jueves, 9 de mayo de 2013

"EL OPTIMISTA RACIONAL" (2010) de Matt Ridley


Cuando leí un artículo del autor en la revista de Punset, "Redes para la Ciencia", me fascinó tanto que busqué rápidamente el libro del que nacía, lo guardé y lo he leído con muchas ganas. Siempre me ha llamado mucho la atención el hecho del progreso humano, y como vivimos tan ajenos a los esfuerzos y logros de todos esos humanos que vivieron en épocas muy pasadas, pero que pusieron los cimientos sobre los que se ha construido todo lo que disfrutamos hoy en día.

Este libro me ha ilustrado sobre ese proceso desde la perspectiva de la paleontología y la biología, pero lo que no esperaba era que se adentrara en las raíces más polémicas de la economía y por tanto de la política. Lo ha hecho con tal convicción que he tenido que poner en cuarentena mis principios izquierdistas.

De manera que lo que empezó como un libro científico, pasó a ser un libro de política. ¿Qué hacer cuando mis dos pasiones se enfrentan? A priori me debo a la razón, pero precisamente por eso tengo que tener mucha cautela antes de dar por sentada la hipótesis de que este libro demuestra que la ciencia debería determinar una posición política. La justicia, la política y otras sensibilidades no emanan tradicionalmente de la ciencia, sino de una sensibilidad singular sobre la justicia y el reparto de la riqueza. ¿Pero qué sucede cuando te dicen, como te dice este libro, que hay riqueza suficiente para todos, y que a menos que la obstaculicemos, lo más probable es que nos llegue más pronto que tarde a todos los seres humanos?


CAPÍTULO 1
UN MEJOR HOY: EL PRESENTE SIN PRECEDENTE

Aunque haya gente muy pobre, incluso con una pobreza inimaginable en la Edad de Piedra, lo cierto es que en términos globales la población mundial es más rica, come mejor, muere más tardíamente, son más listos, etc... La pobreza en los últimos 50 años ha disminuido más que en los últimos 500 años. Y todo eso aún teniendo en cuenta que la población mundial se duplicó, y que la mejora no es una media estadística que deje de lado a los países pobres, porque fueron estos precisamente los que aumentaron su nivel de consumo a un ritmo que duplicaba el crecimiento de los demás países (de 1980 a 2000).

De manera que eso de que los ricos son más ricos, mientras que los pobres son más pobres no sería cierto. Todos son más ricos. Lógicamente este escenario global sí es una media estadística que no hará mucha gracia a los pobres que quedan por debajo. Pero la clase media de 1955 sería hoy descrita como por debajo de la línea de la pobreza. Los pobres de hoy en día gozan de comodidades y oportunidades que serían la envidia de la clase media de antes: "el 99% tiene electricidad, agua corriente, retretes conectados al alcantarillado y un refrigerador; el 95% tiene televisión, el 98% teléfono, el 71% automóvil y el 70% aire acondicionado."


Insisto: todo esto lo dice el autor desde una perspectiva global de la que advierte al principio del capítulo. Para mi gusto lo repite poco durante el resto del libro, porque su "optimismo global", aún siendo cierto, puede resultar un insulto para los que no han tenido tanta suerte de caer del lado positivo de la estadística. Por eso creo que lo matiza pocas veces en el libro, y la ocasión lo requeriría más, porque a veces suena demasiado a que "el fin justifica los medios".

Con esa misma lógica global, dice que el medio ambiente también mejora aunque localmente puede verse destruido, como en Beijing. En occidente ríos, lagos, océanos y atmósfera son más limpios. Los coches contaminan menos y "los huevos de las aves suecas tienen 75% menos de contaminantes que en los años sesenta."

Coeficientes de inteligencia, sistemas judiciales más fiables que liberan a inocentes gracias al ADN, y una drástica rebaja en los precios de combustibles, alimentos, vestidos y viviendas; "las cuatro necesidades humanas más básicas" que han sido más accesibles en los últimos dos siglos. Y el dinero no da la felicidad, pero ayuda mucho. El autor da por zanjada sin mayores problemas la denominada "Paradoja de Easterlin", economista según el cual "aunque en un país las personas ricas eran en general más felices que las pobres, los países más ricos no tenían ciudadanos más felices que los países pobres", aunque reconoce que la infelicidad de los estadounidenses es una excepción que se resiste. Pero cuando todas las demás variables se mantienen constantes, tener más dinero hace más feliz a las personas. Aún así, el dinero ni siquiera es la variable más importante (a veces es incluso un problema como han demostrado países con materias primas hundidos en la miseria). La libertad es todavía más importante para la felicidad. Tener libertad para elegir el tipo de vida que uno desea (social, política, laboral, sexual, geográfica, etc...) determina en mayor grado la felicidad.

Un horizonte creciente de prosperidad que se suele olvidar. Pero el autor no hace cambios de moneda para poder comparar, simplemente define la prosperidad con unidades de trabajo, o si se prefiere de tiempo. Para hacer un coche a principios de siglo XX se solían necesitar 4700 horas mientras que hoy solo son 1000. Todo el tiempo que nos evitamos los unos a los otros de estar trabajando, lo podemos dedicar a ocio o ... a consumir y hacer que el ahorro de tiempo sea cada vez mayor gracias al intercambio y la especialización, piedras angulares de este libro, y de las tesis de Adam Smith con las que se abre el mismo.

Tiempo: ésa es la clave. Olvídense de los dólares, los caracoles o el oro. La verdadera medida del valor de las cosas es la cantidad de horas necesarias para adquirirlas. Si tuvieran que adquirirlas por ustedes mismos, usualmente tomaría más tiempo que si las adquirieran ya fabricadas por otras personas. [...] Eso es la prosperidad: el aumento en la cantidad de bienes y servicios que se pueden adquirir con la misma cantidad de trabajo. Todavía a mediados del siglo XIX, un viaje en carroza de París a Burdeos costaba lo equivalente al salario mensual de un empleado; hoy el viaje cuesta aproximadamente  lo equivalente a un día de trabajo, y es 50 veces más rápido. [...]
Mi tesis es que esta adicción acumulada de conocimientos especializados, que permite que cada uno de nosotros consuma más y más cosas distintas mientras producimos menos y menos, es la historia central de la humanidad. La innovación cambia al mundo, pero sólo porque contribuye a la elaboración de la división del trabajo y promueve la división del tiempo. Olviden las guerras, religiones, hambrunas y poemas por el momento. Éste es el tema más grande de la historia: la metástasis del intercambio, la especialización y la invención que ha traído consigo, la "creación" de tiempo.

CAPÍTULO 2
EL CEREBRO COLECTIVO: 200.000 AÑOS DE INTERCAMBIO Y ESPECIALIZACIÓN



Al principio los humanos apenas innovaban. Pasaron mucho tiempo sin progresar: sus inventos como las hachas de mano a modo de bifaz achelense y otras piedras talladas para usar como utensilios no son consideradas por el autor como una verdadera invención, sino como algo tan innato "como un cierto diseño de nido es para ciertas especies de pájaros." Durante un millón de años la tecnología no cambió a pesar de que los cerebros de sus usuarios sí que crecieron un tercio.

Esto está en consonancia con la tesis que el autor nos presente en el prólogo, y es que la verdadera invención no viene de una capacidad cerebral mayor, sino de un "cerebro colectivo", de un "apareamiento de las ideas", que producen nuevas ideas. De esta forma, no se sabe muy bien cuándo ni cómo, quizás hace unos 100.000 años en África, apareció el "Homo Dynamicus" que consiguió, sin ninguna ventaja anatómica sobre sus antecesores, inventar e innovar hasta el punto que algo les hizo mejorar a una velocidad exponencial, mayor de la que cabría esperar de sus mejoras genéticas. Según el autor, aunque no termina de demostrarlo con rigor científico, la responsable de estos avances no es ni el clima (aunque fuese más favorable) ni la genética (aunque efectivamente pudieron ser más inteligentes), sino la economía. En concreto, la invención del trueque.

Es intercambio necesitaba ser inventado; no es algo natural para la mayor parte de los animales. El uso del trueque en otras especies animales es extremadamente bajo. Las familias comparten cosas, y hay intercambio de comida por sexo en muchos animales, incluyendo insectos y monos, pero no hay casos en los que un animal le dé a otro, con el que no sostiene alguna relación, un objeto a cambio de otro. [...] La "reciprocidad" es muy común entre los simios y los monos: rasca mi espalda y yo rasco la tuya. [...] Dicha reciprocidad [...] sin duda preparó a los seres humanos para el intercambio. Pero no es lo mismo que el intercambio. La reciprocidad significa dar el uno al otro la misma cosa (usualmente) en momentos distintos. El intercambio -llámenlo trueque o comercio si lo prefieren- significa dar el uno al otro cosas diferentes (usualmente) al mismo tiempo: intercambiar simultáneamente dos objetos distintos.

Los experimentos de la primatóloga Sarah Brosnan con chimpancés no han podido demostrar un verdadero trueque entre los mismos. A lo sumo, unos chimpancés han intercambiado alimento no deseado por otro deseado, o fichas sin valor para ellos por alimentos que les gustaban, pero ninguno consiguió entregar algo que valoraba (por encima de un mínimo) por otra cosa que valorase más. No han podido superar el instinto de conservar algo que les gusta, a cambio incluso de otra cosa que les gusta más. No se lo que habría dicho esta primatóloga, pero a mi parecer todavía se podría argumentar que los chimpancés sí que realizan verdadero intercambio, pero solo cuando hay un margen de beneficio muy grande u obvio. Así las cosas, los humanos serían los únicos que comercializarían incluso cuando el margen de beneficio es poco (poco en una transacción individual, pero mucho cuando éstas se multiplican).

Sea como fuere, se puede decir que los humanos desarrollaron un cerebro colectivo de cooperación, división del trabajo (la primera de ellas la sexual; los hombres cazan, las mujeres y los niños recolectan), especialización, intercambio... ningún otro animal ha llegado tan lejos a través del trueque. Y cuanto más intercambio mejor para todos. Si no se ha conseguido progresar más rápidamente, no es por culpa del proceso, sino de los seres humanos que somos conservadores por naturaleza y miramos con recelo lo que puede suponer un cambio de nuestra cultura por agentes externos, aunque suponga una mejora. Tenemos una tendencia al aislamiento. Y eso ha provocado muchas recesiones en la historia de la humanidad. Estos parones son propios de cerebros colectivos muy pobres, es decir, con pocas conexiones entre los individuos de la sociedad. A mayor conexión entre los miembros de una sociedad, mayor progreso. Las sociedades numerosas y que intercambian generarán un cerebro colectivo que se aprovechará de que las ideas tengan sexo, y produzcan innovaciones y progreso. Siempre ha habido periodos de estancamiento, y zonas, como la Tasmania de hace unos milenios, en las que hubo incluso una regresión tecnológica por culpa del aislamiento. Pero por muchas involuciones que vengan, al final siempre salimos hacia adelante, así ha sido y así será... según el optimista racional.

La base económica de esta fe en el mercado la sintetizó David Ricardo en 1817, en su ley homónima o también conocida como Ley de Ventaja Comparativa. Para el que no la conozca le puede parecer un juego mental con trampa, pero recomiendo reflexionar sobre ella porque las conclusiones son muy llamativas, ya que resulta más beneficioso colaborar con alguien que tarda más en hacer las cosas que tú mismo.... Intentaré explicarla con un ejemplo de mi cosecha:

Mi cuñado es el mejor albañil de toda Almería. Su mujer no ha cambiado una bombilla en su vida, y es que él lo hace todo. Hace no mucho aprendió a pintar estuco. Todo un McGyver, vamos. Yo en cambio no soy nada manitas. Veamos una hipotética situación en la que siendo yo peor trabajador que él, le convendría cooperar conmigo. Él puede levantar un muro en 2h. y pintarlo en 3h. Yo tardaría 6h. en levantarlo y 10h. en pintarlo. Si ambos tuviésemos que hacer una reforma en casa (levantar un muro y pintarlo) y yo le pidiese unir nuestras fuerzas para hacerlo de forma conjunta, "Donsabelotodo" pensaría que intento engañarle para aprovecharme de su fuerza productiva, ya que su aportación siempre será mayor y por lo tanto el beneficio sería solo mío. Sin embargo no es así. Ambos salimos beneficiados si cooperamos. Si yo le levanto un muro en su casa, a cambio de que él me pinte el otro que he levantado en la mía, yo habré trabajado únicamente 12h. (mientras que si hubiese tenido que levantar un muro y pintarlo hubiese tardado 16h: 4h más) y él habrá trabajado solo 4h, las 2h de pintar su muro más las 2h de pintar el mío (mientras que si hubiese tenido que levantar su muro y para luego pintarlo hubiese tardado 5h: 1h más). Mi cuñado podría quejarse de que yo salgo más beneficiado que él, pero lo cierto es que él no pierde sino que gana 1 hora, y al fin y al cabo... yo soy quien le ha explicado la ley de David Ricardo... y eso tiene un coste.


CAPÍTULO 3
LA MANUFACTURA DE LA VIRTUD: TRUEQUE, CONFIANZA Y REGLAS DESDE HACE 50.000 AÑOS




Joseph Henrich hizo un estudio que nos muestra unas conclusiones favorables a las sociedades que están acostumbradas a confiar (aunque sea un mínimo) en los extraños, es decir, a las sociedades que están acostumbradas a comerciar, frente a las sociedades aislacionistas que ven con recelo a los extraños.

Este estudio está basado en un famoso y curioso experimento de teoría de juegos ideado por Werner Guth, y denominado "el juego del ultimátum". Consiste en ofrecerle a un jugador "A" una cantidad de dinero, por ejemplo 100 Euros, la única condición para ganarlos es que éste debe conseguir que un segundo jugador "B" acepte un reparto de esa cantidad. "A" decide cuanto quiere repartir con "B" (sin que se puede regatear), pero si "B" rechaza entonces ninguno recibirá nada.


