lunes, 8 de marzo de 2021

"LOS DILEMAS DE LENIN" de Tariq Ali (2017)


Lo que me atrajo del título es que esperaba encontrar una introspección moral de Lenin como el hombre que se debatía internamente entre los medios y los fines. Poco hay de eso. Los dilemas son estrictamente políticos. El gran pensador de la revolución, el mesías del comunismo, era un potente teórico que no temía a la práctica. Resolvía problemas en tiempos de excepcionalidad política que a otros les hubieran paralizado. En cualquier caso es un libro interesante para aprender de ese periodo político tan demonizado y sacralizado a partes iguales.

Tariq Ali, el autor, es un persistente activista de izquierdas. Nacido en Pakistán, ha escrito novelas y hecho sus pinitos en cine y teatro, y ganó notoriedad cuando estudiando en EEUU participaba en las manifestaciones contra la Guerra de Vietnam. Aunque su verdadera carta de presentación es su implicación en la New Left Review, la publicación más prestigiosa de izquierdas para el mundo anglosajón. Su compromiso con el pasado de la revolución rusa se limita a la primera época leninista que concibe como una sabia y paciente espera del personaje que ocupa este ensayo histórico. También colaboró con el partido trotskista.

LAS TRES REVOLUCIONES

Se puede decir que hubo tres fases o revoluciones en la Rusia zarista. Cuando se habla de la Revolución Rusa, en realidad suele referirse a la tercera revolución que desembocó en la instauración de un régimen comunista que terminaría con la creación de lo que hemos conocido como Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (la URSS). Pero hubo dos anteriores que estaban tan conectadas con esta tercera que los historiadores suelen analizarlas como parte de un mismo fenómeno. 
 
La primera tuvo lugar en 1905 cuando obreros y campesinos que se manifestaban contra la opresión zarista fueron masacrados en lo que se conoce como "Domingo sangriento". La manifestación fue pacífica, pero ya había un caldo de cultivo para la violencia contra un sistema que todavía estaba transitando del feudalismo al capitalismo, y que se negaba a hacer reformas para dignificar las vidas de los ciudadanos. El "Domingo sangriento" dio todavía más legitimidad a aquellas facciones más violentas, y precisamente para calmar las reacciones se acordó instaurar un parlamento,  la "Duma Imperial". Se legalizaron los partidos políticos, hubo amnistías y una nueva constitución, pero el descontento acumulado era muy grande, a lo que se añadían triquiñuelas de un zar que podía disolver el parlamento cuando quisiera. Las persecuciones y masacres continuaron durante años que vieron como se disolvía e instauraba la Duma Imperial en cuatro ocasiones. 


Con la I Guerra Mundial de por medio tiene lugar la segunda revolución, la de Febrero de 1917. Un país que ya estaba desestabilizado antes de la guerra, con un pueblo dispuesto a tomar las armas contra su Zar por culpa de la pobreza y que era enviado la carnicería de las trincheras, era el lugar y el tiempo ideal para derrocar al Zar. Cuando la inevitable huelga general explota el Zar manda al ejército a reprimirla pero en esta ocasión los militares terminarán por ponerse del lado del pueblo. Ese fue el final del Zar como dirigente de Rusia.
 
Así que cuando se hace el levantamiento del 25 de octubre de 1917, la tercera y última revolución, no se lucha contra el zar, sino contra el gobierno provisional que le había sucedido. Es aquí cuando Lenin da el estocazo definitivo para pasar de una revolución burguesa, la de febrero, a una proletaria. Durante mucho tiempo estuvo escribiendo, encarcelado y en libertad, fuera y dentro de Rusia, confabulando "la insurrección como un arte" o simplemente esperando a que llegase el momento oportuno. Cumple su promesa de sacar a Rusia de la guerra, y nacionaliza la industria y los grandes latifundios para entregárselos a obreros y campesinos. 

"Los campesinos de uniforme, políticamente radicalizados por la guerra, sencillamente no querían seguir luchando para un régimen que no tenía el mínimo interés por ellos, [...]"

Los bolcheviques deciden mantener las elecciones que convocó el gobierno burgués de febrero de ese mismo año, y las pierden. Curiosamente los mencheviques, que en ruso significa miembro de la minoría, habían ganado las elecciones, mientras que los bolcheviques, que en ruso significa miembro de la mayoría (porque lo eran en 1903, cuando recibieron el sobrenombre en el segundo congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia) no aceptaron los resultados y disolvieron la Duma. La posterior guerra civil se desata no solo contra el miembros del ejército que querían una reinstauración de la monarquía absoluta, sino también contra liberales y socialistas que habían sido engañados, y por supuesto contra los mencheviques.
 
Tariq Ali nos advierte del limitado papel de los individuos en la historia, y pone como ejemplo a Robespierre y Cromwell, sin cuya existencia la Revolución Francesa y la inglesa habrían sucedido de una manera u otra. Son los individuos los que quedarían desprovistos de toda su grandeza si los acontecimientos no les acompañasen, no al revés. 
 
Aunque esta limitación histórica también le es aplicable a Lenin, Tariq Ali piensa que el grado de dedicación y preparación que Lenin tuvo en el periodo pre-revolucionario hizo al dirigente bolchevique una pieza más condicionante que sus predecesores revolucionarios.

 "Sin Lenin no habría habido una revolución socialista en 1917. De eso podemos estar seguros."

¿Cómo puede estar tan seguro el autor? Es cierto que Lenin no se apuntó a una revolución de última hora, sino que estuvo trabajando para ella 25 años antes de que estallase. Y también es cierto que estuvo más decidido que su propio partido, que no supo aprovechar la revolución burguesa de Febrero, pero... ¿era realmente la revolución rusa un suceso contingente sin la presencia de Lenin? Tariq Ali se pierde en atrevidos ejercicios de historia-ficción.
 
En otra parte del libro, sin embargo, nos avisa que su intención es contextualizar los dilemas de Lenin dentro de una época. Para ello nos sitúa en un siglo de grandes cambios en el que incluso desde la literatura se abordaban inquietudes políticas. La novela "¿Qué hacer?" de Nikolái Chernyshevski inspiró un texto homónimo de Lenin, y las diferencias entre generaciones quedaron inmortalizadas en otra novela de poderosa influencia, "Padres e hijos" de Iván Turguénev. El gigante de la literatura Leon Tolstoi, era un anarquista pacifista, y su no menos gigante colega Fiódor Dostoyevski tuvo la necesidad de criticar el anarquismo más violento dedicando una novela de denuncia con el esclarecedor título de "Los demonios". 

El anarquismo era la ideología de moda entre las sublevaciones campesinas y la izquierda radical, muy por delante del marxismo, y mucho antes de que Bakunin empezara a ser leído y tomado como referente. Hablamos de un país que acababa de abolir formalmente la servidumbre pero en el que no se habían acometido cambios reales, todo lo contrario, se había evitado. Los escritos de Lenin, Trotsky o Bakunin estaban trufados de referencias a Rousseau, Robespierre y a las fechas claves de la Ilustración
 
La intelligentsia era una élite culta, muy minoritaria en comparación con la masa del campesinado que seguía confiando en Dios y en el zar, fieles a costumbres recelosas con respecto a la gente de ciudad, estudiantes y otros alocados radicales. Esa élite empezó a denominarse el "proletariado intelectual" y consideraba su misión liberar a los verdaderos proletarios y campesinos. Para lograrlo no tenían ningún reparo en recurrir a la violencia, algo que en los tiempos de Lenin se aceptaba sin demasiados problemas dentro de la izquierda.

