miércoles, 15 de enero de 2020

"LA SUPERIORIDAD MORAL DE LA IZQUIERDA" de Ignacio Sánchez-Cuenca (2018)

Un título deliberadamente soberbio para un libro que resulta ser bastante cauteloso. Nótese que estamos hablando en el plano de la filosofía y no en lo político o lo personal. En el plano filosófico es legítimo pensar que no todas las ideas tienen el mismo peso moral. Lo que ocurre es que en el fuero interno de cada ser humano anida una autojustificación moral de sus actos. Por lo general, no se pasa ningún escrutinio racional a nuestra forma de ver el mundo, asumimos nuestra realidad y no cuestionamos nuestras ideas salvo que se vean confrontados por algún hecho fortuito. Es como la abuela que dice que todos sus nietos son igualmente listos y guapos, aunque ella sepa que no es cierto. Ignacio Sánchez-Cuenca prescinde de las abuelas y del relativismo moral y coge al toro por los cuernos, sin complejos. La razón nos dota de suficientes elementos para poder arrojar un juicio de valor sobre determinadas acciones, y de la misma forma que condenamos con mayor pena un asesinato que un robo, podríamos deducir que es más loable la igualdad que la desigualdad, la solidaridad que el individualismo, el bien de muchos que el bien de unos pocos.



De alguna manera, la derecha sabe esto. Y aunque use la expresión que da nombre al libro únicamente para ridiculizar la soberbia de la izquierda, lo cierto es que en lo más hondo de la derecha anida un complejo por no poder igualar esas buenas intenciones de la izquierda. Dejando aparte arrogancias personales, y subrayando méramente el plano ideológico, resulta revelador que la derecha nunca haya pretendido gozar de más moral que la izquierda

"¿Por qué la derecha no lo revindica para sí? Si todas las ideologías estuvieran moralmente en pie de igualdad, cada una debería presumir frente a las otras de ser más perfecta desde un punto de vista moral o, por el contrario, ninguna debería hacerlo. El hecho de que no sea así, de que solo identifiquemos la superioridad moral en la izquierda, aunque sea de forma crítica, nos pone sobre aviso de que los principios de la izquierda son, o al menos pretenden ser, moralmente más potentes que los del resto."

Las certidumbres de Sánchez Cuenca son menores de lo que pudieran parecer, y por ello avisa de que no hay una "prueba lógica definitiva, es más bien un asunto de razonabilidad que de racionalidad." Confiesa que, a diferencia de otros trabajos que hemos analizado en este blog ("La desfachatez intelectual"), este no viene con "ropajes académicos", y por tanto tampoco es tan pretencioso como cabría pensar de su título.
 "El esquema de mi argumentación es muy sencillo: en cuestiones de moralidad no cabe el relativismo, hay ciertos principios sobre los que es justo decir que son superiores a otros. [...] el comunismo no es sino la proyección política, llevada al límite, de la intuición moral que late en el impretivo categórico kantiano. El comunismo puede entenderse, efectivamente, como el reino político de los fines [la realización  de la justicia hasta sus últimas consecuencias. La izquierda busca eliminar toda forma de opresión, explotación e injusticia, de manera que todas las personas tengan los mismos medios materiales y sociales para desarrollar  sus capacidades, autorealizarse y vivir en libertad. Es un ideal imbatible, se mire como se mire.
Otras ideologías ofrecen ideales con menor poder de inspiración, pues diluyen su atención entre valores moralmente menos fundamentales, como la obediencia a la autoridad, el orden y la estabilidad."

Esta creencia de que un cambio a mejor es factible, contrasta con el ideal más conservador de que esos cambios no son posibles, y todo lo más que se puede hacer, es organizar la realidad que tenemos y no rechazar sacar provecho de ella si se nos ofrece la opotunidad.


Los desacuerdos políticos tienen su génesis en diferentes fuentes de valores. La indignación política y la consecuente movilización depende de la sensibilidad que se tenga ante la injusticia. Si tu sistema de valores está siempre subido de tono, es normal que te sientas superior y ese exceso de moralidad en el ámbito político hace que la izquierda está siempre dispuesta a poner más carne en el asador. Dicho de otra manera, el coste social que la izquierda está dispuesta a correr es generalmente mayor, y eso paradójicamente, juega en contra de los fines que persigue.

