo asombroso" tanto en unos como en otros. De hecho, el movimiento escéptico español nació de la ufología, y yo mismo estuve enganchado de pequeño a "La Puerta del Misterio" de Jiménez del Oso, y no he terminado creyendo que
las pirámides las construyeron alienígenas, sino siendo socio de ARP.
Ni siquiera los documentales tocan bien del todo el tema de la ciencia. El nivel
de exigencia de Carlos Elías no se queda únicamente en los documentales de
animales que muestran a depredadores luchando entre sí (para una
"audiencia envenenada por la telebasura que supura violencia"), sino
que pone en duda incluso la archiconocida serie "Cosmos", paradigma
de divulgación científica allá donde se ha proyectado. Puedo entender su crítica a Eduardo Punset, que es muy compartida por otros divulgadores (aunque yo solo la comparto parcialmente), pero ¿Carl Sagan? Por lo visto, Carl Sagan
nos contaba un "cuento de hadas" en vez de la dura realidad, y eso,
paradójicamente ayuda al declive de la ciencia. Digo paradójicamente porque,
sin dar necesariamente por cierta la hipótesis sobre "Cosmos", me
resulta algo chocante que si el declive de la ciencia se debe a la mala imagen
que se proyecta de ella, dar una buena imagen (un cuento de hadas) no ayude en
nada.
Quizás esté cargando demasiado las tintas en mis discrepancias, porque lo
cierto es que comparto el espíritu del libro, y admiro el esfuerzo por ser
riguroso en una cuestión a la que poco gente se detiene a profundizar
realmente. Se puede uno quejar por el estado de la ciencia y la investigación
en España, pero si solo nos acordamos de ella un día al año o como mucho cada
cuatro, cuando todos los partidos políticos añaden un apartado de I+D en sus
programas electorales, entonces solo estamos divagando. El profesor Elías
ha elaborado una tesis muy consistente que debería tener más eco en las
asociaciones e instituciones que defienden sus mismos objetivos, pero que
probablemente ignoren este análisis que se adentra en la raíz del problema.
POSMODERNISMO
Algunos filósofos se han dedicado a relativizar el valor de la ciencia y han
reinado en las universidades de humanidades y ciencias sociales, mientras que
son completamente desconocidos, o en todo caso ninguneados, en las de ciencias
naturales: Thomas Kuhn, Karl Popper, Imre Lakatos y Paul Feyerabend.
Básicamente estos filósofos subrayan el sesgo cultural e histórico que los
científicos pueden imprimir a sus teorías, así como el hecho de que si la
ciencia avanza y se refuta a sí misma eso quiere decir que es falsa y
subjetiva. Por tanto, según ellos, no tiene sentido endiosarla como fuente de
conocimiento porque no tiene más virtudes que el pensamiento mágico.
La hemeroteca nos deja algunos hitos del posmodernismo que nos muestran
porque cuando se piensa demasiada sin un sentido común como limitante te puede
llevar a desvariar. Para algunos seguidores de este movimiento la raíz
cuadrada de menos uno es falocéntrica y la ecuación de Einstein de E=mc2
es algo sexuada. No está mal como broma, pero no lo es. Tampoco es una broma
que Paul Feyerabend dijo: "Hay un millón de hadas en Gran Bretaña es tan
científico como decir que la molécula de agua tiene dos átomos de hidrógeno y
uno de oxígeno"
Para el autor, es un error no prestar atención a estos filósofos solo porque
algunas cosas nos suenen a tonterías, porque lo cierto es que gozan de prestigio y marcan
tendencias. Cuando se les cuenta a algunos científicos que estos filósofos son
materia académica en algunas universidades, no terminan de creérselo, y
prefieren no perder tiempo en discutir esas perspectivas. Pero algunas de estas
tesis son la única aproximación que estudiantes de letras tendrán de la
ciencia. Los estudiantes de ciencias puede que estén académicamente aislados,
pero tendrán la oportunidad de saborear muchas obras clásicas de letras. Sin
embargo, bajo la lupa de este posmodernismo, a los estudiantes de letras,
especialmente los de ciencias de la información, se les enseña que la verdad científica no tiene más valor que la verdad artística. Según este
razonamiento posmodernista la verdad científica tan solo es un consenso o moda
que se renueva una y otra vez, y que perfila como verdad definitiva lo que en
realidad solo es provisional.
Todo esto, si se estudia en un contexto de filosofía y crítica de la
modernidad, para mejorar y darnos cuenta de que la Ilustración y la Revolución
Francesa no trajeron el mundo próspero que prometieron, no está mal. Ese es el
contexto original del posmodernismo. Hacernos despertar de un sueño de
ingenuidad, pero que no debe servir como guía nihilista o relativizadora de
todo avance científico. Es como cuando el electorado encuentra que un
respetable político es corrupto: está bien que el político se enfrente a la
acusación y cuestionemos su credibilidad como gobernante, pero esas acusaciones
no pueden servir para concluir que todos los políticos son iguales y que por
tanto es mejor una dictadura.
