Has vivido lo suficiente como para mirar atrás y plantearte dudas sobre lo que hiciste. ¿Hubo equivocaciones? ¿Merece la pena rectificar o son cosas del pasado? ¿Has andado más de lo que te queda? ¿Arrepentimientos? ¿Proyectos a medio hacer? ¿Es la hora de levantar el pie del acelerador? Estás en la mediana edad. El libro es una reflexión sobre ese periodo de la vida en que se suele entrar en crisis, incluso si te ha ido muy bien. Aunque no hace falta estar en la mediana edad para encontrarlo interesante. A cualquiera se lo puede parecer si reflexiona sobre la irreversibilidad del tiempo, la miedo a la muerte, las alternativas perdidas, la vidas vacías... y el libro lo hace con un estilo que está a mitad de camino entre la autoayuda y la filosofía. No existía tal distinción en el siglo XVIII. Actualmente hay mucha ligereza y vacuidad en los libros de autoayuda que usan frases rimbombantes para dar un barniz de profundidad a enigmas de los que los filósofos clásicos llevan mucho tiempo hablando. Parece razonable que echemos un vistazo a ellos antes que dejarnos vislumbrar por los youtubers, couchers y demás gurús de medio pelo que solo viven de la novedad y el cortoplacismo.
Kieran Setiya es profesor de filosofía y reivindica esa disciplina para alejarnos de la academia y acercarnos a nuestras preocupaciones. El problema es que hay muchas partes del libro que son enrevesadas y/o aburridas ya que estira mucho el chicle que está mascando en algunos capítulos.
Setiya hace un repaso a la bibliografía que ha abordado la crisis de la mediana edad durante tres décadas, desde los años 60 hasta los 80. El terminó se popularizó saltando de la psicología académica a juegos de mesa y programas de televisión. Todo el mundo bromeaba sobre la mediana edad y daban todos sus tópicos por sentado. Pero en los años 90 se hicieron algunas investigaciones que cuestionaron la crisis y resultó que la mediana edad... no estaba de capa caída. La mediana edad empezaba a correlacionarse con una estabilidad y felicidad que no era lo que se esperaba encontrar en alguien en la mitad de su vida: satisfacción matrimonial, dominio personal, síntomas psicológicos, etc... todas las variables analizadas indicaban que la mediana edad era el mejor momento de la vida. Pero más allá de desmentir esa primera versión tristona (trabajo sencillo porque no tenía mucho fundamento), lo cierto es que nunca dejó de ser considerada como una leyenda urbana, una ficción popular, y la psicología no tenía mucho más que aportar sobre esa idea. En cambio la economía sí.
Los economistas David Blanchflower y Andrew Oswald publicaron un artículo llamado "¿Tiene el bienestar forma de U en el transcurso de la vida?" La respuesta era positiva en 72 países y los autores se cuidaron de eliminar las variables relacionadas con el género y la paternidad. Aún así la U es menos acentuada en países fuera de Europa o de América del Norte, pero el autor insiste: "Sin duda hay diferencias generacionales y geográficas [...] pero los desafíos que nos afligirán son en gran medida independientes de eso. Se deben a condiciones básicas de la vida humana."

Partiendo de conclusiones que sacó John Stuart Mill en una temprana crisis el autor nos muestra un buen punto de partida para empezar a conocer lo que nos hace felices. Mill era hijo de un filósofo escocés que era seguidor de Jeremy Bentham, el padre del utilitarismo moral. Esta escuela propugna la máxima felicidad del mayor número de personas. En otras palabras, conseguir la felicidad de dos personas es más prioritario que la tuya, y la de tres personas más urgente que la de dos, y así hasta llegar a la conclusión de que debemos aspirar a hacer felices a todo el planeta.
El padre de Mill aisló a su hijo para darle una educación acorde a tan tamaña empresa. Stuart Mill aprendió griego a los 3 años y latín a los 8. Para cuando era adolescente ya había estudiado economía, derecho etc... A los 20 años sufrió un colapso nervioso. Cuando en su autobiografía comenta su depresión concluye que buscar la felicidad debe ser lo más importante. ¿Pero podría ser feliz una persona que haya alcanzado todos su objetivos? Él opina que no. Y pone dos peros a esa búsqueda.