Decisiones emocionales: El juego del ultimatum por raulespert
Pues bien, después de poner a prueba el experimento en muchas sociedades se ha llegado a la conclusión de que la gente no se rige únicamente por el interés económico. De ser así, el jugador "B" aceptaría incluso 1 euro que le ofreciese el jugador "A", porque siempre es mejor algo que nada. Pero la experiencia demuestra que los jugadores "B" suelen rechazar las ofertas "tacañas", aún cuando ello supone no recibir nada. Las ofertas que se suelen aceptar, y las que curiosamente más se suelen ofrecer son las del 50% o muy próximas a la mitad. Tradicionalmente se ha interpretado que este juego del ultimátum demuestra que no solo nos movemos por razones económicas, que no somos un homínido economicus, sino que también tenemos motivaciones de equidad o justicia incluso cuando va en contra de nuestros intereses económicos.

Alguien podría deducir que el estudio de Henrich, del que se hace eco Matt Ridley a través del economista Herb Gintis, nos muestra que las sociedades que comercian hacen que sus individuos sean más generosos, ya que sus jugadores "A" tienden a ofertar un 50% con mayor frecuencia de otro tipo de sociedades más aislacionistas. Pero Ridley nos avisa de que la verdadera lección es hacer comprender al otro que necesita de la colaboración e intercambio para progresar.

Las sociedades con menor experiencia en el trato con extraños eran las más duras de corazón, las manos generosas, y apenas "racionales". [...] Por otro lado los jugadores de aquellas sociedades que están más integradas a los mercados modernos, como los nómadas orma, de Kenia, o los achuar, agricultores de subsistencia de Ecuador, por lo común ofrecerán  la mitad del dinero, tal como lo haría un universitario occidental. [...]
La lección de este estudio es que, en general, tener que lidiar con extraños nos enseña a ser corteses, y que un costoso castigo al egoísmo puede ser necesario para que dicha generosidad pueda surgir. Rechazar la oferta es costoso para el segundo jugador, pero él se da cuenta de que vale la pena con tal de dar una lección al primero. El argumento no es que el intercambio  enseña a las personas a ser buenas, sino que el intercambio enseña a las personas a reconocer que iluminado interés personal reside en la búsqueda de cooperación.
CRITICA AL JUEGO DEL ULTIMÁTUM

En una primera lectura encuentro dos grandes "peros" a este juego. En primer lugar no entiendo como algunos pueden decir que los resultados no varían dependiendo de la cantidad (no Ridley, pero si otros que analizan los resultados). No es lo mismo rechazar 10 euros que 1000 euros. La situación de necesidad del sujeto "B" debería verse condicionada a la hora de aceptar o rechazar la propuesta. De hecho no hace falta hallarse en estado de necesidad económica, basta con ofrecer una cantidad exagerada de dinero y no creo que haya persona en el mundo que la rechace solo porque el otro sujeto se lleve más. Buscando en Internet he podido encontrar una investigación de la Universidad de Melbourne en Indonesia (donde la cantidad en juego para B era tres veces el salario mensual) que efectivamente confirma mis sospechas. Muchos investigadores citan este estudio de Lisa A. Cameron como prueba de que subir las cantidades no varía los resultados, sin embargo eso es incorrecto; si se lee aunque solo sea el resumen inicial del estudio veremos que lo que permanece invariable es la oferta de "A", pero no la disposición de "B" a aceptarla).

Y en segundo lugar, el sujeto "A" puede hacer un reparto cercano al 50% no por generosidad ni equidad, sino porque hace uso de su empatía y prevé que el sujeto "B" rechazará una oferta injusta (como de hecho suele suceder). Esta segunda objeción mía ya la refutaron con otro juego: el juego del dictador. Básicamente es el mismo juego, pero en este caso "A" reparte libremente el dinero que se le ofrece, pudiendo elegir entre no darle nada a "B" quien tiene un papel absolutamente pasivo (ni acepta ni rechaza). Los resultados nos muestran que incuso en esta situación, el supuesto dictador no se comporta como tal, y reparte algo con "B"... por tanto los resultados "económicamente irracionales" del juego del ultimátum se mantienen con pocas variaciones.

Pero Ridley podría haber sido un poco más honesto y no esconder otros resultados que seguramente conoce pero que no encajan con su teoría. Él denuncia que la lógica que impera en el mundo es la de "suma cero" (si uno gana el otro necesariamente pierde, que es la que subyace tras estos juegos), y eso es lo que ha hecho que el marxismo, y otras críticas más modernas del libre mercado, vean el comercio como un mal necesario, y no como una virtud que hace que el mundo progrese. Pero entonces debería haber comentado "el juego del dilema del prisionero", perteneciente a la categoría de "suma no cero", que es la que según él se da con más frecuencia en el mundo real. Y supongo que no lo hace porque los resultados de este último juego parecen ser desesperanzadores, ya que demuestran que dos personas no confían ni colaboran aún cuando hacerlo revierte en el interés de ambas.

CONFIANZA EN EL MERCADO: HUMANA, PRIMITIVA Y PANACEA SOCIO-POLÍTICA PARA TODOS (INCLUIDAS LAS MINORÍAS)

Pero Ridley continua con su apuesta por la confianza humana, porque aunque la base química (la oxitocina que genera confianza) es común a todos los mamíferos, y los chimpancés también son altruistas y cooperadores y se ofenden igualmente por tratos injustos, solo los humanos han llegado a un nivel de confianza en los extraños (fuera de la tribu, de la manada, de la familia...) que otras especies no han podido alcanzar más allá de una mera cooperación, intercambio y especialización dentro del seno familiar: chimpancés, delfines, lobos, leones.... ningunos pueden confiar como lo hacemos los humanos cuando comerciamos extraños y desde la prehistoria (no como se suele pensar desde hace relativamente poco tiempo).


A medida que uno se va adentrando en el libro se va dando cuenta de que su optimismo se funde con una posición política. El marxismo es visto como reduccionista porque aplica una lógica divisoria de suma cero, donde unos explotan a otros, ignorando la posibilidad de que todos ganan. Según el autor hay una vieja y constante visión romántica del pasado, según la cual en un mundo precomercial la vida era mucho mejor, todos vivían sin la presión ni la agresión de la constante compra-venta en la que hoy en día nos ahogamos: hacemos del dinero el valor de nuestras vidas y eso nos desalma. Pero todo ese discurso es un bucólico espejismo que esconde los logros que este sistema capitalista nos ha traído.

En el mundo precomercial, la crueldad inimaginable era un lugar común: las ejecuciones eran un deporte para espectadores, la mutilación un castigo rutinario, los sacrificios humanos un tragedia trivial y la crueldad hacia los animales un entretenimiento popular. En el siglo XIX, cuando el capitalismo industrial atrajo a tantas personas a ser dependientes del mercado, la esclavitud, el trabajo infantil y los pasatiempos como el lance de zorros o las peleas de gallos se volvieron inaceptables. A finales del siglo XX, cuando la vida se comercializó aún más, el racismo, el sexismo y el abuso de menores se volvieron inaceptables. Y en el camino, cuando el capitalismo cedió el paso a variadas formas de totalitarismo dirigido por el estado y sus pálidos imitadores, fue evidente el retroceso de dichas virtudes, mientras la fe y el valor revivieron. [...] En décadas recientes, las obras de caridad han crecido más rápido que la economía a nivel global. Internet está repleto de personas que comparten consejos gratuitamente.
Claro que estas tendencias podrían ser una simple coincidencia: [...] Pero no creo que éste sea el caso. Fue la "nación de tenderos" la que primero se preocupó por abolir  el comercio de esclavos, emancipar a los católicos y dar de comer a los pobres. Al igual que fueron los mercaderes nouveauz riches, como Wedgwood y Wilberforce, quienes financiaron y encabezaron el movimiento contra la esclavitud antes y después de 1800, mientras que los viejos adinerados miraban con indiferencia; de igual modo, hoy en día es el dinero de los empresarios y los actores el que financia la compasión por las personas, mascotas y planetas. Hay un vínculo directo entre el comercio y la virtud. [...] Está en la extraordinaria característica de los mercados: así como pueden producir un resultado colectivamente racional a partir de un grupo de personas individualmente irracionales, pueden también producir un resultado colectivamente benévolo a partir de un conjunto de motivaciones individualmente egoístas.

Efectivamente tal y como reconoce Ridley, aunque lo hace con la boca pequeña, estos progresos pueden haber sido posibles gracias a otros avances en el campo de la filosofía o la política, y no al comercio como se atreve a sugerir. Si los animales han pasado poco a poco a gozar de un mayor respeto y protección puede haber sido porque los animalistas han ido ganando terreno en el debate filosófico. Además, las corridas de toros siguen siendo populares bajo un contexto de libre comercio en España, mientras que sus mayores críticos suelen ser precisamente los contrarios al libre comercio (dejando aparte el factor nacionalista en Cataluña). Y no hay motivos para dudar de que los abolicionistas no hubiesen conseguido sus objetivos bajo un estado de comercio más limitado, por no hablar de la obviedad de que el comercio de esclavos... era comercio, y por tanto tuvo que nacer en un contexto de intercambio de mercancías. La motivación religiosa para ser filántropo adolece del mismo problema, ya indicado por Christopher Hitchens, y es que fue precisamente en nombre de la religión que se defendía el esclavismo y el racismo.

De  la misma manera, los niveles de educación, sanidad y paro de la URSS, o de la Cuba castrista, ¿son un mérito de la ausencia de mercado libre, como se derivaría de aplicar la lógica de nuestro optimista racional? ¿o son producto de una política concreta en las respectivas materias que se podría haber conseguido igualmente con el libre mercado? Todo parece indicar que las pruebas del autor son circunstanciales. Sin embargo él insiste:

[...] mientras que el socialismo siente que el cuidado de los pobres es una tarea de la que el gobierno debe hacerse cargo a través de los impuestos, los libertarios piensan que es su deber. No estoy diciendo que el mercado sea la única fuente de caridad; es claro que no lo es: la religión y la comunidad son también grandes motivaciones para la filantropía. Pero la idea de que el mercado destruye la caridad por inculcar el egoísmo está muy lejos de la verdad. Cuando la economía de mercado florece, también lo hace la filantropía. Pregunten a Warren Buffet y Bill Gates.

Y continua con una insufrible lista de mejoras que el mercado ha supuesto para minorías y valores universales:

-"El sufragio universal, la tolerancia religiosa y la emancipación femenina comenzó con entusiastas pragmáticos en favor de la empresa libre, como Ben Franklin".
- El movimiento anti-segregacionista en EEUU y a favor de los derechos civiles fue posible gracias a la migración económica de los negros que tuvieron que abandonar el sur para encontrar mejores oportunidades y así encontrar "su voz económica y política". "La primera victoria en aquel camino fue un ejercicio del poder de consumo: el boicot de autobuses en Montgomery en 1955-56."
-La liberación política y sexual de las mujeres de los 60 fue gracias a que las máquinas las sacaron de la cocina y el comercio les daba mayores oportunidades de trabajo fuera de casa: "fue esto, tanto como cualquier despertar político, lo que permitió que el movimiento feminista se fortaleciera en los sesenta."
-El movimiento hippy se nutría de jóvenes que ahora ganaban más que sus padres, precisamente porque sus padres habían abandonado las granjas para prosperar en la ciudad, y fue esa prosperidad la que dio resonancia a Presley, Ginsberg, Kerouac, Brando y Dean. Fue la prosperidad masiva de los sesenta (y los fideicomisos que generó) lo que posibilitó el sueño del amor libre y las comunas."

A modo de paliativo a esta especie de revisionismo histórico, el autor juega a la equidistancia y concede que tanto la izquierda como la derecha se encuentran ante una paradoja, y es que ninguna agradece el progreso porque son incapaces de salvar los obstáculos ideológicos y rendirse ante la evidencia del progreso (social o económico):

Políticamente, tal como lo diagnosticó Brink Lindsay, la coincidencia de la riqueza y la tolerancia nos ha llevado a una extraña paradoja: un movimiento conservador que da la bienvenida al cambio económico pero odia sus consecuencias sociales y un movimiento liberal que adora las consecuencias sociales pero detesta la fuente económica de la cual provienen. "Un lado denunció el capitalismo pero comió sus frutos; el otro maldijo a los frutos pero defendió al sistema que los generó."
En definitiva, que casi de podría afirmar que el intercambio y el comercio son la fuente de todas las virtudes de la humanidad. Hasta tal punto cree que la libertad económica es condición sine qua non para el bienestar y la prosperidad que llega a afirmar que allá donde faltan nacen las dictaduras.

Los países que pierden su libertad en manos de tiranos hoy en día a través de golpes de Estado militares, usualmente están experimentando una caída en el ingreso per cápita a una tasa promedio del 1,4% en el momento del golpe. De igual forma fue la caída del ingreso per cápita lo que ayudó [la cursiva es mía] a convertir a Rusia, Alemania y Japón en dictaduras entre las dos guerras mundiales.

Nuestro optimista racional pasa de puntillas por dos excepciones que no encajan muy bien en su modelo: el reforzamiento del pluralismo y la tolerancia en EEUU durante la crisis de los años 30, y el éxito económico de China donde no hay democracia. Sobre la primera confiesa abiertamente que es un misterio y sobre la segunda, en el capítulo 5 ofrece un intento de explicación: ¿cómo explica que una China dictatorial esté triunfando económicamente? Diciendo que desde 1978 está muy descentralizada. La descentralización es otra forma de liberarse de controles artificiales que limitan las posibilidades de progreso... como decía, solo un intento.

