domingo, 22 de noviembre de 2020

"ELOGIO DE LA LENTITUD" de Carl Honoré (2004)

"Un movimiento mundial desafía el culto a la velocidad". Este es el acertado subtítulo del libro. Y digo acertado porque acuña un concepto que todos hemos pensado en algún momento u otro: el culto a la velocidad. ¿Quién no se ha quejado de las prisas que le llevan de un sitio para otro? Vivimos en un mundo donde el tiempo se nos escapa de las manos y donde la productividad contra-reloj es la guía de nuestras vidas. Esta premisa es tan aceptada que no necesita presentación ni demostración empírica. Lo que sí necesita investigarse es si ya hay un grupo de personas lo suficientemente concienciadas como para organizarse en un movimiento activista con sed de lentitud. 
 
Carl Honoré es el periodista canadiense que ha tenido el acierto de detectar esta necesidad desatendida y dar respuesta a los que se encuentran perdidos en sus laberintos de velocidad. ¿Pero hay realmente un movimiento organizado, cohesionado en torno a una filosofía común sobre la lentitud, o se trata solo de episodios inconexos que el autor sabe cómo juntar convenientemente para presentar un producto de auto-ayuda que vender, o como mucho, un sueño que realizar?

El libro tiene muchos claroscuros. Por una parte atiende a una vieja demanda que, quizás por considerarla una utopía, nunca termina de atenderse seriamente. Y cuando, por fin, alguien la pone negro sobre blanco, damos la bienvenida al que lo hace. Y el autor lo hace de una manera tan neutral y transversal que llama a la puerta de un público muy amplio.

Hasta ahí, bien. Pero esa virtud es paradójicamente el comienzo de sus defectos. ¿Qué tendrá que ver hacer el amor lentamente con cocinar un cocido a baja temperatura? ¿O el reiki con la implementación de las 35 horas semanales de trabajo? Son asuntos tan inconexos que el lector se queda abrumado a partes iguales tanto por el cariz variopinto de los capítulos como por el buen hacer del escritor para cohesionarlos con naturalidad.

En los primeros capítulos nos cuenta que la resistencia a la tiranía del tiempo viene de muy lejos. Es la finitud del tiempo y la certeza de la mortalidad lo que desde tiempos de los romanos (seguramente antes) nos fuerza a hacer cuantas más cosas mejor antes de que se acabe la fiesta. Con citas aquí y pasajes allá defiende el discreto pero constante discurso anti-velocidad en un mundo siempre regido por el trabajo y la impaciencia. Incluso cuando se inventaron los relojes en Europa nacieron recelos sobre esa circunferencia con agujas que quería controlarnos: "maldito reloj" se exclamaba en 1304 un bardo galés, y los liliputienses de Gulliver creían que éste veneraba a su artefacto como si fuera su dios porque no paraba de mirarlo. Curiosamente Charles Darwin, cuya actividad naturalista tuvo que estar imbuida de paciencia y lentitud, nos dejó una frase paradigmática de esa ética de permanente productividad: "Un hombre que se atreve a desperdiciar una hora no ha descubierto el valor de la vida."

No parece mala idea abordar los antecedentes históricos antes de entrar en materia, el problema es que Honoré lo hace de manera selectiva. Maximiza las posibilidades de sus citas, y minimiza, o directamente suprime, otras que pueden suscitar rechazo popular. Cómo sino entender que mencione a dramaturgos o poetas que tan solo acometieron el problema del tiempo de manera tangencial y anecdótica, y que esquive las opiniones de Marx centradas en el tiempo libre y el ocio. Incluso el inevitable, por archiconocido, ensayo de Bertrand Russell, "Elogio de la ociosidad" es mencionado desprovisto totalmente de toda su fuerte carga política.

Y es que Honoré huye de toda sospecha marxista, porque su aproximación es, en el mejor de los casos, la de reformar al capitalismo para hacerlo algo más humano. En el peor, una nueva moda llena de buenismo. Su crítica se centra en lo que él llama "turbocapitalismo", esa tendencia a pensar que trabajar más siempre es mejor. Debemos aceptar lo que el "capitalismo lento" nos está enseñando: que menos, a veces, también es más. Menos menos horas y menos velocidad se pueden traducir en más productividad y más salud.

No digo que Honoré esconda el origen de las demandas sindicalistas. No podría. Y tampoco le interesaría. El aspecto laboral del elogio de la lentitud es ineludible y de él dimanan muchas ideas que si bien tienen connotaciones políticas, son presentadas como posibilidades de consumo y tendencias que se exponen en un escaparate como una novedad.

Durante el siglo XX muchos auguraron que el tiempo dedicado al trabajo iba a disminuir. La fe en el progreso llegó incluso hasta Nixon que dijo que solo se trabajaría 4 horas a la semana. Pero aunque se equivocaran, algunos avances se dieron: Francia aprobó las 35 horas semanales y en Japón cada vez más gente rechaza el mantra del deber cívico del trabajo por encima de todos los demás aspectos de la vida.