Lo primero es lo que se conoce como la paradoja del egoísmo: para ser feliz tienes que buscar la felicidad de otro. No se tiene que perseguir directamente la felicidad de uno, sino que se tiene que disfrutar mientras se persiguen otros objetivos (pueden ser objetivos altruistas o meros divertimentos, pero no puede ser tu propia felicidad).
En segundo lugar cree que hay que cultivarse interiormente a través de las artes para conseguir una riqueza interior. Aristóteles también llegó a esa conclusión. Después de escribir varios capítulos de la Ética a Nicómaco, termina con uno final sobre la importancia per se de la vida contemplativa. Mientras que las virtudes políticas tienen un fin meliorativo (implican una mejora en un mundo que necesita mejorarse), el enriquecimiento interior tendría sentido incluso en un mundo inmejorable. Son esas cosas que tienen un valor existencial y que no tienen que consistir en leer filosofía; ir a bailar, al cine, a hacer deporte o jugar con los amigos y tantas otras actividades que te pueden hacer crecer interiormente si te las tomas en serio, aunque no tienen que ser serias en sí mismo.
Toda decisión implica no tomar otra y lo que nos paraliza muchas veces no es la incertidumbre del camino escogido, sino la sensación de perderse cosas por no haber elegido bien. Los ecos de las decisiones no tomadas resuenan muy fuerte incluso después de muchos años. El autor reflexiona sobre cómo hubiera sido su vida si hubiese sido médico, como él quería de joven. Las vidas que hubiera salvado y demás ensoñaciones alternativas. No obstante piensa que no está arrepentido. Le ha ido bien como profesor y no hace falta que a uno le vaya mal para envidiar aquel estado de la vida en el que el mundo te ofrece un abanico de opciones.
En definitiva de trata de que la filosofía nos ayude a superar esa tendencia a la nostalgia por tiempos en los que teníamos todas las opciones al alcance de la mano antes de tirarnos a la piscina de la que ya no podemos salir. Quizás se puede salvar ese escollo simplemente asumiendo las pérdidas como un pago justo por la exuberancia que supone estar vivo.
"Piensa esto: aunque hay razones para cambiar nuestra vida —trabajos frustrantes, matrimonios fracasados, mala salud—, el propio atractivo del cambio puede resultar engañoso. Puesto que tener opciones posee un valor, echarás de menos tenerlas: un motivo para la nostalgia. Pero es fácil exagerar ese valor. Es estúpido pensar que tener opciones puede compensar no haber obtenido unos resultados que no preferirías, si los consideraras de manera independiente. Piénsatelo dos veces antes de destrozar tu casa. ¿Es su interior lo que odias o el hecho de que tenga muros?"
Corremos el riesgo de idealizar aquella juventud. Debemos recordar que ese estado indecisión no siempre era gozoso. En el patio del colegio también se vivían incertidumbres, confusiones, desesperanzas y miedo. Antes de arrepentirse de un error hay mirar las consecuencias del mismo.
"si quiero a mi hijo y él no existiría si el Holocausto no se hubiera producido —la abuela materna de mi mujer huyó de Alemania en 1938— debo ratificar el ascenso al poder de Hitler, aunque me produzca repugnancia, en un estado de conflicto insoluble."
Pero al igual que la nostalgia puede arrastrarte, también tenemos un apego por el presente, no solo por un hijo, sino por un trabajo o muchas otras circunstancias de nuestra vida. Con tal de que no haya sido una vida desgraciada se genera un vínculo que hace que valoremos irracionalmente nuestro presente frente a las vidas alternativas que hubiéramos tenido. Una vez vivida, el apego surge y ya no puede olvidarse. Es posible que si hubiese estudiado otra cosa tendría un mejor trabajo, pero no habría conocido a mis amigos de la facultad y para mí tienen un valor.
Por no hablar del posible fracaso de la alternativa. ¿De verdad quieres retroceder hasta el momento en el que pudiste elegir ser pianista sin saber cuál va a ser el resultado, como tampoco lo sabías en el momento que ahora tanto añoras, o prefieres el valor seguro de lo tienes?