Pero voy a seguir saltando entre estos dos capítulos porque complementan muy bien la visión política del autor. A continuación unos párrafos del capítulo 5 que nos ofrece una lista de países, y la explicación en clave de puro liberalismo, de sus triunfos y fracasos:

El mensaje de esta historia -que el comercio propicia la prosperidad mutua mientras el proteccionismo causa pobreza - es tan descaradamente obvio que parece increíble que alguien piense lo contrario. No hay un solo ejemplo de un país que abra sus fronteras al comercio y termine más pobre (el comercio forzado de esclavos y drogas es un tema distinto). El libre comercio funciona para los países incluso si ellos sí lo hacen y sus vecinos no. [...] tras la Primera Guerra Mundial, [...] Conforme las monedas se devaluaban y el desempleo aumentaba en los años treinta, gobierno tras gobierno buscaban la autosuficiencia y la sustitución de las importaciones: Grecia bajo el gobierno de Ioannis Metaxas, España bajo Francisco Franco, Estados Unidos bajo Smoot y Hawley. El comercio se redujo en dos tercios entre 1929 y 1934. [...] Estas medidas proteccionistas exacerbaron el colapso económico. [...]
Posteriormente, después de la Segunda Guerra Mundial, toda Latinoamérica rompió con el libre comercio [...] esto llevó a décadas de estancamiento. La India, bajo el gobierno de Jawaharlal Nehru, se convirtió también en una autarquía, cerrando sus fronteras al comercio con la esperanza de iniciar un boom en la sustitución de importaciones. También se estancó. Pero siguieron intentándolo: Corea del Norte bajo Kim II Sung, Albania bajo Enver Hoxha, China bajo Mao Tse Tung, Cuba bajo Fidel Castro... todos los países que implantaron medidas proteccionistas sufrieron. Países que tomaron el camino opuesto incluyen Singapur, Hong Kong, Taiwán, Corea del Sur y después Mauricio, todos ejemplos de un crecimiento milagroso. Los países que cambiaron de dirección en el siglo XX incluyen a Japón, Alemania, Chile, la China posterior a Mao, India y, más recientemente, Uganda y Ghana. La política de puertas abiertas de China, que redujo las tarifas de importación del 55% al 10% en 20 años, la transformó de uno de los mercados más protegidos a uno de los más abiertos en el mundo. El resultado fue el mayor boom económico en el mundo.
GLOBALIZACIÓN

¿Pero es nuestro zoólogo (esa es su especialidad antes de convertirse en periodista y divulgador científico) un incondicional de los mercados y la globalización? La respuesta es ambivalente. Por un lado, desde el mismo prólogo, ya nos advertía de que todo lo positivo que él predica de los mercados se limita a los mercados de bienes y servicios ("cortes de pelo y hamburguesas"), y no a los mercados de capitales tan propensos a burbujas y colapsos como el que estamos sufriendo y del que él se considera parte, ya que era presidente no ejecutivo de Northern Rock,

uno de los muchos bancos que quedaron sin liquidez durante la crisis. Este no es un libro sobre aquella experiencia (los términos de mi contrato con ellos no me permiten escribir sobre el tema). Esa experiencia me volvió desconfiado hacia los mercados de capitales, pero apasionado en favor de los mercados de bienes y servicios. [...] El optimismo racional sostiene que el mundo saldrá de la crisis actual gracias a la forma en que los mercados de bienes, servicios, e ideas permiten a los seres humanos intercambiar y especializarse honestamente, para el beneficio de todos. Así que éste no es un libro de alabanza o condena ciega hacia los mercados, sino una investigación sobre como el proceso mercantil de intercambio y especialización es más viejo y justo de lo que muchos piensan, [...].

En la misma línea, se declara contrario a las grandes corporaciones porque son ineficaces y anticompetitivas, impiden el juego de sus pequeños competidores, buscan el monopolio y como decía Milton Friedman "las corporaciones financieras en general no son defensoras de la libre empresa. Por el contrario, son unas de las principales fuentes de peligro". Y les vaticina un futuro poco halagüeño porque cada vez son más vulnerables y viven con miedo ante la prensa, los lobbies, el gobierno y sus clientes. Son tantas las que caen que en ese sentido, y solo en ese sentido, "el capitalismo está muriendo, y rápido". Ahora las estrellas del mercado son empresas del tipo eBay, que tienen muchos menos trabajadores y están más descentralizadas que los clásicos gigantes del capitalismo como Exxon. "El monstruo corporativo" está cayendo solo, y las críticas a él ya son innecesarias. Internet y las relaciones que posibilita entre los usuarios y los clientes nos ofrece un futuro optimista, menos jerarquizado y que responde más y mejor, y con más igualdad para todos los agentes que intervienen en el mercado. Y cita a John Clippinger: "el éxito de las organizaciones de pares basadas en la confianza, como eBay, Wikipedia, y el movimiento del código abierto, indica que la confianza es una propiedad de las redes, altamente expandible".


Pero esta crítica solo es formal, porque a renglón seguido alaba y justifica los efectos apisonadores y globalizadores de este tipo de empresas, tanto dentro como fuera EEUU. Y lo hace con la lógica de "optimismo global" que ya expliqué al principio del post: en el caso doméstico se refiere a Wall-Mart, que lejos de considerarla un ineficaz monstruo corporativo, fue la responsable de 1/4 del crecimiento productivo en los 90... ¡de todo EEUU! (citando a Eric Beinhocker).

Cuando Wall-Mart se instala en una población, provoca en promedio una reducción del 13% en los precios de los competidores, ahorrando a sus clientes a nivel nacional 200.000 millones de dólares. [...] Una tienda deWall-Mart hace que los vendedores más pequeños quiebren, eso es tan seguro como que el ordenador terminó con la máquina de escribir. Pero es necesario que sopesemos esto contra los enormes beneficios recogidos por los clientes (particularmente los más pobres) al tener acceso a artículos de mejor calidad, mayor variedad y menor precio. [...] lo que ahorraba un cliente de Wall-Mart pronto sería gastado en otras cosas, lo cual llevaría a la apertura de nuevas tiendas para dar servicio a dichas demandas. En Estados Unidos se pierde al año, aproximadamente, el 15% de los trabajos y se crea otro 15%.

No me creo mucho esa estadística (la nota a final del libro habla solo del primer 15%, no dice nada del segundo) pero en cualquier caso vemos que no niega la destrucción de empleo local, lo que defiende es que en su conjunto, merecerá la pena porque esos nuevos parados, se reconvertirán en otros negocios. Es como si se tratase de una energía, que ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Con el mismo tipo de sofisma justifica la globalización fuera de EEUU.

Sí, por supuesto que el comercio puede ser perjudicial. Las importaciones baratas pueden acabar con empleos en el interior, aunque al hacerlo, al liberar el dinero de los consumidores para comprar otros bienes y servicios, siempre terminan creando más, tanto en el interior como en el extranjero. Si los europeos encuentran que sus zapatos se fabrican a un menor precio en Vietnam, entonces tienen más dinero para gastar en sus cortes de pelo, y por lo tanto hay mejores trabajos para los europeos en los salones de belleza y menos trabajos aburridos en fábricas de zapatos. Claro que las compañías de manufactura buscarán países que toleren salarios y estándares más bajos, aunque ante los pinchazos de los activistas occidentales, en la práctica terminan aumentando los salarios y los estándares en aquellos lugares, que son los que más lo necesitan. Más que una carrera hacia el fondo, es una carrera para elevar el fondo. Las fábricas de Nike en Vietnam, por ejemplo, pagan salarios tres veces más altos que las fábricas del Estado, y tienen mucho mejores instalaciones. Eso eleva los salarios y los estándares. Durante el periodo de mayor expansión del comercio y la subcontratación, la explotación infantil ha disminuido a la mitad desde 1980: si eso es reducir los estándares, que los reduzcan más.

Después de todo esto, ¿qué sentido tiene su afirmación de que "personalmente no defiendo a ninguna corporación; sus ineficiencias, complacencias y tendencias anticompetitivas suelen irritarme tanto como a cualquier otro"?

Al final del capítulo repite ese mantra religioso de que el mercado es la raíz de todo bien, incluso para intelectuales, artistas, filósofos y científicos de épocas pasadas que encontraron financiación y tiempo libre gracias a las ventajas del libre comercio; desde Aristóteles a Darwin, pasando por Spinoza, Rembrandt, Newton, etc...

Pero quizás por modestia o por no parecer muy fundamentalista, finalmente se pregunta si no se estará equivocando al confundir síntomas con causas. Quizás las verdaderas causas fueron las reglas que nos dimos para vivir, el estado de derecho, la propiedad privada, el estado del bienestar, la libertad de prensa, la enseñanza religiosa de la moralidad (sic). Por ejemplo la regla que prohíbe matar, o aquella otro que delega en el estado el ejercicio de la fuerza y la justicia nos alejó bastante de tomarnos la justicia por nuestra mano e hizo del mundo un lugar más tranquilo. Y todo eso no tiene nada que ver con el comercio. ¿O sí?

El autor defiende que aún siendo éstas la causas, son en definitiva otro tipo de intercambio, un intercambio cultural que va filtrando las ideas de abajo hacia arriba, como la selección natural, que no está impuesta por nadie sino que se va abriendo camino gracias a que se mezclan una ideas con otros y solo van sobreviviendo las más aptas. El paralelismo con la selección natural, nunca es explícito, pero es evidente y ubicuo.

CAPÍTULO 4
ALIMENTAR A LOS 9.000 MILLONES: LA AGRICULTURA DESDE HACE 10.000 AÑOS

En este capítulo el autor sigue defendiendo la primacía del mercado y afirma que precedió a la agricultura. El comercio no solo se inventó antes que la agricultura, sino que la agricultura se inventó para satisfacer las necesidades de los que ya eran comerciantes. Creo que como otras cuestiones está lejos de demostrarlo, pero lo intenta razonando que los primeros asentamientos agrícolas estaban ubicados en lugares propicios para comerciar, ricos en materias primas y agua dulce. Esto hizo que los vecinos se reuniesen para comerciar entre sí. Lejos de ser sedentarios y autosuficientes, intercambiaban más que en ninguna otra región,

y es razonable especular que uno de los factores que presionó para inventar la agricultura fue la necesidad de alimentar y beneficiarse de los acaudalados comerciantes, generar un excedente que pudiera ser intercambiado por obsidiana, conchas u otros bienes más perecederos. El comercio vino primero.

Acepta que la agricultura trajo patriarcado y desigualdad, pero no mucho más que las culturas cazadoras y recolectoras. Defiende por tanto a los agricultores (en tanto que comerciantes) frente a los cazadores que eran autosuficientes.

Pero cuando Matt Ridley se vuelve más provocativo es cuando trata la agricultura actual. Dice que los fertilizantes fueron un descubrimiento que cambiaron la situación de la India: de la hambruna a ser un exportador global de trigo. Pero no solo eso. Sustituir a los caballos por tractores supuso liberar una gran cantidad de hectáreas que antes se dedicaban a alimentar a los caballos y entonces pasaron a ser tierras cultivables para consumo humano. Lo que salva al mundo es la agricultura intensiva, que le devuelve más espacio a la naturaleza y nos dota de más y más alimentos.


 La conclusión es que sigamos construyendo rascacielos y apostemos por la agricultura intensiva.

Si consideramos todos los cultivos de cereal a nivel mundial, en 2005 se produjo el doble de grano a partir de la misma área de cultivo con respecto a 1968. [...] el mundo puede establecerse la meta razonable de alimentarse con un estándar cada vez más alto a lo largo del siglo XXI sin incrementar la superficie de cultivo, e incluso disminuyéndola. [...] Cuando los seres humanos eran todavía cazadores-recolectores, cada uno necesitaba aproximadamente mil hectáreas de tierra para sobrevivir. Ahora, gracias a la agricultura, la genética, el petróleo, la maquinaria y el comercio, cada uno necesita poco más de mil metros cuadrados, la décima parte de una hectárea.

Por supuesto la agricultura orgánica no tiene cabida en su apuesta. Muy al contrario, si los políticos se dejan llevar por lo que el autor considera una moda caprichosa de ricos, "muchos de los nueve mil millones morirían de hambre, y todas las selvas tendrían que ser taladas." Haciendo un juicio de intenciones, equivocado en mi opinión, considera a los ecologistas como románticos del pasado e indiferentes a las hambrunas que se podrían borrar del mapa fácilmente con cultivos modificados genéticamente que son sistemáticamente boicoteados por el movimiento ecologista. Cuenta como todos los argumentos de los ecologistas se han ido cayendo poco a poco: primero dijeron que no era segura, pero tras "un trillón de platos genéticamente modificados sin un solo caso de enfermedad humana" nada queda de este temor. En segundo lugar decían que no era natural mezclar especies, pero el propio trigo nació con una fusión de otras plantas y ahora no puede vivir de manera silvestre, y además, hay procesos en la naturaleza en la que algunos genes saltan "de serpientes a gerbos" (creo que esta argumentación suena demasiado forzada). Más tarde dijeron que había intereses económicos en vender esas plantas... algo que comparto con el autor que no es ni nuevo ni intrínsecamente malo. Y por último decían que podría nacer una superhierba resistente a los pesticidas que lo invadiera todo y que no se podría acabar con ella; y "es África la que podría beneficiarse más de los cultivos genéticamente modificados, precisamente porque muchos de sus agricultores minifundistas tiene poco acceso a pesticidas químicos."

Aunque estoy en contra de los abusos de la famosa Monsanto, reconozco que mi posición ante los transgénicos no está definida ya que por una parte estoy en contra del temor irracional al avance científico, pero por otra parte estoy de acuerdo con el principio de precaución que los propios científicos manejan cuando investigan estos temas. Pero confieso que se me escapó una risa al leer que "la propiedad corporativa tampoco es un problema: las compañías y fundaciones occidentales se muestran dispuestas a proveer dichas semillas sin cargo por derechos a los agricultores africanos."

A falta de mi incapacidad para investigar en profundidad el tema, dejo un vídeo que incluí en mi colección de "Producciones Porcinas Crespo" en el que podemos ver, como mínimo, que el discurso de Ridley ignora muchas objeciones y por tanto suena demasiado sesgado: no dice nada de que por culpa de los monocultivos ha disminuido sensiblemente la biodiversidad, y se ha facilitado la especialización de los insectos haciendo también más probables las hambrunas. También se comenta el caso de Grace Booth y el maíz transgénico Starlink que le produjo un shock anafiláctico (aunque parece que después se comprobó que no era por el maíz y que en cualquier caso no había sido autorizado para consumo humano).





La única concesión que les hace a los ecologistas es que los alimentos modernos pueden ser ligeramente menos nutritivos, en aspectos tan triviales y que se pueden corregir fácilmente con una dieta más variada, que en realidad apenas puede considerarse una concesión.

CAPÍTULO 5
EL TRIUNFO DE LAS CIUDADES: EL COMERCIO DESDE HACE 5.000 AÑOS


El corolario de su tesis de que cuanta más gente, más conexiones, más invención, más progreso..., nos lleva lógicamente a lo que defiende en este capítulo: que conforme la gente abandona el campo para ir a la ciudad en busca de oportunidades los países progresan. Aunque el comercio existía antes que la ciudades, y fue el responsable del nacimiento de los imperios, y también de sus caídas. Las ciudades, que ya albergan a más de la mitad de las población mundial aunque en 1900 solo tenían al 15%, no nacieron para almacenar el grano según se desprende de las investigaciones arqueológicas de los antiguos pueblos peruanos, como Norte Chico, ya que ni consumían maíz, ni usaban recipientes de cerámica ni de guerra. Si no era el grano lo que los asentaba en aquellas zonas...era el comercio. Como paradigma de pueblo comerciante nos presenta a los fenicios:

Pero en verdad, ¿hubo alguna vez un pueblo más admirable que el fenicio? No solo tejieron el Mediterráneo entero; incluyeron también pedazos del Atlántico, el Mar Rojo, y las rutas terrestres a Asia, y aún así jamás tuvieron un emperador. Tenían relativamente poco tiempo para la religión y no pelearon ninguna batalla memorable, a menos que contemos la de Cannas, en la que peleó un ejército mercenario pagado por Cartago. No quiero decir que fueran necesariamente amables: comerciaban con esclavos, algunas veces recurrían a la guerra y hacían tratos con los "pueblos marítimos" filisteos, dados a la piratería, quienes destruyeron ciudades costeras alrededor de 1200 a. C. Pero los fenicios parecen haber logrado resistir las tentaciones de volverse ladrones, sacerdotes y autoridades mejor que la mayor parte de los pueblos exitosos de la historia. A través de la vida empresarial, descubrieron la virtud social.

Al margen de una titubeante valoración religiosa, que algunas veces considera la religión una virtud en sí misma y otras no pierde oportunidad de criticar a los sacerdotes por querer controlarlo todo (critica incluso a la Iglesia Católica por hablar de los excesos materialistas de la sociedad capitalista y consumista... de las pocas cosas en las que yo podría coincidir el Papa), el caso es que hace una convincente y amena condensación de la historia de los imperios clásicos (Grecia, Roma, Arabia, China...). No es mucho decir viniendo de un gran ignorante de la historia antigua como yo, pero si todo lo ha hecho con el mismo rigor con el que ha supuesto la existencia histórica de Mahoma, poco podríamos creernos.

Al igual que la Dinastía Ming (megacontroladora de todos los aspectos del ciudadano, incluido el comercio) provocó el estancamiento de la región con la mayor explosión de invenciones y prosperidad hasta la fecha, los sacerdotes, los gobiernos y las burocracias han hecho caer a los imperios al robarles a las ciudades su autonomía, al reducir el regionalismo al centralismo y romper la lógica natural del libre comercio.

CAPÍTULO 6
ESCAPE DE LA TRAMPA DE MALTHUS: LA POBLACIÓN DESDE 1.200

Matt Ridley, como cabría esperar, interpreta a Malthus en clave de especialización. La teoría maltusiana nos decía que la población crece más rápido de lo que lo hace la producción de alimentos, y por tanto llega un momento en el que nos reproduciremos tanto que habrá escasez de alimentos, guerras enfermedades... Pero Ridley dice que esa limitación demográfica que es cierta para los animales, no lo es para nosotros, porque en nuestro caso se da la circunstancia de que cuando aumentan los alimentos, tendemos a especializarnos más. Ese elemento novedoso en la ecuación, la especialización, hace que la catástrofe no llegue, y al mismo tiempo permite subsistir más y mejor con los mismos recursos. Si se promueve el intercambio habrá especialización, y por tanto evitaremos el colapso. En sus propias palabras: "La crisis maltusiana no es un resultado directo del crecimiento de la población, sino de la disminución en la especialización."

¿Qué sucedió en Japón en el siglo XVII para pasar de ser una sociedad agrícola moderna que trabajaba con animales a una sociedad agrícola primitiva que no sabía usar el arado? Ridley nos cuenta que la abundancia de alimentos, trajo el aumento de la población, lo que a su vez hizo que hubiese tanta mano de obra barata que resultase más barato contratar a trabajadores que usar y alimentar a animales. Esto hizo que dejaron el intercambio. Japón había vuelto a la subsistencia con un parón tecnológico. Estuvo a punto de suceder en Europa, pero la posibilidad de emigrar a EEUU y a Australia alivió la presión maltusiana. En cambio China no pudo escapar del destino maltusiano, y la explicación está en que cuando sufrió un boom demográfico en el siglo XX, la posibilidad migratoria fue capada por Europa que les cerró las puertas al "peligro amarillo": "El resultado fue un típico crecimiento maltusiano de la autosuficiencia. Para 1950, China e India estaban repletos de agricultores autosuficientes sumergidos en la pobreza."

Las políticas coercitivas de control de la natalidad, ahora olvidadas, pero aceptadas en Occidente como una herramienta útil y moral para detener el crecimiento en India o China, no solo eran contraproducentes sino innecesarias porque ya estaban cayendo los índices de natalidad sin necesidad de suprimir la "libertad reproductiva". Y lo siguen haciendo en la actualidad, no solo en el continente asiático sino en todo el mundo. Porque es cierto que la población mundial aumenta, pero esa tasa de aumento ha ido cayendo desde los años 70. Es decir estamos pasando por lo que se conoce como una "transición demográfica", desde unas tasas de mortalidad y natalidad muy altas (típico de sociedades preindustriales) a otra sociedad con ambas tasas muy bajas (típico de sociedades que han bebido las mieles del intercambio y la industrialización). Dicho en plata: que los pobres follan como conejos y mueren fácilmente, mientras que los más ricos tienen menos bebés y mejores sistemas de salud que alargan la vida.

Aunque el autor reconoce que no está bien clara la explicación de esta transición demográfica, y que algún factor de suerte ha debido intervenir, sigue predicando su fe en el progreso. No hay que preocuparse por la superpoblación, según él, porque las tasas de natalidad bajarán con la prosperidad de manera natural: cuando los bebés mueren de hambre sus madres quieren seguir teniendo más, y solo planificarán su familia cuando tengan la certeza de que sus bebés pueden llegar a mayores, sanos y salvos. Aquí nuestro optimista racional pasa demasiado ligeramente por el factor religión y las políticas anticonceptivas.

Tampoco se alarma por el envejecimiento de la población activa porque llegado cierto punto de prosperidad habrá un repunte de la natalidad en los países ricos (segunda transición demográfica), el justo para nivelarlo todo. Es dedir, que parece que hay como una ley natural, aunque reconoce que hasta ahora ha podido ser algo de suerte junto con otros factores desconocidos lo que hace que el ser humano alcance la estabilidad demográfica de forma natural, solo a base de prosperidad y libertad... lo siento, pero todo esto ya deja de sonarme racional y empieza a sonarme religioso.

"LA TIERRA EXPLOTA" DE GIOVANNI SARTORI

Sería interesante un debate público con Giovanni Sartori que escribió hace unos diez años un libro que encontré muy interesante, y en muchos puntos contrario a éste. El libro se llama "La tierra explota", y solo su título ya da una idea de por donde va el autor italiano: independientemente de la mala distribución no podemos soñar con que los recursos del planeta son infinitos y capaces de alimentar a una población siempre creciente. La solución es difícil con los países ricos, porque convencerlos para que produzcan menos y consuman menos es harto difícil, entre otras cosas porque responden a democracias cuyos pueblos no querrán dar un paso hacia atrás. Sin embargo en los países ricos la solución es tan sencilla como promover una píldora que limite los nacimientos. La estabilización demográfica nunca ha sido natural, requiere acción, y no nos podemos fiar del criterio del Papa que lo deja todo en manos de la naturaleza (o de dios, mejor dicho). Es posible que los datos en cuanto a escasez de alimentos y superpoblación se hayan equivocado muchas veces, pero se han equivocado de fecha, no de tendencia. A continuación un párrafo de "La tierra explota", a tener en cuenta también en el capítulo 8:

Para las personas de sentido común el problema es que la Tierra está enferma de superconsumo: estamos consumiendo mucho más de lo que la naturaleza puede dar. Por lo tanto a escala global el problema es éste: o reducimos drásticamente los consumos o reducimos, no menos drásticamente, a los consumidores. Johannesburgo es la enésima confirmación de que la reducción de los consumos no es transitable. Quedaría entonces la otra vía. Pero el control de los nacimientos quedó bloqueado en la Conferencia sobre Población celebrada en El Cairo en 1994; y ello merced a una extraña alianza entre la Iglesia, China y las feministas (y hoy sigue bloqueado por el muy devoto presidente Bush). ¿Cómo salir de ahí? La respuesta es que nos salvará la tecnología, o sea, que la tecnología es capaz de curar los males que provoca.
¿Verdadera o falso? En abstracto puede ser verdad. Lo cierto es que la tecnología puede multiplicar los recursos (aunque no hasta el infinito). Pero en la práctica la tesis de los "desarrollistas"que buscan la salvación en la tecnología es falsa, falsísima. ¿El hombre puede colonizar la Luna? Sí, tecnológicamente es posible, pero prácticamente en insensato. ¿La tecnología puede transformar el agua salada en agua potable? Sí, pero a un coste prohibitivo. Y así sucesivamente. Si nos salvamos no será con la tecnología, sino con un retorno a la inteligencia. Aunque por ahora, como escribía, está venciendo el homo stupidus stupidus.

CAPÍTULO 7
LA LIBERACIÓN DE LOS ESCLAVOS: LA ENERGÍA DESDE 1700

La fuerza de trabajo, la energía humana que se usaba con los esclavos, fue sustituida por la energía fósil del carbón y demás. Esto hizo que el esclavismo dejase de ser económicamente viable, de manera que fue el capitalismo el que terminó con la esclavitud... Sí ya lo sé, suena absurdo volver a repetir este mantra de que los mercados lo curan todo, sobre todo mientras se silencia el efecto de los movimientos populares o filosóficos: ¿qué hay del movimiento sufragista, de los antisegregacionistas, de aquellos que lucharon por los derechos civiles, de las feministas, etc...? Bueno su incidencia no solo es minimizada por el autor, sino que estos mismos movimientos son también deudores de los mercados como ya he comentado anteriormente. Quizás conocedor de sus planteamientos provocativos, nos advierte:


Esto nos lleva a una espeluznante ironía. Estoy a punto de argumentar que el crecimiento económico se volvió sostenible sólo cuando empezó a respaldarse en fuentes de energía que no son ni renovables, ni verdes, ni limpias. Todos los florecimientos financieros en la historia, desde Uruk hasta nuestros días, terminaron colapsando debido a que las fuentes renovables de energía se terminaron: madera, tierras de cultivo, pastura, trabajo, agua, turba. Todas se reponen a sí mismas, pero demasiado despacio, y se agotan fácilmente cuando la población crece. [...]
Esto no quiere decir que los recursos no renovables sean infinitos, claro que no. [...] Hay cosas que son finitas pero vastas; otras son infinitamente renovables, pero muy limitadas.

COMBUSTIBLES FÓSILES: EFICIENCIA Y REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Los combustibles fósiles supusieron que las mejoras de la revolución industrial no cayesen en saco roto. "Para 1870, la quema de carbón en Inglaterra generaba las mismas calorías que habrían producido 850 millones de trabajadores. Era como si cada trabajador tuviera 20 sirvientes a su disposición." Poner en cuestión, como hacen muchos críticos marxistas, los avances que supuso la revolución industrial es desconocer el origen de la situación. Es cierto que se explotaba a los trabajadores, que había indiferencia hacia la enfermedad o la explotación infantil y que las fábricas contaminaban mucho más que antes. Pero también es cierto que vivían mejor que sus abuelos agricultores y abuelas hiladoras, y por eso es que emigraron a las ciudades en busca de un futuro mejor. Además, todas aquellas penalidades y miserias existían antes de la revolución industrial, aunque no se denunciaban porque eran el pan de cada día.

La razón por la que la pobreza de la Inglaterra de inicios de la revolución industrial nos impresiona con tal fuerza es que ésta fue la primera vez que los escritores y políticos le hicieron caso y se opusieron a ella, no porque no hubiera existido antes. No hubo equivalentes de la señora Gaskell y el señor Dickens en siglos anteriores, en los que las leyes para las fábricas y las restricciones para el trabajo infantil eran lujos que nadie podía darse. La revolución industrial hizo que la capacidad para generar riqueza de un pueblo sobrepasara por mucho su potencial reproductivo, lo cual indujo a un aumento en la compasión que se expresaba frecuentemente con acciones de los gobiernos y las instituciones de caridad.

Pero volviendo a los combustibles fósiles, actualmente son una solución mejor que las conocidas como energías verdes, ya que estas últimas requieren más tierras cultivables, más pesticidas, más combustible para tractores... en el caso de los biocombustibles (salvo quizás los de segunda generación) ya no solo son anti-verdes, sino que además son clasistas porque fuerzan a agricultores de países pobres a que les suban los precios de los alimentos tan solo para que nosotros podamos calmar nuestra conciencia y usar un combustible más ecológico para nuestros coches. En definitiva, que las energías renovables no son ni eficaces ni verdes, y en cambio sí lo son las energías fósiles. Teniendo en cuenta que Ridley confiesa apoyarse en Robert Bryce para sus análisis sobre energías renovables, habría que tomar con mucho cuidado sus aseveraciones ya que parece que el tal Bryce podría estar contaminado al estar vinculado un think tank de derechas, el Manhatan Institute. Puestos a buscar vínculos también encontré información de que el propio Matt Ridley podría estar vinculado a la industria de los combustibles fósiles.

A través de un cálculo de vatios (2500) y calorías (600 calorías por segundo) que el ciudadano medio necesita para vivir en un nivel de vida aceptable, y teniendo en cuanta de que provienen en su mayoría de la energía fósil y la nuclear. Prescindir de estas fuentes supondría volver a una situación de energía muscular humana inaceptable:



La próxima vez que se lamenten sobre la dependencia humana de los combustibles fósiles, deténganse a imaginar que por cada familia de cuatro que ven en la calle, debería haber 600 esclavos sin paga viviendo en pobreza extrema: para que ellos tuvieran un mejor estilo de vida necesitarían sus propios esclavos, y eso implicaría casi un millardo de personas.
Hay dos formas de tomar esta reductio ad absurdum. Pueden lamentar el pecaminoso derroche del mundo moderno, que es la reacción convencional,  o pueden concluir que, de no ser por los combustibles fósiles, el 99% de las personas tendrían que vivir en la esclavitud con tal de que el resto tuvieran un nivel de vida decente, tal y como ocurría en los imperios de la Edad del Bronce. No intento hacer que se enamoren del carbón o del petróleo, sino de ilustrar como nuestro nivel de vida Luís XIV ha sido posible gracias a la invención de sustitutos energéticos para los esclavos.


Esta eficiencia energética, lejos de producir un consumo menor, deriva en una mayor demanda. Se trata de la conocida como paradoja de Jevons, según la cual aunque se necesite cada vez menos combustible, más  gente querrá beneficiarse de esta eficiencia, y al final habrá más demanda. ¿Pero podemos ofrecer más energía en un mundo donde se están acabando las fuentes de energía (fósiles)? Siempre salta la alarma de que el petróleo se va a acabar más pronto que tarde. Mat Ridley se ríe de esto porque han sido tantas las veces que se ha cacareado que estábamos tan cerca y después ha resultado que no era cierto, que según él no hay motivos para dicha alarma. En siglos anteriores, después de hablar del pico del carbón, se empezó a hablar del pico del petróleo: en 1914 faltaban solo 10 años, en 1939 faltaban 13 años que después se prorrogaron otros 13 años más, en los 70 Jimmy Carter dio una década. Y así igualmente con el gas natural, cuyos nuevos yacimientos de gas pizarra nos abastecen para los próximos tres siglos.

El petróleo, el carbón y el gas son finitos. Pero durarán décadas, tal vez siglos, y las personas encontrarán alternativas muchos antes de que se agoten. Puede sintetizarse combustible a partir de agua utilizando cualquier fuente de energía, nuclear o solar por ejemplo. Por el momento cuesta mucho dinero hacerlo, pero conforme se incremente la eficiencia y suban los precios del petróleo, la ecuación se verá distinta.


Así pues, una vez despejada la amenaza de la escasez de fuentes de energía, la interrogante es como cumplir con ese aumento de la demanda, cómo abastecernos de cada vez más vatios; "ellos son nuestros esclavos", y la manera de encontrarlos según el autor es confiar en la tecnología, en la invención que hará que cada vez sea mayor la eficiencia y el aprovechamiento de los recursos existentes, al igual que ocurrió en el pasado. A mi modo de ver, esto supone un acto más de fe, como veremos en el análisis del siguiente capítulo.

CAPÍTULO 8
LA INVENCIÓN DE LA INVENCIÓN: EL RENDIMIENTO AUMENTA DESDE 1800

La característica  más fundamental del mundo moderno desde 1800 -más profunda que los aviones, la radio, las armas nucleares o los sitios de Internet; más trascendente que la ciencia, la salud o el bienestar material- ha sido el continuo descubrimiento de un "aumento en el rendimiento", el cual ha sido tan rápido que ha estado un paso adelante hasta de la explosión demográfica.

De esta manera, según Ridley, no solo hemos estado prosperando, sino que lo seguiremos haciendo ad infinitum. ¿Por qué? Porque aunque haya cosas que son finitas, el mundo de las ideas que se aparean y se reproducen, y que construyen sobre la herencia de sus antecesores, son infinitas: "Cuanto más se prospere, más se puede prosperar. Cuanto más se invente, más invenciones se hacen posibles." No hay un estancamiento, ni un estado final estable, ni un estado de equilibrio, ni un techo al crecimiento... todos esos conceptos son bobadas y abstracciones teóricas que no pueden aplicarse a "un sistema dinámico como la economía" (al igual que tampoco existe un estado de equilibrio natural en la ecología, si hay algo natural en la naturaleza es que cambia).

Esta afirmación del crecimiento infinito está en contra incluso de lo que nos enseñaban los padres del capitalismo y liberalismo, como Adam Smith, David Ricardo o John Stuart Mill, que siempre vieron una suerte de utopía en un estado de equilibrio final sin lucro ni rendimiento necesario. Pero Matt Ridley dobla la apuesta y establece un ritmo de crecimiento y prosperidad infinitos... ¿Acaso no es esto realmente una bobada y abstracción teórica? Quizás no. Si aceptamos su implícito y constante paralelismo con la selección natural, deberíamos aceptar que al igual que la selección natural carece de alguna meta apriorística y que en teoría podría seguir siempre produciendo especies cada vez más adaptadas, igualmente las ideas y las invenciones se adaptarán continuamente al mundo cambiante en el que vivimos. El problema de este planteamiento es que es futurista tan a largo plazo, que hace ya bastantes eones que dejó de ser científico para ser ciencia-ficción.

Pero siguiendo su lógica, hay que descubrir qué es lo que posibilita ese impulso infinito. El autor va descartando progresivamente los candidatos: la ciencia, el capital, los derechos que garantizan la propiedad intelectual y la inversión pública pueden ayudar a este proceso de innovación sin límites, pero no son la respuesta definitiva.

Invirtiendo la sucesión popularmente aceptada, la ciencia es más una beneficiaria que una benefactora de la tecnología. Las máquinas de hilar y la máquina de vapor surgieron de personas con espíritu emprendedor. La aspirina se usaba antes de comprender cómo funcionaba, al igual que la penicilina antes de comprender el mundo de las bacterias, el zumo de limón para combatir el escorbuto antes de descubrirse la vitamina C, y la comida en lata antes de saber nada sobre los gérmenes. En las notas a pie de página insiste con más ejemplos. La ciencia y los científicos tuvieron una trascendencia mínima en el inicio de la revolución industrial. No fueron impulsores, aunque más tarde si contribuyeron más. Primero fueron los inventores, y después los científicos se dedican a explicar por qué funcionan esos inventos. El equivalente actual de ese impulso creador serían los garajes y cafés de Silicon Valley, no los laboratorios de la Universidad de Stanford.

El capital que ha financiado a esos inventores ha posibilitado muchos de esos inventos. Los capitalistas de riesgo de Sandhill Road apoyaron a Silicon Valley, y los de Kleiner Perkins Caulfield han hecho que Netscape, Google y Amazon hayan triunfado. Pero igualmente hay negocios que han triunfado sin necesidad de una gran inversión capitalista, como por ejemplo Facebook, que tan solo recibió una cantidad ínfima de dinero comparada con la que necesitaron los empresarios de la era del vapor o de los ferrocarriles. Y muchas veces no son las grandes empresas, que invierten mucho dinero en innovación, las que aprovechan las oportunidades del momento, sino sus competidores más pequeños. Las grandes empresas al final terminan operando como grandes burocracias,

Es por ello que Apple, y no IBM, perfeccionó el ordenador personal; que los hermanos Wright, y no la armada francesa, inventaron el vuelo a motor; que Jonas Salk, y no el British National Health Service, inventó la vacuna contra la poliomielitis; que Amazon, y no la oficina postal, inventó las compras en un click; y que una compañía finlandesa, y no un monopolio telefónico nacional, se convirtió en el líder mundial en telefonía móvil.

Los derechos de propiedad intelectual, ayudan una vez que dicha propiedad ha nacido, pero no explican por qué nace la inversión en unos sitios y en otros no.  Y son de tres tipos:
1. Los que guardan el secreto de su invención.
2. Los que se basan en ser más rápidos que la competencia en responder a las necesidades del consumidor, bien por ser los primeros, bien por hacer que sus productos sean continuamente obsoletos.
3. Las patentes modernas, ni siquiera ayudan porque en muchas ocasiones van limitando la posibilidad de construir sobre lo inventado. Por no hablar de que la "mayor parte de las innovaciones jamás son patentadas."

La inversión pública tiene un problema conceptual, y es que aunque algunos sectores la aeronáutica espacial necesiten su ayuda, en general la innovación no es un negocio predecible porque funciona de abajo hacia arriba, sin ningún dirigismo, como en la selección natural. Surge de la interacción entre los individuos, y procurar o forzar que eso suceda desde el gobierno, no funciona bien.

La máquina de innovación perpetua que impulsa la economía moderna no debe su existencia a la ciencia (que es su beneficiaria más que su benefactora) ni al dinero (que no siempre es un factor limitante) ni a las patentes (que frecuentemente se interponen en el camino) ni al gobierno (que es un mal innovador). No es un proceso que ocurra de arriba hacia abajo, para nada. En lugar de ello ahora quiero persuadirlos de que una palabra es suficiente para explicar este acertijo: intercambio. Lo que causa el siempre creciente ritmo de innovación en el mundo moderno es el también siempre creciente intercambio de ideas.
La propuesta de que las ideas no tienen límite, que siempre se apoyan las unas sobre las otras, que no existen nuevas ideas sino que todas son híbridas tras mezclarse con otras, encuentra su eco en las palabras de Henry Ford que aceptaba que él solo había ensamblado automóviles cogiendo los descubrimientos que otros hombres habían hecho antes que él. Personalmente prefiero la cita anterior en el tiempo de Isaac Newton: "Si he logrado ver más lejos, ha sido porque he subido a hombros de gigantes". En cualquier caso, comparto esta idea de que crecemos paso a paso, ladrillo a ladrillo, y el autor cree que el paradigma actual de este modelo es el software de código abierto, en los que unos mejoran constantemente lo que otros inventan. Este tipo de cooperación e intercambio es la dirección correcta en la que deberíamos caminar, según el autor, para llegar a

un mundo postcapitalista y poscorporativo en el que los individuos serán libres de reunirse en pequeños grupos para compartir, colaborar e innovar [...] El mundo está regresando a funcionar de abajo hacia arriba; los años en que las cosas operaban de arriba hacia abajo están llegando a su fin.
Pero en lo que no puedo estar de acuerdo es esa especie de teoría del todo, que no solo ningunea otros factores primordiales del progreso como los movimientos sociales y políticos, sino que nos dice que vamos a seguir progresando, sí o sí. Puede que algunos conocimientos no aporten nada a la riqueza personal de las personas, como los viajes lunares, pero sin duda detrás de cada avance en el bienestar hay un avance del conocimiento. Y puede haber parones y equivocaciones, pero el destino final del conocimiento es solucionarlos y se hará casi por arte de magia; la posibilidad teórica de fracaso desaparece, ya no en el mundo de las ideas, también en el de las invenciones y los descubrimientos.

Así que el equilibrio y el estancamiento no solo son evitables en un mundo de libre intercambio: son imposibles.
A lo largo de la historia, aunque los niveles de vida puedan subir y bajar, aunque la población puede explotar y colapsar, el conocimiento ha sido algo que siempre ha mostrado un progreso inexorablemente ascendente. Una vez que se inventó el fuego, jamás fue olvidado. La rueda llegó y jamás se fue. [...] Podemos haber olvidado algunas cosas en el camino: nadie realmente sabe cómo usar un hacha de mano achelense. [...] Pero estos olvidos se vuelven mínimos cuando se comparan con las adiciones al conocimiento. Hemos acumulado mucho más conocimiento del que hemos perdido. [...]
La mejor característica del conocimiento es que genuinamente ilimitado. No hay siquiera una posibilidad teórica de agotar el abastecimiento de ideas, descubrimientos e invenciones. Esta es la mayor causa de mi optimismo. Un bello rasgo característico de los sistemas de información es que son más vastos que los sistemas físicos: la vastedad combinatoria del universo de ideas posibles hace parecer pequeño el diminuto universo de lo físico.
CAPÍTULO 9
LOS MOMENTOS CRÍTICOS: EL PESIMISMO DESDE 1900

En este capítulo hace un interesante, y probablemente cierto, resumen de pronósticos pesimistas fallidos que se han estampado con una realidad tozudamente exitosa. Sin entrar en fechas y detalles, un párrafo de su propia experiencia vital nos da un somero mapa de estos apocalípticos momentos:

En mi propia vida adulta, he escuchado predicciones implacables sobre el crecimiento de la población, el advenimiento de la hambruna, la expansión de los desiertos, la inminencia de las plagas, las próximas guerras por el agua, el inevitable agotamiento del petróleo, la escasez de los minerales, la caída de la cuenta de espermatozoides, el adelgazamiento del ozono, la lluvia ácida, los inviernos nucleares, las epidemias de las vacas locas, los virus informáticos del efecto 2000, las abejas asesinas, los peces que cambian de sexo, el calentamiento global, la acidificación de los océanos e incluso los impactos de los asteroides que traerían ese feliz interludio a su terrible fin. No recuerdo una sola vez en la que no haya habido una élite sobria, distinguida y seria que histéricamente le hiciera eco a una u otra de estas amenazas en los medios de comunicación. No puedo recordar una época en la que no hubiera habido alguien insistiendo que el mundo sólo sobreviviría si abandonaba la insensata meta del crecimiento económico.

El error de casi todos estos pronósticos, al igual que el de Malthus comentado en el capítulo 6, es que no tienen en cuenta que el mundo cambia y la capacidad, la eficacia y la velocidad del ser humano para encontrar soluciones a sus problemas también mejora muchísimo.

Se queja de que las estanterías de las librerías están llenas de autores pesimistas (y, "casualmente", de izquierdas), entre los que incluye a mi querido Noam Chomsky, Naomi Klein, Al Gore, Michael Moore e incluso a George Orwell que pronosticó su fallido 1984. Todos estos autores concluyen de una u otra manera que a) el mundo es terrible; b) cada vez se está peor; c) el libre comercio es el culpable, y d) hemos alcanzado algún punto de inflexión.

La crítica a estos autores es tan general que no dice nada, y en muchos casos, como el de Chomsky, incluso podría coincidir con él en temas como la interpretación "anti-neoliberalista" de Adam Smith, o el optimismo por cómo ha mejorado el mundo en las últimas décadas que Chomsky no se cansa de repetir casi en cualquier conferencia. Y con otros muchos podría coincidir, al igual que conmigo, en que el mundo no es un lugar agradable en el que vivir para muchos millones de personas, independientemente de que antes se viviera mucho peor. A pesar de todos los progresos y todos los infortunios que el ser humano ha logrado superar, la injusticia y la violencia que queda por resolver para tantos millones de personas, quizás mayoría planetaria, son un gran obstáculo antes de arrojar un veredicto positivo sobre el planeta Tierra. Y respecto a 1984, el hecho de que no se haya cumplido, más que un fracaso de pronóstico, quizás sea un éxito porque sin el aviso de Orwell y otros tantos pensadores quizás sí hubiéramos llegado a un Gran Hermano (en España, gracias a Telecinco ya hemos llegado a crear un público idiotizado y enajenado con un programa que manosea cínicamente el nombre de Orwell para hacer justo lo que él denunciaba; algo así como el letrero de "el trabajo os hará libres" que daba la entrada a las víctimas de los campos de concentración nazis). 

Matt Ridley nos lanza una propuesta para explicar sociológica y genéticamente el pesimismo que denuncia. Sociológicamente hay una disonancia cognitiva entre el individuo que suele verse a sí mismo como que vive mejor que los demás, que vivirá más, o que viajará más. Pero cuando mira a la sociedad en la que vive le rodea el pesimismo. Quizás una explicación psicológica sea la abundante literatura (según el autor) que demuestra que a las personas les desagrada más perder una suma de dinero que lo que les agrada ganarlo, y por ello concluye que la aversión natural al riesgo nos hace magnificar nuestros miedos, y por ende, nuestro pesimismo. Pero ¿y los genes?

Y parece que los genes del pesimismo pueden ser literalmente más comunes que los del optimismo: solo aproximadamente el 20% de las personas son homocigóticos para la versión larga del gen de transporte de serotonina, lo cual probablemente les otorga una tendencia genética a ver el lado positivo de las cosas.

Pero el pesimista no siempre está equivocado. Es conveniente escucharlo, como en el caso de la capa de ozono, que nos hizo "hacernos un favor" como especie, aunque la situación nunca llegó a ser alarmante. Y en otras ocasiones, los hemos escuchado demasiado poco: "Hitler, Mao, Al-Qaeda y las hipotecas subprime", por ejemplo.

El capítulo lo cierra con una lista de escenarios apocalípticos exagerados y errores de cálculo: tasas de cáncer, el DDT que a todos nos iba a contaminar, el Armagedón nuclear, las hambrunas, la falta de recursos, el aire sucio, los abusos de la genética, las plagas, el SIDA, la gripe aviar y el consumismo autodestructor.

Adentrarse en cada uno de ellos requeriría un nivel de especialización del que carezco, pero sí hay un detalle que me parece, cuando menos muy discutible: la cuestión de la motivación que genera la actitud pesimista, las consecuencias para los demás, y por tanto, la inmoralidad del pesimismo. Porque si se enseña a los niños estas visiones pesimistas y catastrofistas las cosas empeorarán con seguridad, ya que se esforzarán menos para cambiarlas. Incluyo el siguiente párrafo del capítulo final aquí porque completa la argumentación iniciada para identificar pesimismo con pasividad.

Esa miseria "evitable" es precisamente la razón para impulsar con urgencia el continuo avance del progreso económico, la innovación y el cambio, las únicas formas conocidas de traer los beneficios de la elevación de los estándares de vida a muchas más personas. Es precisamente porque hay tanta pobreza, hambre y enfermedad que el mundo debe tener mucho cuidado de no obstaculizar el camino de aquello que ha mejorado ya tantas vidas: las herramientas del comercio, la tecnología y la confianza, de la especialización y el cambio. Es precisamente porque hay tanto camino por recorrer que aquellos que ofrecen consejos desesperanzadores o llamados a aflojar el paso el paso en la puerta en la puerta de un inminente desastre ambiental podrían estas equivocados no sólo en lo que respecta a los datos, sino también desde el punto de vista moral.
Bueno esto es tan defendible como su viceversa. Por ejemplo, se podría argumentar igualmente que los optimistas generan tanta tranquilidad en que el progreso llegará de una u otra manera, que esquivaremos algún desastre gracias a que somos muchos e intercambiamos tantas ideas en un proceso irreversible y sin ni siquiera una posibilidad teórica de errar, que no es necesario poner ningún esfuerzo adicional o personal, y por tanto, generar pasividad en el público. Si a un estudiante se le dice que su próximo examen será el más difícil de su vida, ¿lo dará por perdido y dejará de estudiar? ¿o por el contrario dejará todas sus distracciones y se pondrá manos a la obra para hacer frente a ese reto con la mejor preparación posible? Y si le decimos que el examen será el más fácil de su vida, ¿acaso no provocará una relajación en su preparación que terminará con malos resultados? Los ejemplos son múltiples y todos admiten ambas lecturas.

CAPÍTULO 10
LOS DOS GRANDES PESIMISMOS DE LA ACTUALIDAD: ÁFRICA Y EL CLIMA DESPUÉS DE 2010

Matt Ridley reconoce que estos dos pesimismos son dos huesos duros de roer, y les concede un trato especial en comparación con todos los otros tratados en su libro.

ÁFRICA

Sobre África el autor está en contra de esa visión clásica que nos presenta a un país que debe elegir entre progresar y contaminar, o no contaminar y empobrecerse.... que es justo la opinión de Giovanni Sartori, al que hice mención más arriba. El despertar económico surge desde abajo y con la ayuda de costumbres e instituciones bien arraigadas en los pueblos, que permiten iniciar un libre comercio puro sin injerencias exteriores. Así es como Botsuana triunfó en mitad del empobrecimiento del resto de África, y así es como China experimentó un progreso igualmente espectacular desde una situación similar a la africana. Ni siquiera la ayuda internacional es una solución para hacer levantarse económicamente a un país pobre. La ayuda a los países pobres puede resolver problemas a corto plazo, como salvar vidas o distribuir medicamentos y comida. Pero no ayuda a que el país se levante económicamente por sí mismo. No lo dice, pero entre líneas puedo leer la archiconocida metáfora de darle una caña de pescar a un pobre para que aprenda a pescar, antes que un pez. Cita a una investigación del FMI de 2005 que supuestamente demuestra que la ayuda internacional nunca sirvió absolutamente para nada, aunque silencia dos puntualizaciones de los autores (Raghuram Rajan y Arvind Subramanian): la primera es que no sirvieron para bien, ni tampoco para mal y la segunda es que ellos no defienden que no pueda ser útil en el futuro. Pero Ridley da un paso más al apoyar las conclusiones de la economista Dambisa Moyo, que afirma que en África la ayuda es el problema, porque crea dirigentes vagos y corruptos que se quedan con las ayudas o las invierten malamente. Una pena, pero mi ignorancia económica me desacredita para intentar seguir el debate que generó la economista nacida en Zambia, cuando sacó su polémico libro titulado "Cuando la ayuda es el problema: hay otro camino para África".

Estableciendo instituciones que garanticen los derechos de propiedad, acabando con las dictaduras e informando a los emprendedores africanos de las tecnologías que les pueden asistir, África puede seguir la misma ruta hacia la prosperidad que el resto de la humanidad: especializarse e intercambiar. Y tras el descenso de las tasas de crecimiento llegará un momento en que una población joven dará un empujón una economía que debe acabar con los subsidios de occidente y apostar por el comercio libre de verdad. "En 1978, China era tan pobre y despótica como África lo es hoy; cambió porque emuló a Hong Kong y permitió deliberadamente el desarrollo de zonas de libre comercio."

El autor no es solo optimista sobre el futuro de África; también se muestra un tanto risueño sobre su pasado. Las raíces de esa pobreza son analizadas acríticamente. Resulta descorazonador ver como apenas menciona el saqueo de Occidente, o en general el saqueo de los colonizadores imperiales como una constante histórica. Y cuando lo menciona tangencialmente, lo iguala a otros factores que en realidad tienen una importancia nimia en comparación con la responsabilidad de los poderes imperialistas. En su ensalzamiento del progreso no otorga ni un ápice de mérito al activismo ni a ninguna medida de corte socialista o socialdemácrata. Tan solo está cegado por su amor a esos hilos invisibles que lo guían todo hacia el éxito, y que se resume en cieto tipo de política económica: intercambio, especialización, libre comercio (aunque excluya a los abusos financieros), y no intervención pública.

CALENTAMIENTO GLOBAL

Muy consciente de que la madre de todas las batallas eco-políticas es el calentamiento global, Matt Ridley nos advierte de que su libro no es un libro sobre éste tema, y que por tanto no se va a meter en profundidad  a probar ni refutar ninguna de la tesis que se debaten. Nótese que da por sentado que hay un serio debate sobre el asunto dentro de la comunidad científica. Pero lo cierto es que la inmensa mayoría de los científicos no tienen dudas sobre el cambio climático antropogénico (el producido por la acción de la especie humana). Si se busca por Internet se encuentran enconados debates e incluso científicos que escriben a la ONU informando de que no están de acuerdo con las conclusiones del IPAC (Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático), y niegan el consenso científico. Los negacionistas tratan a los partidarios del calentamiento global como unos vendidos y serviles de los dogmas oficiales, pero la acusación también va en sentido contrario. En mi opinión, los negacionistas no deben ser censurados y al igual que los negadores del holocausto, deben tener libertad de expresión, y sus opiniones deben ser rebatidas con elegancia y contundencia. Y son tantos los organismos científicos que apoyan la existencia y responsabilidad del hombre en el cambio climático, que no encuentro creíble ninguna conspiración en el llamado consenso científico. Mi admirado Noam Chomsky, va incluso más allá, y dice que hay un tercer grupo de disidentes que dicen que las previsiones del IPAC son demasiado optimistas. En cualquier caso, como Ridley no profundiza yo tampoco lo haré. Tan solo seguiré el hilo de su argumentación, que aunque solo sea a efectos retóricos, concede que los datos del IPAC pueden ser ciertos, para pasar a comentar sus dos principales objeciones: una premisa y una conclusión

La premisa que los datos del IPCC asumen como ciertos, y que se suelen silenciar cuando se hace alarmismo del calentamiento global, es que para que los países pobres lleguen a contaminar tanto será porque han progresado muchísimo usando combustibles fósiles. Es decir, que quizás estén más calientes, pero también serán más ricos, y por tanto también más capaces para colaborar a frenar o adaptarse a ese cambio climático.

La conclusión es que aunque no niega que puede haber cierto calentamiento global, los efectos netos sobre la población no justifican tal alarma. Localmente puede haber cierta destrucción de habitats, pero en su conjunto las consecuencias no serán tan graves, y en algunos casos como la producción de comida, el agua dulce o las muerte por frío extremo que siempre han superado a las producidas por calor extremo, mejorarán. Según datos que maneja el autor (que "no provienen de escépticos chiflados, sino de los principales autores del IPCC"), ninguna de las variables analizadas corren un peligro que no se pueda salvar, o que no resulte despreciable en comparación con otros beneficios (la mejor excusa son los beneficios de que los pobres dejen de serlo): el nivel del mar se compensará con la creación de limo en algunos países, los efectos de las tormentas se podrán mejorar con mejores construcciones (la tasa global anual por desastres naturales se ha reducido un excelente 99% desde la década de los veinte), la extensión de la malaria no está asociada al clima, la estimación de mortalidad debida al calentamiento global está exagerada por la OMS (150.000 en 2002 o el doble según el Foro Humanitario Global de Kofi Annan, frente a tan solo el 1% de todas las muertes según el GHF), las especies es muy improbable que se extingan más de lo que se extinguen de manera natural, los arrecifes de coral están siendo efectivamente esquilmados por otros factores que los ecologistas están olvidando para centrarse en un equilibrio climático que nunca ha existido, y la acidificación de los océanos parece un as en la manga del movimiento ecologista para volver a acusar a los combustibles fósiles si al final resulta que no hay ningún calentamiento traumático...

 Si nos tenemos que creer todo esto, entonces parece lógica su queja de que se desperdicia demasiado dinero en prevenir el cambio climático cuando es más efectivo invertir en otras causas ya olvidadas por el movimiento ecologista, o para evitar los "cuatro jinetes del Apocalipsis humano": el hambre, el agua sucia, el humo dentro de casa y la malaria. Estos cuatro factores causan muchas más muertes que las aceptadas oficialmente por el cambio climático. Además, y siempre según el autor, si decidiésemos coherentemente ponernos mano a la obra para prevenir los escenarios más pesimistas, deberíamos gastar un montón de dinero en tratar de evitar la colisión de asteroides y otros peligros tan igualmente improbables como un escenario de grandes daños causados por el cambio climático.

Tratar de descarbonizar la economía equivale a aumentar el costo de la energía, y es justo lo que no debe hacerse, porque los combustibles fósiles han demostrado ser la fuente de energía con menor huella ecológica, frente a las fuentes de energía renovables que lejos de ser verdes y respetuosas con el medioambiente suponen una carga a los ecosistemas mucho mayor en comparación con la energía que producen. El autor no niega que puedan surgir en el futuro alternativas realmente verdes a los fósiles, pero por ahora y hasta que la energía solar no mejore su eficiencia, la mejor alternativa sigue siendo la energía nuclear.

Recuerden que no estoy intentando resolver el debate climático, ni diciendo que la catástrofe es imposible. Estoy probando mi optimismo contra los hechos, y lo que encuentro es que la probabilidad de un climático rápido y severo es pequeña; la probabilidad de que no haya adaptación es pequeña, y la probabilidad de que no surjan en el largo plazo nuevas tecnologías de energía con bajas emisiones de carbono es pequeña. Multipliquen esas pequeñas probabilidades y la probabilidad de un siglo XXI próspero es grande por definición. Pueden discutir sobre cuántas precauciones deben tomarse, y por último cuánto debe gastarse en ellas, pero si utilizan las cifras del IPCC no pueden pronosticar otra cosa, excepto que es muy, excepto que es muy probable que el mundo sea un lugar mejor en 2100 de lo que es hoy.
CAPÍTULO 11
LA CATALAXIA: EL OPTIMISMO RACIONAL SOBRE EL AÑO 2100

Por fin el autor confiesa al final del libro lo que debería haber sido una declaración inicial para conocer sus referentes e intenciones filosóficas:

En este libro he tratado de construir mi propia teoría sobre las teorías de Adam Smith y Charles Darwin. Interpreto a la sociedad humana como el producto de una larga historia de lo que el filósofo Dann Dennet llama evolución bubble-up a través de la selección natural entre variaciones culturales más que genéticas, y como un orden emergente generado por la mano invisible de las transacciones individuales, no el producto de un determinismo descendente. He tratado de mostrar que, tal como el sexo hizo de la evolución biológica algo acumulativo, el intercambio hizo a la evolución cultural acumulativa y a la inteligencia colectiva [...].
Aunque para ser justos con él, ya advirtió en el prólogo por donde podían ir los tiros:
 Algunos dirán que estoy simplemente replanteando lo que Adam Smith dijo en 1776. Pero mucho ha pasado desde entonces para cambiar, retar, ajustar y amplificar sus ideas.
 La catalaxia, ese orden espontáneo e inexorable que surge de planteamientos dispares entre los operadores del mercado, deja fuera a corporaciones, sacerdotes, burocracias y defraudadores y todo lo que dificulte la libertad pura y radical del libre mercado. Incluso los gobiernos pueden seguir rescatando financieramente a corporaciones y burocracias. Todos estos elementos indeseables plantearán batalla, pero serán vencidos como lo fueron en el pasado.

Jefes, sacerdotes, ladrones, financieros, consultores y otros aparecerán por todos lados, alimentándose del superávit generado por el intercambio y la especialización, desviando la sangre vital de la catalaxia hacia sus propias vidas reaccionarias. Ya ocurrió en el pasado. Los imperios proporcionaban una estabilidad cuyo precio era la creación de cortes parasitarias; las religiones monoteístas proporcionaban una cohesión social cuyo costo era una clase sacerdotal parasitaria; el nacionalismo proporcionaba un poder cuyo costo era un ejército parasitario; el socialismo proporcionaba una igualdad cuyo precio era una burocracia parasitaria; el capitalismo proporcionaba una eficiencia cuyo costo eran los financieros parasitarios.
Tras sermonearnos sobre la inmoralidad del pesimismo (comentado más arriba), nos hace una última advertencia ideológica antes de terminar el libro: debemos cuidarnos de estos tiempos en los que Internet es capaz de propagar alguna absurda idea que germine en la población y que impida el libre intercambio de ideas y comercio. Antiguamente las religiones necesitaron el poder de un país o un imperio, pero nunca pudieron contaminar a todo el planeta. Ahora con Internet peligros tan dispares como los creacionistas, los antiglobalizadores o los obispos que despotrican contra los efectos del libre mercado son igualados por el autor: todos son un peligro para este orden natural que nos hace progresar.

Matt Ridley no se considera de derechas, y está en contra de los grandes monopolios (públicos o privados) y de subvencionarlos. Opina que tomarse en serio el libre mercado implica rechazar muchas de las cosas que aceptan los ricos, y no cree estar haciéndole la agenda a la derecha ni estar diciéndole a los ricos lo que quieren oír (básicamente que el estado no se meta en sus deseos de hacer dinero porque se trata de una sacrosanta misión que traerá beneficios para todos, así que no tiene demasiado sentido preocuparse por lo social). Él cree genuinamente que el liberalismo de mercado va de la mano del liberalismo social. Hasta aquí lo que se refiere al libro "El optimista racional". Pero, si el autor pone de ejemplo a Adam Smith, echemos un vistazo al clásico de la economía usando como guía, una vez más, al legendario (y todavía vivo) Noam Chomsky.

SOBRE ADAM SMITH Y SU MANO INVISIBLE

Adam Smith se oponía a los mercantilistas (y al estado feudal y absolutista) que eran partidarios de no negociar con otros países a menos que la balanza comercial resultase claramente beneficiosa para Inglaterra, ya que ellos veían el comercio como un caso de suma cero: para poder ganar era necesario que otro perdiera. Había otra causa para recelar del comercio exterior; los comerciantes tenían una tendencia a preferir el comercio interno por varias cuestiones que no vienen al caso (confianza, seguridad jurídica…) y temían que el pueblo pudiese preferir los mismos productos obtenidos del extranjero a un precio menor y echasen a bajo ese monopolio que ostentaban en su territorio nacional. 

En ese contexto surge la expresión "mano invisible" que tanto se ha popularizado entre los capitalistas. Según la versión comúnmente aceptada, la lógica del libre mercado hace que a pesar de que cada uno de sus operantes persiga su propio beneficio, al final redunda en el beneficio de todos. De esta manera, la mano invisible hace innecesario cualquier control estatal de los mercados, ya que estos se regulan solos.

Chomsky ha dicho en varias ocasiones que la expresión "mano invisible" se ha malinterpretado, ya que el propio Adam Smith la usó para explicar cómo algunos comerciantes ingleses, que solo buscaban su beneficio y seguridad, temían el libre comercio con otros paises y preferían limitar su comercio domésticamente. ¿Por qué lo temían? Porque dejaban de controlar su producto y tenían incertidumbres jurídicas que no tenían en su propio país. De esta manera, estos comerciantes, al intentar ocupar el mercado doméstico únicamente con sus productos, y tratar de dificultar las importaciones que pudieran competir con sus productos, estaban maximizando su inversión en su país, en Inglaterra, lo cual ayudaba según decía Smith, al interés de la nación para que "el ingreso anual de la sociedad sea el máximo posible." Pero ciertamente, eso no iba en favor del interés de los consumidores, a los que se les privaba de comprar el mismo producto importado más barato. Esa mano invisible que hace que se quede toda la inversión y el trabajo en el país, no es la misma mano invisible que todo el mundo académico cacarea y que sirve para defender la globalización. De hecho ambas manos dicen cosas totalmente opuestas. La primera es la original de Adam Smith, la segunda es la que la mayoritariamente aceptada y que sirve para defender el neoliberalismo.
Existe un amplio debate entre algunos grandes economistas que se disputan el legado izquierdista o derechista de Adam Smith. Pero Chomsky no es el único en reivindicar desde la izquierda una dimensión progresista de Smith, y denunciar como se le ha usado para invocar al libre mercado sin control alguno. En su opinión el clásico del capitalismo se convierte en un hijo de tradiciones libertarias e incluso revolucionarias, que independientemente de sus tesis económicas, se indignaba y denunciaba los abusos de los poderosos. Confieso haber leído apenas los párrafos indicados, y por tanto no sé si es un atrevimiento ir tan lejos, pero efectivamente cuando leo los textos en discusión me doy cuenta de que Adam Smith no proclamaba el desentendimiento total del estado, y tenía una vertiente social de la que no se suele hablar.

 La cita original de la mano invisible dice lo siguiente:
En la medida en que todo individuo procura en lo posible invertir su capital en la actividad nacional y orientar esa actividad para que su producción alcance el máximo valor, todo individuo necesariamente trabaja para hacer que el ingreso anual de la sociedad sea el máximo posible. Es verdad que por regla general él ni intenta promover el interés general ni sabe en qué medida lo está promoviendo. Al preferir dedicarse a la actividad nacional más que a la extranjera él sólo persigue su propia seguridad; y al orientar esa actividad de manera de producir un valor máximo él busca sólo su propio beneficio, pero en este caso como en otros una mano invisible lo conduce a promover un objetivo que no entraba en sus propósitos. El que sea así no es necesariamente malo para la sociedad. Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentase fomentarlo.

En principio parece que la crítica de Chomsky está bien fundamentada. Aún así, y tan solo por hacer de abogado del diablo, se podría seguir debatiendo si la frase "en este caso como en otros" deja cabida a alguna interpretación más en consonancia con las que tradicionalmente se han atribuido a Adam Smith. Es decir, que es posible que en ese párrafo se refiriese a un caso concreto (el de los ingleses que optan por el mercado interno) pero que hubiese otros casos en que esa metáfora, u otra parecida, sirviese para explicar que los mercados pueden ser guiados por alguna magia invisible que hace innecesario cualquier control estatal. Como ejemplo que refuerza la teoría de la mano invisible se suele aducir el siguiente párrafo:
No es la benevolencia del carnicero, el cervecero, o el panadero lo que nos procura nuestra cena, sino el cuidado que ponen ellos en su propio beneficio. No nos dirigimos a su propia humanidad sino a su propio interés, y jamás les hablamos de nuestras necesidades sino de sus ventajas.
Pero esta cita lo que trata en realidad, no es de los resultados del mercado, sino de las motivaciones de sus actores. En todo caso la cita del carnicero nos podría llevar a la eventual contradicción de Adam Smith, conocida en el mundo académico como "el problema de Smith", y que consiste en confrontar sus aparentes contradicciones en sus dos obras principales; "La teoría de los sentimientos morales" y "La riqueza de las naciones". En la primera el motor del ser humano era la bondad, y en la segunda era el egoísmo. Nuestro optimista racional hace una ligera mención a cómo solucionar este problema, con un razonamiento un tanto circular que no analizaré aquí por no aportar nada al asunto.

Gavin Kennedy, que lleva un blog específico y detalladísimo sobre el legado perdido de Adam Smith, publicó un artículo titulado "Adam Smith y la mano invisible: de la metáfora al mito" en el que desgrana las tres menciones, en tres de sus obras de la expresión "mano invisible", siendo la que está en "La riqueza de las naciones", la única con vinculación a la economía. Según Kennedy, Smith podía haber dicho "en este caso como en todos los demás", pero no lo hizo porque no creía que la economía pudiese funcionar siempre así. Lo que fue una simple metáfora para un caso concreto, pasó a ser un supuesto principio de "La riqueza de las naciones", sin desarrollo en ninguna otra parte, y que no figura junto a otros principios que Smith sí estableció en otra parte de su gran obra maestra. Este mito sobre un principio de la mano invisible, que describe como funciona el mercado, ha servido al neoliberalismo y a la globalización para escudarse en un clásico.

Si, más allá del uso de la expresión "mano invisible", Adam Smith, defendía un nexo entre intereses propios y inexorables resultados positivos para el consumidor, lo ignoro porque no he leído todo el libro. Pero quien así lo defienda, debería demostrarlo sin hacer referencia al uso que Adam Smith hizo de "la mano invisible".

Pero tampoco podemos sacar conclusiones contrarias. Es decir, si Adam Smith pensaba que esa mano invisible orientaba a los empresarios hacia el mercado interior y guardaba a Inglaterra de los abusos de "la globalización" de la época, entonces... ¿acaso era contrario al comercio exterior? En absoluto. A continuación esta cita que viene del capítulo siguiente al de la "mano invisible", a saber, capítulo III libro IV de "La riqueza de las naciones".


Se ha pretendido enseñar a las naciones que su interés consiste en arruinar a todos sus vecinos. [...] Esta doctrina fue sin duda originalmente inventada y propagada por el espíritu monopolista, y quienes la enseñaron no fueron en absoluto tan insensatos como quienes la creyeron. En cualquier país, el interés de la mayor parte de la gente es y debe ser el comprar todo lo que necesitan a aquellos que lo venden más barato. Esto es tan evidente que parece ridículo molestarse en demostrarlo, y jamás habría sido puesto en cuestión si no fuera porque la sofistería interesada de los mercaderes y fabricantes confundió el sentido común de las personas. En este sentido, su interés es directamente opuesto al de la mayoría del pueblo. [...]
No hay país comercial  en Europa cuya ruina inminente a causa de una balanza a comercial desfavorable no haya sido augurada por los supuestos expertos  en este sistema. Sin embargo, después de toda la inquietud que ellos han suscitado, después de todos los vanos intentos de prácticamente la totalidad de las naciones comerciales para volver esa balanza en su favor y en contra de sus vecinas, no parece que ni un sólo país europeo se haya empobrecido por esa causa. Al contrario, cada ciudad y país, en la medida que abrió sus puertos a todo el mundo se enriqueció en lugar de arruinarse por el libre comercio, tal y como los principios del sistema mercantil pronosticaban.


ADAM SMITH Y LA DIVISION DEL TRABAJO

La interpretación chomskiana de Adam Smith denuncia que después de hablar las bondades de la división del trabajo, el mismo Adam Smith criticó sus defectos, aspecto éste último que tradicionalmente se ha escondido en las enseñanzas académicas. Y es relevante porque además esconde que Adam Smith no era contrario a la intervención estatal, al menos en la enseñanza pública (que debería ser obligatoria para los pobres).


No he realizado, en absoluto, ninguna investigación sobre Smith. Sólo he leído su obra. No se trata de ninguna investigación, sólo lectura. Smith es un precapitalista, una figura de la Ilustración. Despreciaba lo que nosotros llamaríamos capitalismo. La gente lee fragmentos de Adam Smith, algunas frases que les enseñan en la escuela. Todo el mundo ha leído el primer párrafo de La riqueza de las naciones en el que habla sobre lo maravillosa que es la división del trabajo. Pero no muchas personas llegan al punto, unos cientos de páginas después, en el que afirma que la división del trabajo destruirá a los seres humanos y los convertirá en unas criaturas tan estúpidas e ignorantes como pueda llegar a serlo un ser humano. Y, por ello, en cualquier sociedad civilizada, el gobierno deberá tomar ciertas medidas para impedir que la división del trabajo llegue a estos límites.

Efectivamente. He comprobado la cita y es correcta.


