sábado, 24 de abril de 2021

"EL INFIEL Y EL PROFESOR" de Dennis C. Rasmussen (2018)

 
El autor, Dennis C. Rasmussen, es profesor de ciencia política en la Universidad de Syracuse, y se ha especializado en autores de la Ilustración sobre los que lleva escribiendo más de diez años.

Con este libro muestra una gran erudición sobre la amistad que unió a dos grandes inmortales de la filosofía ilustrada, y nos abre, como si de un melón se tratase, los secretos de esa época con una narrativa jugosa que planea sobre la admiración mutua entre David Hume y Adam Smith. 

David Hume era famoso por su empirismo y por sus ataques a la religión. A Adam Smith se le conoce como el padre del capitalismo, pues con su obra maestra "La riqueza de las naciones" sentó las bases del libre mercado. Rasmussen no trata de presentarnos un complejo esquema de ideas filosóficas, simplemente deja que estas aflorezcan mientras nos relata la influencia que Hume tuvo en Smith, de la mano de sus charlas, de sus cartas, de sus visitas, consiguiendo así, sin pretenderlo, introducirnos un poco en el pensamiento de los dos filósofos. 



CORRESPONDENCIA Y MANERAS DE ESCRIBIR

El atractivo de una vieja amistad está sin duda en que uno de los actores se tuvo que enfrentar a la religión establecida, mientras que el otro hacía encaje de bolillos para eludir el enfrentamiento, pero dejando claro que nunca iba a renegar de su amigo porque fuera un infiel.

Carta de Hume a Smith (1759)
Smith fue mucho más cuidadoso que Hume en varios aspectos. No conoceríamos la relación entre estos dos gigantes de la Ilustración si dependiéramos de lo que nos dejó Adam Smith, que celoso de su posteridad destruyó la mayor parte de las cartas que obraban en su poder. En cambio de Hume, conservamos prácticamente todo lo que tenía. 

Y en cuanto a lo meticulosos que eran en su forma de escribir, el padre del capitalismo revisaba muchas veces sus escritos antes de publicarlos, motivo por el cual probablemente solo publicó dos libros. Hume, en cambio, tenía bastantes más porque era mucho más natural, y cuando se corregía a sí mismo prefería editar versiones actualizadas de lo ya publicado. Pero se parecían mucho en otras cosas. Ambos tenían facilidad para hacer amigos. Hume era más natural en su carácter, afable, amigo de las charlas alrededor de una buena comida. Smith algo distraído, en ocasiones se le describía como absorto en mitad de una reunión social. Pero ambos compartían el gusto de la buena compañía, y tanto sus carreras profesionales como sus vidas personales, ambos solteros, tuvieron trayectorias paralelas.

CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO

Rasmussen señala cómo Smith ponderaba meticulosamente las consecuencias que podría tener meterse con la religión, cosa que Hume no hacía. Tampoco se puede afirmar que Hume fuera abiertamente hostil con la religión. No al menos como Voltaire que buscaba la confrontación abierta y se deleitaba provocando a los devotos. Curiosamente Voltaire era deísta, no ateo. El conocimiento que Rasmussen despliega sobre las creencias religiosas, no solamente de estos dos maestros, sino de los muchos personajes históricos que los circundaron, le lleva a concluir que mientras que Hume era un "escéptico sin paliativos" Smith era un "deísta escéptico".

Hume tenía un carácter tan pacífico, que solía desarmar a quienes le enfrentaban con su bondad y humor. Quizás por eso, por prescindir de la mofa y de señalar las incoherencias religiosas, sus críticas podían perdurar más en el tiempo. Era tan asépticamente analítico que atacaba al corazón de las creencias en sus puntos más débiles, como si usara un escalpelo, y los creyentes más poderosos supieron ver la solidez y peligrosidad de sus argumentos. Podríamos decir que él no pretendía despojar a la religión de sus ropajes para señalarla con el dedo, como se podría decir de Voltaire y los demás phi­lo­so­phes, sino que conseguía que de manera natural esta apareciese desnuda ante los demás, sin ni siquiera mencionar los textos sagrados, sin mirar ni de reojo a la tradición, simplemente con argumentos que estaban por encima de todo eso. Y sin eso, la religión no era nada. Tampoco escondía que la religión podía ser muy dañina, pero incluso en esto tenía matices, pues en sus primeras obras reconocía que había aspectos que en la práctica podían resultar beneficiosos.