Estos filósofos se afanan tanto es desmontar la respetabilidad del poder
establecido, que olvidan que la crítica de la ciencia no debe terminar
destruyéndola. ¿está siendo destruida por estas ensoñaciones filosóficas? Ni
siquiera el autor parece creerlo. Todo apunta a que esa era una de sus dianas
cuando maduraba el libro. Entonces parecía preocuparle la falsabilidad de
Popper o la del científico aislado de Kuhn. Pero, en un gesto honestidad
intelectual que le honra, unos párrafos después de exponer sus objeciones no
duda en prestar sus páginas a un "adversario posmodernista". El
profesor John Worral, discípulo de Popper o Lakatos, se avergüenza de que usen
a sus mentores para justificar la teoría del diseño inteligente. Y si por
curiosidad buscamos Karl Popper en Google encontramos más frases de defensa de
la ciencia que de crítica destructiva. Carlos Elías agradece el tono y
paciencia que Worral empleó con un ignorante de la filosofía que venía a atacar
su disciplina, la filosofía de la ciencia, la cual, parece concluir, que sí
ayuda a diferenciar ciencia de pseudociencia.
Según Worral, el declive de la ciencia no se explica por el eco de este
campo de la filosofía de la ciencia, asequible solo a unos cuantos (y quizás
malentendido por por muchos, como podría ser el propio Carlos Elías), sino que
se debe a que las universidades prefieren invertir en estudios masivos, fáciles
y divertidos de estudiar.
Era verdad lo que él decía: en ambas recibí el mismo título oficial de color amarillo que, en nombre del "rey de España" me declaraba licenciado. Realicé un cálculo rápido y aproximado del esfuerzo (en tiempo de estudio) que ambas me habían llevado t resultó que, pese a que yo había estudiado un bachillerato y COU de ciencias puras con nota media de matrícula de honor en COU, la licenciatura de químicas me costó 23.6 veces más esfuerzo que los 232 créditos de mi licenciatura en ciencias de la información.
[...]
En química estudiar mucho no suponía aprobar. Tenías que ser intelectualmente brillante para poder resolver aquellos exámenes. En periodismo, si estudiabas un día antes, aprobabas. Es la pura verdad, aunque quizás sea políticamente incorrecto afirmarlo. Pero en química los exámenes se planificaban con periodos de dos semanas de estudio intenso. Algunas materias necesitaban meses.
Transcurrido el tiempo, la única ventaja que le veo a haber estudiado ciencias es la seguridad intelectual que te otorga saber que si apruebas mecánica cuántica o resuelves las reacciones de química orgánica avanzada, no hay nada -dentro del espectro de saberes humanos- que no seas capaz de comprender. El problema más complejo de sociología, derecho o periodismo no es nada comparado con lo que tuve que pasar para resolver aquellos exámenes. [...]
La responsabilidad no es de los chavales que optan por carreras divertidas, sino de las universidades que avalan por igual todas las carreras. Quieren que todos los estudios sean exactamente iguales, cuando todos sabemos que no lo son. [...]
CIENCIAS Y LETRAS UNIDAS EN SUS ORÍGENES
Las ciencias y las letras siempre estuvieron unidas en los orígenes de la
civilización occidental. La ciencia (epistéme) y la filosofía (philosophia)
eran sinónimos frente a la mera opinión infundada (doxa). Y antes de
entrar en la academia de Platón se podía leer en su entrada "Nadie entre
aquí sin saber geometría". El científico más grande de todos los tiempos,
Isaac Newton, se licenció en Humanidades (que en su tiempo incluían matemáticas
y astronomía). Poco a poco la ciencia se fue especializando, pero todavía en
aquel siglo XVII seguían unidas, y todavía hoy quedan algunos rasgos de aquella
ancestral unión (un Ph. D. en física sigue significando Doctor of Philophy).
Y fue de aquella unión de la que brotó una época dorada de las ciencias (y la
letras también).
Sin embargo la publicación de la teoría de la relatividad fue un punto de
inflexión, porque tanta complejidad levantó admiración, pero también recelo.
Antes, todos los hombres de letras que ostentaban el poder político y académico
podían comprender de lo que hablaban y votaban, pero con la Relatividad la cosa
cambió. "Los intelectuales de letras vieron amenazadas sus disciplinas y su
influencia en la sociedad: ¿quién querría ser dirigido intelectualmente por
alguien que asume que es incapaz de entender una teoría elaborada por otro
pensador?"
