sábado, 12 de enero de 2013

HITCH-22 (2010) de Christopher Hitchens

Christopher Hitchens se vuelve a colar en mi blog por la puerta grande, a través de una autobiografía, género que por lo demás, no me interesa. Pero es que un escritor tan polifacético y polémico, curtido en tantas experiencias y viajes que han marcado su evolución, merece la pena ser investigado. Quizás leyendo sus memorias, lograse comprender lo que su estilo soberbio y poderío oratorio no han podido conseguir que asimile: ¿cómo pudo metamorfosearse tanto en términos políticos sin escupir sobre sus principios? Esa era mi pretensión al leer este libro y mi conclusión, ya avanzada en otros posts, es que toda su evolución estuvo marcada por dos leitmotiv


En primer lugar le gustaba sacudirse de encima todo lo que no estuviera sujeto a permanente revisión o a debate. Era contrario al principio de autoridad, y  paradójicamente no podía vivir sin autoridades a las que criticar. Ni dios, ni Marx, ni ninguna otra sublimación de principios merecía su respeto. Esto traía consigo una ineludible consecuencia, y es que desde temprana edad no pudo abrazar en toda su extensión el socialismo, al menos eso nos contaba en estas memorias, aunque lo ideal hubiese sido contrastarlo con sus escritos de entonces. Esas dudas hacían que Hitchens tuviera una recurrente bicefalia en su intelecto más íntimo, lo que él denomina su "doble contabilidad", y que repite en numerosas ocasiones en esta autobiografía. Para muestra un botón; la cita con la termina su prólogo es tan honesta como descarada:

"Las guerras más intensas son las guerras civiles, del mismo modo que los conflictos más vividos y desgarradores son internos, y lo que espero hacer a continuación es dar una idea de cómo es luchar en dos frentes al mismo tiempo, intentar mantener ideas opuestas vivas en la misma mente e incluso mostrar dos caras distintas al mismo tiempo."

Y en segundo lugar, su militancia antirreligiosa le hizo centrarse tanto en la vertiente antiyihadista, que la identificó como un enemigo tan venenoso que merecía le pena aliarse con quien fuera para acabar con él; algo así como Churchill con Stalin para acabar con Hitler. Sin embargo, yo creo que aunque diésemos por acertada la comparación, la razón por la que se cegó y se contaminó con los intereses del imperialismo norteamericano (condenados con fervor en el pasado), no fue tanto por la proximidad con la derecha anti-yihadista, como el alejamiento de sus colegas de la izquierda que en aras del multiculturalismo se mostraban renuentes a condenar la sinrazón del mundo musulmán.


En los primeros capítulos de índole estrictamente personal nos cuenta cómo eran sus padres, el suicidio de su madre, cómo se enteró de su parte judía, la fría relación con su padre calvinista y hasta algunos escarceos homosexuales y orgías masturbatorias contadas a caballo entre el pudor de un afamado escritor heterosexual y el orgullo que todo intelecto explorador se debe permitir. No obstante, Hitchens no se excusa con el típico subterfugio de "son cosas que hacemos los tíos cuando nos calentamos y no hay tías cerca". Confiesa que llegaba a intercambiar poemas, besos y suspiros con algún compañero, e incluso habla de haberse acostado con futuros miembros del gobierno de la nación. Todos estos detalles sexuales quedan encogidos en las páginas siguientes por unas memorias mucho más ricas que unos simples escándalos sexuales.

Cuenta como le iniciaron en el mundo de la izquierda en el contexto de la Guerra de Vietnam, en la que vio todos los elementos de rapiña de una superpotencia contra una sociedad agraria, y con la que sintió su primer distanciamiento de la "política convencional" cuando el partido laborista terminó apoyándola. Escribe que se sentía muy lejos de sectarismos y ortodoxias que le aburrían soberanamente mientras discutían sus teorías, y aunque era consciente de que el bloque soviético era una dictadura, él se mantenía fiel a todo lo positivo que iba encontrando en el camino de la izquierda (Rosa de Luxemburgo, Trotsky, los internacionalistas, etc...).

A FUERZA DE VIAJES

El capítulo dedicado a su viaje a Cuba es quizás el más autocomplaciente ya que a pesar de haber sido seducido por Castro y la promesa del nuevo discurso revolucionario que presentaba un socialismo diferente al totalitarismo soviético, supo ver cómo la prostitución y la homosexualidad se habían convertido en objetivo del régimen, y eso no decía mucho del mismo. Si hemos de creerle, su rebeldía socialista no le cegó ante las necesidades materiales y de libertad que el pueblo demandaba.

"No diré que vi todo eso a la primera, y una parte de mí seguía con los entusiastas cubanos que querían sacrificarse por Vietnam y Angola y no deseaban una vida cómoda." [...] No sé si lo que dije a continuación salió de la parte "izquierda" o "derecha" de mi cerebro, pero me gusta pensar que anticipé al menos parte de la enorme deserción cultural y literaria que más tarde le costó a Castro la lealtad de escritores [...]"

El desencanto con Cuba se materializó allí mismo, cuando los rusos invadieron Checoslovaquia. Estuvieron esperando con avidez el discurso de Castro, del que esperaban que marcara la diferencia frente al imperio soviético, pero después de que China apoyara la invasión llegó el discurso de Castro que se sumo a toda la familia de "escleróticos estalinistas del Kremlin".

Parece concluir que, el castrismo podía tener cierto sentido en un contexto donde  EEUU ponía y quitaba dictadores en Latinoamérica, pero en Europa "los impulsos de una izquierda revolucionaria podían y debían usarse para desgastar el muro de Berlín por ambos lados."

Lejos de considerarse un "turista de la revolución", piensa que formó parte de la vieja izquierda radical, alejada de la mera disensión teórica de salón, y que se ganó el derecho "a hablar e intervenir por medio de la experiencia, el sacrificio y el trabajo." Una vez más, experimentar en sus carnes todo tipo de opciones, sexuales o políticas, se configura como un procedimiento necesario para este viajero que prefería la impresión de una vivencia a las ideas de un libro. Este sano hábito, aunque no garantiza verdad ni moralidad alguna, al menos ofrece una riqueza vivencial que le acompañó durante toda su vida de escritor. O quizás debería decir de periodista, ya que es más propio del periodismo como él mismo confiesa, el acercarse a todas las partes, conocerlas y después de mirar a los dos lados del camino elegir el que tu experiencia te dicta que es la más honesta, por encima de compromisos sectarios o principios doctrinales. Esa continua contrastación y "doble vida" que le hace identificarse con Jano, el dios romano de dos caras, le llevaría en el futuro a acercarse a un enemigo para no confraternizar con otro peor, y por tanto a romper con sus orígenes izquierdistas tal y como he explicado anteriormente. El acercamiento a Salman Rushdie y la amarga ruptura con Edward Said, son dos consecuencias muy simbólicas de sus experiencias como viajero.

Uno de los pecados de los que se arrepiente es no haber dejado continuar el debate a Michael Stewart, quien iba a defender la moralidad de la guerra en Indochina, pero a quien lo silenciaron los insultos y voces de asesino que la masa profería, y a la que Hitchens se unió tras dar su discurso. Por eso Hitchens no puede resistirse a conocer el lado oscuro, el hecho de tener que estrechar la mano y sonreír a dictadores como Videla es solo un mal menor, aunque no dude en destrozarlos dialécticamente después... o en el mismo momento. Pero a veces parece que es más la vanidad, que la curiosidad lo que le empuja a pensar que "esos encuentros con el lado oscuro también aportaban buenos temas". Estoy pensando en el viaje que hizo con Sean Penn para entrevistar a Chávez o Fidel Castro, y no lo digo porque ellos me parezcan más oscuros que los presidentes de EEUU, sino porque rivalizaba para conseguir una entrevista con tanta pasión y curiosidad, como vanidad. En cualquier caso ese plus que le daba a la mera existencia de la opinión contraria, y no solo a su derecho a expresarla, es algo atípico y me atrevería a decir que intelectualmente valiente. Recuerdo el debate entre ateos "The Four Horsemen", el cual subtitulé, en el que Hitchens (el ateo político) sorprendía a Richard Dawkins (el ateo científico por excelencia) planteando la conveniencia intelectual de que exista la sinrazón de la religión. Bajo esa perspectiva, probar una forma de tortura como el ahogamiento simulado no es nada raro, sino una muestra más de la falta de temor a vivirlo todo, de la curiosidad por conocerlo todo, incluso lo peor del ser humano. En ese sentido era un vitalista valiente. Pero me extraña que no hubiese muerto antes de alguna sobredosis de algún tipo de droga, ya que en su libro solo confiesa haber alcanzado sus mejores momentos como escritor gracias únicamente al alcohol y al tabaco.

EXILIO A EEUU

Una paradoja más en su vida es la ocasión en la que nos narra que impulsó su "exilio" a EEUU. Su hastío de la política, y del laborismo británico en particular que por aquellos entonces se oponía a la guerra de las Malvinas (Hitchens era de los pocos izquierdistas que apoyaron a Thatcher porque despreciaba más el influjo del imperio norteamericano que apoyaba a los militares torturadores argentinos que el influjo del imperio británico), le hizo trasladarse curiosamente a ...EEUU. Allí adquirió la nacionalidad estadounidense y allí residió hasta su muerte.

Al otro lado del charco Hitchens encontró un mayor grado de libertad. Las leyes que defendían la libertad de prensa, tal y como demostraron los Papeles del Pentágono, eran más garantistas que las británicas que permitían que el gobierno impusiera la censura previa a un director de periódico que fuese a publicar algo que afectase negativamente al ejecutivo. También se sorprendió al comprobar que EEUU se tomaba en serio la libertad de expresión, y que fuera precisamente la Unión Americana por las Libertades Civiles quien recurría ante el juez la prohibición de un desfile nazi con esvásticas. Este tipo de defensa de la libertad de expresión es muy estadounidense, muy chomskiana diría yo, y no se entiende muy bien fuera de EEUU, ni siquiera dentro. Pero por ejemplo en España, afirmar que los etarras tienen derecho a expresar sus ideas y formar un partido político es habitualmente entendido como una muestra de conchabamiento con sus ideales y crímenes aberrantes, cuando en realidad lo que hacemos algunos es apostar por la pureza de un sistema político de libertades radicalmente diferente a lo que ellos practican. Y cuando digo ellos, me refiero también a los que defienden la libertad de expresión al mismo tiempo que justifican o contemporizan con los asesinos. Pero eso no debería callarnos ni acomplejarnos a los que creemos en la democracia. Quizás Hitchens, que durante la dictadura franquista se sumó a la causa vasca y catalana, lo explica mejor que yo recordando un contexto parecido en EEUU:

"En mis primeros meses viviendo en Washington, D. C., fui a una concentración del Ku Klux Klan, en la que los ensabanados manifestantes eran protegidos de los furiosos opositores por falanges de imperturbables policías negros que se encargaban de que los derechos constitucionales de quienes los detestaban fueran debida y deportivamente respetados."

Allí encontró a Reagan, un presidente por el que sentía un profundo desprecio ya que mentía sin inmutarse. Llegó a decir que el ruso no tenía una palabra para la libertad o que había estado presente en la liberación de los campos de exterminio nazis. Ese desprecio solo pudo ser igualado por el que más tarde sentiría por Clinton, a quien conocía desde su juventud.

Pero también encontró a Susan Sontag, a quien admiraba e incluso envidiaba por su vitalidad y autonomía para vivir y crear en el mundo intelectual y artístico de EEUU. Y también se encontraba de vez en cuando con Noam Chomsky, aunque quizás los enfrentamientos que tuvo con él le hacen escribir con menos entusiasmo de quien tanto llegó a valorar. Resulta curioso que las mismas acusaciones que más tarde lanzaría contra Chomsky y compañía, a saber, jugar a hacer equivalencias morales y sentir odio por sí mismos, son las mismas cosas que le decían a él los Reagan y compañía cuando criticaba a EEUU o a Israel.

LA CONVERSIÓN TRAS EL 11-S

Cuando las Torres Gemelas cayeron, sus roces con la izquierda pasaron a ser insoportables porque ya no aguantaba el discurso de "quien siembra vientos recoge tempestades" ya que eso implicaba que EEUU se lo había buscado de alguna manera, suponía culpar a la víctima y en último término justificar al verdugo.

En mi opinión sigue siendo incoherente que no razonase de la misma manera en sus años previos de anti-imperialismo cuando condenaba a EEUU por haber financiado las dictaduras que a lo largo y ancho del planeta ahora se volvían contra su creador. Una lección básica de politología es que una explicación no es igual que una justificación, pero Hitchens ya estaba decidido a romper con la izquierda y creo que aprovechó inconscientemente este momento para hacerlo. En algún escrito recuerdo que se defendía arguyendo que en el pasado ningún país bajo la bota de EEUU cometía este tipo de terribles atentados. Es el rasgo netamente religioso del 11-S lo que Hitchens no podía tolerar. Se sentía en la obligación de defender el único muro de contención frente a la barbarie religiosa. En el pasado se ha derramado sangre, de una forma u otra, con víctimas militares y civiles al luchar contra imperios y dictadores. El rasgarse ahora las vestiduras por 3000 muertos en las Torres Gemelas y minimizar el número mayor de muertos que EEUU ha producido año tras año allá donde le ha dado la gana, es solo una excusa para no afrontar el principal error: que no está dispuesto a aplicar el mismo rasero a su nuevo país de acogida, que simboliza y se sustenta en la democracia y la razón, y a los otros países teocráticos que representan el oscurantismo y el atraso medieval. Pasó de juzgar los hechos a juzgar a los autores, aunque quizás siempre hizo lo mismo y solo cambió de fobia con respecto a los autores. Supongo que para Hitchens llegó un momento en el que denunciar los excesos de la política estadounidense era incompatible con hacer lo mismo con los excesos de los demás países, porque suponía entrar en el juego de las equivalencias morales. Este juego que Chomsky creía que era una torpeza intelectual y una trampa propagandística, se adueñó de la mente de nuestro querido iconoclasta y paralizó su brillante y valiente lucha contra el poder, por miedo a que pudiese contribuir a que EEUU quedase menos legitimado para luchar contra quien él entendía que debería ser el enemigo a exterminar: los radicales islamistas.


"[...] gracias a los poderes que sean por el poder de los Estados Unidos de América. Sin esa fuerza de reserva, la mera masa de su arsenal, en combinación con las innovadoras maniobras de sus fuerzas especiales, los tiranos y la chusma del mundo poseerían una inmerecida sensación de impunidad. De hecho, los talibanes huían lejos de la gente que celebraba el fin de una larga opresión y al-Qaeda aprendía lo que significaba recibir un gran número de bajas, y no solo provocarlo. Yo no estaba en contra de eso."

Aunque pueda tener parte de razón, considero que denunciar al policía corrupto que ha jurado fidelidad a la ley y al que nosotros pagamos, es un deber democrático y moral aún mayor que denunciar al criminal sin principios ni escrúpulos. Esto no significa igualarlos. Ni tampoco se puede entender que suponga hacer menos inmoral al criminal. Y de ningún modo implica que se tenga que tomar partido por algunos de los dos: se debe y se puede denunciar a ambos. Pero llegado cierto nivel de consenso sobre lo que está bien y lo que está mal, me parece más útil señalar con el dedo al que se escuda en el cargo para hacerse pasar por paladín de la libertad que criticar lo que resulta obviamente condenable de cualquier acción terrorista. Hitchens optó por la viceversa.

SALMAN RUSHDIE, PARADIGMA DE CAUSA JUSTA

El caso de Salman Rushdie y sus versos satánicos fue para él, no solo un caso de defensa de amistad, sino de principios. "Era, si puedo expresarlo así, un asunto que enfrentaba todo lo que odiaba contra todo lo que amaba." Mientras la derecha y los líderes religiosos culparon a Rushdie por ser blasfemo y de izquierdas, la izquierda se olvidó sus principios libertarios para defender el multiculturalismo como valor supremo. Pocos tuvieron el coraje de defender a Rushdie como Susan Sontag, quien llamó a sus contactos en su agenda para presionarles a que aparecieran con ella leyendo partes de la obra de Rushdie en público, y avergonzando a los que no se atrevían a hacerlo. Por todo ello Hitchens confiesa que la amaba.

Una de las peores mañanas de Hitchens fue aquella en la que leyó el artículo de Salman Rushdie titulado "Por qué he abrazado el islam". Según Hitchens fue una falsa disculpa que el escritor tuvo que redactar presionado no solo por las amenazas contra su vida, sino por también por la diplomacia británica que se veía en la necesidad de negociar con los fanáticos y le dijeron a Salman que esta tensión prolongaba el secuestro iraní de prisioneros británicos en el Libano. Cuando se volvieron a ver, Hitchens tuvo la tentación de discutir lo consideraba un error, pero se abstuvo y se conformó con el tono avergonzado que usó Salman Rushdie al confesar que ese era el precio de su billete para poder salir de su encierro secreto. No le sirvió de nada, y tampoco sirvió de mucho su lucha porque en mundo editorial volvería a recular con las famosas viñetas de Mahoma.

"Es extraordinariamente arduo tener un desacuerdo de principios con alguien que encarna lo que para ti es el más importante de los principios, pero afortunadamente esa tensión no duró. [...] La triste paradoja, es que, aunque él y su libro sobrevivieron y florecieron, nadie en la industria editorial angloamericana encargaría o publicaría ahora "Los versos satánicos". De hecho toda la industria económica y cultural ha actuado, en lo que respecta al islam reaccionario, con enorme prudencia. La otra paradoja es que el multiculturalismo y la multietnicidad que llevaron a Salman a Occidente, [...] es ahora uno de los disfraces de un uniculturalismo, basado en el relativismo moral y el chantaje moral [...] según el cual se redefine la Ilustración como "blanca" y "opresiva" [...]."

IRAK, IRAK Y MÁS IRAK

Las guerras de Irak han marcado una generación, y se toman como baremo de la decencia política y moral de quien opinó sobre ellas. Quizás por eso se extiende con ocasión de las mismas. Pero en realidad, aunque no hubiesen tenido tanta repercusión mediática, ni hubiesen generado tanta controversia, Hitchens tenía buenos motivos para explicar sus cambios de opinión al respecto. Criticó con vehemencia la primera, y se opuso con mayor tesón a la segunda. Las acusaciones de chaquetero por terminar apoyando a EEUU, eran de esperar y anulaban la presunción de inocencia de un escritor con nueva ciudadanía del imperio.

Parece ser que Hitchens escribió un artículo en 1976 elogiando la labor social que estaba haciendo Sadam Hussein y el futuro prometedor de este nuevo líder del mundo árabe, al que llegó a comparar con Nasser. Hitchens trata de hacer entender al lector que por aquel entonces las cosas eran distintas ya que Saddam estaba haciendo reformas positivas en el país. Sentía respeto por los nacionalistas árabes de la época, por su anticolonialismo, por su laicismo (al menos al principio, porque luego usaron la terminología de los mártires y la guerra santa) y por su socialismo, pero en cualquier caso era consciente de la represión política que dice haber resaltado. Tras leer el artículo podemos ver que efectivamente hablaba de torturas pero el balance era claramente positivo. En cualquier caso, cuando Hitchens dejó el país Saddam se convirtió en presidente del país e inició purgas que terminaron con toda disidencia. A partir de ahí Hitchens siguió la deriva del régimen con pena e indignación, incluso con miedo para los exiliados que vivían en Londres.

Cuando se opuso a la guerra del golfo, en 1990, lo hacía convencido de que había sido tolerada por EEUU, ya que advirtieron a Saddam que sus problemas con Kuwait no eran de interés estadounidense. Tan solo cuando terminó invadiéndolo es cuando EEUU reaccionó, pero si se hubiera limitado a robarle los pozos de petróleo probablemente no hubiera habido causus belli. La antipatía por Bush padre, la repentina comparación de Saddam con Hitler por parte del gobierno, las mentiras de propaganda bélica como las famosas incubadoras de bebés kuwaitíes y el principio de precaución anti-imperilista que todavía le quedaba le hizo oponerse a este primera guerra con Irak, pero durante la misma le acecharon ciertas dudas al respecto. Renunciar a la guerra era dejar a Kuwait en manos de Sadam, y renunciar al anti-imperialismo sería dejar a Irak en manos de EEUU. Se supone que la opción menos mala es la segunda porque implica que el poderoso es más civilizado, pero creo que ese análisis lo hubiese perdido nuestro autor a la vista de las consecuencias políticas y las bajas que ha producido la guerra de Irak.


"Después de todo, si Sadam era de verdad Hitler, ¿no deberíamos, en vez de limitarnos a rescatar Kuwait, invadir Irak y encontrarle un nuevo gobierno? ¿Y qué nos daba derecho a ello, cuando éramos los compinches de los saudíes, los traidores de los kurdos y los chalanes de los mullahs iraníes? [...] Solo al regresar a la región, justo después, me di cuenta poco a poco de que mi propia lógica podía volver, o más bien volverse, contra mí. ¿Y si la guerra hubiera producido la caída de Sadam Husein, en vez de su confirmación en el poder? ¿No me habría visto moralmente obligado a decir que era justificable? El insulto 'fascismo' se lanza con facilidad, y yo mismo lo hago a veces, pero te juro que es distinto cuando ves el fenómeno real en funcionamiento."

Conocer a los kurdos y a otras víctimas de Sadam, visitar sus pueblos y sus casas, y comprobar la ilusión por ser liberados del yugo del dictador, así como la desilusión por ser solo una liberación parcial que lo dejó en el poder, fue determinante para que Hitchens no solo cambiara de perspectiva, sino para que cayese en la rastrera lógica de la propaganda de guerra según la cual los pacifistas simpatizaban con Sadam.


"¿Era esa la manera de terminar una guerra de 'liberación'? Para mí la pregunta inmediata era: ¿formaría yo parte de esa opinión pública o no? Sentí que no tenía elección. Bueno, entonces, ¿qué había pasado, o qué quedaba, de mi previa y orgullosa posición 'contra la guerra'? ¿Era algo más que afectación o un residuo? [...] La idea de 'rojos por Bush' podría parecer incongruente, pero era mucho más saludable que 'pacifistas por Sadam'."
El tema de las sanciones es despachado tan acríticamente, que si no fuera por su aversión a recibir órdenes, haría pensar que estaba en nómina del gobierno. Y es que no hay ninguna explicación para que Hitchens no argumentara más seriamente a favor de las sanciones, simplemente las contemplaba como necesarias y confiaba (porque no podía demostrar) en que eran necesarias y en que no mataban a mucha gente inocente:


"De vez en cuando me pedían que firmara una petición contra las sanciones, de las que se decía que mataban a decenas de miles de iraquíes jóvenes y ancianos, a través de la privación de medicinas y comida. No lograba que me convenciera ese pseudohumanitarismo. [...] Casa vez más me parecía que quien se preocupara por el bienestar y supervivencia de los iraquíes debía pedir el derrocamiento del despotismo demente que había hecho necesarias las sanciones y estaba acabando con el país. [...] Crucé la frontera kuwaití hacia Irak y vi un poco del bárbaro estado al que había quedado reducida la sociedad iraquí, a través de una combinación de sadismo y de las sanciones que había requerido el régimen."

Se vanagloria de haber conseguido, él y un puñado más de intelectuales, hacer cambiar a Washington de opinión con respecto a la decisión de dejar en el poder a Sadam Hussein. Paul Wolfowitz, al que presenta como un hombre conocedor y amante de otras culturas (que curiosamente tiene tendencia a bombardear) que estudió en la Universidad John Hopkins (la misma de la que se burlaba cuando daba una cifra alta de bajas en la Guerra de Irak) le llamó tras oírle debatir a favor de la intervención militar. Narra, creo que sin darse cuenta, cómo lo sedujo para unirse a la causa de la guerra con la idea de romper con el legado de Henry Kissinger, archienemigo de Hitchens: "Era el momento de enfrentarse al consenso de Bush/Powell/Kissinger."

Añadiré algunos párrafos más para comprender por qué pienso que Hitchens perdió la cabeza, políticamente hablando, al caer preso de una ingenuidad insultante que le hacían merecedor de aquellos gruesos epítetos que le dedicara George Galloway: "el primer caso de metamorfosis inversa en la historia natural; de mariposa a babosa".


"El intento de cambiar la opinión política en Washington desde entonces ha sido objeto de tal cantidad de invenciones morbosas y falsedades paranoicas que creo que es el momento de que me nombre, junto a otros conspiradores involucrados, y de una versión de lo que hicimos y de nuestras razones. [...] A quienes intentaron librar a Irak y al mundo de Sadam Husein se les ha representado como parte de una cábala neoconservadora, agentes un lobby judío, y se les ha acusado de falsificar pruebas e inventar pretextos para la guerra. [...] Pude comprobar que los que defendían el "cambio de régimen" en la administración eran sinceros y no exageraban a sabiendas para crear opinión. [...] La cuestión de las armas de destrucción masiva, como ahora todo el mundo espera olvidar, era muy a menudo una herramienta retórica de quienes querían dejar a Sadam Husein en el poder. [...] Si me hubieran demostrado fuera de toda duda que NO tenía ninguna reserva seria a mano, habría argumentado -de hecho, lo hice- que eso significaba que era el momento apropiado de golpearle de forma despiadada y concluyente. Castigaría el uso previo e impediría cualquier repetición."

Así las cosas, resulta que tenemos a un intelectual muy persuasivo que da gusto oír, una persona ilustrada en literatura, historia y filosofía con sus propias ideas y un gran instinto escéptico que le empuja a comprobar las cosas y no fiarse del poder,... pero que sigue creyendo en la bondad y la honestidad de quienes montaron la Guerra de Irak y sus sanciones económicas. Sigue creyendo que había armas de destrucción masiva (se basa en dos reuniones, la de Damasco y la de Niger) y prácticamente solo tiene un convencimiento que le impulsa a abandonar su habitual recelo racionalista: que hay unos desalmados musulmanes dispuestos a todo y a los que hay que parar. Toda ponderación de las verdaderas razones por las que se los quiere derrocar (o entronar, según el caso) y de las consecuencias  han desaparecido de la baraja. Los sucios juegos de poder que cualquier analista sabe, son guardados en el mismo cajón desde el que se sacan las armas para atacar a los anti-guerra.


"En cualquier caso, los que se oponían a la guerra se alineaban con las opiniones de otros gobernantes y estados, muchos de ellos bastante más apestosos que George W. Bush."

El tema de Irak lo cierra con la historia de Mark Jennings Daily, un chico que de buena fe que se enroló en el ejército creyendo a pies juntillas que EEUU exportaba la democracia y demás necedades, en parte porque había sido influido por los artículos del propio Christopher Hitchens. Las cartas del chico emocionaron sin duda a Hitchens, pero de ahí a suponer que la mayoría de soldados (de baja o alta graduación) tenían unos valores y honestidad tan acentuados como este chico hay un largo camino de artificiosa ingenuidad. Probablemente la misma ingenuidad que le hacía a Hitchens odiar a los que se burlaban de que los americanos fueran recibos con "dulces y flores" ya que él presenció esos aplausos y siente pena por los que jamás han visto la alegría de un pueblo liberado. Tal y como su amigo Patrick Cockburn escribió después de su muerte esos aplausos eran por haberles quitado de encima al dictador, pero de ningún modo por quedarse ocupando su país. De otra forma no se podría entender como tanta gente luchaba contra los americanos tras el derrocamiento de Sadam.

Precisamente Patrick Cockburn es una de las dos omisiones que he echado en falta en sus memorias. Fue amigo suyo desde muy joven, y es de los pocos izquierdistas anti-guerra, quizás el único, al que Hitchens seguía respetando ya que lo describe como "el mejor cronista de la guerra y sin duda su crítico más ferviente e inteligente". Sin embargo no he encontrado ninguna polémica ni debate entre ellos. Si no lo tuvo públicamente, podía haberlo contado en sus memorias, pero tal y como Patrick Cockburn nos dice en su artículo cuando Hitchens estaba enfermo de cáncer no era momento de pelearse por Irak o Afganistán. Quizás ninguno quiso romper la amistad que los unía (no fue así con su hermano Alexander, con el que tuvo encontronazos mayores y el cual le dedicó un amargo obituario cuando murió). Solo post-morten Patrick Cockburn se atrevería a argumentar que por mucho humanitarismo intervencionista que defendiera Hitchens quedaba la cuestión principal de cómo era posible que ese supuesto humanitarismo hubiese terminado en una aventura imperialista que ha destruido los países que supuestamente querían salvar.

El segundo personaje que he echado en falta, y digo personaje a propósito, es George Galloway, el único contrincante que le ha podido dar tanta cera como Hitchens le daba a él. Curiosamente a la hora de hablar del programa "Petróleo por Alimentos", con el que acusó a George Galloway de estar en nómina de Sadam, no menciona específicamente al político inglés. No sé como terminó el caso, pero al menos Galloway ganó ciertos aspectos del mismo en los tribunales, y hubiese sido honesto por parte de Hitchens reconocérselo.

LA CUESTIÓN JUDÍA

El libro contiene algunas reflexiones sobre lo mal que ha ejercido como padre, lo mal que hubiese ejercido como soldado a pesar de haberse visto envuelto en algunas peleas (físicas), y lo mal que ha llevado su ascendencia judía, de la que se enteró fortuitamente, a pesar de ser un ateo convencido. 

El ser un ateo beligerante no le impidió ver ciertas virtudes en el judaísmo, particularmente su naturaleza discursiva. Lo cual cuadra con un Hitchens al que deberíamos valorar más como un animal de instintos oradores, por encima de cuales fueran sus temas de debate.


Como muchos izquierdistas de la época, simpaticé instintivamente con el Estado judío. No lo hice completamente o sin reparos: [...] ¿Por qué -y después dejaré de hacer preguntas retóricas- en algún momento decidí que cuando me preguntaran con cualquier tono de voz: "¿Eres judío?", nunca me oiría negarlo?
Como ateo convencido, debería coincidir con Voltaire en que el judaísmo no es solo una religión más, sino a su manera la raíz de todo el mal religioso. [---] Gran parte del tiempo estoy con Voltaire, pero no sin reconocer que el judaísmo es dialéctico. Hay después de todo una versión específicamente judía de la Ilustración del siglo XVIII, con un nombre específicamente judío: Haskalah. [...] Sin embargo, incluso el judaísmo anterior a la Ilustración obliga a sus seguidores a estudiar y pensar, les enseña a regañadientes lo que piensan los demás e incluso puede que les enseñe cómo pensar.

Denuncia que el Holocausto fue visto por los rabinos como un castigo, aunque tras 1967 lo empezaron a ver como una bendición. En ese fecha clave, y en la mención de los 5,7 millones de judíos que murieron en el Holocausto, coincide curiosamente con Norman Finkelstein, aunque supongo que no en mucho más.

Es curioso como compara las tres principales religiones, con una suerte de misticismo que termina con  balance positivo para el judaísmo. Para él, los judíos no han necesitado caer en el populismo de mitificar a una persona física (aunque no sea histórica) como Jesús o Mahoma.


Y los judíos, hambrientos como estaban de cualquier señal de su largamente buscado Mesías, no se dejaron engañar por ninguno de esos dos impostores, o no en grandes cantidades o por mucho tiempo. [...] Los judíos calaron a Jesús y a Mahoma.

Todo esto no emborrona la posición pro-palestina que Hitchens ha mantenido invariablemente durante toda su vida, quizás como ninguna otra cuestión, al igual que su ateísmo.


EDWARD SAID, LA AMARGA DISCREPANCIA CON UN AMIGO

La sofisticación del cosmopolita, del ilustrado profesor, políglota, bibliófilo e intelectual ateo que era Edward Said, junto con su defensa del mundo medieval en el que vive la mentalidad islámica, solo se puede explicar a través de una doble personalidad. Al menos eso es lo que piensa el autor de quien fue un gran amigo suyo, a quien admiraba profundamente y del que tanto aprendió según él mismo confiesa.

Hitchens detalla muchas conversaciones y situaciones con Edward Said que probablemente sean de lo más novedoso e interesante de estas memorias. Reconoce que el libro Orientalismo supuso una bella y útil herramienta para quitarse algunos prejuicios occidentales de encima, pero tardó poco en detectar ciertas divergencias. Una de ellas era algo que Hitchens no llevaba bien, y era la tendencia de Said a relegar los atentados suicidas como obra de "estereotipos extremadamente exagerados" del mundo islámico. Tampoco llevaba bien su silencio a la hora de criticar a la URSS, ya que tal y como le confesó a Hitchens, "nunca nos han hecho daño".

Indudablemente les unía la causa palestina, y la primera intifada, pero Hitchens critica que Said no tuviese autonomía moral para condenar a fanáticos islamistas y dictadores; solo cuando estos eran aliados o siervos de EEUU, Said levantaba la voz. En caso contrario, callaba y toleraba ese mal.


Despellejaba al partido Baaz de Sadam Husein, por ejemplo, principalmente porque en el pasado había disfrutado del apoyo de la CIA. Pero si atacabas a Sadam de verdad, como en el caso de su uso de armas químicas contra no combatientes en Halabja, Edward daba una validez vicaria a la historia falsa de que "en realidad" lo habían hecho los iraníes. [...] Como nuestro entonces amigo Noam Chomsky, al final Edward pensaba que si Estados Unidos hacía algo, ese algo no podía ser, por definición, una acción moral o ética.

Cuando Said por fin repudió a Arafat lo hizo en ese sentido, porque entendió que los Acuerdos de Oslo eran un diseño de EEUU. Poco después Hitchens ya había abierto más la grieta que los separaría con sus diferencias en torno a la segunda intifada, sobre la que Hitchens piensa que era agresiva, racista y terrorista. Sin embargo, al igual que cuando dice que en su juventud tenía muchos cautelas con el socialismo, en una muestra más de lo que parecen unas memorias manipuladas para justificar sus cambios posteriores, confiesa ahora que esa introducción fue a petición de Said, fue "poco inspirada" y no puso "el corazón en ello."

La grieta se abría más cuando tras el 11-S Edward Said "dibujó una imagen de EEUU casi fascista, donde los ciudadanos árabes y musulmanes vivían diariamente aterrorizados por pogromos, instigados por hombres como Paul Wolfowitz". Cuando Said enfermó gravemente, Hitchens le dedicó unas duras palabras. Muchos acusaron a Hitchens de atacarlo en su lecho de muerte. Pero Hitchens ha dicho en repetidas ocasiones que todo fue porque le invitaron a comentar la reedicición de su libro, y que sobre todo, su enfermedad no le otorgaba inmunidad porque precisamente conservó toda su lucidez hasta el final. Reseñar indulgentemente o no reseñar en absoluto no eran unas opciones aceptables según Hitchens.

Pero la ruptura final vino cuando indirectamente le acusó de racista (nótese que la amargura con la que reflexiona pocas veces es igualada en otros momentos de estas memorias):


Es una acusación que debe probarse, o de la que hay que retractarse por completo. No sería amigo de alguien en quien sospechara ese prejuicio, y asumí que Edward era lo bastante honesto y serio como para pensar lo mismo. La tristeza se apodera de mi cuando pongo negro sobre blanco: escribí el mejor tributo que pude cuando murió no mucho después (y me alivió descubrir que no me supuso un esfuerzo), pero no fui, ni me invitaron, a su funeral.
¿DECLIVE, MUTACIÓN O METAMORFOSIS?