Hume llegó a lamentarse en alguna ocasión de no haberse contenido algo más en sus críticas religiosas, pero no porque le importase demasiado la etiqueta de ateo y corruptor de jóvenes, sino más bien porque deseaba que sus obras tuvieran éxito. En ocasiones presumía de que no le importaba demasiado la opinión de la gente. Pero en otras confesaba la desazón que le producía justo lo contrario. Se pueden ver esas contradicciones en un breve escrito que diseñó para que se añadiría a la reedición de sus futuras obras: "Mi vida". 


La mera mención de su nombre, y por supuesto la sospecha de frecuentar su compañía, podía suponer una lacra sobre la fama de Smith. Quizás por ello Adam Smith ocultó su nombre en sus textos, aunque resulta evidente para los estudiosos que las referencias a Hume estaban omnipresentes en su obra. Sus guiños a Hume en sus dos libros son tan indisimulados que a veces parece que la intención no fuera esquivar la reacción de los devotos sino remarcar la originalidad e independencia de sus ideas. Smith encontró una manera intermedia de reconocer la influencia de su amigo, se podría decir que incluso maestro (por edad e influencia), y la necesidad de no enemistarse demasiado con el poder eclesiástico.

Tal y como nos señala al principio del libro, Smith también puso en jaque a otro sistema reinante en Gran Bretaña; el comercial y económico. Al fin y al cabo, ambos eran escoceses, y los pensadores de Escocia no solían cuestionar el status quo como los franceses. Aún así, no recogió tanto desprecio como cuando se vanagloriaba de tener a Hume por amigo: "diez veces más improperios" que cuando cuestionó el sistema comercial de Gran Bretaña

"De he­cho, Smith fue ob­je­to de mu­cho más opro­bio con mo­tivo de una car­ta breve que pu­bli­có ese mis­mo año y que des­cri­bía —de for­ma lau­da­to­ria— la ale­g­ría y la se­re­ni­dad de Hume du­ran­te los úl­ti­mos días de vida. La car­ta aca­ba­ba afir­man­do que su in­cré­du­lo ami­go era una per­so­na «cuya eru­di­ción y vir­tud se acer­ca­ban tan­to a la per­fec­ción como tal vez per­mita la fra­gi­li­dad hu­ma­na» . Esto es lo más cer­ca que Smith estuvo ja­más de ene­mistar­se con los devo­tos, y fue algo que pagó con cre­ces, aun­que nun­ca se arre­pin­tió. Fue el co­lo­fón per­fec­to para una amistad cru­cial en la vida de dos de los pen­sa­do­res más no­ta­bles de la histo­ria. Este li­bro cuen­ta la histo­ria de esa amistad."

 LA VERDADERA AMISTAD

Rasmussen  nos dice, citando a Aristóteles e incluso al mismo Smith, que de todos los tipos de amistad, solo la que persigue la virtud y la excelencia "me­re­ce el sa­gra­do y ve­ne­ra­ble ca­li­fi­ca­ti­vo de amistad". Los amigos deben buscarse entre sí la sabiduría y la virtud, aunque también deben dejar que fluya cierta "simpatía natural". A continuación analiza posibles candidatos a destronar la amistad entre Hume y Smith como la más grande entre los filósofos occidentales, y concluye que solo ellos pueden triunfar en semejante competición.


 

EL PENSAMIENTO DE ADAM SMITH

El pensamiento de Adam Smith es mucho más diverso que lo que ahora muchos de afirman. No es solo el "padre del capitalismo". Su primer libro no tenía que ver con la economía sino con la moral, no en vano se titula "La teoría de los sentimientos morales". Y parece ser que su autor la consideraba "mucho mejor" que su inmortal "La riqueza de las naciones". Al igual que Hume, Smith creía que la moral humana existía antes de que llegara la religión y por tanto no dependía de ella. Las advertencias que hizo sobre los peligros de la división del trabajo, piedra angular de "La riqueza de las naciones", que podía hacer de los trabajadores unos seres inútiles para el trabajo intelectual, son a menudo obviadas por los que insisten en retratarlo como un partidario del liberalismo que existe hoy en día. Para una discusión sobre el legado político de Adam Smith, y una visión más ilustrada e izquierdista de la que se le suele atribuir, remito a mi reseña de "El optimista racional" y al intercambio de opiniones que tuve el privilegio de tener con Gavin Kennedy, un especialista en Adam Smith que falleció tal día como hoy, un 25 de abril, hace exactamente dos años.