Sin embargo, en una sociedad donde la velocidad, la competencia y los bajos costes van siempre al límite, dar importancia a algunas anécdotas resulta ridículo (como que algunas empresas dejen de usar el e-mail los viernes, o que pongan salones de yoga para sus empleados). Es cierto que el autor no esconde que la situación todavía requiere un "vuelco sísmico" en la manera de pensar, pero es ese doble juego lo que más perplejidad produce: o estamos ante un movimiento activista o no lo estamos, o jugamos a ser moderados y posibilistas o lanzamos las campanas al vuelo por un extravagante concierto de John Cage diseñado para durar siglos, o desconfiamos de los farsantes pseudocientíficos que se quieren subir a nuestro carro ("muchas prácticas de la nueva era me parecen una farsa") o abrimos las tragaderas para recibir con entusiasmo a la homeopatía y el reiki ("en mi caso el Reiki parece surtir efecto").

Carl Honoré, consciente de sus críticos, se anticipa y nos dice que aunque algunas propuestas tienen un mayor coste y está orientadas a ciudadanos más pudientes, otras son gratuitas. En las últimas páginas nos ofrece una síntesis más comedida, difícilmente objetable si la tomamos aisladamente:

"Pero, ¿el llamado movimiento Slow en realidad tal movimiento? Desde luego, tiene todos los ingredientes que buscan los expertos en estas cuestiones: simpatía popular, un proyecto para un nuevo estilo de vida, unas bases activas… Cierto que el movimiento Slow carece de estructura formal y que todavía no ha sido suficientemente reconocido. Mucha gente va más despacio (trabaja menos horas, por ejemplo, o busca más tiempo para cocinar) sin sentirse partícipe de una cruzada global. [...] La mayoría de nosotros no desea sustituir el culto a la velocidad por el culto a la lentitud. La rapidez puede ser divertida, productiva y potente, y seríamos más pobres sin ella. Lo que el mundo necesita, y lo que el movimiento Slow ofrece, es un camino intermedio (...) El secreto está en el equilibrio: en vez de hacerlo todo más rápido, hacerlo todo a la velocidad apropiada, lo cual significa que en ocasiones será más rápido, otras veces más lento y otras un término medio."

El tiro está bien orientado y la diana es la que debería ser, pero en el algún momento de la trayectoria la flecha se astilla porque el autor ha tensado demasiado la cuerda de su arco. Es cierto lo que nos cuenta sobre las ideas creativas que se cuecen a fuego lento, como el famoso Eureka de Arquímedes. ¿Quién no ha encontrado esa palabra exacta o esa idea brillante días después de haberlas buscado, relajado en la playa? Desde la comida hasta el sexo adquieren calidad sin las presiones del reloj. Incluso el éxito de la medicina alternativa puede explicarse por cómo nos atiende el "Doctor Prisas"... ¿pero era necesario desbarrar sobre chakras y Chi Kung para tratar el cáncer?

La música, los paseos, el silencio e incluso la meditación nos dan una paz mental que nos ensanchan por dentro. Cuando era pequeño escudriñaba mis discos y CD's con una atención perfeccionista que requería de una lentitud que ya no me permito, y esa experiencia recreaba en mi cabeza un estado mental diferente que ahora miro con añoranza. Pero para reconocer esas virtudes no era necesario que mencione a ninguna asociación con nombre rimbombante y apenas activa (como la Organización Mundial de la Siesta). Y para controlar la adicción a las pantallas y su perjudicial celeridad no hacía falta intentar asustarnos con ataques epilépticos y presentarnos a Harry Potter como el salvador que alejará a nuestros niños de la televisión para acercarlos a la lectura, basta un buen artículo lleno de rigor como el de Marta García Aller.

Es posible que haya caído en su propia trampa y haya pensado que cuantos más ingredientes mejor. O quizás, solamente haya emprendido un collage de indudable estilo periodístico para engordar artificialmente lo que debería ser una justa y necesaria revolución contra las prisas que todavía está muy flaca. 

La lentitud por sí misma no es virtuosa. Una muerte lenta no tiene nada de envidiable. Y reproducir la música a menos velocidad es de dudoso gusto (aunque el autor nos enseñe que hay un margen discutible para ello entre los expertos de música clásica).  

Pero una cosa si debo admitir. La esencia del libro es una buena idea. Y el mero hecho de que haya sido un best-seller y que cada vez haya más voces, por tímidas y minoritarias que sean, que critican o patalean contra este universal desasosiego que prácticamente nadie niega, debería hacernos reflexionar: cuando el río suena, agua lleva. Todos los defectos que he reseñado no deberían ser óbice para saber ver las virtudes del mensaje central. Un mensaje que necesitará de mucho tiempo para calar en las mentes de la sociedad. Un proceso lento, diría él. Carl Honoré está predicando un credo prácticamente en solitario, si hay o no un movimiento que lo acompaña, o simplemente él quiere sentirse acompañado, será algo que descubriremos con el tiempo. Pero cuando lo escuchas en una de sus charlas uno no puede evitar la pregunta: ¿Y por qué no?



1 comentario:

  1. Muy interesante. En nuestro caso, una empresa de elaboración de avisos de publicidad, nuestro slogan era: primero la calidad y luego la agilidad. Siempre me he preguntado por qué no buscar que las personas que realizan un trabajo menos satisfactorio ganen más. Y, por otro lado, cómo podría dejar de trabajar un día a la semana cualquier persona que gane menos de lo que necesita para vivir dignamente? Es mucho lo que habría que tener en cuenta para establecer un sistema económico cuyo objetivo no sea, precisamente, producir más financieramente. Cambiar esa mentalidad mercantilista y ambiciosa llevará siglos!

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