A veces los desacuerdos están muy vinculados con un sistema de valores. Por ejemplo el salario mínimo puede estar muy vinculado al valor igualdad, y cualquier discusión sobre el tema en concreto deriva en un cuestionamiento sobre el ideal. Es un mundo de trincheras, exacervado por el aislamiento digital de relacionarse con aquellos que comparten tus ideas.

"Los dos grupos ideológicos vendrían a ser algo así como esferas incomunicadas. Los miembros de cada uno de estos grupos tienen sus diarios digitales de referencia (aquellos de los que se fían), amigos o seguidores en las redes sociales con una filofofía política similar (aquellos que valen la pena) y hasta pareja y familia que comparten las mismas premisas ideológicas (aquellos con los que cabe desarrollar una vida en común).
Esta tendencia al aislamiento antes solo se daba en personas con unos principios ideológicos muy intensos. El comunista clásico, por ejemplo, construía su propio mundo de referencias políticas, culturales y hasta personales y de ahí apenas se movía. Sus convcciones eran tan graníticas que no concebía que hubiera nada valioso fuera. [...] Pero es que incluso cuando nos tomamos la molestia de leer lo que se escribe desde la trinchera opuesta, nos sirve para reafirmarnos sobre los errados que están quienes piensan de manera diferente."

Aunque algunos de estos desacuerdos puedan llegar a ser irresolubles, siempre tenemos la democracia que dirime la cuestión votando. Las ideologías ofrecen un paquete completo que nos permiten una primera aproximación a los problemas (que esos problemas sean un conjunto de alianzas motivadas por el interés propio, que sean contradictorias o que sean meramente una formade minimizar el coste de información que supondría analizar los problemas por separado es una cuestión más académica que dejamos al lector descubrir por sí mismo).

De igual manera la ciencia política ha dedicado algunos estudios a demostrar la relación entre genética e ideología, estudios que pueden ser entretenidos para quien desee profundizar en ellos pero que terminan sin conclusiones claras e incapaces de explicar las trayectorias cambiantes que muchos tienen en sus vidas. Entonces, ¿por qué la gente escoge una ideología u otra?  Sánchez-Cuenca, tras algunos análisis estadísticos rechaza la razón más sumida de todas: los intereses de clase. Antiguamente los partidos de izquierda defendían los intereses de la clase trabajadora, y los partidos más conservadores defienden los intereses de los más ricos.

"Sin embargo, con el paso del tiempo, [...] las relaciones entre intereses de clase e ideología se han debilitado, principalmente por la expansión de una clase media que, debido a su tamaño, es necesariamente heterogénea. Así, en las sociedades posindustriales avanzadas tanto la figura del obrero de derechas como la del profesional progresista son bien conocidas."

Parece ser que Sánchez Cuenca se decanta por la visión de David Hume de que nuestras inclinaciones políticas no son tanto producto de nuestro intelecto, como podrían defender Jeremy Bentham o Immanuel Kant, sino producto de nuestras intuiciones morales, una especie de elemento visceral que sin importar si tiene un origen genético o ambiental, cultural o racional, el caso es que existe.

¿Cuál es el núcleo moral de cada ideología? Uno de los grandes candidatos para responder a esta pregunta es la libertad. Pero el autor no lo cree así. Piensa que la libertad es valiosa para ambas ideologías. Para la izquierda se trata de una libertad positiva, la cual requiere auténtica autonomía para tomar las decisiones y que conduzca a la autorealización más profunda del ser humano: cultura, arte y tiempo libre para las relaciones personales eran fines últimos que Marx valoraba por encima de la economía, y el capitalismo era un medio para alcanzar ese fin. El defecto del capitalismo era que no sabía cuando parar, y se convertía en un fin en sí mismo.

La derecha en cambio entiende la libertad en su vertiente negativa, es decir, una ausencia de injerencias o regulaciones del estado.