Resulta paradójico que Smith tuviese más resquemores al mundo del comercio y del dinero que el propio Hume:

"[...]el afán de ri­queza y po­der que im­pul­sa la eco­no­mía y todo el pro­ce­so de la civi­liza­ción en ge­ne­ral. Para Smith, el mo­tivo por el que la ma­yo­ría de la gen­te an­sía estas co­sas es que sim­pa­tiza­mos por in­stin­to con el esti­lo de vida de ri­cos y po­de­ro­sos —pa­la­cios es­plén­di­dos, ca­rrua­jes lu­jo­sos e in­con­ta­bles cria­dos—, y co­le­gi­mos que estas co­sas les ha­cen su­ma­men­te fe­li­ces. Si re­fle­xio­ná­ra­mos un mo­men­to, nos con­ven­ce­ría­mos de que no es así, que «el po­der y la ri­queza» son futi­lezas al lado de la autén­ti­ca fe­li­ci­dad y que, en rea­li­dad, de­jan a quien las po­see «igual de ex­puesto que an­tes, o a ve­ces in­cluso más, a la an­sie­dad, el mie­do y el do­lor; por no ha­blar de las en­fer­me­da­des, los pe­li­gros y la muer­te». Aun así, con la es­peran­za de ob­te­ner los pla­ce­res que su­po­ne­mos que apor­tan la ri­queza y el po­der, in­ver­ti­mos de buen gra­do mu­cho más es­fuer­zo y est­rés del ne­ce­sa­rio. No solo con­fun­di­mos los me­dios (ri­queza y po­der) por el fin (la fe­li­ci­dad ver­da­de­ra), sino que sa­cri­fi­ca­mos de ma­ne­ra in­con­s­cien­te el fin para re­crear­nos en los me­dios. De este modo, Smith par­te de una pre­mi­sa de Hume so­bre la be­lleza de la uti­li­dad para pro­bar un ar­gu­men­to an­ti­téti­co a la teo­ría de su ami­go y nos ad­vier­te de un de­fec­to grave de la so­cie­dad co­mer­cial que Hume ad­mi­ra­ba con tan­ta devo­ción.

[...]  Por su­puesto, ni Hume ni Smith eran fun­da­men­ta­listas del li­bre mer­ca­do: am­bos re­co­no­cían que el Go­bierno era ne­ce­sa­rio al me­nos para de­fen­der la na­ción, im­par­tir justi­cia y pro­veer cier­tas obras pú­bli­cas. De he­cho, am­bos desta­ca­ron la ne­ce­si­dad de que el Go­bierno fue­ra lo bas­tan­te fuer­te para man­te­ner el or­den y ga­ran­tizar el jue­go lim­pio; pre­ci­sa­men­te, la fal­ta de este ha­bía sido lo que ha­bía con­ver­ti­do la era feu­dal en un es­pec­tá­cu­lo tan es­per­pénti­co. Sin em­bar­go, am­bos su­bra­ya­ron que cuan­do los po­líti­cos in­ter­vie­nen en la eco­no­mía para fo­men­tar el cre­ci­mien­to na­cio­nal, sus ac­tos sue­len ser en bal­de, o di­rec­ta­men­te contra­pro­du­cen­tes."
HUME EN PARÍS

Hume posando para el pintor
Louis Carrogis, en París, 1764.
Hume se trasladó a París, y allí fue recibido con todo tipo de honores hasta un límite que según el propio Hume ni "la mayor de las vanidades pudiera desear".  Tras haber sido denostado en Escocia, Francia acogía al filósofo que se había atrevido a retar al poder eclesiástico, y cuanto más rústico y campechano parecía Hume, más ganas de verlo y tratarlo afloraba en las elites francesas. No es que el ateísmo estuviese normalizado en Francia, ni mucho menos. Recordemos que durante su estancia en París (1763-1766) reinaba la monarquía absoluta de Luís XV, con una vinculación a la fe como nunca se ha vuelto a ver en Europa, y todavía faltaban un par de décadas para la Revolución Francesa. La sociedad francesa, y en particular su clase más alta, era más receptiva a las novedades, desde las extravagancias en las modas como las innovaciones en las ciencias. Y la natural descreencia de David Hume encajaba perfectamente con las ganas de burlarse de la rancia y gris isla al otro lado del Canal de la Mancha.