DOS CULTURAS Y DOS INTELIGENCIAS
Aunque a veces el libro parece un ajuste de cuentas con los periodistas, hay
que recordar que el autor es periodista a la vez que químico. Él no desea
infravalorar las letras ni enfrentar a ambas culturas. Lo que propone es
que esa división no debería estar tan blindada. De hecho, como él considera que
ambos conocimientos deberían estar más integrados, y ciertamente lo están más en los
estudios de ciencias (que pueden tener acceso a asignaturas de letras) que en
los de letras (los cuales no tienen acceso a asignaturas de ciencias), piensa
que los de letras están discriminados.
Quizás haya que contemplar la posibilidad de que no solamente hay dos
culturas, sino dos tipos de inteligencia. Así es como lo presenta, aunque creo que los términos pueden ser confusos. En realidad lo que explica cuadra más con un solo tipo de inteligencia. Me explico. Decir que hay dos tipos de inteligencias supone que si "A" es un portento en letras, y "B" lo es en ciencias, cada uno podrá brillar en su área pero encontrará dificultades en la del otro. Sin embargo, no es eso lo que defiende. Carlos Elías defiende que hay unas personas que son más inteligentes que otras y que consecuentemente, son capaces de ser más versátiles que otras. Si, tal y como defiende nuestro ensayista, "B" es capaz de estudiar tanto letras como ciencias, y "A" solo puede triunfar en letras, eso significa que "B" es más inteligente que "A". ¿Acaso no encaja eso más con una sola inteligencia superior que con dos por igual? Mantener que hay dos tipos de inteligencia parece ser una forma de no ser políticamente incorrecto... aunque reconozco que el autor no duda en serlo en otras partes del libro.
En España son muy sonados los casos de catedráticos de filosofía de la ciencia, de historia...[...] que se han matriculado primero en física o primero de química y no han aprobado ninguna asignatura. Suelen ser un secreto a voces, porque a esos expertos en ciencia les da vergüenza reconocer que no pueden acceder al lenguaje en el que se expresa el conocimiento que pretenden estudiar y del que se dicen "expertos".
Los casos contrarios sí existen y están documentados: aquellos físicos,
químicos o biólogos que se convierten en profesores de historia, filosofía,
pedagogía y hasta de periodismo, estudiando sin dificultad las correspondientes
asignaturas.
Lo que propone es que hay alumnos que por mucho que se esfuercen no son
capaces de comprender la ciencia. En su etapa como profesor de instituto sentía
la presión de tener que aprobar a alumnos que no eran capaces de aprobar
ciencias porque al fin y al cabo iban a terminar en carreras de letras. Nos
cuenta un caso de un alumno que habiendo aprobado el COU de letras le quedaban
las matemáticas de segundo de BUP. Finalmente lo aprobó y este terminó siendo
juez. A mí me parece una historia incluso bonita, de mera sensatez, pero el
autor se cuestiona si hizo bien porque "¿es posible que alguien pueda ser
un buen juez -o buen pedagogo o periodista- sin capacidad de razonamiento
científico? Seguro que no."
SI ERES PERIODISTA CIENTÍFICO DEBES HABER ESTUDIADO CIENCIAS
Pues yo no estoy tan seguro. ¿De verdad es necesario tener cultura
científica para ser un buen juez? Yo mismo soy un amante de la divulgación
científica (un sucedáneo de la ciencia según el autor), y mi formación de
ciencias siempre me acompaña en mis inquietudes intelectuales. Considero que efectivamente
la manera de pensar críticamente, de someter las cuestiones a pruebas
concluyentes, el guiarse por los resultados objetivos y comprobables y no por la
institución, el método científico en definitiva, emulado
en lo posible en el mundo de las letras, garantiza que allí también se puede
ser analítico, y de tal manera, prosperar intelectualmente.
Pero, ¿hasta el punto de que no haber estudiado la tabla periódica o combinatoria te inhabilite para ser un gran profesional? Yo sinceramente no lo
creo. Entre otras cosas porque también está acreditado que muchos estudiantes de
ciencias han terminado olvidando o inaplicando o simplemente no comprendiendo
lo que aprobaron con notas brillantes (el propio Karl Popper era físico; aunque
esto lo resuelve Carlos Elías acusándolo de cierto resentimiento por no poder
haber ejercido lo que estudió). Pero también por el hecho incontestable de que
existen buenos juristas que nunca estudiaron "genética o bioquímica"
(salvo que Carlos Elías esté dispuesto a demostrar que en realidad no son tan
buenos, o no todo lo que podrían serlo de haber estudiado algo de ciencias).
Y es aquí justamente cuando digo que el autor suena demasiado ortodoxo, un
tanto cascarrabias, aunque goza de una imagen dulce y simpática.