"Su generación se crió en una época en la que la Rusia zarista estaba cuajada de ideas anarquistas y radicales; la emancipación de las mujeres y el final del patriarcado (el aborrecido control sobre las jóvenes por parte de sus padres) eran temas de debate frecuente en los círculos intelectuales, y los atentados terroristas contra los poderosos se contemplaban con respeto y con empatía. [...] A finales del siglo XIX se asistió a un florecimiento del anarquismo radical prácticamente en todos los continentes. Durante aproximadamente el medio siglo previo a la Revolución Rusa de 1917, la tendencia dominante de la izquierda radical en Europa y en otras partes del mundo era el anarquismo, más que el marxismo o el socialismo."

ANARQUISMO

Efectivamente el anarquismo tenía mucho tirón cuando Lenin era joven, pero nunca le llegó a convencer como una opción seria. La bienvenida que se le dio al anarquista Kropotkin cuando regresó de su exilio en Inglaterra al nuevo estado bolchevique nos dice mucho del valor que Lenin le daba al anarquismo. Lo respetaba porque fue el caldo de cultivo gracias al cual los obreros aceptaron posteriormente las tesis bolcheviques con más facilidad, pero en realidad lo consideraba algo pueril, y en cuanto empezase a molestar más de la cuenta merecería unos cachetes en el culo. 

Nos cuenta Ali que Kropotkin era muy receloso, como buen anarquista, de que un partido y un estado organizado fuera a ser la solución a los problemas de Rusia, pero tenía un gran interés en ver como era el experimento por dentro. Lenin, por su parte, admiraba al anciano no por sus ideas revolucionarias, sino por la obra que había escrito sobre la Revolución Francesa. Esta admiración era posible porque Kropotkin nunca llegó a ser un incondicional de la violencia. Su anarquismo estaba años luz del odio exterminador que Bakunin, otro de los grandes anarquistas de la historia, reflejó en su "Catecismo Revolucionario" que según Ali es tan espeluznante como algunos extremistas yihadistas de la actualidad. 
 
Cuando Lenin le propuso re-editar su obra sobre la Revolución Francesa, entraron en un gracioso diálogo como los que nos hacían reír los Monty Python al representar al Frente Popular de Judea en su película "La vida de Brian":

«¿Pero quién lo publicaría? No puedo permitir que lo haga la Editora del Estado». 

«No, no», le interrumpió Lenin, «Bueno, por supuesto, la Editora del Estado no, sino una cooperativa editorial».

 «Ah, bien», dijo Kropotkin, «si a usted el libro le parece interesante y valioso, yo estoy de acuerdo... A lo mejor es posible encontrar una empresa cooperativa que lo haga».

«Se puede encontrar, desde luego que se puede», asintió Lenin. «Estoy seguro de ello».

Y cerraron el trato.

El anarquista murió a los pocos años después, y a buen seguro que una obra tan clásica para el anarquismo siguió re-imprimiéndose en Rusia, aunque el autor no aclara quién se encargó de ello.
 
Como quiera que fuese, Lenin no hizo muchas más concesiones nostálgicas al anarquismo del que pensaba que no servía para nada salvo para "legitimar la represión del estado". El cambio con el que él soñaba pasaba por implicar a las masas, y no solo a unos pocos visionarios terroristas dispuestos a matar al zar de turno, a los que en una ocasión definió como "progresistas con bombas".
 
Cuando asesinaron al presidente de EEUU James Gardfield, los anarquistas rusos emitieron un comunicado en el que se lamentaban de que semejante hecho se hubiera cometido "en un país donde la libertad personal ofrece la oportunidad de una honesta batalla de ideas", y aseguraban que ese ejemplo de despotismo es precisamente lo que ellos querían destruir en Rusia. Esto nos dice que no eran tan descerebrados como algunos terroristas modernos. Pero también nos sugiere que si Lenin no estaba de acuerdo con ellos, quizás no solo fuese por una discrepancia relativa a los medios, sino también a los fines. Es difícil creer que Lenin pensara que el sistema estadounidense pudiera ser una cima en la que no hiciese falta revolución ninguna. 

LOS RICOS REVOLUCIONARIOS

Tanto Kropotkin como Bakunin provenían de la nobleza. En el caso de Kropotkin incluso se le conoce por el título nobiliario de su padre, que era príncipe. Ali no incide demasiado en esto pero es algo bastante habitual en las biografías revolucionarias, y suele irritar tanto a la derecha como a la izquierda. Los primeros porque no aceptan que uno de los tuyos se pase al bando contrario, y que no lo haga por dinero sino por ideas. Los segundos porque piensan que no son auténticos trabajadores forjados con sudor y lágrimas, y que por tanto, más temprano que tarde les saldrá la vena burguesa.

El hecho es que este fenómeno es persistente en la historia de las revoluciones. Y no solo en las llamadas revoluciones burguesas, sino también en la llamadas proletarias, al menos en occidente, que en su mayoría han estado lideradas por intelectuales. No eran iletrados de clase baja. Muy al contrario, eran viajados y conocían mundo, algunos incluso estudiaron en el extranjero. La revolución mexicana, con Pancho Villa a la cabeza, inculto pero obsesionado por la educación, es más una excepción que una norma. La máxima de que no puede empezarse una revolución con el estómago vacío pinta un cuadro bastante creíble. No es que el hambre no haya jugado un papel determinante en muchas revoluciones libertadoras, el grito de "Pan, paz y tierra" de los campesinos rusos nos deja buen testimonio ello. Pero eran las cabezas pensantes, ilustradas y medianamente formadas, las que articulaban discursos admirados por quienes no sabían leer ni escribir, pero sí valorar cuando alguien culto les despertaba la esperanza de cambios. 
 
Así fue en el caso de la mencionada intelligentsia, o el mismo Marx y su eterno compañero Engels que no tenían orígenes humildes, eran de familias acomodadas y usaban su educación para rebelarse contra los suyos. De manera análoga, los principales líderes de la Revolución Francesa eran abogados, al igual que Fidel Castro, Gandhi y la mayor parte de los líderes de la revolución americana de los que no se puede sospechar ninguna vinculación marxista. Se puede discutir cuánto y cuántos traicionaron los ideales que juraron seguir, pero es difícil discutir que, al menos inicialmente, rechazaron sus privilegios que les habrían permitido vivir unas vidas muy cómodas, las cuales arriesgaron para invertir el orden establecido, en contra de sus propios intereses y a favor de los que no tenían tanta suerte como ellos.

EL EJEMPLO DEL HERMANO MAYOR

La nostalgia y respeto de Lenin por los anarquistas le viene de su hermano mayor. Alexander Ulianov estaba metido dentro de ese mundillo anarquista tan de moda. Eran tiempos en los que organización terrorista "La Voluntad del Pueblo" había logrado en 1881 asesinar al zar Alejandro II, y el hermano mayor de Lenin quiso repetir la jugada. Pero su formación militar era nula, y al igual que sus colegas no pasaban de ser un grupo de ilusos estudiantes que creían que iban a cambiar el mundo. Mientras Lenin se ufanaba con bastante éxito en los estudios, su hermano era detenido y ejecutado. Aunque Alexander fuera el último en ser convencido, fue el primero en asumir la responsabilidad de sus actos:

"Cuando por fin se reunió con su madre, el 30 de marzo, se derrumbó y se puso a llorar, le pidió perdón y le explicó que «Aparte de las obligaciones para con su familia, uno, tiene un deber para con su país. [...] Yo quería matar a un hombre, y eso significa que es posible que ahora me maten a mí». Al fiscal, que tenía las pruebas delante, le llamó la atención el alegato del acusado: «Ulianov asume muchos actos de los que, en realidad no es culpable». La policía había traspapelado el manifiesto que había escrito Sacha. Él lo reescribió en la cárcel y se lo entregó a la policía"

La ejecución de Alexander dejó una gran huella en su hermano pequeño, quien llegó a idolatrarlo leyendo los mismos libros que aquel leyera en vida. El libro que despertó en Lenin el sueño del levantamiento de las masas no fue "El Capital" de Marx, sino el anteriormente mencionado "Qué hacer", hasta el punto de que se enojaba con quien lo criticase. Lenin, cuyo nombre original era Vladimir Ilich Uliánov, aprendió las dos lecciones póstumas que su hermano le había dejado. La primera es que la causa obrera merecía la pena. La segunda, que la tentación terrorista solo había traído sufrimiento familiar y nada útil para dicha causa. La familia quedó marcada para siempre. Todos sabían que el aquel hijo de un conservador inspector de colegios había intentado matar al zar. La madre perdió la pensión, y el varón sobreviviente siempre estuvo vigilado.
 
Mientras los principales teóricos de "La voz del Pueblo" escribían sus razones para dejar de ser revolucionarios y desmantelaban el movimiento, Lenin junto con su nuevo amigo Martov ya empezaban a movilizarse para organizar un partido obrero, socialdemócrata, que en aquellos tiempos era sinónimo de marxista. Y lo hicieron al margen de sus reverenciados veteranos del socialismo ruso, como Plejánov, quien veía con recelo que unos jovenzuelos fueran a hacer algo por el socialismo desde el exilio en el extranjero, publicando un periodicucho al que no había forma de controlar. ¿quién sabía si estaba infectado de espías extranjeros? El choque de Lenin con Plejánov fue brutal, según las palabras de Lenin:
"Nunca, nunca en toda mi vida, había sentido por otro hombre un respeto y una veneración tan sinceros, nunca me había presentado tan «humildemente» ante ningún hombre, y hasta entonces nadie me había «pateado» de una forma tan brutal. [...] nos habíamos asustado como niños pequeños, estábamos asustados porque los mayores nos amenazaban con dejarnos solos, y cuando nos achantamos (¡qué vergüenza!), nos apartaron a un lado con una brusquedad increíble. [...] fue como si nos hubiera alcanzado un rayo; porque hasta ese momento ambos habíamos sentido una admiración total por Plejánov e, igual que hacemos con un ser querido, se lo habíamos perdonado todo; habíamos hecho oídos sordos a todos sus defectos; habíamos intentado convencernos a nosotros mismos de que en realidad aquellos defectos no existían, de que eran cosas insignificantes que tan sólo molestaban a las personas que no sentían el debido respeto por los principios. "
EL INTERNACIONALISMO

Se hacía necesaria una organización que defendiese los intereses de los obreros y así contrarrestar los intereses burgueses defendidos por los partidos políticos que ya existían. Pero los intereses del proletario distaban de estar claros, incluso dentro de los mismos proletarios. Muchos años antes, en El manifiesto comunista se les instaba a juntar sus fuerzas ("¡Proletarios del mundo, uníos!"). Lenin estaba convencido de que ese era el mensaje más importante, y cuando la I Guerra Mundial explotó quiso ponerlo en práctica. Cada soldado odiaba al soldado de su nación vecina. La esperanza de Lenin era convencer a los soldados de que eran peones manipulados, un tipo de trabajadores a los que se les habían dado armas en vez de martillos y hoces. Tenían mucho más en común con los soldados enemigos que con quienes les habían ordenado ir a la guerra. El enemigo de todos ellos eran sus propias autocracias y sus clases dominantes que no dudaban en mandarlos al frente para defender sus status quo.
 
No era la primera vez que se intentaba plantar en la conciencia de los trabajadores esta semilla de internacionalismo. Al igual que Marx, Tom Payne, Mary Wollstonecraft y otros herederos de la Revolución Francesa fueron dignos precedentes del internacionalismo. Los cartistas y su mayor representante, Ernest Jones, se esforzaron en hacer entender a los obreros del algodón en Inglaterra que no podían colaborar a mantener la esclavitud en América. Incluso disuadió al gobierno inglés de cualquier tipo de intervención para apoyar el bando esclavista, aunque fuera por meros intereses económicos de la nación inglesa. Aunque Lincoln lo agradeció, ese triunfo internacionalista no se materializó en ninguna estructura fija. Hubo que esperar precisamente a un fracaso, el de la rebelión polaca de 1863 que fue aplastada por el zar, para que empezara a gestarse la Primera Internacional. 
 
Gracias al empuje de los sindicalista ingleses, franceses e italianos nació la Primera Internacional. Pese a su pomposo nombre, siempre fue una organización pequeña aunque amigos y enemigos se encargaron de exagerar su tamaño. Prácticamente lo único que todos sus miembros respetaban era la ejemplaridad de la Comuna de París, pero en los demás estaban divididos desde el principio. Las secciones inglesa y norteamericana estaban bajo la batuta de Marx, mientras que la española, francesa, italiana y Suiza, estaban en manos de Bakunin. La disputa ya estaba precocinada antes de presentar el plato. 


Pero al menos sirvió para quitarle la hegemonía al anarquismo radical dentro de la izquierda. Los partidos socialistas empezaron a brotar por todo occidente, el más fuerte de ellos el Partido Socialdemócrata Alemán, el SPD. A pesar de las críticas de Marx y Engels al SPD, sobre todo por su falta de internacionalismo, el partido alemán era la referencia para el resto de partidos obreros europeos. Por ello los alemanes asumieron el liderazgo para la Segunda Internacional, menos centralizada que la primera y libres del influjo anarquista. Pero dentro de ella también había dos bandos, quizás menos enfrentados que en la Primera Internacional, porque todos bebían de fuentes marxistas, pero unos apostaban por la ortodoxa dictadura del proletariado y otros por alcanzar los objetivos socialistas por medios democráticos. De esta etapa es de donde vienen los logros de las 8 horas de trabajo diarias y el sufragio universal. Eduard Bernstein era el representante del ala más revisionista y el que se llevó el gato agua. 
 
En EEUU había condiciones muy similares para que se hubiese repetido el éxito alemán, incluso lograron afiliaciones masivas a los sindicatos que consiguieron apoyo a oleadas de huelgas casi insurrecionales. Contrariamente a lo que se piensa ahora de EEUU, la militancia y la solidaridad entre trabajadores estaba muy avanzada. Sin embargo, el hecho es el partido socialista al otro lado del Atlántico fue bastante efímero. Según Ali, la explicación reside en unas campañas de mercenarios parapoliciales, contratados por los patronos, en las que se infiltraban (a veces incluso desde el FBI) y hostigaban a las organizaciones obreras con la intención de tenerlos alejados de las instituciones democráticas.

Dicha violencia formaba parte del propio sistema, [...] Es cierto que en Europa también se intentó, pero allí ese tipo de medidas tuvieron un éxito limitado. Y de ahí el fascismo, el último recurso de una clase gobernante petrificada. En Estados Unidos el fascismo no hacía falta. El sistema existente, por medio de una combinación de coerción y de consentimiento, logró purgar regularmente el sistema de todo tipo de «indeseables». [...] Las agresiones físicas contra las protestas obreras a menudo iban acompañadas de restricciones jurídicas. Se paralizaba a los grupos socialistas por medio de una infiltración masiva. Se ejercía una represión e intimidación generalizada contra las poblaciones negras, sobre todo, pero no exclusivamente, en el Sur. En otras palabras, la democracia estadounidense es casi un estado de excepción permanente. Eso es válido en lo que respecta a la población afroamericana y a los obreros activistas, aunque es posible crear un importante espacio político para la disidencia de masas cuando los propios segmentos de los aparatos del Estados están divididos.

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

Mientras tanto, en Rusia, donde los congresos se tenían que realizar en el exilio el partido ruso estaba a punto de asistir a su cisma más sonado que lo dejaría dividido en dos facciones permanentemente enfrentadas, los bolcheviques (la mayoritaria) y los mencheviques (la minoritaria). El objeto de la discordia sorprendería al mismo Lenin, pues la cuestión de los requisitos para entrar en el partido no era ningún problema real para ninguna de las facciones, pues todos ya eran miembros del mismo. En realidad había más discrepancias. Los mencheviques no estaban convencidos del internacionalismo que pretendía Lenin. No lo estaban ni siquiera los referentes de Lenin, los miembros del SPD alemán, que a la hora de la verdad votaron a favor de los créditos de guerra. Eso tampoco se lo esperaba Lenin, y para él implicaba una decepción sin precedentes en esa vanguardia socialista que existía en Alemania, con Kautsky a la cabeza. Rosa Luxemburgo, perteneciente al partido alemán, también estaba enojada.
 
En el centenario de la I Guerra Mundial, denuncia Ali, se ha fomentado la idea de que la guerra fue una lucha entre democracia y tiranía, pero ese argumento no era muy popular en la época, sobre todo si tenemos en cuenta que Rusia era un aliado de Inglaterra, y tenia muchos intereses comerciales con Francia. Alemania no era más tiránica que Rusia, y el parlamentarismo y el derecho de voto  así como los sindicatos estaban mucho mejor que en Rusia. El asesinato del príncipe austro-húngaro por parte de un nacionalista serbio fue la gota que colmó el vaso, pero no la razón principal para la guerra.
 
El ejército alemán era muy potente, y la fuerza de los rusos era su gran número para mandar jóvenes a morir. Aún así, los alemanes no terminaban de aplastar a Rusia, y cuando la revolución bolchevique explotó vieron su oportunidad para que los nuevos dirigentes decidieran retirar a Rusia de la guerra. Pero esto no sucedía, y Alemania tenía prisa: sabía que EEUU estaba a punto de entrar en conflicto con ellos y entonces tendrían muy dividido los frentes. 
 
Por otra parte, Lenin estaba en el exilio, y se moría de ganas por volver a Rusia y no volverse a perderse una oportunidad revolucionaria, como las que se perdió en 1905 y en febrero de 1917. En una ocurrencia que podríamos calificar de muy leninista, propuso a Alemania que le preparase un tren con salvoconducto para ir directo a Rusia, protegido y con garantías de que no lo atacasen. Como dice la expresión popular, se juntaron el hambre con las ganas de comer. De un lado el interés de Alemania en meter a Lenin en Rusia para que sus planes de pacificación anulasen el frente ruso, y por otra un revolucionario que no dudaba en usar a las élites alemanas para derrotar a las élites rusas. Desde un punto de vista estratégico, la jugada era maestra. 

Meses antes de que partiera ese tren, en febrero de 1917, se produjo un alzamiento espontáneo que dejo a Rusia con un mando bicéfalo: por un lado el Gobierno Provisional y por el otro los soviets. La estrategia de Lenin fue primeramente dotar a los soviets de más poder ("Todo el poder a los Soviets").

"En segundo lugar, Lenin les dijo a los jóvenes que en Rusia no iba a haber una revolución en dos fases, primero la burguesa, después la proletaria. Dijo: 

Indudablemente, esta revolución que se avecina tan sólo puede ser una revolución proletaria, y en el sentido más profundo de esa palabra: una revolución socialista proletaria incluso en su contenido. Esta revolución que se avecina mostrará en un grado aún mayor [...] que sólo las batallas más duras, sólo las guerras civiles, pueden liberar a la humanidad del yugo del capital."

Cuando Lenin se baja del tren en la estación de Filandia, nombre de la estación que estaba en San Petersburgo, era el 3 de abril, mes en el que proclamó sus famosas tesis de abril, rupturistas con la segunda internacional.

"A Lenin no le fue fácil convencer a los dirigentes de su propio partido, [...] Las Tesis de abril señalaron una abrupta ruptura con las ortodoxias que previamente habían unido a todas las facciones de la socialdemocracia rusa, sobre todo con el dogma de que la revolución tenía que ser burguesa y democrática, como había dicho Marx, y como habían demostrado las revoluciones inglesa y francesa. Sin embargo, los puntos de vista del propio Marx sobre esas cuestiones no eran ni mucho menos dogmáticas.

[...] 

La Revolución de Febrero había puesto el poder en manos de la burguesía con el apoyo del Soviet. Eso tenía que acabarse, y era preciso formar un gobierno proletario basado en los soviets. [...] Lenin no tenía más remedio que insistir en la creación de una nueva Internacional."

Acusaron a Lenin de loco y de traidor, estaba no solo en contra de la socialdemocracia alemana sino también contra de la de Rusia. Pero Lenin lo tenía claro: no se debería permitir que pasara de nuevo por delante de las narices de todo el pueblo ruso una nueva revolución sin que ellos, los proletarios y la masa de los campesinos, y los bolcheviques en su nombre, tomaran el poder de una vez por todas. Los 8 meses que precedieron al asalto del palacio de invierno, fueron según Ali los más libres de la historia de Rusia, solo entonces un país entero se había convertido "en un gigantesco salón de reuniones".

 OCTUBRE

Mientras el sueño revolucionario se acercaba, la pesadilla de un socialismo internacionalista se extendía por Europa más de lo que los dirigentes europeos le gustaba admitir.

"En el frente oriental, los soldados empezaban a confraternizar con sus homólogos alemanes, se intercambiaban pequeños obsequios con ellos, y les gritaban «Germani nicht Feind. Fiend hinten» [Los alemanes no son nuestro enemigo. Nuestro enemigo está en la retaguardia], provocando el pánico tanto del alto mando ruso como del alemán." 

El momento de esperar había acabado. Los soviets de Moscú y Petrogrado ya tenían mayoría bolchevique. Lenin era firme en las fases y en los dirigentes que debía tener la inminente revolución, pero no daba fechas ni datos concretos. Había alimentado el hambre de insurrección, y las masas ya iban irrefrenables por delante del partido y "el partido fue por delante de sus dirigentes." El asalto al Palacio de Invierno, antigua residencia de los zares y sede del gobierno provisional, fue un mero trámite sin apenas resistencia. El primer ministro provisional, Kérenski, cuyo padre había sido amigo y colega del padre de Lenin, abandonó el edificio disfrazado de mujer. Los asaltantes podrían haberlo linchado, pero los militares revolucionarios pronto pusieron controles a las puertas del palacio para evitar, o solo minimizar, los saqueos. Se declaró que el edificio y todos los que estaban dentro estaban bajo custodia de la revolución, y así evitaron los linchamientos. Estrictamente hablando, la toma de poder fue bastante incruenta, con apenas alguna víctima mortal. 
 
Lo que no se evitó fue una bacanal de alcohol que por mucho que se esforzaban en evitar fue imposible de controlar. Todos los que se acercaban para dar por terminada aquella "locura alcohólica" a costa de la bodega del zar, eran abducidos por el espíritu del festival olvidando sus disciplinas marciales.

Cosa muy diferente serían los muertos producidos por el enfrentamiento con el Ejército Blanco, de nueva creación por los resistentes y con el apoyo de las naciones europeas que veían que la victoria bolchevique podía ser mal ejemplo para las clases bajas en sus respectivas sociedades. El caso más evidente el de EEUU, con Woodrow Wilson a la cabeza, que de cara a la galería se mostraba comprensivo y distante con la nueva revolución rusa, pero en privado se encargaba de armar y financiar al ejercito blanco, igual que haría en la revolución mexicana. También se ocuparía de la disidencia interna con un cinismo e incoherencia que Ali condena:

"Los dirigentes sindicales de derechas y los socialistas belicistas ya le habían manifestado a Wilson su grave preocupación por el hecho de que el experimento utópico bolchevique estaba animando a los soñadores en Estados Unidos; a menos que se pusiera fin a aquel pacifismo y a la glorificación de las huelgas, podía extenderse desde Europa a «Chicago, Nueva York, San Francisco, y a nuestras demás participaciones industriales en el extranjero». En 1918 se inició una represión masiva contra el IWW y contra «los anarquistas extranjeros, sobre todo italianos». En septiembre de aquel mismo año, Eugene V. Debs, líder del Partido Socialista (y uno de los fundadores del IWW), fue detenido, en virtud de la Ley de Sedición, por haber declarado en público que la guerra era imperialista y que «nuestros corazones están con los bolcheviques de Rusia», y condenado a diez años de cárcel."

El compromiso de irse de la I Guerra Mundial se acometió a los pocos días de la revolución. El encargado fue Trotsky, y lo hizo de una manera algo esquiva y con dilaciones innnecesarias que al final perjudicaron a Rusia. Pero se resistía a aceptar la condiciones, aunque al final los rusos tuvieron que firmar la paz del tratado de Brest-Litovsk a un alto precio, pues perdieron muchos paises satelite.

LA REVOLUCIÓN SE CONTAGIA

En algunos países europeos surgieron mini-revoluciones que intentaban emular lo de Rusia, y aunque todos sabemos que eso estuvo muy lejos de tener éxito, lo cierto es que los ecos de la revolución rusa llegaron a muchos más rincones europeos de lo que se suele recordar. En Austria, por ejemplo, donde había un "ánimo prerrevolucionario" constituido por soviets de obreros, se produjeron huelgas que paralizaban el país, y algunos militares de la marina se amotinaron e izaron banderas rojas en los mástiles. En Berlín también muchos se echaron a la calle animados por las huelgas en Viena. Las revueltas llegaron a Francia, Inglaterra e Italia. En Inglaterra casi toda la clase política apoyaba la guerra, y los disidentes empecinados en llevar la contraria como Bertrand Russell pasaron un tiempo en la cárcel por traidores. En Italia, Antonio Gramsci tuvo que aceptar que no era posible una revolución sin un partido político, pero el miedo de los capitalistas y los políticos temían la creciente combatividad de los obreros y el país terminó cayendo presa del fascismo.

LA TERCERA INTERNACIONAL


Estas agitaciones se extendían por toda Europa  e hicieron pensar a Lenin que muchas revoluciones se estaban gestando. Había que estar preparados para poder colaborar a que tuvieran éxito. Su sueño de una gran internacional parecía hacerse realidad a fuerza de hechos que ni él habría soñado ver en vida. Todos esos países, en donde aparentemente la clase obrera estaba a punto de tomar el poder, carecían de partidos políticos de masas que apoyaran esa causa. Sería deseable hermanar a todos esos partidos, no solo con la intención de ayudarlos, sino de controlarlos como si de las patas de un pulpo se tratase. A Lenin ya le habían defraudado en muchas ocasiones los suyos, y no pensaba dejar que la falta de estrategia echase por tierra una revolución mundial. Tampoco pensaba quedarse sin hacer nada en espera de que esos partidos cogiesen fuerzas en sus respectivos países, como opinaba Rosa de Luxemburgo. Entre el 2 y el 6 de marzo de 1919 se formo el Komintern, la Internacional Comunista, la Tercera Internacional. El objetivo era precisamente crear esos partidos en todos esos países que estaban germinando la revolución socialista.
 
No era difícil creer que la revolución rusa era contagiosa. En Hungría y Polonia se repitieron revueltas de clara inspiración socialista. 

"A principios de noviembre, la revolución alemana llegó a Berlín, donde grandes multitudes de soldados y trabajadores exigían la paz y el fin de la monarquía ondeando sus banderas rojas. El káiser abdicó. Daba la impresión de que se estaba gestando otro Petrogrado. Lenin estaba convencido de que era posible una revolución en Alemania, y tanto él como Trotsky estaban de acuerdo en que, en caso necesario, debían sacrificarlo todo en Rusia para asegurar el éxito en Alemania."

Rosa de Luxemburgo apoyó a los espartaquistas después de hacerles saber que estaba en contra de unas  revueltas que estaban avocadas al fracaso porque no tenían un respaldo político. Efectivamente cuando fueron derrotados en las calles, no había nadie que quisiera reconstruir nada que se pareciera a una revolución. 

EL EJÉRCITO ROJO

La Guardia Roja se había creado para la revolución, y más tarde sirvió de armazón para crear el Ejército Rojo que se hizo necesario para aplastar a la contrarrevolución, que creó el suyo propio, el Ejército Blanco. Los obreros chinos emigrados a Rusia, los que huyeron del frente y todos los que se negaban a arremeter contra los bolcheviques fueron los que dieron forma al ejército Rojo. Pero casi todos los oficiales se fueron con el Ejército Blanco. Así que a los primeros les faltaban oficiales y a los segundos les faltaban soldados. El apoyo de los países vecinos iba para la contrarrevolución, pues no deseaban que el virus de la revolución llegase a sus fronteras, y por ello apoyaban la restauración de la monarquía rusa. 
 
Ali nos cuenta las épicas batallas, no solo las estrictamente militares, sino las de los militares que gestionaban la guerra. En concreto el mariscal Tujachevski, que fue el mejor oficial que tuvo el Ejército Rojo, y gracias al que se ganó la guerra civil, pero que terminó fusilado por Stalin. Tras un complot urdido por Stalin que necesitaba purgar todo lo relacionado con Trotsky, y ayudados por el servicio de seguridad nazi, que vio el cielo abierto cuando supo que la propia URSS quería quitarse de en medio al mejor oficial que tenían, falsificaron unos documentos para poder acusar al mariscal de alta traición. 
 
Trotsky, que era comisario de la Guerra y arquitecto del ejército Rojo, no creía que existiera una ciencia militar de carácter marxista. Era absurdo intentar aplicar el marxismo a las estrategias de guerra. Ahora parece obvio, pero entonces Trotsky tenía en frente a Mikaíl Frunze, que a la postre sucedió a Trotsky en el cargo, y defendía una ciencia de la guerra proletaria. Según Frunze era un error usar a oficiales del zar para la causa roja, como había hecho Trotsky, quién llegaba a amenazar a las familias de los oficiales rehenes del Ejército Blanco si estos no se ponían al servicio de la revolución. Las ofensivas móviles eran el futuro de la guerra para Frunze.  

"¿Cuál era la base social de aquel conflicto armado? Ahí es donde hay que buscar la raíz de los debates en el seno del Ejército Rojo. Los bolcheviques tomaron el poder con el apoyo de una minoría del país: tenían una «mayoría estratégica» (Lenin) porque la clase obrera rusa actuó como fuerza arrolladora en las principales ciudades durante la Revolución de Octubre. El campesinado, diez veces más numeroso que el proletariado, se mantuvo neutral o benévolo. Pero cuando arrancó la Guerra Civil, el régimen soviético perdió rápidamente la mayor parte de la buena voluntad de la que había gozado entre las masas campesinas debido a los estragos de la guerra en sí, a lo asfixiante del bloqueo de la Entente y a las necesidades inexorables de abastecimiento de alimentos; las entregas obligatorias de granos no surgieron con la colectivización sino con el comunismo de guerra. Trotsky expresó la verdad con brutal honestidad cuando posteriormente dijo: «Saqueamos toda Rusia para derrotar a los blancos». El resultado fue el que cabía esperar. A partir de entonces, la Revolución tuvo que luchar por su supervivencia en un país donde el campo le era mayoritariamente hostil. Los blancos, por supuesto, eran aún más temidos y odiados por la inmensa mayoría de los campesinos de ingresos medios y los campesinos pobres: lo suficiente como para que la victoria militar final estuviera asegurada, pero no lo suficiente como para modificar las consecuencias de dicha victoria para el socialismo. 


[...] 

En el caso del Ejército Rojo en sí, la fuerza «proletaria» que Frunze postulaba para su teoría no tenía una composición de clase obrera. Justo al final de la guerra, tras denodados esfuerzos, los soldados proletarios suponían tan sólo entre el 15 y el 18 por ciento de las tropas. El resto eran campesinos, en su mayoría de leva forzosa, [...] Justamente porque en ese sentido no era una guerra del pueblo, fue posible y necesario que el conflicto tuviera como oficiales al mando a los técnicos zaristas,"

Un ejército como el descrito condicionaba los planes de Lenin de exportar la revolución, debía limitarse a guerra defensivas y olvidarse de las defensivas. Los campesinos tenían poca formación política, y resultaba imposible convencerlos para que luchasen con entusiasmo más allá de sus propias fronteras. El nacionalismo seguía siendo una fuerza primaria, y solo si era superado en los países vecinos en aras de un socialismo convencido tendría sentido una intervención militar cuya única función era desempeñar un papel secundario y concomitante, frente a otra más importante que debería ser ejercida por los proletarios de esos países. 
 
En lo político, para Marx era un error intentar la revolución en un país atrasado, porque no podría ni movilizarse políticamente al proletariado, ni usar los frutos del capitalismo. Su ideal era Inglaterra, en donde el socialismo pudiera transitar desde una revolución burguesa a una propiamente socialista. Intentarlo en un país de campesinos como Rusia estaba abocado al fracaso.
 
En lo militar, se repetía ese esquema. El antecedente de las invasiones francesas había sido tomado por los pueblos invadidos como si hubiese sido un factor libertador, salvo en España y Rusia que eran países muy atrasados y que repelieron a Napoleón.  

"la diferencia de naturaleza fundamental entre una revolución burguesa y una revolución socialista. Napoleón logró durante un tiempo exportar satisfactoriamente las ideas de 1789 en la punta de sus bayonetas, porque la transformación política de la sociedad que implicaba la revolución burguesa no exigía ipso facto una participación masiva desde abajo. Las ideas de la Revolución Francesa podían implantarse —como atestiguarían más tarde los acontecimientos de Alemania, Japón o Italia— de una forma burocrática y represiva por parte de una pequeña oligarquía y desde arriba. Por el contrario, la revolución socialista, por definición, sólo es socialista si involucra a las masas de la población que asumen en sus propias manos el control de sus vidas, y son ellas las que ponen patas arriba la sociedad existente."

En cuanto a la II Guerra Mundial, Tariq Ali nos desmitifica la inferioridad militar de los rusos. Siempre se ha dicho que eran muy numerosos pero con un armamento muy obsoleto en comparación con el ejército nazi. Si los alemanes asestaron duros golpes por sorpresa a los rusos fue porque Stalin purgo a la mayoría de los oficiales competentes a partir de 1937. Pero, en cuanto a divisiones, la URSS tenía 30 más que Alemania en junio de 1941 y la proporción de carros de combate rusos eran superiores a los alemanes en una relación de siete a uno. Cuando Rusia se recobró del factor sorpresa, y puso a recoger los frutos de sus planes quinquenales, su victoria era cuestión de tiempo. También sería cuestión de tiempo que en occidente se reconociera el papel decisivo del esfuerzo bélico ruso para derrotar al nazismo, muy a pesar del esfuerzo hollywoodense por vender su propaganda. No obstante, siempre se supo que quien había vencido a Hitler fue la URSS y no EEUU.

"vale la pena reiterar el hecho (reconocido en su momento por Churchill y sus generales, así como por Roosevelt y el general Marshall) de que sin la resistencia de Rusia y las capacidades de que dio muestra el Estado soviético, el Tercer Reich habría conquistado Europa. Los sufrimientos infligidos al Untermensch eslavo habrían sido muy superiores, aunque no tan clínicos como el exterminio de los judíos. La cultura política triunfalista que predomina hoy en día en Occidente subestima constantemente la contribución soviética a la «Guerra del soldado Ryan». El grueso de los daños infligidos a los regímenes fascistas corrió a cargo del Ejército Rojo. La rendición de Von Paulus y su Sexto Ejército en Stalingrado, y la efectividad de los blindados soviéticos en Kursk le partió el espinazo al Tercer Reich. El retraso deliberado de Estados Unidos y Gran Bretaña a la hora de abrir un nuevo frente de guerra costó más de un millón de vidas soviéticas. El choque de las maquinarias de guerra dio lugar a gigantescas pérdidas para ambos bandos en territorio soviético. El Ejército Rojo reivindicaba la destrucción de 48 000 carros de combate alemanes, 167 000 cañones y 77 000 aviones. En total, los ejércitos movilizados por el Estado fascista alemán perdieron 13,6 millones de soldados. De ellos, no menos de 10 millones encontraron la muerte en los campos de batalla de la Unión Soviética."

LAS MUJERES Y LA REVOLUCIÓN


Las mujeres jugaron un papel importante en la revolución rusa. Ya lo habían jugado en la revolución francesa, con Olympe de Gouges escribiendo la "Declaración de Derechos de la Mujer y la Ciudadanía" versión feminista del gran texto revolucionario "Declaración de Derechos del Hombre". En 1808, Charles Fourier escribía "la degradación de las mujeres en la civilización", texto del que posteriormente se haría eco Engels. 
 
Los grandes teóricos como Marx, Engels y Bebel fueron pioneros en sacar las demandas de las mujeres del baúl de la historia. Pero lo hacían a su modo, insertando esa lucha dentro de su esquema revolucionario. Estaban muy por delante de muchos contemporáneos. El mismo Lenin defendía que el éxito de las revoluciones podía medirse por la participación de las mujeres en ellas. Pero siempre entendían que la igualdad de la mujer vendría cuando se consiguiera la igualdad de clases. Es cierto que los debates sobre la sexualidad, el amor libre y el matrimonio como institución burguesa, facilitaban romper con el patriarcado zarista que les asignaba en un papel más pasivo y determinado por la Iglesia ortodoxa. 
 
Pero las mujeres rusas no estaban dispuestas a esperar a la revolución. Ya incluso antes de que la insurrección de octubre tuviera lugar, las mujeres participaban abiertamente en atentados terroristas. Tanto en número, como en sus objetivos políticos que iban más allá de las sufragistas, las rusas iban muy por delante de sus compañeras inglesas y americanas: 
"Aquellas mujeres eran Vera Figner, Sofía Ivanova, Anna Korba, Tatiana Lebedeva, Olga Lyubatovich, las hermanas Natalia Olennikova y María Oshanina, Sofía Perovskaya, Elizaveta Sergueyeva y Anna Yakimova. Esta última era hija de un monje. Las demás provenían de la aristocracia terrateniente o de familias de militares. Y todas, excepto tres, acabaron en la cárcel o subiendo las escaleras del cadalso."
Fue una huelga de mujeres en el sector textil la chispa que desencadenó la sublevación de febrero. Las amas de casa su unieron, y arrastraron a 50.000 trabajadores metalúrgicos. El día que se juntaron para pedir pan en la Duma era el 8 de marzo, y la organizadora fue Natasha Samoilova:
"Habitualmente se trataba de un evento público bastante discreto que se celebraba en unas pocas ciudades. Celebrarlo con una huelga masiva encabezada por mujeres trabajadoras carecía de precedentes. Y tenía un peculiar toque irónico: los capitalistas de Rusia habían dado por sentado que las mujeres iban a ser el elemento más obediente y menos problemático de la población activa, dado que eran el grupo más oprimido, más dócil y social mente más retrógrado (en el sentido de que, a diferencia de las terroristas de las décadas pasadas, la mayoría eran analfabetas). Fue un error de cálculo. A medida que se prolongaba la Primera Guerra Mundial, también persistía la demanda de mano de obra. El porcentaje de las mujeres que trabajaban en las fábricas se duplicó y se triplicó. "
Los logros que nos presenta el autor en esta inclusión de la mujer en el proceso revolucionario son los clásicos de la propaganda rusa. La educación, y recordemos, también la reeducación, era para bien y para mal una prioridad en Unión Soviética. Existían colegios y guarderías de calidad. La arquitectura planificaba patios de juegos visibles desde las cocinas, y abundaban las lavanderías y comedores comunales. La tarea de la crianza no podía ser encomendada a la mujer, sino al partido. Pero no era para liberar a la mujer de sus tradicionales cargas, sino porque el partido lo quería controlar todo, especialmente las mentes de los jóvenes, que eran demasiado valiosas y maleables para dejárselas a unas madres sin supervisión. 
 
Las propuestas soviéticas para las mujeres pecaban de lo mismo que las occidentales. Se otorgaba cierto espacio a las mujeres, dignificándose sus medios para seguir cumpliendo los mismos roles de siempre. Ni siquiera ponerlas a la cabeza de instituciones que tratasen de "sus temas" se podía considerar que era una verdadera inclusión. Era como si se concediese limpiar y modernizar los baños para señoritas para así tenerlas contentas, pero asegurándose que se mantuvieran separadas de los hombres. Las mujeres, no querían mejores cocinas, sino ser protagonistas de la revolución y tener poder de decisión, tanto para "sus temas" como para todos los demás.
 

Hubo excepciones. Tariq Ali nos resume las biografías de mujeres que dejaron huella en la Rusia revolucionaria: Alexandra Kollontái (la primera ministra del mundo) y Elena Stásova (secretaria del partido). Incluso la mujer y la amante de Lenin, Nadia Krúpskaya e Inessa Armand respectivamente, a las que Tariq Ali dedica un capítulo entero, trascendieron la relación con el líder bolchevique para destacar por méritos propios. Todas ellas con pasado revolucionario, antes de conocer a Lenin.
 
Se podría considerar que el mismo Lenin era una excepción entre los hombres de la revolución bolchevique. 

"Sus críticas a la familia eran característicamente mordaces. Lenin denunciaba «la descomposición, la putrefacción y la inmundicia del matrimonio burgués, con sus dificultades para disolverlo, su libertinaje para el marido y la sumisión de la esposa, y su moral y sus relaciones sexuales asquerosamente falsas». 

El enemigo era siempre el marido, que eludía totalmente las faenas de la casa y el cuidado de los hijos. «Las tareas triviales del hogar», despotricaba Lenin en 1919, «aplastan, estrangulan, atontan y degradan a la mujer, la encadenan a la cocina y a la habitación de los niños, y ella desperdicia su trabajo en unas faenas bárbaramente improductivas, mezquinas, enervantes, anquilosantes y apabullantes». Las soluciones que proponía eran las mismas que las de otros dirigentes revolucionarios de la época: cocinas, lavanderías, talleres de reparación, guarderías, jardines de infancia, etcétera, colectivos. Pero para Lenin, la abolición de la esclavitud doméstica no significaba la desaparición de los hogares ni las familias individuales"


Muerto Lenin, Stalin se encargó de restablecer relaciones con la Iglesia y en cierta manera algún conservadurismo volvió a Rusia. Se volvieron a prohibir las relaciones homosexuales y el aborto que habían sido la envidia de las feministas occidentales. El divorcio también pasó a ser más militado que en tiempos de Lenin. El Zhenotdel, algo así como el instituto de la mujer revolucionaria, se clausuró. Las mujeres no solo habían demostrado su compromiso en el frente de batalla, dentro del mismísimo Ejército Rojo, como fusileras, artilleras y francotiradoras, sino que seguían enfrentándose a los hombres que se oponían al frente educativo en el que ellas seguían militando. Muchos de ellos amenazaban con violencia a las feministas cuando se disponían a enseñar a leer a mujeres de zonas pobres. La desfiguración del rostro con agua hirviendo, los acosos y las palizas no es cosa del presente. La violencia de género ya existía cuando los bolcheviques tomaron el poder, y no desapareció de la noche a la mañana.
"En 1929 hubo trescientos asesinatos de ese tipo («delitos contrarrevolucionarios» para el Estado) a lo largo de tan sólo tres meses. Pero a pesar del terrorismo patriarcal, al final ganaron las mujeres. Cientos de mujeres musulmanas y de otras minorías empezaron a presentarse voluntarias como traductoras y oficinistas en las delegaciones del Zhenotdel. Y llegaban noticias sumamente conmovedoras de que con motivo de cada Primero de Mayo y de cada Día Internacional de la Mujer, miles de mujeres se quitaban el velo de forma voluntaria e insolente. Y ya nunca dieron marcha atrás. La autoemancipación fue el modelo que proponía el Zhenotdel, no una imposición del Estado. Y fue un éxito."
Aún así, el autor confiesa que también fue un éxito la función que le dieron muchos hombres al Zhenotdel; mantener lejos del partido a las mujeres.