El libro aborda una serie de tópicos muy interesantes, y los desmenuza con muy ordenadamente pero, para mi gusto, cae en la divagación. Hay demasiadas paradojas que buscan el efectismo. Por eso recurre demasiado a aquella máxima de Epicuro de que la muerte cuando nos llega ya no existimos, y mientras existimos nunca la conoceremos. El autor confiesa que no le convence el argumento porque ignora todo los que nos vamos a perder, independientemente de que es lo que encontraremos en el otro mundo. Pero al mismo tiempo relativiza la importancia que le damos.
"Un amigo comparte su amor por Superman y su deseo de ser también él «más rápido que una bala, más potente que una locomotora, capaz de saltar por encima de un rascacielos de un salto». Para mí tiene sentido: ¿quién no querría eso? Pero cuando le veo meses después, tiene un aspecto terrible. Se ha estado despertando cubierto de sudor frío, abatido por la angustia, amargado porque no puede disparar rayos láser por los ojos, maldiciendo sus poderes meramente humanos, no de Krypton. ¡Tiene que calmarse! No es ninguna desgracia carecer de capacidades que exceden el ámbito de la posibilidad humana, no es algo que debiera llenarte de desesperación.
¿Es acaso diferente el deseo de inmortalidad? Aunque ser inmortal sea un gran beneficio, es como la capacidad para volar: una cualidad mágica cuya ausencia es perverso lamentar. Podemos no llevar bien la amenaza de morir a los cuarenta y cinco, pero si la muerte llega al final del período humano, a los ochenta y cinco o noventa años, ¿debería provocar nuestra ira? Hemos disfrutado de nuestra asignación de años, y aunque quizá queramos más, insistir en ello parece avaricia: una lujuria desvergonzada, patológica, por la vida."
Tener objetivos en la vida es fundamental. Según la visión de Schopenhauer cuando consigues uno de ellos te queda un vacío porque lo que da plenitud a la vida es siempre tener anhelos insatisfechos. Una vez satisfechos hay que buscar otros para no terminar como una ameba. Aquí, Kieran Setiya establece una oportuna distinción. Unas metas son télicas y otras atélicas. Las primeras se consumen al realizarse porque tienen un fin determinado, como por ejemplo ir a de A a B. Las segundas, las atélicas, no tienen un fin en sí mismo, por ejemplo, ir a dar un paseo. Si te obsesiones con actividades télicas siempre estarás insatisfecho. "Si te centras en actividades télicas, tu esfuerzo trabaja contra ti." Pero si lo tuyo son las atélicas entonces podrás disfrutar en tu búsqueda.
"Las relaciones pueden fracasar; el amor puede ser imperfecto; puede desvanecerse. La filosofía no cambiará esto. Pero si la fuente de tu frustración es una actitud télica con respecto al amor, la sensación de que se puede agotar, tener una aventura amorosa no te servirá de nada. Pregúntate lo siguiente: ¿quiero estar con otra persona, o simplemente deseo la seducción, la emoción télica de enamorarme de nuevo o de llevarse a alguien a la cama? No digo que no lo vayas a disfrutar; quizá lo hagas. Pero también eso se agotará."
Hay contenidos en el budismo que sirven para salir de la espiral de lo télico. Pero tampoco se puede negar que hay muchos proyectos télicos a los que merece la pena sumarse, desde acabar con una guerra hasta comprarse una casa. Nuestra vida está llena de proyectos télicos. La clave está en intentar disfrutar en el proceso de su consecución. Precisamente por eso el budismo puede relajarnos del estrés que ello conlleva. Lo malo que es que "el budismo sin metafísica es como Hamlet sin el príncipe o la mediana edad sin la crisis. Simplemente no es lo mismo."
El autor menciona a muchos más filósofos, pero se nota que los trae algo forzados al texto, y algunos puntos no daban tanto de sí. Es uno de esos libros que se debería leer con laxitud, pero no se consigue el objetivo, teniendo que leer algunos párrafos varias veces para entenderse correctamente.
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