Obligar a los estudiantes de letras a aprender más ciencia es una medida que tendrían que imponer [...] No sugiero una República de los científicos, como recomendaba Platón, aunque sí considero necesario que exista el mismo número de científicos que de abogados, economistas o periodistas en los poderes más importantes que rigen la sociedad. [...] ha habido un retroceso respecto a la educación en la Edad Media, en la que papas y gobernantes entendían perfectamente los libros de Galileo. [...] A la mayoría de la gente de letras no le interesa aprender ciencia, y punto. Como mucho, le interesa leerla en un libro de divulgación que cuente la ciencia a modo de historieta. [...] Un licenciado en ciencias debe aspirar a ser un ser intelectual global [...]
Su insistencia en que el periodista científico debe ser licenciado en ciencias atraviesa transversalmente las páginas del libro. Actualmente no sucede así. Y aunque aporta poderosas razones en su favor, no consigue convencerme del todo. Quizá sea por mi feliz ignorancia, pero yo leo y veo frecuentes y magníficos ejemplos de periodismo científico por muchos sitios, y la mayoría de ellos están presuntamente confeccionados por licenciados en letras. A esto se me podría objetar que realmente la divulgación científica no es tan buena como se pinta, o que no es lo mismo periodismo científico que divulgación científica, o que muchos periodistas se limitan a cortar y pegar comunicados científicos (de revistas como Nature)... estas son precisamente algunas de las conclusiones a las que llega, y que veremos a continuación.
Es cierto que, con el paso del tiempo, se puede acostumbrar a redactar sobre el tema, pero... ¿será capaz de realizar un verdadero periodismo especializado en ciencia? ¿Sabrá realmente qué significa la ciencia si no la ha estudiado y practicado en la facultad?
Si tienes un mínimo de cultura científica sabrás que las vacunas son una buena idea y que el cambio climático es un hecho alarmante. No será necesario que hayas estudiado medicina ni meteorología para no caer en la charlatanería del movimiento anti-vacunas o los negacionistas del cambio climático. Si el periodista es lo suficientemente precavido para informarse del consenso científico, no debe meter la pata en exceso. No más que un geólogo pudiera meterla si está redactando un reportaje sobre las ondas gravitacionales. A menos que estemos dispuestos a tener periodistas especializadísimos por áreas de ciencias, en la que cada uno tocase solo su tema de especialización ¿qué nos hace suponer que un periodista de letras lo haría peor que un periodista geólogo?
Como quiera que sea la cosa, Carlos Elías nos hace reflexionar al contrastar el doble rasero que aplicamos con el periodismo científico: ¿Cómo es posible que los que se
dediquen al periodismo científico sean "auténticos analfabetos científicos"
y que, por otro lado, todo el mundo entienda perfectamente que a un periodista
especializado en literatura o política se le exija una titulación afín?
Un curioso contraargumento que el mismo Elías expone en su libro es el que
defiende que un periodista con titulación en ciencias correría más riesgo de
enzarzarse con el entrevistado (también científico) porque lo trataría como a
un igual, y creería poder intervenir en su reportaje para emitir su opinión o
rectificar al entrevistado. Consecuentemente, los que no tienen formación en
ciencias se ven obligados a sintetizar y plantear "preguntas más simples
que un especialista, por lo que obligará a los científicos a expresarse con más
claridad". Pero el autor siempre defiende la tesis contraria, aunque reconoce que
hay casos en los que incluso una formación científica puede ser peor que
ninguna (cuando viene por un "efecto de rebotado": el periodista que no pudo acabar una carrera de ciencias y ahora cuestiona por puro rencor lo que le recuerda a su fracaso del pasado).
Estas tesis carecen de datos contrastados que "están en ciernes",
y me quedo con las ganas de leer una actualización de un libro tan inspirado y
cuidadoso. Seguramente en una eventual actualización habría que revisar si es
cierto, tal y como defiende Elías, que los medios son prácticamente incapaces
de presentarnos a un Stephen Hawkins más humano y menos robotizado, a la luz de
la magnífica y emotiva película "La teoría del Todo". Pero si miramos los informes del Ministerio de Educación, "Datos y cifras del sistema universitario español", parece que diez años después de la publicación del libro, la caída de las vocaciones científicas sigue siendo rigurosamente cierta.
UNA DIVULGACIÓN CIENTÍFICA CON TECNICISMOS
Hasta ahora el autor nos ha presentado a algunos culpables del declive de la
ciencia. Los medios de comunicación, la Universidad y los intelectuales
posmodernos, la precariedad laboral...etc. Pero también comenta en detalle
otros cómplices: los científicos que han
sido comprados por el sistema o simplemente científicos falsificadores. O el miedo a usar
un lenguaje excesivamente técnico. Por ejemplo, el Dr. Elías cuestiona la
virtud de un libro de divulgación científica que se vende bajo la publicidad de
"sin números ni ecuaciones":
El tecnicismo es el paraguas protector de la ciencia frente a la demagogia, la charlatanería y la irracionalidad propiciada por la cultura mediática, y el científico jamás debe desprenderse de él, aunque el periodista se lo suplique.