"Por descontado, dentro de la derecha hay versiones muy distintas de la libertad negativa: desde el llamado libertario que entiende como interferencias arbitrarias del estado la educación obligatoria o la obligació de vacunar a los niños, hasta el conservador que demanda protección de valores tradicionales frente a un uso irrestricto de la libertdad (y rechaza por ejemplo, instituciones como el matrimonio homosexual o derechos como el del aborto). El mayor consenso en el seno de la derecha se da con resptecto a las libertades económicas, que se consideran fundamentales e irrenunciables."
Simplificando mucho se podría decir que alguien de derechas encuentra libertad si nadie le impide hacer lo que quiera, mientras que alguien de izquierdas se sentirá libre si goza del entendimiento (y los medios materiales) que le permitan llegar a ser quien quiere ser... Interesante, pero no es la apuesta de Sánchez-Cuenca.

En cambio, la distinta percepción del origen de las injusticias sí marca una diferencia. Lo que a la izquierda le puede parecer una realidad intolerable por culpa de un sistema que necesita corregirse, para la derecha es producto del azar o de las acciones individuales. ¿Los pobres son pobres porque el sistema los ha hecho así o lo son por culpa de sus inacciones? ¿Estudia el que quiere o el que puede? Si los pobres no tienen acceso a la cultura para entender lo necesario que es estudiar, son ellos los responsables de sus destinos o es el sistema que ya le ha diseñado un destino dificilmente inalterable?

La ideología de izquierdas se basa en un sentido fuerte de la empatía (y débil de la responsabilidad individual) que obliga a plantear preguntas sobre las medidas que sería necesario tomar para corregir las injusticias. La ideología de derechas se basa en un sentido fuerte de la responsabilidad individual (y débil de la empatía).

"Lakoff subraya que las ideas de derechas no son necesriamente egoístas, puesto que la solidaridad con los desafortunados es frecuente siempre y cuando sean víctimas de situaciones que escapan a su responsabilidad personal. Si el sufrimiento es consecuencia de una debilidad de carácter o de una personalidad anárquica que no reconoce la autoridad, la sociedad no debería hacerse cargo del problema. Así pasa con el parado que no hace lo suficiente para encontrar trabajo, la mujer soltera con hijos a su cargo, o el joven fracasado en sus estudios.
 [...]
Entre la izquierda y la derecha queda una postura intermedia, la del liberalismo: este no concede demsaida importancia a los valores típicamente conservadores (lealtad, autoridad y santidad) ni a los típicamente progresistas (la atención hacia aquellos que sufren privaciones o injusticias): su filosofá política gira casi exclusivamente en torno a la idea de libertad negativa. A mi entender, esto le acerca en mayor medida a la derecha, pues comparte su bajo nivel de empatía (y, por tanto, un sentido débil de la justicia social)."
El profesor de ciencia política se esfuerza en defender dos posiciones minoritarias: la vigencia de la dualidad derecha-izquierda y la moralidad como un elemento netamente marxista.

Estas diferentes visiones del mundo no son algo contingente que nació en la Revolución Francesa, de manera aleatoria, sino algo consustancial a la política, y por tanto ineludible mientras esta exista. Pienso que mientras que existan ricos y pobres, habrá quienes defiendan los intereses de esos ricos o esos pobres. La empatía (ese ángel civilizador de Steven Pinker al que alude Sánchez Cuenca y que ya analizamos hace unos años en nuestro blog) puede hacer perfectamente que algunos ricos apoyen los intereses de los pobres. Lo podríamos denominar de diversas formas, ricos-pobres, izquierda-derecha, pero en el fondo siempre existirán esas dos aproximaciones hacia las injusticias. Con toda probabilidad, y esto es totalmente de mi cosecha, ninguna es cierta en toda su extensión, y siempre hay casos que se solapan y se pueden explicar con rasgos de una o de otra. Nadie conoce la composición de la mezcla perfecta que logre un equilibrio ideal, como una llave maestra que sirva de guía para todos los casos, y eso nos fuerza a tener que juzgar caso a caso. Para el autor, la social-democracia sería una buena solución que combinaría lo mejor de cada extremo.

Para poder casar su tesis, centrada en la moral, Sánchez-Cuenca necesita negar la tradición marxista que siempre ha rechazado la moral dentro de la obra de Marx. Aún sin ser ningún especialista en la materia, comparto esa perspectiva, que a su vez ya había expuesto en este blog a la hora de reseñar el libro de Terry Eagleton, "Por qué marx tenía razon". Eagleton, por razones diferentes, también comparte esa visión minoritaria que incluye el factor moral dentro de la obra de Marx.

