miércoles, 8 de enero de 2020

"POR QUÉ DEJÉ DE SER DE IZQUIERDAS" de Javier Smalo y Mario Noya (2008)


He estado pensado si escribir una reseña de un libro que me parece una pérdida de tiempo casi en su totalidad. Pero me enseñaron a considerar seriamente a tu interlocutor, evitando la tentación de hacer caricaturas que distorsionan la verdadera comprensión del contrario. Todos estos señores (solo hay una señora) vivieron una época que yo no viví, y su punto fuerte no es tanto la explicación teórico-política de una conversión, sino la narración de una forma de vivir la política muy concreta en un país y una época muy concretas. Todo indica que de haberlos extraído de sus circunstancias, no podrían justificar sus giros copernicanos. Algo que, bien pensado, es lo normal, tanto si creemos o no en el materialismo histórico.



Lamentablemente las personas que conozco protagonistas de este libro, son en su mayoría biliosas y no representan por lo general a otras personas de derechas que pudieran despertar más admiración. Es como si hubiesen cambiado todo excepto el ardor guerrero y machacón que caracteriza al pelmazo marxista. Se han quedado, por tanto, como unos rebeldes sin causa, con muy diferentes grados de ingenio, cultura, sensibilidad, etc... No escondo que mi incompresión pueda provenir de mi propio sesgo, pero pienso que no hay mucho aprovechable. Si quieres saber por qué algunos dejan la izquierda para engrosar las filas de la derecha ultramontana, no pienses que este libro te va ayudar a entender ese proceso. Quizás algunas de las obras de los autores sí, pero este libro, con un formato de narración y entrevista algo confuso, definitivamente no.

A pesar de todo, pienso que ninguno de ellos son los sátrapas desalmados o nazi-fascistas que desde la izquierda se dice que son. Puede que a veces se merezcan enérgicos reproches morales, pero no me parecen que sean ciudadanos intrínsecamente inmorales. Todos conocemos a alguien apreciado con los mismos planteamientos que estos personajes. Expresan sus mismas opiniones, con menor erudición y más toscamente, pero existen en nuestro entorno y no son los monstruos que todavía están por llegar: cuando realmente haya nazis o KKK en nuestros parlamentos nos habremos dado cuenta de que no hemos dejado un nombre que asignar al verdadero demonio.

JIMÉNEZ LOSANTOS

Sus fuentes no fueron la del comunista ortodoxo, sino que se impregnó de una estética que hacía sinergia con el psicoanálisis y un momento en el que estaba de moda apuntarse al antifranquismo, leer literatura disidente y tontear con el PCE nada más llegar a la Universidad. No había, en ese momento de su vida nada más que un dejarse llevar. El antifranquismo no era sincero, el único que era útil era el del PCE en la clandestinidad, al cual él nunca accedió. Cuando se murió Franco había alcanzado un mejor conocimiento del marxismo al que compara con la religión, que va llenando los huecos dejados por esta.

Losantos critica la conversión de la izquierda hacia el nacionalismo, concretamente para tolerar el catalanismo. "En ese momento si eras de izquierdas de toda la vida no podías ser nacionalista." Resta importancia a la izquierda como artífice de la Transición, y le da el papel a la derecha pues fueron los herederos de Franco los que impulsaron el referéndum de la Reforma Política. Su diatriba anticatalanista tuvo el mérito de dejarse ver desde mucho antes de convertirse a las filas de la derecha. Y para esa conversión le fue de ayuda su viaje a China, para conocer el verdadero rostro del comunismo y no esa versión de salón parisina, snob y sesuda, de la bebían los izquierdistas en occidente. Supuestamente también abandonó las lecturas maoístas light cuando accedió al  "Archipiélago Gulag" que le abrió la luz para comprender que el comunismo español era más parecido a Pekín que a París.

La obsesión anticatalanista viene muy de lejos, y ya en 1981 Federico firma un manifiesto, conocido como el de los 2.300, en el que se denuncia el riesgo de compadrear con la política lingüística de Jordi Pujol que ya por aquellos entonces acosaba al castellano. Según esta visión, cualquier avance de tinte autonómico era la primera grita de la escisión que ahora muchos verán como una profecía confirmada a la vista del referéndum del 1 de octubre en Cataluña.

Pero si de algo sirve leer a Jiménez Losantos es para entender que algunas de sus hipérboles encuentra explicación en su historia. No es ninguna tontería que te secuestren y te peguen un tiro por tus ideas políticas, por muy crispadas que estas sean. Los autores del atentado contra el periodista fueron pillados pero se zafaron (o escaparon directamente) con penas ridículas. Todo eso solo hizo avivar la llama que ya prendía vigorosa en la mente de un articulista brillante, culto sin duda, pero cuyo talento se ve frustrado por sus reiteradas fijaciones, exageraciones y manipulaciones.

AMANDO DE MIGUEL

Al contrario que el anterior, Amando de Miguel no militó en ningún partido, y considera que el Franquismo no tuvo un marcado componente político. Al contrario, el régimen intentaba que la gente disfrutase de pequeños avances económicos que te ponían la Coca-Cola al alcance de la mano, sin cuestionarse la política de fondo. Esa época de bonanza hizo que el mayo del 68 resultase estéril en España, pues además, el franquismo, al ser un movimiento autoritario (no totalitario) dejaba margen a cierto grado de libertad. Podías ser de todo menos comunista y la censura no era seria, no del tipo nazi que se podría esperar en la Alemania de Hitler, sino más bien algo gris, casposa e incluso graciosa según el autor. Para el sociólogo los policías que le ponían en sus reuniones políticas eran parecidos a un personaje simpático de una película de Berlanga.

Su primer referente fue Primo de Rivera, "enemigo de los liberales casi tanto o más que de los comunistas". Luego, se fijó en Joaquín Ruíz Jiménez, un ministro de Franco que tras ser destituido pasó a fundar "Cuadernos para el Diálogo", una revista con ideas para las élites intelectuales desde una óptica democristiana, que llegaba a criticar al franquismo y que fue la cuna de muchos futuros políticos. Más tarde se quedó prendado de Enrique Tierno Galván del que dice: "Tierno no parecía socialista, creo que nunca fue socialista y que por razones accidentales se hizo del PSOE, pero no había visto un obrero en su vida." Curiosamente, unos párrafos más tarde dice que el más famoso alcalde de Madrid era un extremista, al compararlo con Zapatero. Su idilio con el PSOE terminó con Felipe González, y empezó porque pensaba que el PSOE traería el ideal falangista de igualdad. Con ideas tan peregrinas como estas, cuesta entender cómo pudo este sociólogo ser tan respetado en todos los medios españoles. En mi juventud leía algunos artículos suyos, y recuerdo que no me gustaban especialmente, pero tampoco me parecen tan retrógrados como me los parecen ahora. En 2015, El País le publicaba un artículo, después de años de distanciamiento con Prisa, quizás como gesto hacia un ilustre personaje, ahora arruinado y ninguneado.

A mi juicio Amando de Miguel tiene formas mejores que Losantos, y un pasado de ensayista que lo hace merecedor de ser escuchado, al menos más que otros.

PÍO MOA

Llegamos al que quizás sea el más detestable, Al menos así me lo parece porque ni siquiera su pasado izquierdista guardo un mínimo halo de romanticismo que sí tienen los demás. Es el que ha dado el salto más grande de un extremo al otro. En los demás casos, se percibe un cambio que aunque no se comparta, se puede seguir. Pero con Pío Moa su izquierdismo llegó a la militancia más dura en el PCE y a coger las armas. ¿Cómo puede no sentirse rechazo ante un cambio tan radical? Por la misma razón que puedo empatizar con la historia personal de Jiménez Losantos no puedo empatizar con la de Pío Moa.

"Comunista fervoroso" hasta los 30 años, Pío Moa se dejó llevar por el mundo de la izquierda por culpa de un trabajo precario según nos cuenta. Llegó al PCE y pronto se dio cuenta de que Carrillo era un tibio reformista, y eso no iba con él, por eso se metió en la Organización Marxista de Leninistas Españoles de cuyo rigor y purgas rememora con una mezcla de ironía y nostalgia. Tras las últimas sentencias de muerte del franquismo, su nueva organización, el PCE-r (Partido Comunista de España Reconstituido), tomó sus propias represalias matando a cuatro policías de un banco.

Pío Moa y los autores del libro, se esfuerzan en aclarar que él no fue quien remató a uno de los policías a golpes, sino otro compañero suyo. Además, no se usó un martillo, sino la culata de una pistola que se encasquilló. Sin embargo , su compañero de andanzas revolucionarias "no era un hombre insensible, sino todo lo contrario, de lo más humano entre nosotros. 