La divulgación científica que practicamos, a la que se le priva del lenguaje científico, según el autor, puede resultar contraproducente aunque se haga con la mejor de las intenciones y se ponga todo el corazón en ella. Y es muy consciente de que está visión tan radical puede hacer pensar que lo que se conseguirá será justo lo contrario. Pero insiste en que "los datos demuestran lo contrario", precisamente "están cayendo alarmantemente las vocaciones en los países que más potencian esa divulgación científica". Se refiere a esa divulgación que secuestra la esencia científica para igualarse a cualquier cuento de hadas o mito religioso. Porque ya no habría nada que le hiciese distinguible de eso otro. Es una solución a corto plazo, como la comida basura que sacia el hambre pero no nutre.
Hacer divertida la ciencia puede derivar en una caricaturización peligrosísima. ¿Por qué no se hace divertido el derecho? ¿Y por qué no se intenta hacer divertida la medicina? [...] ¿Quiere eso decir que se deberían introducir ecuaciones matemáticas o fórmulas químicas también en las noticias? ¿Y por qué no?
Según su opinión lo que estamos haciendo aquí es negarle al público la única
aproximación al mundo realmente científico que puede tener un profano,
sacrificando autenticidad por entretenimiento falsario. Los tecnicismos no generan aburrimiento sino fascinación, y hacen que el analfabeto científico quiera investigar más para entender ese lenguaje que explica resultados fascinantes. La prueba de que su teoría no es ningún disparate sería la cobertura
periodística de la visita de Albert Einstein a España:
Así, cuando Einstein visitó España en 1923, las masas lo seguían más que a un torero, un futbolista o un actor, pese al uso -algunos sugieren que abuso- del lenguaje científico matemático en la prensa de masas.
En aquellos tiempos los periodistas no se avergonzaban de confesar que no entendían la Teoría de la Relatividad (¿lo hacen ahora?), muchos narraban el ambiente en torno a la conferencia, y aún así sus crónicas tenían un nivel científico mucho más alto del que tienen en la actualidad. No temían asustar si hablaban de fórmulas. Por otro lado, actualmente los científicos deberían
pensar en incorporar elementos del mundo de las letras que grandes clásicos han
usado, como los diálogos de Galileo o las narraciones literarias de Darwin
(frases como "los pájaros que cantan ociosamente a nuestro alrededor viven principalmente de insectos y semillas" están su obra cumbre "El origen de las especies"). Ambos autores fueron los más
vendidos de su época, sin abandonar ninguno esa integración de ambas culturas, de ambos lenguajes,
que Elías propugna que recuperemos.
En general lo veo algo ingenuo. Supongo que también dependerá de a qué público se dirija la divulgación científica. No se puede esperar que un niño y un adulto reaccionen con el mismo entusiasmo (o desafección) ante una fórmula que ven en televisión. En mi opinión la divulgación científica tiene que competir con shares, horarios, telebasura, noticias, películas, horóscopos... es una dura competencia, y hay que usar herramientas prácticas para no hundirse. Pero para ser justo, tampoco creo que lo que propone es descabellado. Él no desea que los periódicos sean manuales de química orgánica, ni que estos sean redactados en verso, tan solo una aproximación razonable de ambos lenguajes.
No se trata de rebajar el rigor en lo científico. Lo que sostengo es que además del rigor, hay que introducir, cuando se pueda, el lenguaje literario.
Su hipótesis de trabajo merecería ser discutida. Está tan bien contada, y cuenta con tantos datos que me hubiese gustado verla cómo se defiende en un tribunal. Sin embargo no he encontrado ningún debate que aborde estas propuestas de Carlos Elías.
EL CASO CONTRA NATURE
Algo que sorprende, es el caso de la revista Nature. ¿Puede un
gigante de la ciencia (y de la divulgación científica) ser el responsable del
declive de la ciencia? Bueno, a priori, parece una contradicción. Pero si lo
pensamos bien podríamos hacernos una pregunta similar y no encontrarla tan
extraña. ¿Pueden los grandes medios de comunicación manipular y limitar las
noticias? ¿Puede Hollywood constreñir la producción de un cine alternativo y
menos comercial? Podríamos encontrar variopintas respuestas a la hora de juzgar
a un líder en cualquier cosa, y el caso de Nature no es diferente.
La revista Nature, y también Science, no dejan de ser una empresa con
intenciones de mantener un status quo de poder e influencia. La excesiva
influencia de estos grandes profesionales al final se traduce en ciertas
limitaciones monopolísticas para el creador de ciencia.