Así pues, lo que descansa bajo la ideología izquierdista es un principio que se da incluso entre los primates, que está en toda religión y sistema básico de convivencia, y este es el principio de universalidad. Sánchez lo reformula como el principio de reciprocidad, o regla de oro y que viene a decir que "no hagas a los demás lo que no quisieras que te hicieran a ti". Se trata de un principio moral bastante primitivo y sobre el que se podría desarrollar mucho más, pero es a menudo olvidado tras marañas políticas. Este principio está íntimamente relacionado con el imperativo categórico kantiano: "Obra solo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal."

Kant se centra en la aspiración de universalidad más que en las consecuencias de recibir una reciprocidad. John Rawls, otro teórico bien conocido por los estudiantes de derecho, se centra más en la imparcialidad con su famoso "velo de ignorancia": se trata de una venda en los ojos de aquellos ciudadanos que tendrían que configurar las leyes sin saber previamente que posición ocuparían en esa sociedad (no sabrían su sexo, su raza, su cultura ni riqueza, etc...). Esas leyes serían lo más justas posibles.

"[...] lo que me gustaría argumentar a continuación es que los ideales de la izquierda son la traslación política de los principios morales de los que se nutre la teoría de la justicia.  Es justamente en este sentido en el que la izquierda puede reclamar con razón que tiene una superioridad moral con respecto a otras ideologías: encarna unos objetivos que son la consecuencia de llevar hasta sus últimos extremos políticos los principios morales basados en la universalidad y la imparcialidad."

La utopía comunista, basada en estos principios, retrató un futuro de riquezas y un paraíso donde todos estrían liberados de opresiones injustas y todos podrían realizarse dedicándose a lo que más le placiera, sin división del trabajo y sin discriminaciones de ningún tipo. El problema para los comunistas es que esto tenía más de utopía que de comunista. Pero lo que le interesa a Sánchez-Cuenca es que aunque fuera imposible, aunque su puesta en práctica trajera más problemas que los que pudiera solucionar, el caso es que es la base moral de la motivación izquierdista "es moralmente imbatible".

Y por eso mismo los izquierdistas se enojan tanto cuando se dan cuenta de que no pueden cambiar el mundo, porque sus aspiraciones son tan grandes, su empatía tan inabordable, que todo les parece un obstáculo a derribar para conseguir el bien supremo. Ven enemigos por todas partes. En los casos más extremos actúan como unos fanáticos religiosos, ignorando la realidad, dando mayor crédito a la promesa de un mundo mejor. Esto también explicaría porque hay tanta escisión, y por qué se emplea tanto tiempo y esfuerzo para ver quien es más de izquierdas que otro. Las purgas y asesinatos en ese ambiente de purismo ideológico no han sido infrecuentes, y todavía hoy en día, se puede afirmar que cuanto más pequeño sea el partido más probabilidades hay de que surgen divisiones internas. Sin embargo, si hay posibilidad de gobernar, las diferencias se limarán en aras de un bien mayor que todos ellos llevan en su ADN.

Paradójicamente, lo que comienza con una buena intención termina con muy mala uva. Y es ahí donde las críticas al comunismo tienen éxito. La incoherencia de predicar un paraíso en la Tierra y terminar convirtiendo en un infierno lo que estaba a su merced. Efectivamente ha habido innumerables asesinatos y masacres bajo el yugo del comunismo, pero ello no disputa la tesis central que se trata de demostrar aquí. A saber, la motivación moral de la que se nutre la ideología comunista. No existe contradicción alguna en afirmar que algo empieza bien y que termina mal. Sí existiría, si por ejemplo, se intentase el mismo planteamiento con el nazismo. El origen moral sobre el que se fundamenta el nacional-socialismo era una superioridad racial y nacional, circunscrita a un país muy concreto, y con un horizonte final que solo contemplaba la felicidad de unos pocos a costa de muchos más. Si hacemos algo de politica ficción, el final del nazismo, tras un par de siglos negociando con Europa y la URSS podría haber terminado civilizándose, como tantas veces ha pasado en la historia. Pero eso no quitaría que la moral de la que partía era execrable. El comunismo en cambio, partía de lo contrario y su proyección de futuro era mucho más incluisva y ambiciosa para toda la humanidad. Su fracaso no es por una falta de moralidad, como en el caso del nazismo, sino por un exceso de ella.

