Este libro está escrito desde la desesperación de un amante de los misterios que no obtiene respuesta en la ciencia: lluvia de ranas y peces, lluvia de sangre,
oscurecimiento de la luna, luces y objetos luminosos en el cielo,
meteoritos viscosos y demás sustancias extrañas que caen o aparecen en
lugares insospechados, utensilios de hombres diminutos o incluso hadas,
etc…
A partir de un archivo de noticias y recortes de periódicos coleccionados con verdadera devoción, Charles Fort confecciona este libro como una suerte de odisea frente a la ciencia ortodoxa. El libro es una sucesión irónica de hechos inexplicables que tiene como función acusar a los científicos de monopolizar el conocimiento y haber condenado a personas, que como Fort, se han dedicado de manera autodidacta a investigar los hechos que suceden en la naturaleza.
Hechos a los que la ciencia no ha dado explicación, bien porque han sido ignorados, bien porque han sido ocultados. De esta manera Charles Fort analiza hechos misteriosos (a menudo muchas leyendas urbanas), con la esperanza de arrojar alguna luz o incluso dejar los datos recopilados para futuras generaciones. Lo cierto es que hay continuas referencias a periódicos y anuarios, con fechas exactas que mencionan esta o aquella crónica. Los temas son variopintos, y si bien algunas veces te asalta la duda sobre la idoneidad de profundizar en un hecho determinado, las elucubraciones que el propio Fort expone le quitan al hecho misterioso todo su potencial y verosimilitud que pudiera tener en la mente del lector.
Algunas veces Fort propone como explicación que hay otros mundos, animales que están suspendidos del aire, incluso un comentario de Darwin sobre unos hilos invisibles, como telas de araña, que vio en uno de sus viajes es puesto como ejemplo de que incluso los más nobles científicos han tenido contacto con este tipo de sucesos, aunque sus estrechas mentes dogmáticas no les han dejado seguir el curso de la razón. Fort, en cambio, es libre para elucubrar explicaciones tales como que hay otro mundo colgando sobre el nuestro, o un mar por encima de las nubes (el Supermar de los Sargazos). Sin ningún tipo de complejos, y con cierta arrogancia elabora su propio vocabulario que hace al lector perderse en guerras de términos como intermediario frente a ortodoxo, real y universal, positivo y negativo, etc…
Fort escribe con una racionalidad irregular. A veces da muestras de una auténtica curiosidad científica al cuestionar hechos que han sucedido, o que al menos los documentos sugieren que han sucedido de la manera en que se han narrado, y para los que la ciencia simplemente no tiene explicación. Constatar esto no es anti-científico, y en esa línea Fort dice:
“No me opongo a lo científico, sino a lo insuficiente” [..] He aquí por qué hoy día existe una revolución contra la Ciencia; porque las proposiciones formuladas a las que la última generación tomaba por verdades absolutas se revelan insuficientes.”
Con humildad investigadora, o cuestionadora, asume las limitaciones de su propio método:
“Este libro es una mezcla de ciencia y mala ficción. Y toda ficción es mala, mezquina o rudimentaria, desde el momento en que sea apoya demasiado en la coincidencia”(pag.100). […] Quiero ver alzarse ahora un verdadero clamor de silencio. Si solo un caso aislado de un fenómeno cualquiera hubiera sido desdeñado por el Sistema, la cosa me parecería sin importancia, ya que un solo caso es de mínimo peso. De acuerdo: mi método personal basado en la acumulación de casos tampoco es un verdadero método, pero, en la continuidad, todas las cosas deben parecerse a todas la demás cosas, de modo que no concibo un tema que pueda ser reducido a la penuria de un único caso. Es asombroso u omisible leer la lista que va a seguir, de todo lo que se ha visto en el cielo, y pensar que todos estos casos han sido sistemáticamente despreciados. Mi opinión es que ya no es posible o es muy difícil desdeñarlos, ahora que se hallan reunidos en compacto tropel. Pero reconozco que si antes hubiera intentado tal reunión la Antigua Dominante hubiera pulverizado mi máquina de escribir. De hecho, la letra e me hace de las suyas, y la s es muy temperamental.” (P.255)
Sin embargo en otras ocasiones sus proposiciones son tan atrevidas que rayan en el absurdo, y quizás por eso hace uso constante de la ironía y de la inversión del vocabulario. Construye su propio léxico para denominar a los científicos, a los que los cuestionan, a los procedimientos de exclusión de algunos hechos, etc… El lector tiene la sensación de estar ante un verdadero puzle que no puede descifrar porque el autor así se lo ha propuesto:
“Siendo yo mismo positivo-negativo, siento la atracción del polo positivo de mi estado intermediarista e intenta relacionar estos tres datos con un solo objeto” […] Un rompecabezas: si sostengo que el Positivo Absoluto se engendra y se mantiene a sí mismo a partir del Negativo Absoluto, pasando por un tercer estado, llamado cuasi-estado, se comprenderá que intente concebir la universalidad fabricándose a sí misma a partir de la Nada.”
La arrogancia se mezcla con el sarcasmo al tratar de igualarse con el lenguaje científico creando su propio código, es por tanto una especia de revancha del condenado que obliga a la científico-lector a adentrarse por la mente y el vocabulario ininteligible que Fort crea para la ocasión, de la misma manera que los científicos han creado lenguajes solo entendibles por ellos mismos.
Queda a opción del lector si esto es un brillante ejercicio de ironía o una manera camuflada de hacer el ridículo, porque a veces, más que un linchamiento de los dogmas, parece una disparatada creación de un mundo paralelo que necesita de la ironía para presentarse como algo más serio y profundo. Según el propio autor:
“No creo hacer un fetiche de lo absurdo. Pienso que, en los primeros tanteos, no hay medio de saber lo que más tarde será aceptable […]”
Pero Fort no es un iluso, él parece aceptar con paciencia y honestidad el papel de condenado:
“Estoy persuadido de que, recorriendo este libro, ustedes ha debido sentirese tentados –al ver la expresión de mis demenciales teorías- a expresar su indiganción y su empacho”
Pero cuando Charles Fort vibra más, es cuando se burla directamente del científico (p.113):
“Mi seudo-conclusión es que hemos sido condenados por gigantes hundidos en el sueño y por grandes principios o abstracciones incapaces de realizarse: cuántas putillas nos han hecho participes de sus caprichos; cuántos payasos armados de cubos de agua y desempeñando el papel de sacar de ellos millares de enormes peces, nos han maldecido por haberles faltado al respeto, ya que, incluso para el menor de los payasos, la bufonería subyacente responde a un deseo de ser tomado en serio. Cuántos pálidos ignorantes, sentando cátedra desde sus microscopios bajo los que no pueden distinguir el nostoc de la carne, la freza de pez de la freza de ranas, nos han impuesto sus solemnidades sin brillo. Hemos sido condenados por cadáveres, esqueletos y momias que se sobresaltan y titubean con una pseudo-vida tomada a las conveniencias. Todo no es más que hipnosis. Los malditos son aquellos que admiten ser malditos. Si estuviéramos más próximos a lo real, seriamos razones traducidas frente a un jurado de fantasmas.”
A partir de un archivo de noticias y recortes de periódicos coleccionados con verdadera devoción, Charles Fort confecciona este libro como una suerte de odisea frente a la ciencia ortodoxa. El libro es una sucesión irónica de hechos inexplicables que tiene como función acusar a los científicos de monopolizar el conocimiento y haber condenado a personas, que como Fort, se han dedicado de manera autodidacta a investigar los hechos que suceden en la naturaleza.
Hechos a los que la ciencia no ha dado explicación, bien porque han sido ignorados, bien porque han sido ocultados. De esta manera Charles Fort analiza hechos misteriosos (a menudo muchas leyendas urbanas), con la esperanza de arrojar alguna luz o incluso dejar los datos recopilados para futuras generaciones. Lo cierto es que hay continuas referencias a periódicos y anuarios, con fechas exactas que mencionan esta o aquella crónica. Los temas son variopintos, y si bien algunas veces te asalta la duda sobre la idoneidad de profundizar en un hecho determinado, las elucubraciones que el propio Fort expone le quitan al hecho misterioso todo su potencial y verosimilitud que pudiera tener en la mente del lector.
Algunas veces Fort propone como explicación que hay otros mundos, animales que están suspendidos del aire, incluso un comentario de Darwin sobre unos hilos invisibles, como telas de araña, que vio en uno de sus viajes es puesto como ejemplo de que incluso los más nobles científicos han tenido contacto con este tipo de sucesos, aunque sus estrechas mentes dogmáticas no les han dejado seguir el curso de la razón. Fort, en cambio, es libre para elucubrar explicaciones tales como que hay otro mundo colgando sobre el nuestro, o un mar por encima de las nubes (el Supermar de los Sargazos). Sin ningún tipo de complejos, y con cierta arrogancia elabora su propio vocabulario que hace al lector perderse en guerras de términos como intermediario frente a ortodoxo, real y universal, positivo y negativo, etc…
Fort escribe con una racionalidad irregular. A veces da muestras de una auténtica curiosidad científica al cuestionar hechos que han sucedido, o que al menos los documentos sugieren que han sucedido de la manera en que se han narrado, y para los que la ciencia simplemente no tiene explicación. Constatar esto no es anti-científico, y en esa línea Fort dice:
“No me opongo a lo científico, sino a lo insuficiente” [..] He aquí por qué hoy día existe una revolución contra la Ciencia; porque las proposiciones formuladas a las que la última generación tomaba por verdades absolutas se revelan insuficientes.”