Los periodistas del mundo entero "sucumben a las garras de estos
comunicados", copiando y pegando lo que se publica previamente en Nature.
No se produce nada nuevo realmente porque todo el mundo confía en la garantía
que supone "ha sido publicado en Nature". Pero eso a la larga supone
que las publicaciones nacionales están muriendo, porque antes que elegir una
revista menor la gente siempre preferirá publicar lo que sea en la revista
Nature (cuyo índice de impacto es 32.18, es decir, "vale más publicar un
artículo en Nature que treinta y dos en revistas con impacto de uno -que son la
gran mayoría- por no hablar de aquellas cuyo impacto no llega a la unidad). En
cambio publicar en una revista española no le reportará ningún prestigio ni se
le reconocerá en ningún baremo de méritos para una oposición. El resultado es
que las revistas españolas de ciencia están cerrando, y las que quedan están
publicando en inglés.
Hay quien dice que el que exista una lingua franca en el mundo de la
ciencia lo facilita todo, y que se han dado casos de científicos que han
perdido el tiempo en investigaciones redundantes que ya habían sido
corroboradas por el simple hecho de publicar en otro idioma que nunca llegó a
traducirse. El autor cuestiona esa visión, y defiende que la existencia de esa
redundancia puede ser un fracaso para el científico, pero es un logro para la
ciencia, porque en definitiva se está asegurando una revisión y un
afianzamiento de los resultados por diferentes vías.
No me resulta muy convincente la argumentación. Si extrapolamos el símil a
otro contexto llegaríamos a conclusiones estrambóticas. Por ejemplo, pensemos
que es el cumpleaños de nuestro padre y nuestra madre nos encarga buscar un
regalo concreto al mínimo precio posible. Todos los hermanos nos disponemos a
recorrer las tiendas de la ciudad, pero sin usar los teléfonos móviles para
emular la incomunicación equivalente a publicar en diferentes idiomas. Si
fuésemos lo suficientemente exhaustivos, probablemente llegaríamos a una misma
conclusión, y nuestra madre estaría segura de que no había un precio más
competitivo en toda la ciudad. Pero nosotros tendríamos la sensación de haber
estado perdiendo el tiempo, porque si uno de nuestros hermanos ya ha conseguido
recorrer una zona y sabe que los precios de esa zona son muy altos, ¿qué
sentido tiene volver a pasar por allí? En nuestro ejemplo original, del
científico que publica en diferentes idiomas, Decir que es bueno para la
ciencia aunque sea malo para los científicos, es tanto como decir que es bueno
para el mercado pero malo para los consumidores. Pero ¿no son los consumidores
a los que el mercado debe estimular para hacer posible que prospere? ¿No se
podría decir lo mismo de los científicos y la ciencia?
De hecho, el mismo autor en páginas posteriores viene a confirmar mi
objeción, y en cierto modo, también su contradicción; cuando trabajaba para El
Mundo, los jueves, día en el que Nature saca su comunicado de prensa, le
era muy difícil sustraerse a la gravitación de Nature y publicar algo
diferente. Y ante esa desazón hay quien le argumentaba algo muy parecido:
"¿Y eso es malo para la ciencia? La ciencia es universal y lo de Nature quizá sea lo que tiene mayor relevancia científica. Es negativo para el investigador local, que es mediocre, y no ha podido publicar en Nature, pero no para la ciencia", me reprocharon duramente... [...] Reconozco que aquí me puede mi vena de periodista: creo que es malo dejar al criterio exclusivo de Nature, Science y la NASA lo que el mundo debe saber sobre ciencia.
La exposición del Dr. Elías adolece de algunas contradicciones que estoy
exponiendo con cierta alegría, recogiendo algún titular aquí y allá. Pero aún siendo así, ¿cómo ha podido
escapársele a los revisores que la muerte de revistas secundarias puede
suponer un problema y al mismo tiempo dejar inmutables frases tan
contradictorias como "las revistas son tantas que apenas se
leen"?
Además, cuando el autor se propone cuantificar el monopolio de Nature y Science, nos ofrece una cifra del 15,5% de lo que se publica en España, que a pesar de ser varias veces
más que el resto, no es el porcentaje que cabría esperar después de su diatriba contra Nature.