"La represión comunista, en cualquier caso, no es fruto de un vaciamiento moral de la izquierda, sino todo lo contrario. Es una represión saturada de moralidad en la medida que se justifica a partir de los objetivos últimos de justicia, igualdad y libertad. El comunista considera que quienes se oponen a sus proyectos son enemigos de la humanidad. Su causa es plenamente universal, pretende rescatar hasta el último parias de la tierra.
[...]
Este universalismo explica que, pese a un pasado repleto de fracasos, de traiciones a los ideales en nombre de esos mismos ideales, y con una insoportable carga de crímenes políticos a sus espaldas, el comunismo como ideal (lo que podríamos llamar genéricamente el ideal socialista, para distinguirlo de los regímenes comunistas realmente existentes) siga despertando ilusión entre mucha gente."

Si del número de asesinatos, genocidios, invasiones, hambrunas, colonialismos y esclavismos varios.... etc, tuviesemos que derivar la moralidad o inmoralidad de una ideología, el capitalismo tendría más que explicar que el comunismo (como bien nos recordaba Chomsky tras la lectura en profundidad de "El libro negro del comunismo"). Condenar una forma de pensar izquierdista como antesala inevitable del Gulag es tan equivocado como pensar que el capitalismo lleva indefectiblemente a las cámaras de gas. Más allá de un contador de muertes de interés histórico, estas cuentas no sirven para juzgar ninguna ideología. En el pano de la filosofía, y ese es el plano en que estamos aquí, solo con una idea se puede desmontar otra idea. En el plano de la política, las casuísticas, retóricas y otros muchos factores se entremezclan para complicarlo todo mucho más.

Pero entonces, vayamos con la madre del cordero que son los resultados en la vida real. ¿De qué le sirve al izquierdista decir que su ideología tiene una raices más bondadosas que el capitalismo, si en la práctica, éste obtiene mejores resultados? No vivimos de sesudos análisis filosóficos, sino del pan. No es la moral, sino la economía la que deberíamos cuidar como guía política. Esto puede siempre matizarse, pues los excesos del capitalismo merecen ser denunciados y corregidos. Pero ese control no significa que debamos entregarnos a una deriva comunista que solo apela a sus bienintencionadas promesas. Cuando entregamos la economía de un país a unas manos responsables, queremos que sean grandes gestores más que grandes filósofos.

Y es aquí, en la economía, donde la derecha es superior a la izquierda tradicional, porque las instituciones expertas en economía no dejan espacio para aprendices de Marx, y los que terminan formandose mejor son los que abogan por el neoliberalismo o el conservadurismo. Las arengas marxistas de explotación son ecos que resuenan con fuerza moral en los medios, como Pepito Grillo, a modo de conciencia lejana. Pero con el pan, sobre todo con el pan de hoy, no se juega. En general, y en cuanto a programa económico, son obviadas como las utopías que son.

"[...] el derechista se mueve con comodidad en una política de inmanencia. Como  su reino es de este mundo, se mueve con una mayor seguridad en el espacio político, adoptando un tono de superioridad intelectual frente a su rival que, cargado de buneas razones, critica las injusticas de nuestro tiempo pero en lugar de plantear soluciones prácticas, se remite a un orden social nuevo.De ahí esa percepción tan extendida de que los izquierdistas pueden estar en posesión de los valores adecuados, mas no son gestores solventes. Su crítica ideológica está muy elaborada, pero sus recetas políticas para el aquí y el ahora son superficiales: proporciona buenas diagnósticos, no acierta con los tratamientos."
El autor, claramente de izquierdas, propone un plato de su gusto. Salva esta carencia de realismo izquierdista defendiendo que hay otro tipo de izquierda más moderna: la socialdemocracia. Esta, que sí tiene experiencia de gestión, "cuenta con un saber aplicado sobre las políticas públicas para combatir la desigualdad, y se olvida de las brumas discursivas típicas de la izquierda más radical."

Incluso Lenin reconocía que algunos comunistas eran poco prácticos al renunciar meterse en la instituciones para propiciar un cambio. El purismo de sus sueños revolucionarios les hacían actuar de manera algo infantil y poco pragmática.