Tampoco es que Hume llegase a un país donde el ateísmo fuese desconocido.

"El es­cep­ti­cis­mo re­li­gio­so de Hume, por muy acen­tua­do que fue­ra, que­da­ba en nada al lado del ateís­mo mi­litan­te de los phi­lo­so­phes , más ra­di­ca­les que él. [...] Para Hume de­bió de ser una sor­pre­sa ad­mi­ra­ble des­cu­brir­se de re­pen­te sien­do ob­je­to de mofa por no li­brar­se lo su­fi­cien­te de las ata­du­ras de la re­li­gión. [...] La di­fe­ren­cia en­tre la fal­ta de devo­ción de Hume y la de los pen­sa­do­res fran­ce­ses más ra­di­ca­les se evi­den­cia en esta ané­c­do­ta, de so­bra co­no­ci­da, su­ce­di­da en una cena en el ho­gar pa­risino de d’Hol­ba­ch. Cuan­do Hume co­men­tó que no creía en los ateos re­do­ma­dos, dado que no ha­bía co­no­ci­do nun­ca a nin­guno, d’Hol­ba­ch le dijo que con­ta­ra to­das las per­so­nas que esta­ban sen­ta­das en la mesa jun­to a él —eran die­cio­cho— y bro­meó: «No está mal, quin­ce de gol­pe. Los ot­ros tres to­davía no se han de­ci­di­do». Hume de­bió de con­si­de­rar a estos tres los más cuer­dos de to­dos."

Las vidas profesionales de los dos amigos los llevaron por caminos muy diferentes, siempre en ciudades o países diferentes, y siempre anhelando pasar más tiempo juntos. En las misivas de Hume eran recurrentes las invitaciones a Smith a pasar una temporada en su casa. Por su parte Smith, no cesaba en tratar de convencer a Hume para que se afincase en  Inglaterra, precisamente porque él mismo pensaba terminar allí. 

LA TRIFULCA CON ROUSSEAU

En el capítulo "La trifulca con un filósofo indómito" se nos presenta con todo lujo de detalles la tortuosa relación que Hume tuvo con Jean-Jacques Rousseau, el gran pensador nacido en Ginebra y afincado en Francia. Rousseau era un potente filósofo que predicó muchas ideas que han calado en nuestra civilización moderna. Uno de los grandes ilustrados, sin duda, que con su obra "El contrato social" ayudó a construir la teoría política del estado y que serviría como catalizador de la Revolución Francesa. Pero tenía una mala imagen del progreso, y eso lo diferenciaba de sus coetáneos ilustrados, particularmente de Voltaire con quien tuvo un gran enfrentamiento. Rousseau pensaba que los indígenas eran más felices, al carecer de la férrea religión y educación occidental, vivían con mayor libertad y felicidad. Debido a sus novelas también era muy popular entre el púbico general, y por eso es de extrañar que fuese perseguido, ya que las elites del poder veían con malos ojos que una figura tan popular cuestionase los cimientos más sensibles del Estado.

Pero además de popular, primero por querido y después por perseguido, tenía un carácter muy histriónico que le hacía difícil conservar las amistades. Veía conspiraciones y malas intenciones en todo su entorno, incluso dentro de su círculo de amistades. Según Rasmussen, "tenía una sensibilidad extrema que rozaba la paranoia. Hume quiso ayudarlo cuando lo querían linchar en Francia, y lo tuvo bajo su protección un tiempo. Hasta que Rousseau se volvió como una víbora en contra de su protector. El barón d'Holbach ya le avisó a Hume de que tuviera cuidado con él, pero al escocés le pudo más el ayudar a un filósofo perseguido. 

ROUSSEAU                                                                              HUME

 

Las diferencias filosóficas y personales con Rousseau no fueron un problema para Hume. El primero era bajo y delgado, apasionado e irritable, incapaz de hacer amistades estables, desconfiado, amargado y creyente algo sui géneris (según el propio Hume, con "devoción por la Biblia"). El segundo era alto y rollizo, sereno, de buen trato, risueño, fiel a sus amigos, entre los que a menudo se encontraban quienes pensaban diferente, como algunos clérigos, a pesar de su aversión por la superstición religiosa.