No obstante, el caso contra este gigante se sostiene claramente al entrar a
valorar las tácticas de chantaje a la que Nature recurre para asegurarse una
exclusiva. Por ejemplo el caso de Juan Luís Arsuaga, a cuya conferencia acudió el
autor, y aquel le rogó que no publicase lo que acaba de exponer porque
desconocía que hubiese prensa (en un acto público). La razón era que Nature le
había prometido publicar su investigación siempre y cuando no saliese
previamente nada sobre la misma en ningún medio de comunicación. Arsuaga se
benefició por llegó a crearse un nombre (en parte gracias a Nature, que publicó
su investigación), pero también en parte a que los demás medios respetaron esa
exclusividad. Se sacrificó esa inmediatez, con meses de diferencia, en aras de
la carrera de un científico español. Pero Carlos Elías no está seguro en
absoluto de haber obrado éticamente como periodista.
En general la crítica a Nature, y en general al sistema de
publicaciones en revistas científicas es consistente y merece la pena leerlo.
Pero su análisis deja más preguntas que respuestas puesto que no sabe si existe
una alternativa mejor, simplemente propone algunas mejoras y se enoja por la
excesiva concentración de poder que Nature posee.
LA CIENCIA MEDIÁTICA
Nuestra civilización actual ha dado a luz su propia versión de la ciencia, una subespecie de ciencia que trata de sobrevivir en la jungla de la cultura mediática. Se trata de la ciencia mediática, o ciencia diseñada para salir en los medios. Y es que actualmente son mucho más citados los reportajes científicos publicados en medios generalistas que los estudios en publicaciones especializadas. Un estudio que comparaba la repercusión de unos artículos publicados en una revista médica que también fueron cubiertos por The New York Times, concluyó que la ventaja de aquellos que recibían atención mediática generalista era desproporcionadamente superior. Lo escandaloso es que esa repercusión no era en el público en general, sino en la comunidad científica. Se da por asumido que el mundo científico está libre de contaminación popular, y que lo que publican los medios generalistas es lo que publican libremente los medios especializados. Pero no es así. Lo que se publica en los medios generalistas termina influyendo en lo que se publica en los medios especializados.
Observaron que los estudios que se habían publicado en el periódico estadounidense habían sido citados ¡un 72,8 por ciento más! en el año siguiente a su publicación que los que no aparecieron en ese diario. Lo más relevante es que la diferencia significativa de citas persistió durante al menos diez años tras la publicación de los resultados científicos en el periódico. Y ya sabemos lo que representan las citas y los índices de impacto en la carrera académica de un científico.
Se busca un tema que impacte, uno que venda, generalmente sobre conducta humana (psicología, sexología, crianza o cualquier otra investigación en la que una masa de lectores pueda sentirse personalmente identificada). No importa demasiado la metodología o la utilidad. Titulares reales como los siguientes nos dan una idea: ¿Por qué los Reyes Magos llevaban mirra? (para un estudio que analizaba los efectos analgésicos de la mirra), "Las células del alma humana" o "La mayoría prefiere besar hacia la derecha". Ésta última "fue la noticia estrella seleccionada por el gabinete de prensa" de entre otras muchas más relevantes para el acervo científico, pero menos llamativas, como la autoinmunidad o los movimientos de las proteínas en las células.
Normalmente en un periódico o informativo solo hay espacio para una noticia de ciencia al día, por lo que la que consiguió ese espacio fue la de "besar a la derecha". Y, posiblemente, su investigador también tendrá más citas durante los diez años siguientes y logrará más dinero en proyectos competitivos. Esto es un efecto perverso para la ciencia cuyo origen está en la cultura mediática.
[...]
Los propios directores de las grandes revistas reconocen que, por culpa de esta dictadura, muchas veces publican investigaciones no ya científicamente irrelevantes, sino metodológicamente. [...]
Estos comportamientos de las revistas, contaminadas por la cultura periodística, provocará que otros científicos, debido a la creciente competitividad a la que están sometidos, desistirán de investigar cuestiones tediosas y con pocas perspectivas de convertirse en noticias, aunque sean relevantes desde el punto de vista del corpus científico [...]
En los próximos años asistiremos a las conclusiones de "sesudos" estudios publicados en "prestigiosas" revistas sobre lo que implicaría el impacto de un meteorito en la Tierra, la sustancia química responsables del enamoramiento, la estrella que guió a los Reyes Magos, la ecuación de la felicidad, la posible presencia de componentes anticancerígenos en los más peregrinos alimentos, desde el vino y las uvas hasta los aceites de oliva o los chocolates. Todos se convertirán en temas adecuados para investigarlos, desechando otros más tediosos y, sobre todo, menos mediáticos.
Una solución que propone el autor, aunque le deja para desarrollar en otra ocasión, es abandonar los índices de impacto y valorar por ejemplo la resolución de un enigma científico.