"A pesar de sus limitadas ambiciones, el pragmatismo socialdemócrata ha hecho posible que ésta haya sido la corriente política con un mayor impacto positivo en la vida de las personas a lo largo del siglo XX. Precisamente porque ha estado dispuesta a acomodarse en el sistema ha podido cambiarlo como ningún otro partido de izquierdas. 
Debemos a la socialdemocracia no solo el estado de bienestar, sino también un cierto consenso sobre la cohesión social y la igualdad en la sociedades desarrolladas."

Los logros de la socialdemocracia fueron asimilados incluso por las demás fuerzas políticas, haciendo sus frutos muy duraderos. Eran los tiempos dorados de la socialdemocracia, la derecha no ofrecía soluciones y la izquierda venía con Keyness en la mano conquistando toda la gestión económica. Esta victoria nunca se vio como tal realmente, no al menos desde ua óptica de izquierdas clásica. Paradójicamente, el éxito de la socialdemocracia venía de su incapacidad para producir una mayoría obrera, y por eso tuvieron que conceder y negociar muchas cosas con el capitalismo. Ese reformismo, lejos de la revolución que anidaba en sus origenes marxistas, dio los mejores frutos. Y eso no eran fantasias filosóficas de nostálgicos comunistas. Desafortunadamente, ese equilibrio productivo entre revolucion y reformismo, está perdiendo su brío desde hace décadas, cuando la socialdemocracia se ha acomodado demasiado en su pilar más obediente con el capitalismo. Consecuentemente, desde los años 80, las socialdemocracias están perdiendo apoyos entre el electorado.

"La socialdemocracia no ha conseguido ofrecer una alternativa creíble a ese conjunto de políticas se ha visto obligada a realizar concesiones importantes, asumiendo una parte considerable de la doctrina neoliberal, de manera parecida como los partidos conservadores y liberales se vieron forzados, por falta de alternativas y presión de los sindicatos, hacer políticas keynesianas durante los años 50 y 60."
El declive de los sindicatos que ha perdido margen para negociar directamente con el capital, "el paso de los salarios como porcentaje de la renta nacional, las presiones de la globalización, la deslocalización, la desigualdad, todo esto es un reto al que la socialdemocracia debe enfrentarse.

A juicio del autor, el corazón comunitarista (que no comunista) que anida en la socialdemocracia (y no en el liberalismo), es lo que ha dejado de latir en los parlamentos. Comenzó en los años 80. Si antes el esquema básico era poner todos un poco para poder disfrutar de unas instuciones y servicios públicos fuertes, ahora "la socialdemocracia ha terminado adoptando parte del modo de pensar y de las recetas neoliberales."

"Es la época en la que, a lomos de un neoliberalismo pujante, se introduce en sospechas generalizables sobre el sector público, sobre el funcionamiento de la toma democrática de decisiones y sobre la propia capacidad de los electorados para entender los asuntos económicos y políticos les afectan. Los gobiernos, socialdemócratas o no, se fueron llenando de economistas y la política pasó a convertirse en un asunto de incentivos, gestión y eficiencia. El lenguaje tecnocrático y científicista de los economistas ha ido reemplazando progresivamente los elementos comunitaristas del discurso original socialdemócrata, hasta el punto de que se justifican las políticas sociales redistributivos no tanto por realizar un esquema básico de justicia, sino porque producen ganancias en eficiencia."
Aunque el futuro no sea muy halagueño y el neoliberalismo tenga todas las de ganar, Sánchez-Cuenca parece apuntar tímidamente y con bastante desconfianza hacia los nuevos políticos que están a la izquierda de la actual socialdemocracia. Esta izquierda representada por Pablo Iglesias (no se si también por Iñigo Errejón que prologa el libro pero que ya no comparte filas con Pablo Iglesias) en España, y por Sanders en EEUU, Corbyn en UK (el libro es anterior a su caída), Mélenchon en Francia... todos ellos, entiende el autor, solo proponen más socialdemocracia de la de verdad, de la que todavía no se ha vendido a las fórmulas del neoliberalismo. Sus medidas, analizadas una a una, no difieren demasiado de lo que la socialdemocracia proponía en los años 70. La diferencia, la única variacion necesaria para conquistar al electorado sería la formula populista que propone una nueva relación más íntima del electorado con el partido. Esa palabra que tan de moda se puso esta pasado año, el empoderamiento. "Ese sentido de comunidad política (de pueblo) que es justamente lo que la socialdemocracia ha perdido."








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