Con humildad investigadora, o cuestionadora, asume las limitaciones de su propio método:
“Este libro es una mezcla de ciencia y mala ficción. Y toda ficción es mala, mezquina o rudimentaria, desde el momento en que sea apoya demasiado en la coincidencia”(pag.100). […] Quiero ver alzarse ahora un verdadero clamor de silencio. Si solo un caso aislado de un fenómeno cualquiera hubiera sido desdeñado por el Sistema, la cosa me parecería sin importancia, ya que un solo caso es de mínimo peso. De acuerdo: mi método personal basado en la acumulación de casos tampoco es un verdadero método, pero, en la continuidad, todas las cosas deben parecerse a todas la demás cosas, de modo que no concibo un tema que pueda ser reducido a la penuria de un único caso. Es asombroso u omisible leer la lista que va a seguir, de todo lo que se ha visto en el cielo, y pensar que todos estos casos han sido sistemáticamente despreciados. Mi opinión es que ya no es posible o es muy difícil desdeñarlos, ahora que se hallan reunidos en compacto tropel. Pero reconozco que si antes hubiera intentado tal reunión la Antigua Dominante hubiera pulverizado mi máquina de escribir. De hecho, la letra e me hace de las suyas, y la s es muy temperamental.” (P.255)
Sin embargo en otras ocasiones sus proposiciones son tan atrevidas que rayan en el absurdo, y quizás por eso hace uso constante de la ironía y de la inversión del vocabulario. Construye su propio léxico para denominar a los científicos, a los que los cuestionan, a los procedimientos de exclusión de algunos hechos, etc… El lector tiene la sensación de estar ante un verdadero puzle que no puede descifrar porque el autor así se lo ha propuesto:
“Siendo yo mismo positivo-negativo, siento la atracción del polo positivo de mi estado intermediarista e intenta relacionar estos tres datos con un solo objeto” […] Un rompecabezas: si sostengo que el Positivo Absoluto se engendra y se mantiene a sí mismo a partir del Negativo Absoluto, pasando por un tercer estado, llamado cuasi-estado, se comprenderá que intente concebir la universalidad fabricándose a sí misma a partir de la Nada.”
La arrogancia se mezcla con el sarcasmo al tratar de igualarse con el lenguaje científico creando su propio código, es por tanto una especia de revancha del condenado que obliga a la científico-lector a adentrarse por la mente y el vocabulario ininteligible que Fort crea para la ocasión, de la misma manera que los científicos han creado lenguajes solo entendibles por ellos mismos.
Queda a opción del lector si esto es un brillante ejercicio de ironía o una manera camuflada de hacer el ridículo, porque a veces, más que un linchamiento de los dogmas, parece una disparatada creación de un mundo paralelo que necesita de la ironía para presentarse como algo más serio y profundo. Según el propio autor:
“No creo hacer un fetiche de lo absurdo. Pienso que, en los primeros tanteos, no hay medio de saber lo que más tarde será aceptable […]”
Pero Fort no es un iluso, él parece aceptar con paciencia y honestidad el papel de condenado:
“Estoy persuadido de que, recorriendo este libro, ustedes ha debido sentirese tentados –al ver la expresión de mis demenciales teorías- a expresar su indiganción y su empacho”
Pero cuando Charles Fort vibra más, es cuando se burla directamente del científico (p.113):
“Mi seudo-conclusión es que hemos sido condenados por gigantes hundidos en el sueño y por grandes principios o abstracciones incapaces de realizarse: cuántas putillas nos han hecho participes de sus caprichos; cuántos payasos armados de cubos de agua y desempeñando el papel de sacar de ellos millares de enormes peces, nos han maldecido por haberles faltado al respeto, ya que, incluso para el menor de los payasos, la bufonería subyacente responde a un deseo de ser tomado en serio. Cuántos pálidos ignorantes, sentando cátedra desde sus microscopios bajo los que no pueden distinguir el nostoc de la carne, la freza de pez de la freza de ranas, nos han impuesto sus solemnidades sin brillo. Hemos sido condenados por cadáveres, esqueletos y momias que se sobresaltan y titubean con una pseudo-vida tomada a las conveniencias. Todo no es más que hipnosis. Los malditos son aquellos que admiten ser malditos. Si estuviéramos más próximos a lo real, seriamos razones traducidas frente a un jurado de fantasmas.”
Pepe Crespo, marzo de 2009.
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