Con la intención de probar su hipótesis Carlos Elías ideó una curiosa investigación. ¿Qué pasaría si se dedicase a analizar científicamente el mundo de la telebasura? Según su hipótesis, obtendría más fama y repercusión que con sus previos trabajos tanto científicos como periodísticos. La diferencia tendría que ser tan abrumadora que no dejase lugar a dudas, eliminando cualquier otro factor de oportunidad o casualidad. Pues bien, lo hizo y efectivamente lo consiguió. Fue llamado por todos los platós de telebazofia para que apareciese como experto, mientras que nunca fue trata como "experto" en ninguna otra cosa de la que realmente lo era.
Acusar a la comunidad científica, a buena parte de ella, de que su "objetivo en la selección de temas de investigación es el salir en los medios", puede parecer exagerado, pero es creíble. En todo caso, Carlos Elías no consiguió demostrar eso exactamente, sino la posibilidad de que esa táctica sea posible y recompensable en nuestra sociedad. Al fin y al cabo, "¿qué científico me lo iba a reconocer? ¿Cómo medir la intención?"
Creo que queda suficientemente demostrado que si uno elige determinadas investigaciones tiene muchas posibilidades de salir en los medios de comunicación con todo lo que ello implica. No estoy afirmando que las investigaciones sean malas -yo estoy muy orgulloso de la mía-, pero sí que con parecido esfuerzo, en la cultura mediática, se llega más lejos en la carrera académica con determinadas investigaciones que con otras, independientemente de lo que interese más a la ciencia.
LO AUDIOVISUAL COMO PELIGRO DE SALUD PÚBLICA
El último capítulo del libro es el más radical. Partiendo de la base de que la inteligencia humana, el nivel de inteligencia, es más una consecuencia de la vida en sociedad que una capacitación genética (aunque también), el autor se plantea si una vida cada vez más atomizada por la cultura mediática podría hacernos involucionar de algún modo. Y considera que sí. La televisión es un factor exógeno que puede limitar la capacidad biológica de desarrollar el cerebro.
Si los jóvenes les cuesta centrar su atención se debe a que están creciendo en una sociedad donde las distracciones intermitentes de links, clicks, tweets, tomas etc... les están haciendo incapaces de "sostenerla en el tiempo preciso para aprender conceptos complejos y abstractos como los científicos." Se trata de un problema neurológico, no pedagógico, que se correlaciona con la hiperactividad y "cada año los afectados por este síndrome crecen exponencialmente". La desconexión neuronal es tan fuerte que la educación no puede hacer nada por repararlo.
Referenciando muchas de las siguientes frases, el autor desentierra el hacha de guerra que tenía guardada para lanzarla contra la televisión, sin complejos, y negando su seguridad y silenciando cualquier virtud educativa para la infancia.
"Ver la televisión es al cerebro (y a un futuro como científico), lo que cortarle las piernas a un atleta. Podrá correr con prótesis, pero nunca podrá correr de verdad." [...] Los pediatras encontraron que sus observaciones a nivel neurológico se correspondían (como una mano a un guante) con los resultados académicos de los chavales: aquellos que más televisión habían visto en su infancia y adolescencia, obtuvieron menos calificaciones y nivel finalizado en sus estudios. [...] La televisión debe estar absolutamente prohibida en la infancia (como ya lo están las drogas, el tabaco o el alcohol a esas edades) y a un consumo mínimo durante la adolescencia. [...] Existe una leyenda urbana que sostiene que los videojuegos pueden ser educativos, pero no es cierta. [...] los niños que ven la televisión desde muy pequeños (desde antes de aprender a leer) acostumbran su ojo a una determinada velocidad de recepción y que, posteriormente, cuando empiezan a leer se aburren porque la velocidad y el enfoque del ojo son distintos [...]
En el epílogo hace gala de una prudencia que suaviza esas últimas páginas:
Existe una máxima del periodismo anglosajón: "Los hechos son sagrados, las interpretaciones son libres". Los hechos -el descenso de vocaciones en ciencias naturales y el aumento de los estudios de ciencias de la información- son reales y la tendencia es general -con algunos matices- en todo el Occidente democrático. La interpretación que he expuesto en estas páginas no es ciencia. Esto es un libro de ensayo, por tanto una argumentación de los datos que, necesariamente, refleja mi subjetividad. Esta interpretación es libre y sujeta a que pueda ser refutada parcial o totalmente. Pero no puede refutarse aquello que ni siquiera se ha dicho.
Y termino la reseña con otra manifestación de sentido común que minimiza el carácter gruñón, más por el contenido que por la forma, del que ha hecho gala en varias partes del libro:
Una solución utópica y radical podría ser eliminar la cultura mediática, porque, como ya hemos visto, contamina todo el proceso científico. Pero también es obvio que en los países con cultura mediática se vive mejor y hay más libertad. Prefiero mil veces el descenso de vocaciones de Occidente o en Corea del Sur que la situación en China, en la que no existe caída de vocaciones científicas, pero sí falta de cultura mediática y, por tanto, de libertad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario