domingo, 8 de enero de 2017

"Sherlock Holmes contra Houdini" (2014) de Arthur Conan Doyle (1918 y 1919) y Harry Houdini (1924)


A principios del s.XX, existió una rivalidad entre dos estrellas de la época: por una parte Sir Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, celebérrimo detective de ficción, y por otra el escapista Harry Houdini.

Ambos representaban una antítesis en varios sentidos. Doyle era el creador del personaje de ficción cuya capacidad lógico-deductiva, lo convertía en representante de la racionalidad y las ciencias con las que se construían los modernos departamentos de policía. Esta mentalidad analítica era el contrapunto al oscurantismo y pillería que se aprovechaban de la buena fe del pueblo.



Por el contrario Houdini, venía del mundo del espectáculo, y su misión era precisamente engañar, no con fines criminales, sino de mero entretenimiento, pero jugando de alguna manera con la capacidad de asombro del público ante lo que parecía, en ocasiones, como algo sobrenatural.

Sin embargo, sus biografías admiten una vuelta de tuerca más. El escritor y médico británico tenía otra faceta más enigmática y menos cuadriculada que su personaje de ficción. Sir Arthur Conan Doyle creía en los espíritus y era un activista del espiritismo, aunque nunca dejó que su afición se trasluciera en la casa de Baker Street. Por su parte, Houdini también desarrolló otra faceta que, al menos en apariencia, iba en contra de otros profesionales del espéctaculo que, como él, vivían de los secretos, del misterio y de la capacidad de asombro de la gente. Harry Houdini se dedicó a luchar vehementemente contra los espiritistas. Houdini nunca se arrogó poderes sobrenaturales de ningún tipo, y no soportaba ver cómo timadores y desalmados de toda laya abusaban del público haciéndoles creer que podían hablar con sus seres queridos ya fallecidos.

Truco espectral de Houdini hablando con Lincoln, usado en sus shows para ridiculizar a los espiritistas

A todo esto se sumó la terrible desgracia de que Sir Arthur Conan Doyle perdió a su hijo en la Primera Guerra Mundial. Y por si no fuera poco, estaba casado con una medium, así que la confrontación estaba servida. Fue una guerra a muerte entre dos amigos, con dos convicciones antitéticas por las que estaban decididos a destruirse mutuamente.

Doyle dio todo tipo de pábulo y promoción a cuantos charlatanes pasaban por su camino, traicionando así el método lógico-deductivo de su odiada creación holmesiana. Y Houdini se dedicó a desbaratar todos los planes de quienes pretendía usar los trucos de sus espectáculos aprovechándose de la inocencia de las personas.

En aquel tiempo, mantenía una gran amistad con Doyle, a quien ya le había confesado su profunda desconfianza ante las experiencias con el mundo de los espíritus. Su postura, hasta entonces, era escéptica, aunque no mostraba gran virulencia hacia el mundo de los médiums. Un astuto Doyle, que siempre creyó que Houdini realizaba sus habituales proezas con ayuda del mundo sobrenatural (creía que era capaz de desmaterializarse a su antojo, a pesar de que este, una y otra vez, le aseguró que se trataba de un truco), decidió ofrecerle la prueba definitiva para intentar atraerlo a sus filas. Durante una sesión espiritista celebrada en una habitación de un hotel en Atlantic City y con la intervención de sus esposa y médium Jean Leckie, esta aseguró haber establecido contacto con su difunta madre. Houdini, sobresaltado, observaba la escena sin poder decir nada. Leckie, por medio de escritura automática, comenzó a escribir de forma compulsiva. El resultado fue un largo mensaje destinado a su hijo. Al leer el mensaje y preguntarle a Leckie en que idioma le había hablado su madre, esta le dijo que en inglés, lo cual era imposible: su madre, a pesar de vivir en Estados Unidos, jamás había aprendido este idioma y con su hijo se expresaba en alemán, algo muy habitual entre los judíos de Budapest. De pronto, el mundo de Houdini cambió. La respuesta de un dolido Houdini fue librar una encarnizada batalla contra Doyle y los espiritistas a la que dedicaría toda su vida, iniciándose así uno de los capítulos más singulares e inquietantes del siglo veinte, cuyos protagonistas eran dos héroes de la cultura popular, unos antiguos e irreconciliables amigos enfrentados entre sí y dispuestos ambos a salir victoriosos.