Esta pregunta es el título del último capítulo, y en cierto modo tan solo es la penúltima vez de una larga serie de metáforas en las que Hitchens se reconoce cambiando y enfrentándose a las consecuencias del cambio.


Si todos mis ejemplos de cambio súbito o gradual de corazón o de idea vienen de la izquierda, creo que se debe a dos buenas razones históricas. Una es que parece que no tenemos casos de trabajadores e intelectuales nazis o fascistas que sufrieran crisis de ideología y conciencia y exclamaran: "Hitler ha traicionado la revolución", o se flagelaran con la idea: "Cómo pueden cometerse crímenes horribles en nombre del nazismo?" [...] Por estas razones y otras relacionadas, siempre cruzo mentalmente los dedos y mantengo una ligera reserva mental cada vez que se mencionan embaucadoramente los crímenes de "izquierda" y "derecha" en la misma frase. Sin embargo, ahora es la izquierda la que más me irrita y ofende, y son sus crímenes y sus errores los que me siento más preparado, y motivado, para señalar. [...]

En las últimas páginas vuelve a hablar de Chomsky y Sontag en relación a la guerra de Bosnia. A Sontag vuelve a piropearla por su coraje al pedir que EEUU abandonase su vergonzosa neutralidad y se uniese a las voces que querían impedir un nuevo genocidio en Europa. A Chomsky vuelve a criticarlo por su supuesta incapacidad para situarse del lado de EEUU aun cuando la ocasión lo merece. Parece ser que Chomsky le escribió a Hitchens criticando a Václav Havel (quien apoyaba la intervención final a diferencia de Chomsky) por haber ido al Capitolio y no haber dicho nada del asesinato de un jesuita en El Salvador. Hitchens pensaba que no era el momento "oportuno para denunciar los crímenes de guerra de Estados Unidos".


Desde entonces Chomsky ha dicho algunas cosas que sugieren que nunca pensaba que yo sirviera de algo: poseo varios libros dedicados que demuestran lo contrario. Sucede que no me parece bien pagarle con la misma moneda. [...] sus posiciones libertarias (y su admiración por Orwell, rara en la izquierda) han sido relativamente consistentes. Si miras los ensayos que le dieron fama -sobre las primeras etapas de la guerra de Vietnam, sobre B. F. Skinner, sobre las memorias de Kissinger y sobre la Comisión Kahan que investigaba las matanzas de Sabra y Chatila-, encontrarás un talento polémico cuya pérdida merece la pena lamentar, y un sentido de la justicia que no debería haberse vuelto rancio y resentido.

Después de estas diferencias entre ambos escritores, llegaron otras más estridentes, como las explicadas con detalle en algún post anterior.

Esta biografía finaliza con un breve homenaje a los amigos que lo han acompañado en el denominado frente del "nuevo ateísmo", que tiene un carácter más científico que político. El final de mi crítica conecta con el principio del post, en una suerte de argumento circular si se me permite el guiño a la referencia literaria que contiene el título del libro ("Trampa 22"), pues Hitchens encontró a científicos y filósofos centrados en una lucha que no dejará ninguna desazón en el camino: la cruzada contra la dictadura celestial.


Es una tarea ímproba combatir a los absolutistas y a los relativistas al mismo tiempo: sostener que no existe una solución totalitaria e insistir al mismo tiempo en que, sí, los de nuestro lado también tenemos convicciones inalterables y estamos dispuestos a luchar por ellas. Tras varias lealtades pasadas, he llegado a creer que Karl Marx tenía toda la razón cuando recomendaba una duda y autocrítica continuas. Pertenecer a la tendencia  o facción escéptica no es, en absoluto, una opción blanda. La defensa de la ciencia y la razón es el gran imperativo de nuestro tiempo, y me siento absurdamente honrado cuando la mente pública me agrupa con grandes profesores y estudiosos como Richard Dawkins (un verdadero hombre de Balliol, si hubo uno), Daniel Dennet y Sam Harris. Ser no creyente no solo significa poseer "una mente abierta". Es, más bien, una admisión decisiva de incertidumbre, que está dialécticamente conectada con el repudio del principio totalitario, en la mente y en la política.

Yo, por mi parte, termino mis comentarios del libro con las dos citas de su capítulo final:


Cuando el hacha llegó a los bosques, muchos árboles dijeron: "Al menos el mango es uno de nosotros." PROVERBIO TURCO

Si quisieras cambiar el mundo, ¿por dónde empezarías? ¿Por ti o por los demás? ALEXANDR SOLZHENITSIN





ENLACES:
Agria reseña de su ex-amigo Terry Eagleton

2 comentarios:

  1. Me gustaría saber de dónde viene el 22. Lo leí al principio de la novela y no sé relacionarlo ahora con su final y con el título. Gracias.

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  2. Lo de la novela supongo que te refieres al libro de Heller....porque el de Hitchens no es una novela. El número 22 creo que viene la regla número 22 que el protagonista tenía que aplicar en un circulo vicioso para librarse de combatir en el frente.

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