STALIN Y EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN

En la parte final del libro, y ya desde antes, Ali nos cuenta cómo un Lenin cada vez más debilitado físicamente, contempla con resignación como un indeseable como Stalin se estaba haciendo con el partido y pervirtiendo la revolución. Sus escritos así lo demuestran, pero la fe que él mismo había exigido a sus seguidores fue lo que ahogó sus advertencias. 
 
Se puede decir que, de alguna manera, las vueltas de tuerca con las que Lenin había ido sorteando el camino de la revolución habían llegado a su fin. La división entre bolcheviques y mencheviques, sus trifulcas teóricas con antiguos compañeros, los giros en materia económica... todo eso exigía un conocimiento profundo de las consecuencias de confundir medios con fines. Lo que empezó como un "comunismo de guerra" (con grandes requisas forzosas al campesinado, no solo como medida excepcional, sino como inherente al comunismo) después pasó a una "Nueva Política Económica" que implicaba cierto grado de capitalismo para salir adelante. Incluso poner al frente de las fábricas a los expertos y quitar a los obreros. Se estaba jugando el futuro de la revolución, y como dijera Lenin mucho antes a cuento de la división del partido, a veces es necesario retroceder para avanzar.
 
Con Lenin postrado en una silla de ruedas, sus acusaciones contra Stalin de ser un matón que concentraba demasiado poder y que era necesario destituirle. En realidad Stalin era el reflejo de muchos otros obreros, con falta de educación y que lideraban a otros muchos más ignorantes que ellos. Como dice Ali, Lenin en sus últimos escritos estaba regañándose a sí mismo y denunciando el fracaso político más absoluto, propiciado por una escasa cultura y una incipiente corrupción.

"«Más vale poco y bueno» es un balance de la experiencia de Rusia tras seis años de Revolución y Guerra Civil. Es un documento sombrío cuya importancia radica en que, mientras convalecía, Lenin comprendía perfectamente la magnitud del problema. La podredumbre estaba dentro. [...] Se quejaba de que, a pesar de la Revolución, los revolucionarios no estaban «a la altura de los tiempos», que su cultura era «muy inferior» a los mejores estándares de Europa occidental, [...] A juicio de Lenin, era necesario que el escepticismo y la duda sustituyeran a la jactancia que reinaba por doquier.

[...]

Para renovar nuestro aparato estatal tenemos que fijarnos a toda costa como tarea: primero, estudiar, segundo, estudiar, tercero, estudiar y después comprobar que la ciencia no quede reducida a letra muerta o a una frase de moda (cosa que, no hay por qué ocultarlo, ocurre con demasiada frecuencia entre nosotros). [...] Hace ya cinco años que estamos atareados con el mejoramiento de nuestro aparato estatal, ajetreando, pero éste es precisamente tan sólo un ajetreo que en cinco años no ha demostrado sino su ineficacia, e incluso su inutilidad y su nocividad."

Algunos de los biógrafos más anti-comunistas que han analizado la figura de Lenin, como Robert Service, aceptan que  la deriva asesina de Stalin no era compartida por  su compañero de partido:

"En su lecho de muerte, Lenin no contemplaba una estrategia que suponía liquidar a millones de campesinos inocentes e industriosos. Como tampoco pretendía exterminar a sus enemigos, verdaderos o imaginarios, dentro del partido. [...] Su visión de un futuro para la humanidad donde desapareciera toda explotación y todo conflicto era sincera."

MÁRTOV, SU QUERIDO ENEMIGO

Quizás este fue el último dilema político de Lenin. A nivel personal tuvo otros, como por ejemplo la relación triangular con su esposa y amante. ¿Mantuvo relaciones consentidas por su mujer con su amante? ¿Eligió una opción conservadora y burguesa frente a su amor por Inessa o fue mero pragmatismo para no debilitar su figura política? Los hijos de su amante, cuando esta falleció, fueron adoptados por el matrimonio Lenin. Todo en la vida de Lenin parecía girar en torno a un caliente compromiso con la frialdad. 
 
En su última etapa demostró que el hombre de acero no era él, pues su corazón se ablandó al enterarse de que su antiguo camarada, Mártov, estaba muy enfermo. Yuli Mártov había sido amigo de Lenin antes de que liderase la facción perdedora de los mencheviques que dividió tanto al partido como a la amistad con Lenin. Trotsky se encargó de retratar a Mártov como un tipo excepcionalmente inteligente y dotado para la política pero con falta de valor para iniciar un cambio revolucionario. Mártov, judío y reformista, era la voz de Pepito Grillo que exhortaba a los bolcheviques a no imitar el autoritarismo zarista. Pero, en tiempos de guerra, eso era sinónimo de colaboracionismo, tanto con la contra-revolución como con los países extranjeros que la apoyaban. 
 
Mártov siempre iba a la zaga de Lenin, tanto en su política como en sus acciones. Incluso su regreso a Rusia desde el exilio fue un mes posterior al de Lenin, que fue el que se atrevió a llegar a Rusia sin garantías de que lo encerrasen o ejecutasen. Aunque Mártov no fuese de los mencheviques de derechas contrarrevolucionarios, y quiso apuntarse a la revolución, le faltaban medallas, le sobraban pecados y llegaba demasiado tarde. Se tuvo que exiliar en Alemania. 
 
Y desde allí le llegaron las noticias a Lenin de su mal estado de salud por culpa de la tuberculosis. Organizó las mejores atenciones médicas y el envío de dinero para su amigo. No es seguro que lo recibiera, pero quien lo trataba decía que seguía enfadado con Lenin por su intransigencia. Lenin en cambio, quien sabe si por empatía al saberse al final de sus días, o quizás por valorar la amistad por encima de la revolución, estaba obsesionado por ver a su viejo amigo. Se dice que señalaba con el dedo los libros de Mártov para indicarle a su chófer que le llevase a verlo. Cuando por fin le dijeron que Mártov había muerto, desobedeció a los médicos para ir a su despacho para leer las necrológicas favorables de la prensa. Ocho meses después moriría él, y contrariamente a sus deseos, el culto a su personalidad sería lo que terminaría momificando tanto su cuerpo como sus ideas. El estalinismo ya podía campar a sus anchas.


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