Detalles como estos son narrados con cierto estilo gansteril aun después de haber sufrido la metamorfosis de terrorista marxista a defensor del franquismo. Sin asomo de sonrojo se meten breves comentarios con las pistolas todavía humeantes sobre si habían hecho bien o no en matar a un "pobre diablo" de la pasma. Comentarios que parecen cobardes disculpas a las que siguen golpes de pecho igualmente insinceros: "Por otra parte, quienes estábamos en la dirección de un partido así éramos responsables de los actos que cometiera el grupo, aún si no participábamos directamente en ellos"... ¿cómo se podría participar de manera todavía más directa?

Esta transformación parece mucho más artificiosa que las de sus colegas. A Pío Moa parece seguirle la sombra del bruto matón que con una birra en la mano nos arenga sobre grandes estructuras opresoras. Ciertamente debe estár más preparado que cualquier ignorante analfabeto, pero precisamente por eso tiene mayor responsabilidad a la hora transmutar lo blanco en negro sin  matices de grises. Su mayor reflexión política parece ser su libro "La sociedad homosexual", una mala digestión de doctrina marxista que termina enlazando con chorradas sobre sexualidad. Quizás la única coherencia en su trayectoria haya sido cierto exceso testosterónico en su forma de escribir. Como si de un carnicero se tratara, el escritor despieza al animal que se le pone por medio y luego lo reconstruye creando su propio Frankenstein. Una vez que insufla vida a su creación, se dedica a acusar a los demás de monstruos. Huelga decir que no hay ningún romanticismo en este agreste Prometeo.


 CARLOS SEMPRÚM

Al igual que su hermano Jorge, de cuya sombra no terminó de escaparse nunca, Carlos Semprún justifica su pasado izquierdista como "resabios de romanticismo revolucionario". Pasó de estalinista, a trotskistas, antiyanki, anti-imperialita, anti-URSS, pro-EEUU, y todavía en ese estadio se consideraba anticapitalista y rechazaba la izquierda porque conducía a sistemas  totalitarios contra el proletariado.

"Los explotados tenían derecho a rebelarse, incluso por las armas, contra su explotación. No es que piense hoy que los explotados no tengan derecho a rebelarse contra su explotación, y más aún los ciudadanos  contra las tiranías: lo que poco a poco puse en tela de juicio fueron los objetivos y métodos de esas rebeliones o revoluciones, que siempre que triunfaban conducían a dictaduras o, aún peor, al totalitarismo.. Y eso, de Lenin a Castro."

Aunque más dotado para la escritura que los demás, a mi juicio, este escritor cae en errores muy parecidos, lagunas y saltos argumentativos. Por ejemplo, se queja de que los anti-estalinistas dentro de la izquierda siempre terminaban del lado de los comunistas, en vez de al lado de la derecha...¿pero acaso se podía esperar otra cosa? Quiso ser un ácrata sin compromiso intelectual pero solo llegó a ser una burda imitación ibérica de Christopher Hitchens, lo cual ya es mucho decir a su favor. 

También creyó ver una ambivalencia de la izquierda frente al nazismo, que variaba según el estado de la agresión nacionalsocialista a la URSS, pero se le pasa por alto que los países capitalistas hicieron lo mismo. La estrategia estuvo en ocasiones por encima de la antítesis ideológica entre comunismo y nazismo, y eso no es ninguna novedad. Incluso Churchill pasó por esa fase antes de convertirse en mártir de la democracia liberal, cosa que no se le podía escapar a Hitchens pero sí a Carlos Semprún.

HORACIO VÁZQUEZ-RIAL

"Yo no voy a pedir perdón por mi pasado. Pienso que es tan absurdo como pedir perdón por haberme casado con mi primera mujer: lo hice, pensé en ese momento que era lo correcto, creía que la amaba incluso; ahora sé que no es cierto, tardé muchos años en saber que no era cierto, tuve que enamorarme de verdad para saberlo."

De esta manera tan poética describe Horacio Vázquez-Rial su desencanto con la izquierda. Vuelve a sonar  aquí el eco de Hitchens aún con mayor fuerza, pues coinciden sus visiones trotskistas y sus epifanías post 11-S. Vázquez-Rial pensaba que el trotskismo era una escuela de pensamiento de carácter más judío que comunista, por aquello de cuestionarlo todo, y que gracias al trotskismo se liberó de los trotskistas. De igual manera, el 11S supuso una catálisis de algo que se llevaba gestando desde hacía años, la total ruptura con sus compañeros de viaje en el tren izquierdista, incluso la sobre reacción de pasarse a colaborar con aquellos que se habían considerado como enemigos hasta hacía no mucho tiempo atrás.