"Hume creía, con más fer­vor in­cluso que Smith, que el co­mer­cio traía in­trín­se­co una ca­de­na in­diso­lu­ble de es­fuer­zo, co­no­ci­mien­to y hu­ma­nis­mo. Por su par­te, Ro­usseau so­ste­nía que en­tra­ña­ba poco más que desi­gual­dad, de­pen­den­cia y co­rrup­ción. Mien­tras que Hume era mo­de­ra­do y prag­má­ti­co, Ro­usseau era un ra­di­cal, tan­to en su críti­ca del or­den esta­ble­ci­do como en las diver­sas re­ce­tas que pro­puso para co­rre­gir­lo."

Pero no fueron las diferencias filosóficas lo que les separó, sino la desconfianza de Rousseau que terminó acusando a Hume de protegerlo con la única intención de querer establecer alguna deuda con él. Aunque Hume titubeó, en parte por el consejo de Smith de no contestar a las locuras de Rousseau, finalmente se decidió a publicar su correspondencia con el ginebrino. 

EL ENCARGO RECHAZADO DE PUBLICAR PÓSTUMAMENTE UNA OBRA CONTRA LA RELIGIÓN

Smith no era partidario del ruido innecesario que nublaba el sosegado pensamiento, no le gustaba la idea sacar a la luz en los mentideros del país los dimes y diretes que tenían los filósofos. De hecho, su aversión al conflicto le hizo que no satisfaciera uno de los últimos deseos de su amigo: publicar "Diálogos sobre la religión natural", la obra preferida de Hume que éste pidió a su amigo que publicase cuando estaba al final de su vida. 

Rasmussen nos da bastantes indicios de que la negativa de Smith no estuvo motivada por grandes diferencias de fondo con Hume, sino por el propio interés de Smith en no ver eclipsada su obra maestra, "La riqueza de las naciones", recientemente publicada por aquellas fechas.

Esta fue la única riña que destacar entre los dos amigos, y según Rasmussen no fue especialmente enconoda, ni entorpeció para que estuvieran unidos hasta el último día de Hume. Prueba de ello son las palabras de elogio que le dedicó a su difunto colega, ya comentadas anteriormente, y que probablemente estaban a mitad de camino entre los sentimientos que profesaba hacia él, y el remordimiento por no haber cumplido los últimos deseos de su amigo

Para Rasmussen lo desconcertante fue por qué Hume quiso publicar "Los diálogos sobre la religión natural" al final de su vida, cuando los había escrito veinticinco años atrás. Y considerando que la fama de infiel ya se la había ganado a pulso con las obras que había publicado, los Diálogos no iban a suponer ninguna novedad para Hume pero sí podían provocar una nueva ola de improperios y dificultades que se añadían a los que ya se había granjeado Smith por ser abiertamente amigo de David Hume. Así que quizás fuera algo injusto hacer recaer dicho peso sobre su amigo, cuya carrera estaba consolidándose en aquellos entonces.

Los Diálogos fueron finalmente publicados tres años después de la muerte de Hume, por su sobrino. Tanto Smith como William Strahan, editor de ambos, consiguieron quitarse la patata caliente de encima.

HUME Y CARONTE: UNA MUERTE CELEBRADA, UNA MUERTE CELEBRE

La muerte de alguien que con su obra había hecho bandera de la lucha contra la religión, causaba un morbo en las masas que gozaban soñando que a última hora se había convertido, como si eso supusiera una victoria sobre alguien ante el que siempre fracasaron. La honestidad y fidelidad de Smith, no solo fue la de un amigo, sino la de un filósofo que aunque huía del enfrentamiento innecesario, no podía soportar ni la mentira ni el linchamiento de quien había sido un faro intelectual para él y para muchos otros ilustrados.

Podemos conocer una de las últimas conversaciones de Smith con Hume gracias a las cartas que ambos escribieron a amigos en los que les contaban sus respectivas versiones. Esta charla nos da una idea de la tranquilidad con la que Hume afrontaba la muerte y de lo que mucho que tenía que agradecer a la vida afortunada que había tenido, en la que ya le quedaba poco por hacer. Merece la pena leer los dos párrafos completos:

"Smith re­fle­xio­nó que, aun­que estuvie­ra cer­ca de mo­rir, Hume de­bía de sen­tir­se re­con­for­ta­do por de­jar a su fa­mi­lia en la abun­dan­cia. Su ami­go estuvo de acuer­do; re­co­no­ció que se arre­pen­tía de po­cas co­sas y que de­ja­ba poco por ha­cer. Lo ilust­ró com­pa­ran­do su situa­ción con la de un per­so­na­je de un diá­lo­go de Lu­ciano que ha­bía re­leí­do ha­cía poco. [...] Los per­so­na­jes en cuestión su­pli­can a Ca­ron­te, el bar­que­ro del Ha­des que tra­s­la­da las al­mas de los que aca­ban de fa­lle­cer al otro lado del río Esti­gia, para que les con­ce­da un apla­za­mien­to de la con­de­na. Uno se ofre­ce a ca­sa­r­se con una de sus hi­jas, otro a aca­bar de con­st­ruir su casa, y un ter­ce­ro a ha­cer pro­visio­nes para sus hi­jos. Hume tra­tó de en­contrar una ex­cu­sa si­mi­lar para sí mis­mo, pero vio que ha­bía he­cho todo lo que que­ría ha­cer, así que no se le ocu­rría nin­gún sub­ter­fu­gio fac­ti­ble. Con­ti­nuó así: «Al fi­nal pen­sé que po­dría de­cir­le esto: “Gen­til Ca­ron­te, he tra­ta­do de abrir los ojos de la gen­te. Te­ned un poco de pa­cien­cia has­ta que ten­ga el pla­cer de ver las igle­sias ce­rra­das a cal y can­to y a los clé­ri­gos deso­cu­pa­dos”». Pero sa­bía a la per­fec­ción que este pre­texto se­ría en vano: «Ca­ron­te res­ponde­ría: “Ven­ga, bri­bón, no me ha­gas per­der el tiem­po. Eso no pa­sa­rá ni en do­s­cien­tos años. ¿Aca­so crees que te daré tan­to mar­gen? Sube a la bar­ca aho­ra mis­mo”».  

En la car­ta priva­da a We­dder­burn, Smith da por ter­mi­na­do el re­la­to de la con­ver­sa­ción aquí, pero en Car­ta a St­ra­han ahon­da más en la ané­c­do­ta y ate­núa li­ge­ra­men­te su tono pro­fano. En la ver­sión pu­bli­ca­da, Hume idea un par de «ex­cusas gra­cio­sas» que in­vo­car ante Ca­ron­te, con sen­das «res­puestas ho­s­cas» del bar­que­ro. Hume co­mien­za con este ra­zo­na­mien­to: «Gen­til Ca­ron­te, he esta­do en­men­dan­do mis obras para una nueva edi­ción. Con­ce­ded­me un poco más de tiem­po para ver cómo se re­ci­ben los cam­bios». Pero Ca­ron­te, al pa­re­cer ver­sa­do en la re­puta­ción de Hume, le con­testa: «Cuan­do ha­yas visto el efec­to de estos cam­bios, que­rrás ha­cer ot­ros. Estas ex­cusas se su­ce­de­rán sin fin, así que, buen ami­go, sube a la bar­ca». Hume in­siste: «Te­ned un poco de pa­cien­cia, gen­til Ca­ron­te, he pro­cu­ra­do abrir los ojos de la gen­te. Si vivo unos años más, tal vez ten­ga la sa­tis­fac­ción de ver la caí­da de al­gu­nos cul­tos su­per­sti­cio­sos vi­gen­tes». Aun­que en esta ver­sión Hume ya no se atreve a desear ver «las igle­sias ce­rra­das a cal y can­to y a los clé­ri­gos deso­cu­pa­dos», Ca­ron­te no se muest­ra más be­nevo­len­te que en la ver­sión re­la­ta­da a We­dder­burn: «Bri­bón, no me ha­gas per­der el tiem­po. Eso no pa­sa­ría ni en un mi­llar de años. ¿Aca­so crees que te daré tan­to tiem­po? Sube a la bar­ca aho­ra mis­mo, gra­nu­ja hol­ga­zán”»

Muchos e interesante puntos que me dejo en el tintero son analizados por Rasmussen de manera tan amena como pormenorizada: las mejoras de Smith a las ideas de Hume (y no solamente la referencia implícita a él), la famosa cita racista de Hume (y la emitida en sentido contrario por Smith) y la apuesta por la separación iglesia-estado (paradójicamente mucho más firme en Smith que en Hume), etc.

El siguiente libro de Rasmussen, aún por publicar, lleva el sugerente título de "Los miedos a la puesta del sol: la desilusión de los fundadores de América". Esperemos que no quede sin traducir al castellano, como le paso a su anterior libro "La ilustración pragmática: recuperando el liberalismo de Hume, Smith, Montesquieu y Voltaire".

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