En otros casos las condiciones de la sociedad no colocan al grueso de los individuos en esa situación, y se necesita alguna intervención del estado para impedir la corrupción y degeneración casi total de la gran masa de la población.
Con el desarrollo de la división del trabajo [...] la inteligencia de la mayoría de las personas se conforma necesariamente a través de sus actividades habituales. Un hombre que dedica toda su vida a ejecutar unas pocas operaciones sencillas, cuyos efectos son siempre o casi siempre los mismos, no tiene ocasión de ejercitar su inteligencia o movilizar su inventiva para descubrir formas de eludir dificultades que nunca enfrenta. Por ello pierde naturalmente el hábito de ejercerlas y en general se vuelve tan estúpido e ignorante como pueda volverse una criatura humana.[...] De esta forma, parece que su destreza en su propio oficio es adquirida a expensas de sus virtudes intelectuales, sociales y marciales. Y en cualquier sociedad desarrollada y civilizada este es el cuadro en el que los trabajadores pobres, es decir, la gran masa del pueblo, deben necesariamente caer, salvo que el estado tome medidas para evitarlo.[...] La educación del pueblo llano requiere quizás más la atención del estado en una sociedad civilizada y comercial que la de las personas de rango y fortuna.[...] Con un gasto muy pequeño el estado puede facilitar, estimular e incluso imponer sobre la gran masa del pueblo la necesidad de adquirir esos elementos esenciales de la educación.[...]  El estado puede obligar a casi todo el pueblo a conocer esos elementos fundamentales de la educación estableciendo un examen obligatorio sobre ellos para ingresar en una corporación o ejercer un oficio en un pueblo o ciudad corporativa.

Sin embargo en varias charlas, he escuchado a Chomsky decir sobre esta cita que Adam Smith era partidario de impedir la división del trabajo. Eso no es exacto. Como el mismo Chomsky parece corregirse a sí mismo al hablar con David Barsamian, lo que Adam Smith trataba de impedir eran los efectos alienantes de la división del trabajo, pero no la división del trabajo en sí, de la que Adam Smith predicaba sus bondades al principio del capítulo II, Libro 1.

OTROS ASPECTOS "DISIDENTES" DE ADAM SMITH

Hay muchas más cosas que se pueden decir de Adam Smith, y que están en contra de lo que tradicionalmente se asocia al autor: que denunciaba las injusticias Norte-Sur representadas en su día por los abusos a La India, que rechazaba la concentración de capital que favorecía a unos pocos y perjudicaba a la mayoría ("la máxima vil de los poderosos parece haber sido siempre: todo para nosotros, nada para los demás"), que era partidario de la igualdad de condiciones (y no solo de oportunidades), que detectó anticipadamente la lucha de clases, que temía que las sociedades de capital mancomunado (es decir lo que ahora en EEUU se conoce como grandes corporaciones) llegasen a ser inmortales que es lo que ha sucedido en el "capitalismo", que se le puede situar "en la tradición anarcosindicalista, en la critica libertaria de izquierda contra el capitalismo".

Supongo que buena parte de las discrepancias al interpretar a Adam Smith se aclararían más fácilmente si nos pusiéramos de acuerdo en si lo que tenemos en un sistema de libre comercio como el que pretendía Smith o un sistema capitalista que ha evolucionado de manera muy diferente. Últimamente Noam Chomsky insiste en diferenciar "el capitalismo" del "verdadero capitalismo existente". Me da la sensación de que él mismo quiere poner orden en sus manifestaciones anteriores (supongo que solo se puede afirmar que Adam Smith era anticapitalista si aclaras que por capitalismo entendemos otra cosa diferente a lo que tenemos).

En su libro recopilatorio "Cómo funciona el mundo", vemos que ya en 1994 partía de la idea de que se ha desvirtuado tanto a Adam Smith, como a otros tantos pensadores:


Los libros de estos autores están al alcance de todos. Hay pocas figuras más protagónicas en la historia estadounidense que Thomas Jefferson y John Dewey. Son más estadounidenses que la Estatua de la Libertad, pero si uno los lee hoy en día, parecen dos marxistas de lo más delirantes, lo cual demuestra cuánto se ha deteriorado nuestra vida intelectual.

Las referencias originales de Adam Smith las he tomado de su libro "La riqueza de las naciones" de Alianza Editorial, 1994, edición de Carlos Rodríguez Braun, que en realidad contiene los 3 primeros libros y una selección de los 2 últimos. En el estudio preliminar, un comedido Rodríguez Braun, (otrora conocido por participar en debates políticos en Intereconomía) rechaza ambos extremos de Adam Smith. No era un anarquista ("a un anarquista le tienen sin cuidado los impuestos, y Adam Smith redacta un extenso capítulo sobre los mismos, analizándolos prolijamente") y acepta que es un "liberal matizado", "que apoya aquellas intervenciones públicas en donde claramente se demuestre que los fallos del Estado son menores que los fallos del mercado". Niega que fuese un neoliberal, tal y como hoy en día entendemos el termino, pero no llega tan lejos como Chomsky de calificarlo como un contrario al capitalismo actual:


Otros aspectos que chocan con la visión simplista de Smith-capitalismo-salvaje es su respaldo a que la riqueza se refleje en un incremento en el nivel de vida del pueblo, y el intenso recelo que siente Smith hacia los empresarios. Una cosa es defender al capitalismo, parece decir, y otra cosa muy distinta es defender a los capitalistas, que sólo son útiles a la sociedad en la medida en que compitan en el mercado ofreciendo bienes y servicios buenos y baratos, con los que los consumidores se benefician - y el consumo es el fin último de la producción. Adam Smith dedica a los capitalistas y a su espíritu monopólico y de "conspiración contra el público" unos comentarios durísimos, de gran relevancia para comprender numerosas polémicas actuales, puesto que Smith demuestra cómo los diversos grupos económicos consiguen privilegios del Estado sobre la base de fingir que representan los más amplios intereses de la sociedad.
Pero dejemos a Adam Smith hablar por su propia boca, para comprobar si verlo como anti-capitalista, pseudo-socialista o algo entre medias es una exageración o manipulación de los autores que le siguieron. Sobre los salarios de los trabajadores dice lo siguiente en el capítulo 8 del Libro I:


Los sirvientes, trabajadores y operarios de diverso tipo constituyen la parte con diferencia más abundante de cualquier sociedad política. Y lo que mejore la condición de la mayor parte nunca puede ser considerado un inconveniente para el conjunto. Ninguna sociedad puede ser floreciente y feliz si la mayor parte de sus miembros es pobre y miserable. Además, es justo que los que proporcionan alimento, vestimenta y alojamiento para todo el cuerpo social reciban una cuota del producto de su propio trabajo suficiente para estar ellos mismos adecuadamente bien alimentados, vestidos y alojados.

Y sobre los empresarios en el sistema mercantil (se supone que después llegó el capitalismo, aunque como sabemos el sistema vigente reparte los inconvenientes del capitalismo para los más débiles y las ventajas para los más poderosos que se benefician de ayudas e intervencionismo) y su influencia en los gobiernos (Libro IV, capítulo 8):


Nuestros industriales laneros han tenido más éxito que nadie en persuadir a los legisladores de que la prosperidad de la nación dependía de la rentabilidad y extensión de su negocio particular. No solo obtuvieron un monopolio contra los consumidores gracias a la prohibición absoluta de importar tejidos de lana de cualquier país extranjero [...] Supongo que no es necesario subrayar hasta qué punto estas reglamentaciones son contrarias a la tan pregonada libertad individual, de la que tan celosos guardianes simulamos ser, y que en este caso es manifiestamente sacrificada ante los fútiles intereses de nuestros comerciantes e industriales.[...]
El consumo es el único fin y objetivo de toda producción, y el interés el productor merece ser atendido sólo en la medida en que sea necesario para promover el del consumidor. Este aforismo es tan evidente que sería absurdo molestarse en demostrarlo. Sin embargo, en el sistema mercantil el interés el consumidor es casi constantemente sacrificado frente al del productor, porque parece considerarse que la finalidad y propósito últimos de cualquier actividad y comercio es la producción no el consumo.[...]
No es muy difícil señalar a quienes maquinaron todo este sistema mercantil. No fueron desde luego los consumidores, cuyos intereses han sido completamente olvidados. Fueron los productores, cuyos intereses siempre han sido cuidadosamente atendidos, y entre ellos los arquitectos principales fueron con diferencia los comerciantes y los industriales.


Todas estas referencias de "La riqueza de las naciones" se pueden consultar en las siguientes páginas de la edición mencionada: 16-18, 44-46, 125-126, 525, 554, 563-567, 642-646, 717.




ENLACES RELACIONADOS 
Conferencia de Matt Ridley en la ciudad de las ideas.
Artículo que intenta refutar las tesis de Ridley
Otro artículo en Newscientist
Otra crítica más
"The Irrational Optimist"
Chomsky sobre la mano invisible en la BBC
"El optimista racional" según el Movimiento de Solidaridad con los Trabajadores

9 comentarios:

  1. Interesante libro y muy buen comentario/crítica. Todo plagado de ricas ideas para estimular la mente. Enhorabuena.

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  2. Antes de llegar a la cuarta parte de la revisión, las palabras y las frases escogidas para hablar de lo que se dice en el libro empiezan a sonar a rabieta contra algo que desafía las creencias políticas que manifiestas al principio del artículo. Hasta entonces todo iba bien, pero luego un cierto nivel de indignación creciente se lleva lo mejor de tu prosa hacia una crítica sin sustentar. No digo esto porque piense que el autor del libro tiene razón - en absoluto, es muy simplista pensar que la mejora social es consecuencia del comercio cuando es mucho más probable que la mejora del comercio tenga sus raíces en una mayor consciencia de otras personas, obtenida primero a través de la familiaridad y después de la comunicación. -, hago este comentario como sugerencia para revisar la revisión, y que puedas elevar la calidad del resto del artículo a la imparcialidad inicial.

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  3. Gracias por vuestros comentarios. Darío, no sé exactamente a las líneas que te refieres, pero aún así intuyo que tienes razón en lo que dices. La pregunta es si es deseable ser imparcial. Si hablamos de política, la imparcialidad es una condición que nadie tiene realmente. Todos tenemos nuestros conceptos, propios o ajenos, sobre la redistribución de la riqueza, los derechos de expresión, los castigos o la transparencia en democracia, por solo poner un par de ejemplos. Cuando se dice que se es imparcial, en realidad me parece que la gente pretende no contaminar el debate racional con axiomas ideológicos. Yo no creo que lo haya hecho en grandes dosis, pero confieso que me posiciono con frecuencia, y no solo como ejercicio de honestidad con el lector... es que me niego a mostrarme como neutral e inmaculado, cuando quien así se intenta mostrar, carga sus tintas con argumentos netamente políticos. Los casos de Steven Pinker o Goldhagen, también analizados en mi blog, son un caso más como el de Ridley. Pero gracias de nuevo por leer tan atentamente como para detectar todo eso.

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    1. En contrario, diría que es IMPRESCINDIBLE ser imparcial, máxime si hablamos de política pues, aunque la objetividad sea difícil de lograr hay que intentarlo denodadamente si con honestidad queremos arribar a una conclusión cercana a la verdad. Las "teorías" elaboradas con falta de objetividad en la observación empírica o falta de análisis integral (de todos los componentes del fenómeno y no solo de componentes aislados) conlleva a conclusiones parciales y por tanto no verdaderas; por ello, implementada en la vida real solo derivan en fracaso con gran daño a la sociedad, dependiendo este daño del tiempo invertido para forzar su imposición. Dije "forzar" que implica VIOLENCIA, pues cuando una teoría que no expresa la realidad quiere ser impuesta solo puede intentar lograrlo torciéndola, lo que conlleva al uso de métodos violentos, sean físicos o mentales.
      El ser humano es perfectible, pero está en nosotros la decisión de ser o no mejores que ayer (con eso basta, nadie va a ser ni es necesario que sea "perfecto"). La autocrítica es la aplicación de la máxima objetividad posible a nuestros propios actos y pensamientos; es una virtud necesaria y valiosa si queremos llamarnos "honestos" con los demás, pero, por sobe todo, con nosotros mismos, es la que nos lleva a reconocer nuestras equivocaciones y la que nos permite mejorar y, a veces, hasta cambiar radicalmente nuestras acciones y pensamientos. El que niega la verdad o "acomoda" teorías para convencer de su personal razón de ver las cosas es un necio o un manipulador.

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    2. Gracias por tu comentario Mónica. La imparcialidad es una virtud en un mundo atrincherado, y es la mejor manera de acercarse a la verdad. No te lo discuto. Pero en determinados contextos, como el de los autores comentados, declararse imparcial en en realidad estar de un lado, porque como decía Howard Zinn "no se puede ser neutral en un tren en movimiento", lo cual me parece una acertada declaración de principios que no está reñida con la búsqueda de la verdad.

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  4. Aunque accedí posiblemente a tu post, debo confesarte que me gusto esta entrada. Es la primero que leo en este blog. Es una reflexión bien llevada y con un gran aroma de honestidad. No es exagerada ni petulante, creo que pretende decir lo que cree que justo decir. Para mi esa es la maravilla del texto. Pienso probablemente al igual que tu que el libro que comentas no sea mas el gran esfuerzo del autor por autojustificarse ante cierta cosas que parece intuir mal, pero que al mismo tiempo comparte. Por ejemplo pretende decirnos que el progreso es el resultado de la libre competencia la cual a su vez ha eliminado a los tramposos. Me luce que pretende hacernos cree la selección natural es una competencia libre de tramposo o que siempre ha eliminado exitosamente los tramposos. En verdad los tramposos por lo general se han salido con la suya. De modo que el capitalismo si no se le colocan algunas restricciones terminaría en un gran desastre. Lo bueno de todo es que todos estamos naturalmente preparado para hacer cierto alto cuando llegamos a ciertos extremos. Lo malo es que ciertas disposiciones contrarias podrían asociarse a ese capitalismo lo que podría ocasionar que nuestras disposiciones a realizar un alto no se disparen a tiempo.

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  5. Gracias por el comentario Felipe.

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  6. Excelente trabajo como siempre, disfruto mucho leer tus análisis a tal punto que cuando me siento estresado o cansado leer tu blog me hace olvidar el mundo y sumergirme en un mundo utópico del pensamiento.
    Gracias por tus aportes

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  7. Vaya! Qué piropo tan sentido, muchísimas gracias, me alegro que te sirva para eso.

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