JUAN CARLOS GIRAUTA

Aquí, la iniciación al ideario marxista parece más vivencial que otra cosa. En la familia Girauta, con su abuelo amargado por ser republicano, y un Juan Carlos que parece navegar equidistante entre dos mares para evitar la peliaguda cuestión de la  memoria histórica, finalmente se moja inconscientemente al confesar que la causa de su abuelo estaba equivocada. 

Parece que cayó en las redes del rojerío cuando de pequeño los jesuitas lo empaparon con esos esquemas de opresores-oprimidos, explotadores-explotados, riqueza-pobreza, y todo aquello del 0,7%. El político, ahora en Ciudadanos, lo cuenta como si hubiese tenido mala suerte al toparse con esos temas en su educación. Pero parece más un error suyo el haberlo desaprovechado que un error del sistema educativo. Para Juan Carlos Girauta eso parecía una siembra perniciosa que se vio agravada por la moda de "las banderas catalanas o pegatinas con el martillo y la hoz sin mucho criterio sobre si son chinos o soviéticos". Empezó a romper con todo ese batiburrillo cuando se decepcionó con la figura de Jordi Soletura y también con el PSOE. Su padre denunció la corrupción y recibió solo ostracismo de la prensa afín socialista. El anti-socialista ya había nacido. El anti-nacionalista surgió al ver como se silenciaban las críticas a los que atentaron contra Federico Jiménez Losantos. Luego llegaron las lecturas de uno de los libros que más caídas del burro comunista han producido, "Archipiélago Gulag" de Alexandr Solzhenitsyn. Y por supuesto, Karl Poper.

JOSÉ MARIA MARCO

El más insulso de todos, solo cuenta que en su familia había de todo y que se llevaban bien... demasiado personal como para explicar ningún giro político. Me da la sensación de que el peso intelectual de este escritor parece ser minimizado en este capítulo, en el que se echa de menos alguna retrospectiva que de fe de la trayectoria más internacional y política de este madrileño. 

Un dato anecdótico es que recientemente, mucho después de la publicación de este libro, José María Marco se presentó como candidato de Vox al Senado, y es anecdótico porque él es homosexual y el partido homófobo.

CRISTINA LOSADA

Única mujer y quizás también único ejemplo de mesura, al menos al compararla con sus compañeros. Pero coincide con los demás en algunas sensaciones que sean probablemente ciertas: el marxismo como religión frente a la orfandad ideológica para afrontar el franquismo, el miedo (más que la euforia) tras el asesinato de Carrero Blanco, que las calles no eran tan contestarias como la universidad, que el antifranquismo era más chillón ahora que antes, que en el PCE había más coraje que en el PSOE, que ser antisistema se viene abajo cuando visitas un país sin sistema.

Pero sus fuentes vienen a ser Amando de Miguel y Carlos Semprún. Cuando revisa la Guerra Civil se deja influenciar por Pío Moa, un personaje que deja mucho que desear como hemos visto antes, y que como historiador (que no lo es) ha sido cuestionado por casi todo el mundo académico en España y en el extranjero. 

Otro lugar común en el que cae esta escritora es el 11-S.  Muchos suelen presentar este suceso como determinante para cambiar de la izquierda a la derecha, pero me parece que esos cambios ya estaban en curso. Criticar a EEUU durante esos momentos, o por la Guerra de Irak, no siempre es síntoma de anti-americanismo. Todavía recuerdo el "con nosotros o contra nosotros" de George W. Bush, y como se decía que Michael Moore o Amnistía International eran amigos de Saddam Hussein. Comprar esos argumentos, debería ser motivo suficiente para rechazar a un intelectual como tal. El antiamericanismo ciego existe, y prolifera entre las filas de la izquierda, pero caer en tomar la parte por el todo es un error imperdonable para alguien a quien se le supone cierta inteligencia. Quizás no sea casual, que todos los que usan estas críticas ya estuvieran inmersos en sus propios capullos de metamorfosis, y por tanto, estos sucesos solo sean la excusa perfecta para salir al exterior totalmente renovados y alejados de su antigua naturaleza izquierdista.

Los casos de José García Domínguez y Pedro de Tena cierran este libro sin aportar mayores novedades ni cuestiones interesantes para comprender el abandono de una ideología por otra.

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