Sir Arthur Conan Doyle posando junto a un espectro.
Salvo por un muy oportuno prólogo de Charles Taylor, del que está sacado el párrafo anterior, el libro se divide en dos partes. 

La primera se compone de textos de dos libros que Doyle escribió defendiendo la posibilidad de comunicarse con los muertos ("El mensaje vital" y "La nueva revelación"). La segunda es el capítulo que Houdini dedicó a Doyle en su libro "Un mago entre los espíritus". Aunque espléndidamente ilustrado y anotado, a veces divaga demasiado en detalles o asuntos relacionados que con el paso del tiempo han perdido el interés para el lector contemporáneo.





LAS PUERTAS QUE SHERLOCK HOLMES NOS ABRE: LA LITERATURA Y EL ESPÍRITU INVESTIGADOR

¿Quién no conoce a Sherlock Holmes? El personaje por antonomasia de la ficción policiaca, inmortal hasta tal punto que condicionó a su autor en varios sentidos. Porque Sir Arthur Conan Doyle tenía más fe en otros libros que consideraba más serios; lo de Sherlock Holmes era un mero entretenimiento caprichoso para contentar a cierto público y ganar algún dinero. Así, cuando la figura de Sherlock Holmes se hizo tan inesperadamente popular entre las masas de lectores, Doyle terminó harto de su creación, e intentó acabar con él en varias ocasiones. Pero, tal y como sucede hoy en día con las series de la TV y las secuelas cinematográficas, el público manda. Así que su creador se rindió y tuvo que resucitarlo en nuevas entregas. La gente escribía cartas a la dirección que figuraba en las novelas, el famoso 21 de Baker Street, cuando ni siquiera existía tal número en esa calle de Londres. Todavía hoy se reciben cartas, algunas como homenaje o broma, pero otras solicitando la ayuda de un infalible pero inexistente detective.

¿Y qué tenía Sherlock Holmes que lo hizo tan querido? Se ha escrito tanto sobre el universo holmesiano que es difícil sintetizar una contestación. En mi opinión, una respuesta honesta por mi parte tiene que tener en cuenta el momento vital en el que se lee a Sherlock Holmes. Acceder a ese universo en la adolescencia, como yo lo hice, aparte de abrir una puerta a la literatura, determina que algunos héroes pueden usar más la cabeza que los puños. Los superpoderes, por muy atractivos que me resultaran, parecían bastante simplones comparados con la fuerza del razonamiento deductivo (o abductivo según otros). Porque incluso de niños, sabemos que es algo difícil que lleguemos a ser Superman o Spiderman. En cambio, si ejercitamos la mente y nos alimentamos bien, quizás podamos emular las proezas del archiconocido detective, y... sin necesidad de tirarse por la terraza para volar o trepar por la fachada.

En definitiva, supone entender el mundo como mucho más complejo de lo que parece. Que los que parecen malos no siempre lo son, y que muchos inocentes solo lo son en apariencia. El olfato del buen detective y cierta psicología siempre son virtudes bienvenidas, pero su más valioso tesoro deben ser sus facultades analíticas. Las habladurías, las supersticiones, los miedos irracionales, los bulos y los mitos, todos deben quedar fuera de sus pesquisas. Y este libro enfrenta ese espíritu investigador, frío, metódico y calculador, con otra clase de espíritus y una inquebrantable fe en otros mundos sobrenaturales.

Al final Sir Arthur Conan Doyle tenía razón en temer que la fama de su personaje terminaría acabando con él. Y no solo porque la avidez del público por las historietas del detective lo colapsaron como escritor, sino porque la ideosincrasia de su personaje, su forma de abordar los misterios, se volvieron en su contra. Fue precisamente el método científico y el uso de la razón, lo que Houdini (como buen Sherlock Holmes de la realidad) usó contra el creador del paradigmático personaje de novela que esgrimía las explicaciones racionales y se erigió en azote de embaucadores. Paradójicamente, el padre de Sherlock Holmes, cayó preso de las más burdas charlatanerías, hasta el punto de convertirse en firme defensor de las mismas, y sería repetidamente desenmascarado por un ilusionista imbuido del mismo espíritu que alimentaba a su creación.

Otro de esos ejemplos en los que la realidad supera a la ficción.





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